Momias: de los egipcios a los chinchorros

La vida después de la muerte siempre nos ha fascinado y aterrorizado a partes iguales: queremos llegar a ese Más Allá prometido intactos, sin la descomposición que devora a los cadáveres una vez se les escapa la vida; de ahí, quizá, que la momificación se haya convertido en un punto en común de numerosísimas culturas por todo el planeta.

Olvidémonos de la maldición de Tutankamón y de Boris Karloff envuelto en vendas por un segundo y descubramos el mundo de las momias que hay más allá de Egipto.

Las momias egipcias son, sin duda, las más conocidas, y hasta se podría decir que los egipcios fueron los que perfeccionaron la técnica de la momificación, puesto que necesitaban que el cuerpo se mantuviera reconocible para que el espíritu del difunto pudiera regresar a él al acabar la noche y terminar el viaje por la bóveda celeste. Sin embargo, nuestra tendencia a ensalzar la momificación egipcia se debe a que es una cultura extremadamente bien conocida y documentada, por lo que es fácil pensar que fueron los únicos o los mejores en momificar a sus muertos, pero esto no es cierto. De hecho, las momias artificiales más antiguas que se conocen son las momias chinchorro (Chile), datadas del séptimo milenio a. C.

Hay numerosos ejemplos de otras culturas que, para honrar a sus difuntos, trataron de preservarlos de la descomposición, como por ejemplo la china. Xin Zhui, también conocida como la marquesa Dai, fue una noble de la dinastía Han que vivió en el siglo I a. C. y cuya tumba fue uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes del siglo XX, con el cuerpo preservado en un estado de conservación excelente: su cabello, órganos internos e incluso músculos estaban en perfecto estado. El cristianismo también ha dado unas momias preservadas de forma extraordinaria, aunque, en este caso, con un fuerte componente religioso: se trata de los cadáveres incorruptibles de los santos, que, según la doctrina, no se descomponen gracias a la intervención divina. Es el caso de Sor María de Jesús, cuya momia se conserva en Tenerife, y de muchas reliquias. Otro caso es el de las catacumbas, como las Catacumbas de los Capuchinos de Palermo, en el que los cuerpos de los frailes muertos se conservaban gracias al clima y se momificaban como signo de estatus.

Momia de Xin Zhui, hallada en 1971 en la provincia de Hunan. Fuente: Wikimedia Commons. 

La momificación más común, sin embargo, es natural, gracias al clima, especialmente si es seco y conserva los tejidos, o si algún accidente ha ayudado a preservar el cuerpo. Las momias guanche, de Canarias o las incaicas son ejemplos del primer caso; los hombres de sal iraníes, conservados en el derrumbe de una mina de sal hace mil setecientos años, o los hombres del pantano, hallados en Dinamarca, que fueron sacrificados y sumergidos en turberas hace diez mil años, son ejemplos de lo segundo. Cabe destacar la práctica japonesa del sokushinbutsu, según la cual los monjes budistas que alcanzan la iluminación se momifican en vida y sus restos son venerados. 

Rostro de uno de los hombres del pantano, llamado Hombre de Tollund. Esta momia se ha datado en torno al siglo III a. C. Fuente: Wikimedia Commons.
Momia incaica hallada en Argentina. Fuente: Wikimedia Commons. 
Momia de un monje budista japonés que se momificó en vida. Fuente: Antropohistoria.

No hay duda de que la conservación del cuerpo para poder acceder a la próxima vida es un rasgo común de muchas culturas, y gracias a esta fascinante práctica, que no es solo egipcia, podemos conocer muchísimos detalles de las gentes que vivieron milenios antes que nosotros. 

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