Y esto es porque el 27 de abril de 1909 Margery Humes se encadenó a la estatua al grito de «¡Votaremos y no hay nada que podáis hacer para detenernos!». Margery, como tantas otras en aquel momento, era una suffragette.
Contrariamente a lo que pueda parecer, las sufragistas y las suffragettes no eran exactamente lo mismo. Aunque ambas tenían un objetivo común, lograr el tan ansiado voto para las mujeres, las suffragettes eran más radicales y estaban dispuestas incluso a infringir la ley y a cometer ilegalidades si era necesario. Aunque el término suffragette fue acuñado por el Daily Mail en 1906 como forma despectiva de referirse a las sufragistas, estas pronto comenzaron a usarlo de forma orgullosa para definirse.
Dentro del movimiento sufragista británico, destacó en 1903 la fundación de la Unión Social y Política de las Mujeres (WSPU) a manos de Emmeline Pankhurst, una de las feministas más destacadas de la llamada primera ola, que propugnó la acción directa y la rebeldía ante la autoridad bajo el lema de «Hechos, no palabras» (Deeds, not words) ante las repetidas promesas del Gobierno de que la cuestión del voto femenino se consideraría, sin llegar nunca a ninguna solución real. Las manifestaciones eran continuas y muchas mujeres pasaron noches en el calabozo por desacato a la autoridad, como Margery Humes, llegando incluso a dañar la propiedad pública de forma violenta. También hubo algunas que hicieron huelgas de hambre y fueron obligadas a comer en la cárcel. Pero el Gobierno continuaba negándose a considerar el sufragio femenino.
Uno de los momentos más impactantes del movimiento suffragette, que lo hizo saltar a titulares internacionales y obligó al Gobierno a reconsiderar su posición, ocurrió el 8 de junio de 1913, en el Derby de Epsom, cuando Emily Davison, una suffragette declarada, se tiró a la pista vistiendo los colores de las sufragistas y murió aplastada por el caballo del rey Jorge V. Su muerte conmocionó a toda Inglaterra y a su funeral acudieron cincuenta mil personas.
El estallido de la Primera Guerra Mundial obligó a frenar el desarrollo del movimiento sufragista, pero, al marchar los hombres al frente, el papel de la mujer cobró tal importancia que acabó siendo imposible negarle el derecho al voto, y en 1918 se accedió al sufragio femenino de mujeres mayores de 30 años que cumplieran ciertas condiciones; no fue hasta 1928 que todas las mujeres mayores de 21 años tuvieron derecho a votar. Y, aunque parezca una historia del pasado, no está tan lejos de nosotros, apenas cien años. El sufragio femenino sigue siendo un tema candente en muchos países del mundo, y hay que agradecer a mujeres como las suffragettes que abrieran el camino hasta la sociedad en la que hoy tenemos la suerte de vivir.
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