Y es que este, además de un héroe nacional británico, fue uno de los exploradores y naturalistas más famosos del siglo XIX, cuyas buenas intenciones acabaron, por desgracia, siendo aprovechadas de la peor forma posible.
David Livingstone nació en 1913 en Escocia, en el seno de una familia humilde, y su formación se centró en la religión, con la idea de convertirse en misionero y viajar por el mundo predicando el cristianismo. Sin embargo, Livingstone combinó esta idea con la abolición de la esclavitud, puesto que estaba convencido de que la expansión del cristianismo y el acceso de los países africanos al comercio internacional podría detener la trata de esclavos. En 1841, Livingstone llegó a Ciudad de Cabo y pasó los siguientes años pacientemente tratando de convertir a los nativos a su religión, pero con muy poco éxito – Livingstone no creía en la coerción y se dice que solo logró convertir a un hombre, Sechele I Motswasele, gobernante del pueblo kwêna en Botswana. Aun así, Livingstone no cejó en su empeño.
Convencido de que el comercio sería clave en la apertura de África y de que, si quería convertir a los nativos, debía llegar a ellos antes que sus compañeros europeos, de métodos mucho más agresivos, Livingstone inició diversas expediciones por el continente, siguiendo los ríos que atraviesan el territorio, y se convirtió en el primer europeo en ver las cataratas Victoria y en cruzar el sur de África de extremo a extremo; también trató de encontrar la fuente del río Nilo, pero un ataque de esclavistas árabes y unas repentinas y violentas fiebres lo obligaron a abandonar el viaje. En 1866, Livingstone fue llevado hasta el lago Tanganica para recuperarse, y durante seis años no se volvió a saber nada de él.

Comprensiblemente alarmado por esta desaparición, el Gobierno británico envió a buscarlo a Henry Morton Stanley, periodista y explorador del África Central (cuya reputación sufrió en épocas posteriores al vincularse con el rey Leopoldo II de Bélgica y las atrocidades cometidas en el Congo belga). Stanley encontró a Livingstone en Ujiji, actual Tanzania, bastante recuperado de su enfermedad, y lo saludó con la ya célebre frase «¿El doctor Livingstone, supongo?». Sin embargo, este no quiso regresar con él a Inglaterra y continuó viajando por África hasta morir de malaria y disentería en 1873 en el lago Bangewulu, en Zambia. Su cuerpo fue enterrado en la abadía de Westminster, en Londres, pero su corazón, según se cuenta, fue escondido bajo un árbol en Zambia, porque su alma siempre estaría con África.

Las intenciones de Livingstone siempre fueron buenas, pero su exploración de África abrió las puertas al colonialismo más salvaje, que fagocitaría el continente en el siglo XIX y que cometería verdaderas barbaridades con las que Livingstone probablemente no estaría de acuerdo. Aun así, fue un pionero en su época y una de las figuras más importantes de la Gran Bretaña victoriana.
Excelente artículo, pero debo señalar un error que deben subsanar a fín de evitar confusión.
La fecha de nacimiento del Dr. Livingstone no es 1913…