Con su excéntrico investigador y su infatigable compañero, Doyle ha pasado sin ninguna duda a la historia de la literatura, pero lo cierto es que su propia vida se pierde en el océano de la fama de su creación; es interesante descubrir que, además de un escritor de gran prestigio, Conan Doyle fue también un hombre de su tiempo.
La primera mitad del siglo XX fue difícil para Europa y la Inglaterra victoriana y eduardiana no fue una excepción. Las guerras coloniales de finales del siglo XIX y, sobre todo, la Primera Guerra Mundial segaron una cantidad ingente de vidas y se llevaron a muchísimos hombres jóvenes a la otra vida, por lo que, a pesar de los avances científicos que se estaban produciendo (o quizás en cierto modo como reacción a ellos), muchos británicos volcaron su atención en el espiritismo y en lo sobrenatural. Las sesiones de tarot, las séances para contactar con los muertos y las ouijas causaron furor durante estos años, en los que muchos avezados hombres de negocios vieron un filón para hacer dinero a espuertas a través del dolor de los que habían perdido seres queridos en las guerras.
Conan Doyle siempre mostró interés por lo místico y lo paranormal, a pesar de ser un hombre de ciencia; estudió medicina en la Universidad de Edimburgo y trabajó de ello durante varios años antes de dedicarse a la escritura. Ya antes de la Primera Guerra Mundial había asistido a numerosas séances e investigado hechos de apariencia sobrenatural; por ejemplo, estaba convencido de que los prestidigitadores daneses Julius y Agnes Zancig eran telépatas de verdad, y en 1889 fundó la Sociedad de Hampshire para la Investigación Psíquica. Tras la muerte de uno de sus hijos, que había sido herido de gravedad en el Somme, su participación en eventos espiritistas y su posición abiertamente pública a favor de ellos se intensificó. Esta obsesión lo llevó a enemistarse con Harry Houdini, el famoso mago, que siempre aseguró que sus trucos no eran más que eso, trucos, logrados a través de habilidad y subterfugios, pero Doyle estaba convencido de que Houdini tenía poderes sobrenaturales y durante años trató de que este le confesara la verdad.

Quizás el incidente más famoso sobre la ceguera y la fijación de Doyle con todo lo místico y lo paranormal fue el llamado incidente de las hadas de Cottingley. Dos niñas, de diez y dieciséis años, se tomaron varias fotografías con lo que parecían ser hadas que jugaban y danzaban con ellas. En aquel momento hubo una enorme polémica por aquellas imágenes, y Conan Doyle fue uno de los principales defensores de su autenticidad. Años después, como era de esperar, las dos jóvenes reconocieron que las fotos eran falsas, pero Doyle jamás dio su brazo a torcer.
Llama la atención esta faceta de la vida del autor de Sherlock Holmes, un personaje tan analítico y calculador que a veces parece carente de emociones humanas, porque pocas cosas hay tan humanas como la irracionalidad.