Los personajes (y figuras históricas) acaban de descubrir un desliz que destruirá la carrera política de uno de los hombres clave en la creación de Estados Unidos: Alexander Hamilton. Y este desliz no fue un escándalo político o económico: fue un lío de faldas.
Alexander Hamilton, un inmigrante originario de Charlestown, en las Antillas caribeñas, fue una de las figuras más prominentes de la Revolución americana y de la independencia de las Trece Colonias de sus amos británicos; junto con John Adams, Benjamin Franklin, John Jay, Thomas Jefferson, James Madison y George Washington, se lo considera uno de los padres fundadores de Estados Unidos. Fue, de hecho, el primer secretario del Tesoro, además de mano derecha de George Washington, y tenía altas aspiraciones políticas, con un ojo puesto en el sillón presidencial. También era abogado y fue uno de los autores de la Constitución: firmó, junto a Madison y Jay, los Papeles federalistas, una de las fuentes más importantes para la interpretación de la Constitución americana. Aunque, una vez Washington decidió no volver a presentarse a la presidencia, la influencia de Hamilton menguó (y su enemistad con otros políticos contemporáneos, como Thomas Jefferson, no ayudó), seguía siendo una persona importante con una carrera fulgurante. Hasta que lo echó todo a perder.
Hamilton se había casado en 1780 con Elizabeth Schuyler, la hija de un potentado de origen holandés, y había aprovechado la fortuna de su mujer para ayudarse a escalar socialmente. Con Eliza llegó a tener la friolera de ocho hijos; eran, a todas luces, un matrimonio perfecto y la familia americana ideal. Sin embargo, en 1791 Hamilton conoció a Maria Reynolds, una mujer que acudió a él para pedirle ayuda para escapar de su marido maltratador y con la que pronto comenzó una relación extramatrimonial, aprovechando los momentos en los que Eliza viajaba a Filadelfia a visitar a su padre. Hamilton pronto descubrió que las intenciones de Maria no eran sinceras ni casuales, sino que la joven había tramado todo un plan con su marido, James Reynolds, para chantajear al político y sacarle todo el dinero que pudieran a cambio de su silencio. Hamilton, sin otra opción, transigió.
Pero la verdad no tardó en salir a la luz. Cuando Reynolds y su asociado Jacob Clingman, otro granuja, fueron arrestados por especulación, revelaron a varios congresistas el secreto de Hamilton, y este, para salvar su reputación, publicó el llamado Panfleto Reynolds, explicando que el chantaje que había sufrido se debía a un adulterio, parte de su vida privada, y no a malversaciones del Tesoro público. Aunque se libró de ser arrestado, su reputación se hizo añicos y abrió una brecha con su esposa Eliza que tardó años en repararse.

Visto desde un prisma moderno, choca que un escándalo sexual de, aparentemente, tan poco calibre, pudiera arruinar la vida política de uno de los padres fundadores – Hamilton fue asesinado en un duelo en 1804, pero, gracias al musical de Lin-Manuel Miranda, su memoria sigue muy viva.
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