Pero estaríamos muy equivocados. De hecho, ajustado a las divisas actuales, el rey más rico de toda la historia fue Mansa Musa, emperador de Malí en el siglo XII. Sorprendente, ¿verdad?
En realidad, Mansa Musa no se llamaba así. Mansa era el título del emperador de Malí, y se podría traducir como «rey de reyes». El Imperio de Malí, también conocido como Manden Kurufaba, fue un imperio africano que se desarrolló entre 1235 y 1645 a lo largo del río Níger, en el oeste del continente africano (contaba con los actuales países de Guinea, Senegal, Mauritania, Gambia y Mali). Musa I, o Mansa Musa, fue el noveno mansa del Imperio de Malí, y fue su soberano más exitoso. Se encargó de aumentar el territorio de su imperio, añadiendo las ciudades de Gao o Tombuktú a Malí, y consolidó su relación con otras potencias musulmanas de la época, como el sultanato mameluco de Egipto o el marinida de Argelia y Túnez. Tampoco descuidó la cultura, pues fue un gran patrocinador de proyectos constructivos en Timbuktú y trató de convertir su capital en un centro islámico de referencia.

No cabe duda de que Mansa Musa era un devoto musulmán. Como tal, no podía no realizar el hajj, la peregrinación anual a La Meca (que, según la doctrina islámica, debe realizarse al menos una vez en la vida), y Musa lo hizo con toda la pompa y el esplendor que pudo. Casi 4500 km lo separaban de su destino, y tardó un año en hacer la peregrinación (1324-25), pero no fue un año de penurias. Lo acompañaron 60 000 hombres, todos vestidos con sedas persas, así como 12 000 esclavos y 80 camellos, además de la friolera de 32 000 kg de oro. Con este oro pagó todas sus necesidades y las de sus acompañantes durante el viaje y colmó de regalos a las ciudades por las que pasó hasta llegar a La Meca (incluso se dice que construyó una mezquita cada viernes del viaje).
Esto, además de hinchar de golpe la reputación y la fama de Musa, tuvo un contratiempo inesperado: tal fue la cantidad de oro que entró de golpe a los mercados de Egipto que el metal perdió casi todo su valor y provocó una inflación que supuso un retroceso de casi diez años en la economía egipcia. Aunque Musa se dio cuenta de su error y a su vuelta trató de tomar en préstamo todo el oro que pudo para sacarlo del mercado, el daño estaba hecho. El mundo entero recordará a Mansa Musa, pero es bastante seguro asumir que los mercaderes egipcios lo harían por una razón bastante distinta.
Tras la muerte de Musa, su imperio pasaría a manos de sus hijos, mucho menos exitosos que él, aunque no es fácil seguir la estela de alguien tan fuera de serie como Musa. Su nombre fue desde entonces asociado a la peregrinación a La Meca y a la riqueza económica más exuberante, y es que no es para menos. Mansa Musa fue y es la única persona en la historia del Mediterráneo que, durante un tiempo, tuvo el mercado y la economía totalmente en sus manos.
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