A menudo se ha criticado a los aztecas (y a otros pueblos mesoamericanos) por estas prácticas tan barbáricas, pero lo cierto es que el sacrificio humano fue algo mucho más común de lo que creemos en la Antigüedad europea y en el resto del planeta.
Mucho antes de llegar a Troya para recuperar a la huida Helena, el rey micénico Agamenón selló su destino al sacrificar a su hija Ifigenia en un acantilado de Braurón (cerca de Atenas); él y su ejército habían ofendido a Ártemis, diosa titular de Braurón, al asesinar a uno de sus ciervos en una partida de caza, y la diosa los había dejado sin viento para zarpar a Troya. Así pues, la única solución estaba en el sacrificio de la hija de Agamenón. Aunque ciertas versiones de la tragedia aseguran que, en el último momento, Ártemis salvó a Ifigenia, llevándose consigo y convirtiéndola en parte de su cortejo, en otras la pobre muchacha muere a manos de su padre, que a su vez dará pie al asesinato de este a manos de su esposa, Clitemnestra, cerrando así el círculo trágico. Aunque el sacrificio de Ifigenia pertenezca al reino de la mitología y la literatura, es posible que apunte a ciertas prácticas rituales de la época micénica, entre los siglos XV y X a.C.

En la Creta minoica también se encontraron restos de prácticas sacrificiales con humanos: Anemospilia, una cueva ligeramente al sur de la moderna Heraclio, fue un santuario en uso entre los años 2000-1700 a.C., cuyo techo se debió desplomar durante uno de los terremotos que, en época antigua, azotaron la isla, atrapando dentro a dos personas que estaban realizando un sacrificio humano. Los arqueólogos encontraron un esqueleto humano sobre un altar, atado de pies y manos, con la hoja de una cuchillo clavada en el pecho.
Los fenicios son otro pueblo con bastante mala fama en lo que respecta a sacrificios humanos, ya que, en su caso, eran sacrificios infantiles. El término tophet se emplea en la Biblia como un lugar próximo a Jerusalén, en el valle del Gehenna, donde se practicaban rituales en honor al dios Moloch que incluían el sacrificio de niños y bebés (aunque interpretaciones posteriores no han concluido si Moloch era el nombre del dios o del ritual). En arqueología, se ha venido a llamar tophet a los enormes cementerios infantiles fenicios – aunque no está claro con qué intención se realizarían estos sacrificios, lo que sí sabemos sin duda es que ocurrían.
Volviendo a los aztecas, el dios al que se le realizaban los sacrificios humanos era Huitzilopotchli, dios del sol y principal deidad de los aztecas. Las víctimas sacrificiales en esta cultura solían ser guerreros capturados en sus expediciones bélicas, que eran tratados como reyes y futuras encarnaciones del dios en los días previos a su sacrificio, y luego se los llevaba al Templo Mayor, donde se les arrancaba el corazón mientras aún vivían. Aunque fuera una muerte enormemente violenta, el guerrero alcanzaba en la muerte el mayor estatus al que cualquier azteca podía aspirar.

El sacrificio humano es una práctica que, por fortuna, ya no existe en el mundo moderno, pero es un punto en común que tienen muchas culturas antiguas a lo largo y ancho del globo, y más que ser desestimado como algo propio de bárbaros, es interesante preguntarse la intención que había tras él y su interpretación cultural.