El triunfo de Felipe V en la guerra supuso para la Corona de Aragón la pérdida de sus fueros e instituciones: Cortes, Diputación de Aragón y Generalitat en Valencia y Cataluña, tras la promulgación de los Decretos de Nueva Planta que se fueron estableciendo progresivamente en los diferentes territorios: en Valencia en 1707, Aragón en 1707 y 1711, Mallorca en 1715 y finalmente en Cataluña en 1716. Las Nuevas Plantas representaban un castigo de la nueva dinastía contra los territorios que habían combatido mayoritariamente en el bando contrario. No se puede considerar que fuera solo la manera de trasladar a nuestro país una forma centralizada de gobierno que los Borbones aplicaban ya en Francia, puesto que otros territorios forales, como las provincias vascongadas y Navarra, pudieron preservar sus fueros e instituciones propias, al haberse alineado con el bando vencedor.
Antecedentes
Hay una coincidencia generalizada entre los historiadores en señalar el carácter enfermizo, tanto físico, como psíquico, del rey Carlos II (1665-1700). Sin embargo, no todos consideran que fuera un incapaz. Al poco de asumir su reinado, y percibiendo ese carácter enfermizo, las grandes potencias europeas, Francia y el Sacro Imperio, establecieron en Viena (1668) un primer pacto secreto de reparto del imperio de la monarquía hispánica, cuando Carlos II contaba apenas con 6 años. En 1698, confirmada su incapacidad para tener descendencia, Francia, Provincias Unidas —Holanda en la actualidad— e Inglaterra, suscribieron un nuevo pacto, en este caso al margen del Emperador del Sacro Imperio, que fracasó por la muerte prematura del candidato propuesto, José Fernando de Baviera. Parece que la oposición de Carlos II a la división del imperio de la monarquía hispánica fue fundamental para que en su testamento legara la corona al nieto de Luis XIV, Felipe de Anjou (además bisnieto del monarca hispánico Felipe IV), considerando que, al ser Francia la principal potencia europea en ese momento, podía garantizar la unidad territorial de la monarquía, pero planteó una importante condición: que el aspirante francés renunciara a sus derechos de sucesión al trono de Francia. Esta iniciativa del rey Carlos II demostraría, a los ojos de algunos historiadores, que no sólo no era un incapaz, sino que mantuvo una visión estratégica de defensa de la unidad territorial de la monarquía hispánica hasta su muerte en 1700. Sin descartar, por supuesto, que las presiones de sus consejeros más cercanos y las de las grandes potencias de la época, pudieran también influir en su decisión final.
La Guerra de Sucesión Española
La muerte de Carlos II en el cambio de siglo (noviembre de 1700) supondrá el final de la dinastía Habsburgo (o casa de Austria) al frente de la monarquía hispánica. En diferentes momentos — como se ha señalado más arriba—, las potencias europeas se dispusieron al reparto de su herencia, que incluía importantes territorios europeos además de un inmenso territorio ultramarino. Pero cuando se conoció su testamento en el que designaba a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, como heredero, el emperador Leopoldo I se sintió traicionado y no lo aceptó, rompió relaciones con Francia y formó una coalición en 1701, la Gran Alianza de la Haya, con Inglaterra y las Provincias Unidas, recelosas de la hegemonía borbónica franco-española en el continente, a la que se unieron Prusia, Portugal y Saboya, que declaró la guerra a Francia y dio el apoyo al segundo hijo del Emperador, el archiduque Carlos, para la sucesión al frente de la monarquía hispánica.
Estallaba así la Guerra de Sucesión Española, que fue un conflicto internacional en el que se luchaba por la hegemonía continental en Europa y, al mismo tiempo, una guerra civil en la Península, entre la Corona de Aragón, que mayoritariamente apoyaba al archiduque Carlos (y en la que en algunos territorios, como Valencia, se produjo simultáneamente una rebelión antiseñorial), y Castilla, donde tuvo más apoyo Felipe. Los partidarios de éste, conocidos como felipistas o borbónicos, también apodados botiflers, defendían una monarquía centralizada al estilo francés. Los partidarios de Carlos, llamados austracistas y también maulets, defendían un modelo de estado confederal y pactista, que respetase los fueros territoriales (en particular, los de la Corona de Aragón). De ahí el apoyo mayoritario que recibió en Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca.
La guerra se desarrolló en dos escenarios paralelos: Europa y la Península, y conoció diferentes fases:
- (1701-1708). Al principio fue favorable para la causa austracista. El dominio aliado de los mares permitió a los ingleses tomar Gibraltar (1704, y más tarde, Menorca en 1708). El archiduque Carlos desembarcó en Barcelona en 1705 y llegó a ocupar Madrid (1706), proclamándose soberano con el nombre de Carlos III. Sin embargo, las fuerzas borbónicas lograron una importante victoria en la batalla de Almansa (1707, actual provincia de Albacete) que les permitió ocupar posteriormente Valencia y Aragón.
- (1709-1710). En 1709, una gran crisis económica y social azotó a Francia, y en un momento dado, Luis XIV decidió retirar sus tropas de la Península, mostrándose dispuesto a pactar la renuncia de su nieto a la corona hispánica. Incluso el papa Clemente XI reconoció al archiduque Carlos. Pero el apoyo de Castilla y de Navarra permitió recuperar terreno a Felipe V. A finales de 1710 los ejércitos borbónicos lograron dos importantes victorias en Brihuega y Villaviciosa de Tajuña (ambas localidades en la actual provincia de Guadalajara) que obligaron al archiduque a retirarse a Barcelona.
- (1711-1713). Aunque lo que iba a ser definitivo para el transcurso de la guerra, tanto de la civil, como de la internacional, sería la muerte sin descendencia en 1711 del hermano del archiduque Carlos, el emperador José I, que le permitiría al archiduque acceder al trono imperial con el título de Carlos VI, lo que fue percibido como una amenaza por, los hasta ese momento, aliados: Inglaterra y Provincias Unidas, ya que podría formarse otro imperio territorial similar al de Carlos V. Por eso, Inglaterra y las Provincias Unidas decidieron empezar a negociar con Francia para acabar la guerra. El Tratado de Utrecht (1713), puso fin a la guerra europea, aunque en la Península continuó la guerra civil hasta la toma de Barcelona por las tropas de Felipe V el 11 de septiembre de 1714 (aunque ya hemos señalado que Mallorca, debido a su insularidad, pudo resistir casi un año más).
El sistema de Utrecht
En Utrecht se reconocía a Felipe V (1700-1746) al frente de la monarquía hispánica, incluyendo las Indias (territorios hispanos de América), con la condición de renunciar a sus derechos sucesorios en Francia y ceder los territorios europeos no peninsulares. Así, los Países Bajos y los territorios de Italia (Milanesado, Nápoles y Cerdeña) pasaron a Austria, salvo Sicilia que pasó a Saboya (luego intercambiada por Cerdeña). Gibraltar y Menorca se convirtieron en dominios británicos. Inglaterra obtuvo además ventajas comerciales: «asiento de negros» (trata de esclavos hacia América) y «navío de permiso» (envío de un barco anual de 500 Tm), lo que suponía la ruptura en la práctica del monopolio comercial con América. Además, Portugal, aliado de Inglaterra, iba a recuperar Colonia Sacramento (en el actual Uruguay, a la salida del río de la Plata), que representaba un importante centro comercial en América. El sistema de Utrecht benefició especialmente a Inglaterra, al establecer en Europa un equilibrio de potencias que garantizaba su supremacía marítima y dificultaba el surgimiento de ninguna otra potencia hegemónica en el continente.

La nueva Monarquía Borbónica. Los Decretos de Nueva Planta
El primer Borbón, Felipe V (1700-1746), se rodeó al principio de su reinado de consejeros franceses, contando con una estructura de funcionamiento de la monarquía muy condicionada por la situación de guerra, tanto civil, como internacional, lo que exigía reforzar la autoridad real, bajo tutela de la monarquía francesa de Luis XIV, paradigma del absolutismo monárquico.
El final de la guerra civil, con la victoria borbónica tras la toma de Barcelona (11 de septiembre de 1714), penúltimo reducto austracista (pues el último fue Mallorca), se saldó con la supresión de los fueros e instituciones de los territorios de la Corona de Aragón, tanto Cortes, como Diputaciones (o Generalitat en Cataluña y Valencia), sistemas fiscales y aduanas, a través de la promulgación de los Decretos de Nueva Planta. El modelo de monarquía pactista (también llamado a veces confederal) de la Corona de Aragón, nacido en la Edad Media y que los Austrias habían básicamente mantenido, iba a ser liquidado por la monarquía borbónica. Pero no tanto en función de un nuevo modelo de Estado centralizado a imagen del francés, sino como castigo a la defensa de la causa austracista por parte de los territorios orientales. Pues de hecho, como ya se ha señalado más arriba, Navarra y las provincias vascongadas, que se habían posicionado a favor de la causa borbónica, sí pudieron mantener sus instituciones forales (Cortes de Navarra, fueros y diputaciones forales, aduanas interiores, exenciones militares, etc.).
En los territorios de la Corona de Aragón sólo se mantuvo el derecho civil (o derecho privado), y se implantó un sistema impositivo promovido por los Borbones que nada tenía que ver con el sistema fiscal de Castilla. De hecho, representaba una importante modernización del sistema de recaudación, basado en un sistema de «única contribución» defendido por los primeros fisiócratas (en el marco de la Ilustración) al que tenían que someterse todos los estamentos, nobles y eclesiásticos incluidos, lo que también era una forma de castigarlos —a los privilegiados— por haber abrazado la causa austracista. La paradoja es que este sistema impositivo, con denominaciones específicas en cada territorio: catastro en Cataluña, equivalente en Valencia, única contribución en Aragón y talla en Mallorca, favoreció a la larga el desarrollo económico de estas regiones periféricas frente a Castilla, donde pese a la voluntad de personajes ilustrados como el Marqués de la Ensenada (el famoso catastro de Ensenada), la oposición de los privilegiados imposibilitó su implementación.
Conclusión
El 11 de septiembre representa para Cataluña una fecha histórica en la que, producto de la guerra civil que se vivió en la Península por la sucesión al trono de la monarquía hispánica, perdió, al igual que toda la Corona de Aragón que se decantó por el bando austracista, sus fueros e instituciones (Cortes, Generalitat, Consejo del Ciento, etc.), su sistema fiscal y se impuso la obligación de utilizar el castellano en los ámbitos jurídicos y educativos. Además fueron clausuradas siete universidades: Barcelona, Lérida, Gerona, Tarragona, Vich, Solsona y Seo de Urgel, y sustituidas por una única universidad localizada en Cervera a la que se otorgó el monopolio de la edición de todos los libros docentes, lo que le daba un margen notable de control ideológico y lingüístico.
Podemos así entender por qué el 11 de septiembre, desde que ocurrieran aquellos acontecimientos de 1714, siempre haya tenido un sentido reivindicativo para Cataluña. Las ofrendas florales que cada año realizan amplios sectores de la sociedad catalana en homenaje a los últimos defensores de Barcelona (Fossar de les Moreres/Fosal de las Moreras) y al que fue último Conseller en cap/consejero jefe de la ciudad de Barcelona (Consejo del Ciento), Rafael Casanova, así lo atestigua cada año.
Hay que señalar también que entre los historiadores que han investigado y trabajado sobre aquellos acontecimientos, hay diferentes puntos de vista. La carga ideológica que subsiste sobre la cuestión dificulta enormemente la labor del historiador, pero a la vez, la hace más necesaria, para tratar de arrojar luz sobre unos acontecimientos que se siguen proyectando, y son fuente de conflicto, en nuestra actualidad.
Para saber más
— Carlos Martínez Shaw (2020). Breve Historia de la España Moderna (1474-1808). Madrid: Alianza Editorial.
— John Lynch (2010) La España del siglo XVIII. Barcelona: Crítica.
— Luis Ribot García (2016). La Edad Moderna (siglos XV-XVIII). Madrid: Marcial Pons.
— Henry Kamen (1974). La Guerra de Sucesión en España (1700-1715). Barcelona: Grijalbo.
— Aitor Álvarez Ruiz (2019). Historia en bocadillos. Barcelona 1714. Descubrir la Historia.