La revolución abasida: el comienzo de al-Ándalus

Quienes hayan visitado la Alhambra de Granada sin duda recuerdan la Sala de los Abencerrajes: es una de las zonas más morbosas de todo el fastuoso palacio, puesto que la leyenda cuenta que allí fueron degollados todos los miembros de la familia de los Abencerrajes, cuya sangre todavía se puede ver, manchando el suelo de la sala.

Por supuesto, esto no es más que una leyenda urbana, ya que la supuesta sangre no es más que una mancha de óxido, pero muestra el tipo de historias llenas de misterio y violencia que asociamos con el reino de al-Ándalus. El propio al-Ándalus surgió de un episodio de violencia muy similar: la revolución abasida.

La Alhambra de Granada, uno de los ejemplos más representativos de la arquitectura de al-Ándalus. Fuente: GetYourGuide. 

La revolución abasida supuso el derrocamiento del califato omeya (661-750) y su sustitución por el califato abasida (750-1258), cambiando totalmente el equilibrio de poder en Oriente Próximo. El califato omeya, instaurado por la familia del mismo nombre, fue uno de los regímenes políticos más extensos de su época, expandiéndose desde el noroeste de África hasta la India – lo cual fue en sí mismo un problema, puesto que los Omeyas eran una familia árabe y musulmana que gobernaba sobre numerosos territorios que no eran ni árabes ni musulmanes, lo que acabó causando inevitables fricciones. 

La familia abasida, que se decía descendiente de Abbás, un pariente del profeta Mahoma, encabezaron una rebelión contra el poder omeya en la que prácticamente todos los territorios del califato estuvieron de acuerdo en levantarse contra la autoridad: los musulmanes chiítas, los musulmanes sunitas no árabes y los que no eran ni musulmanes ni árabes. Los abasidas prometieron un Estado multi-étnico y más respetuoso con las idiosincrasias propias de cada territorio, y cumplieron su palabra una vez accedieron al poder – los Omeya, además, tenían una merecida reputación de extravagantes y derrochadores que no les ayudó a ganarse simpatías.

Entrada sur de la espectacular mezquita omeya de Damasco (foto tomada en 2013). Fuente: Wikimedia Commons. 

Tras la derrota de Marwan II, el último califa omeya, en la batalla del Gran Zab el 25 de enero del 750, el nuevo califa abasida, Abúl Abbás as-Saffah, invitó al resto de la familia omeya a un banquete en la ciudad palestina de Abú Futrús, donde los masacró a todos – salvo a uno, Abderramán. Este logró escapar a duras penas y huyó de la persecución abasida hasta el norte de África y, de ahí, a la península ibérica. Con una aguda mente política, Abderramán no tardó en sustituir a Yusuf, el débil emir de Granada, y en el año 756 fundó el emirato de Córdoba, el comienzo de la expansión de lo que sería al-Ándalus. La dinastía abasida trasladó la capital del califato de Damasco a Bagdad y gobernó, con altibajos, de forma próspera hasta la irrupción de los mongoles; en 1258 el nieto de Genghis Khan conquistó el califato. Aun así, la revolución abasida es considerada una de las mejor organizadas y de las más exitosas de la historia, y el califato que la siguió llevo al mundo musulmán a uno de sus mayores períodos de esplendor.

As-Saffah, el nuevo califa abasida, recibe juramentos de lealtad. Pintura Mohammed Bal’ami (siglo XIV). Fuente: Wikimedia Commons. 
Estatua de Abderramán I en la localidad granadina de Almuñécar. Fuente: Wikimedia Commons. 
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