Llegar tarde
Otoño. Estreno en otoño de 2021. Así reza en algunas webs. Es la fecha estimada para el estreno del documental titulado Comuneros de Pablo García Sanz.
Otoño. Estreno en otoño de 2021. Así reza en algunas webs. Es la fecha estimada para el estreno del documental titulado Comuneros de Pablo García Sanz.
Tras el reciente éxito de Nomadland en los Oscar de Hollywood reaparece uno de los lugares comunes de la creación cinematográfica. Se trata, nada menos, que de la capacidad del documental o de la ficción para traspasar sus límites, realizar trasvases entre ellos y, por el camino, emocionarnos.
Las intérpretes, sus miserias y virtudes, se convirtieron desde los inicios del propio cinematógrafo (e incluso antes, pues las bailarinas de la Belle Époque ya fueron encumbradas por la prensa y por una aún joven fotografía) en el eje vertebral de mitomanías y obsesiones varias. Hoy cultivaremos una de ellas, a mitad de camino entre la fragilidad de los fotogramas, las crudezas de una vida bajo el calor asfixiante del neón y el talento inherente a actuaciones prodigiosas.
No son pocos los autores que a lo largo de la historia han clamado contra el anacronismo. Es decir, contra la incapacidad para entender el pasado desde su óptica propia y no desde los parámetros interesados del tiempo del observador.
Enrique Martínez Ruiz, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid, investigador de largo recorrido y figura clave en la renovación de la historia militar en nuestro país vuelve a la palestra editorial que nunca abandonó con una obra magna sobre el gobierno, la vida y los elementos menos conocidos del reinado del segundo de los Felipes. Ve ahora la luz, publicada por La Esfera de los libros, la biografía Felipe II. Hombre, rey, mito, que está llamada a convertirse en un clásico instantáneo sobre esta monumental figura.
El cine despierta recuerdos de la infancia, moviliza emociones que creíamos perdidas bajo la suave embestida de las bandas sonoras y genera un mapa vital inevitable. Somos los libros que leemos, la gente con la que conversamos y, muy especialmente, las películas que amamos. Un cine abandonado, una historia fabulosa de un estafador que quiso ser barón de Arizona y un hallazgo son los mimbres con los que puede construirse un peldaño de la memoria.
Aprender a mirar es la clave. Descubrir dónde se sitúa la línea del horizonte es una de las anécdotas favoritas de Steven Spielberg sobre su encuentro con el ya por aquel entonces legendario John Ford. La esencia detrás de la anécdota es, básicamente, que la mirada es la herramienta más poderosa de la que puede presumir un autor, ya sea sobre el lugar donde se pone el sol, el modo de tratar un personaje o bien en torno a un acontecimiento histórico.
La fascinación por el cine puede tener infinitos cauces, caminos e interpretaciones. Tantos como individualidades sensibles encierran la humanidad y sus obligados confinamientos. No podemos dejar de apelar ahora a ese cine, que también es historia viva del relato que nos construye, aprendido en la infancia y convertido con el tiempo en un combustible sensacional para analizar, como en un espejo deformado, las crudezas de la existencia.
Una de las funciones más habituales del cine es servir como elemento para reflexionar sobre los momentos más conflictivos o polémicos de nuestra historia. Es decir, revisitar determinadas épocas al albur de las características, particularidades y rasgos de una etapa concreta que vio nacer cada película ayuda a alumbrar el debate historiográfico y, si bien no aporta luz sobre los hechos, sí cumple la sagrada visión de obligarnos a parar, mirarnos en el espejo del tiempo y pensarnos como sociedad.
José Luis Garci apunta en su ‘Morir de cine’ que nada malo puede ocurrir cerca de una sala de cine. Más allá de la imprecisión metafórica y escasa seguridad científica de esta frase, sí deja patente un innegable amor por el cine. Lo cinematográfico, por su fuerza fabuladora, por ser capaz de arrancar una sonrisa en plena tragedia (y una lágrima en la comedia), por su fuerza semiótica y por la posibilidad casi inherente de crear nuevos mundos posibles (o imposibles), como diría André Bazin, se convierte en un espacio de libertad para el hombre. Lo mismo ocurre con el arte en general, pero pocas disciplinas han explotado tanto como el séptimo arte la reflexión sobre sí mismo, la revisión de sus neblinosos contornos o el auto homenaje descarado.
En general, el arte ha encontrado en la guerra un doble potencial. Por un lado, es un excitante marco narrativo, pues genera un espacio donde las pasiones humanas se desatan, posibilitando excesos de todo tipo. Por el otro, es la causante de muchos de los traumas que se destilan o reflejan, en mayor o menor medida, a través de la creación. El cine, lejos de estar apartado de dicho influjo, se ha bañado constantemente en tales aguas.
El cine ha sido un vehículo propicio para mostrar los rincones más oscuros de la historia y, por ende, del ser humano. De hecho, la fascinación por el mal es algo que ha quedado prendido de las narraciones de los grandes escritores, pintores y cineastas.
El cine es uno de los artes que más nos acerca a las pulsiones atávicas, pero no lo hace con la mera representación de lo intangible (eso ya había ocurrido con la escultura, la pintura y finalmente la fotografía). El celuloide tiene la aspiración de capturar furtiva e incongruentemente el movimiento y, con él, retazos del alma humana y fragmentos de su historia. Lo cierto es que, aunque fracasa en el proceso, el estruendoso y sublime resultado ciega con el resplandor de la cola de un cometa.
Salvajes, bárbaros y alteridades no son otra cosa que diversas caras de una misma moneda. El cine del oeste y el de terror conllevan, en algunas ocasiones, una profunda reflexión al respecto.
En esta ocasión abordamos La Jetée, cortometraje de culto dirigido por Chris Marker en 1962. Sus singulares hechuras tienen mucha más relación con el contexto histórico de las que cabría imaginar. La ciencia ficción es una excusa para hablar del peligro nuclear y de las búsquedas del ser humano.
Analizamos ‘La Kermesse Heroica’, Jacques Feyder (1935). Se trata de un juego de realidades o de cómo una república de mujeres es capaz de gobernar con mayor acierto que los hombres. Y, todo ello, ambientado nada menos que en plena rebelión de los Países Bajos contra la Monarquía Hispánica.
Estrenamos sección de cine con la pluma de Juan Laborda Barceló. En esta primera edición, publicada en el número 17, nos introduce la perspectiva desde la que aborda este espacio.
Isabel Barceló es una experta en el mundo clásico, así como especialista en los estudios de género de diversos períodos de la historia. En 2018 se publicó su ensayo novelado ‘Mujeres de Roma. Heroísmo, intrigas y pasiones’. Es un estudio trufado de figuras femeninas tan señeras como olvidadas y de su relación concreta con la ciudad de Roma.