En concreto, entre 1836 y 1839, el oeste del continente fue testigo de una sangrienta guerra entre lo que hoy conocemos como los Estados de Perú, Chile y Bolivia, pero que entonces eran la Confederación Perú-Boliviana y el Gobierno de Chile. La relación entre las dos potencias no era buena y las inevitables tensiones políticas y económicas por la hegemonía del oeste de Sudamérica fueron el detonante de que, en 1836, Chile decidiera declarar la guerra para disolver la Confederación.
Candelaria Pérez nació en Santiago de Chile en 1810 en el seno de una familia sumida en la pobreza: no tuvo medios económicos para estudiar y desde muy joven tuvo que trabajar para mantenerse. Sin embargo, sus esfuerzos dieron fruto y pronto pudo independizarse para establecer una fonda en Callao, ciudad portuaria de Perú, que le permitió entrar en contactos con revolucionarios chilenos. Cuando comenzó el conflicto entre Chile y la Confederación, Candelaria se convirtió en informante de la Armada chilena, lo que le valió una estancia en prisión, pero, al salir, logró ser aceptada en el ejército de Chile en calidad de enfermera en el 7.º Regimiento de Línea «Esmeralda». Pero ser enfermera se quedaba corto para las ambiciones revolucionarias de Candelaria.
En cuanto tuvo ocasión, Candelaria se lanzó al campo de batalla. Sirvió de mensajera entre el comandante Roberto Simpson y el general Manuel Bulnes, héroe de la guerra y futuro presidente de Chile; también luchó en primera fila en el sitio del Callao (1838) y en la batalla de Yungay (1839), que puso fin a la guerra y disolvió la Confederación Perú-Boliviana. Candelaria fue recibida como una heroína: se la ascendió al grado de subteniente, se le rindió homenaje en el Congreso e incluso se compuso una obra de teatro en la que ella era un personaje principal: La Acción de Yungay, de Manuel Salgado Concha. Pero los años posteriores a la guerra no fueron fáciles para ella: una vez acabado el conflicto y consolidado el Gobierno de Chile, Candelaria cayó en el olvido, sin dinero que la mantuviera salvo por una exigua pensión militar y con severos dolores en diversas partes de su cuerpo, posiblemente como consecuencia de su tiempo en el frente.
Candelaria Pérez, ‘la Sargento’, murió el 28 de marzo de 1870 y solo cinco personas acudieron a su entierro. Hoy, sin embargo, sigue siendo un símbolo nacional chileno de valentía, arrojo y sacrificio por la patria.