Oradores: del papiro a la palestra

Si hay algo que les gustaba a los griegos y a los romanos, era hablar. No en vano, los primeros inventaron la democracia y la discusión de asuntos públicos en la asamblea, subidos a una palestra, donde todos pudieran oírlos; los romanos perfeccionaron el arte del discurso.

Y es que, para los antiguos, saber hablar bien era sin duda un arte. La oratoria y la retórica se enseñaban y eran consideradas tan importantes como otras ciencias o como el cultivo de la forma física, y a menudo los grandes oradores eran también abogados y políticos, pero muchos de ellos no acabaron bien.

Uno de los primeros oradores, pero no político, fue Sócrates, el célebre filósofo ateniense, que creó el llamado método socrático, un método dialéctico que se emplea para obligar al interlocutor a hacerse preguntas y a indagar sobre la naturaleza de las cosas, respondiendo a sus preguntas con más preguntas. No es sorprendente que los dos discípulos más relevantes de Sócrates, Platón y Aristóteles, instruyeran a los grandes políticos de la Grecia clásica, en el caso del primero, y al mismísimo Alejandro Magno, en el caso del segundo. Sin embargo, Sócrates, el filósofo que supuso un punto de inflexión en el pensamiento occidental, fue condenado por la ciudad de Atenas a suicidarse al ser considerado demasiado perturbador para los jóvenes y la tradición.

La muerte de Sócrates, de Jacques-Louis David (1787). Fuente: Wikimedia Commons.

Tampoco acabó bien Demóstenes, el principal orador del final de la Grecia clásica y oponente abiertamente hostil de los reyes macedonios. El avance de la monarquía del norte frente a las polis griegas era algo que preocupaba enormemente en Atenas, puesto que veían peligrar su libertad (y con razón, como más tarde demostró Filipo). Demóstenes, un orador, político y abogado ateniense, que había logrado dominar el arte de la retórica gracias a su trabajo incansable, se erigió como defensor de la libertad del mundo griego frente a la tiranía de los macedonios. Según las fuentes, Demóstenes dio sus primeros pasos en el mundo de la oratoria cuando llevó a juicio a sus tutores legales, que habían dilapidado la fortuna que sus padres le habían dejado, y logró superar el tartamudeo que apenas lo dejaba hablar llenándose la boca de piedras y no sacándoselas hasta que no fuera capaz de enunciar con claridad. De esa forma nació el mejor orador del siglo IV, autor de las Filípicas contra Filipo II, que se vio obligado a suicidarse después de la muerte de Alejandro, cuando Atenas perdió definitivamente la libertad que le quedaba y los macedonios decidieron acallar la voz de la disensión que era Demóstenes.

Busto de mármol de Demóstenes. Fuente: Wikimedia Commons.

Es necesario mencionar, aunque sea brevemente, a Cicerón, indiscutiblemente el orador más famoso de la historia de Roma. Discípulo espiritual de Demóstenes, tomó prestado el título de sus Filípicas para atacar a Marco Antonio tras la muerte de Julio César, ganándose la ejecución durante el Segundo Triunvirato, pero Cicerón también cambió el panorama literario y retórico de Roma. Con un latín que todavía da quebraderos de cabeza a sus estudiantes, Cicerón es uno de los grandes literatos romanos, y junto con Sócrates, Demóstenes y muchos más, demuestra la importancia que el mundo antiguo le dio al lenguaje y al pensamiento articulado, algo de lo que sin duda hoy podríamos aprender.

Busto de mármol de Marco Tulio Cicerón. Fuente: Wikimedia Commons.
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