Lo que a priori iba a ser una escaramuza sin importancia para ganar terreno para los colonos australianos se convirtió en poco menos que una guerra cuando los emús, una especie de pájaro autóctona de Australia, se erigieron como un enemigo formidable ante los esfuerzos del Gobierno.
Pensemos en un avestruz, pero ligeramente más pequeña. Eso es un emú, el segundo pájaro no-volador más grande del planeta, endémico de Australia (tras su extinción en otras islas de Oceanía al ser colonizadas por los europeos en el siglo XVIII), y que a principios de siglo XX se convirtió en la némesis del Gobierno australiano. Tras el final de la Primera Guerra Mundial, miles de veteranos australianos que habían combatido en el ejército de la Commonwealth regresaron a sus casas, pero se encontraron con que no había trabajo para ellos y que las habilidades que habían adquirido durante la guerra, así como sus secuelas físicas y psicológicas, no les ayudarían a reintegrarse en la sociedad de posguerra. Enfrentado a este enorme problema, el Gobierno australiano resolvió entregarles tierras en zonas todavía no colonizadas de la isla y que cultivaran trigo, pudiendo llevar así una existencia sosegada y subsistiendo como granjeros a la vez que ayudaban al Estado. Pero había un problema.
Las nuevas áreas colonizadas, con verdes cultivos y nuevas fuentes de agua, resultaron ser un hábitat enormemente atractivo para los emús australianos, que migraban de un lado a otro y arrasaban allí donde pasaban. Eran, al fin y al cabo, pájaros que podían llegar a medir dos metros de altura y a correr a 50 km/h, por lo que los daños que hacían a los cultivos eran tremendos y, además, al romper las vallas y otros elementos de contención, dejaban entrar a todavía más plagas, como los conejos. Esto se unió a una caída vertiginosa de los precios del trigo y la negativa de los colonos a seguir cultivándolo a menos que el Gobierno cumpliera sus promesas sobre los subsidios. La crisis estaba servida.
Para enfrentarse a los casi 20 000 emús que pululaban por las llanuras australianas, en 1932 el general de artillería G. P. W. Meredith y dos soldados, McMurray y O’Halloran, se armaron con dos ametralladoras Lewis y 10 000 cartuchos y se pusieron manos a la obra. Tras un mes y dos intentos de expedición contra los emús (¡y una película!), apenas se consiguió matar a 1000 pájaros: Mallory aseguró, entre otras cosas, que los emús eran muy inteligentes y lograban esquivar las balas, y que, además, tenían un plumaje y una piel tan duras que las balas rebotaban. El Gobierno australiano, cansado de la mala prensa que esto le estaba dando, ordenó que los militares se replegaran y que los granjeros se las apañaran como pudieran.
A día de hoy, la población de emús de Australia es incluso mayor que en el momento de la colonización europea, alcanzando números en torno a los 650 000 ejemplares, algo nada desdeñable teniendo en cuenta el poco respeto que tienen por la autoridad humana. Fueron posiblemente los oponentes más feroces e inesperados a los que Australia ha tenido que enfrentarse nunca e, invictos, todavía campan a sus anchas por la isla más grande del planeta.