La Historia de la Paz, presente y futuro de Reconciliación

La memoria histórica debe caminar hacia la reconciliación, del mismo modo que ésta necesita de la memoria para tener sentido. La Historia, a menudo, muestra preferentemente la trayectoria más violenta, bélica y dictatorial de la humanidad, pero existe una Historia de la Paz que quiere y merece sobresalir, para completar la historiografía con veracidad y rigor. Sólo así la memoria histórica podrá transitar hacia su única gran aspiración: la Reconciliación.

La presente sección, en la que colabora la Asociación y Grupo de Investigación en Memoria y Reconciliación, pretende ahondar en dos temáticas complementarias y recíprocamente imprescindibles: la memoria histórica, por un lado, y la paz y la reconciliación por el otro. El objetivo es justificar con claridad que la memoria histórica sólo tiene verdadero sentido si transita hacia la reconciliación, y ésta sólo puede ser si se impregna de la memoria.

La memoria histórica no puede convertirse nunca en arma arrojadiza, sino que debe
responder a una necesidad, tanto histórica como actual, por la que las sociedades, los colectivos y los pueblos precisan de la reconciliación para volver a caminar juntos con dignidad. Del mismo modo, una reconciliación sin memoria será fraudulenta: la reconciliación debe desandar el camino para volver a la Historia, con el fin de deshacer lo que allí se violentó y volver a caminar por el mismo sendero que conduzca, a las víctimas supervivientes o a sus descendientes, a la superación del dolor, la injusticia o la maldad de aquellos episodios del pasado.

Para ello, el presente artículo demostrará que es imprescindible conocer la Historia de la Paz como fundamento de una reconciliación del presente, y la garantía también en el futuro. En primer lugar, abordando una aproximación a la definición de la Historia como ciencia inexacta, pero no por ello tentada al sesgo.

En segundo lugar, nos acercaremos a la Historia de la Paz profundizando previamente en los conceptos de paz y de cultura de paz; de lo contrario, sería difícil determinar a qué nos referimos cuando hablamos de Historia de la Paz. En un siguiente apartado, mostraremos la importancia de la Historia de la Paz como complemento necesario para una verdadera historiografía. Señalaremos algunos ejemplos sobre los que, en próximos artículos, iremos profundizando más. Y, finalmente, contribuiremos a trazar el sentido de la reconciliación desde la memoria histórica que debe incorporar, incondicionalmente, la Historia de la Paz de la Humanidad.

La Historia, una ciencia inexacta y esencial

La Historia es una Ciencia Social cuyas tres funciones esenciales son: adentrarse en el pasado, comprender el presente y contribuir a un futuro mejor. Separar estos tres objetivos íntimamente relacionados, o abandonar alguno de ellos, es contribuir a una tarea incompleta y, a menudo, inútil. Esta rama de las Humanidades es, sorprendentemente, una disciplina que tiene más importancia por su implicación en el presente que por su labor sobre el pasado. Al fin y al cabo, el pasado está muerto y a él no le ha sobrevivido nadie, mientras que es el presente el que tiene vida. Pero sin pasado no hay presente, así como sin presente no hay futuro.

La historia es la memoria de la humanidad. Y es bien sabido que la memoria es una parte fundamental de la inteligencia, pero, ante todo, es la esencia de la identidad humana. La historia, por tanto, contribuye a la identidad de los pueblos y las personas, al tiempo que edifica el templo del saber histórico (que es sabiduría), sin el cual no seríamos unos verdaderos animales racionales y emocionales.

Curiosamente, llegamos a este planeta con la vida comenzada y el mundo en movimiento, y encontramos una humanidad milenaria, vieja y sabia, a la que a menudo no podemos entender, que va marcando nuestra actualidad de un modo inevitable. Pero ha transcurrido demasiado tiempo, y, a veces, la distancia existente entre las mentalidades de una y otra época es excesiva, de modo que no es fácil tender puentes sin un intérprete. Éste ha de conocer y comprender ese pasado, pero, a la vez, ha de vivir en nuestro presente: es la tarea incesante de los historiadores.

Con cada generación vuelve a comenzar, una y otra vez, el ciclo vital de una nueva humanidad. Sus antecesores se hicieron, durante siglos, las mismas preguntas ante los mismos enigmas, que hoy sigue haciéndose la humanidad actual; sufrieron las mismas injusticias víctimas de las mismas violencias, que hoy también se reproducen; y descubrieron o inventaron semejantes maravillas ante la inquietud por el saber y la mejora de la vida humana, que también mueve a los hombres y mujeres del presente.

Los ciudadanos del hoy, si no tuvieran en cuenta el ayer, deberían comenzar de nuevo en todo, acaso trasladándose directamente a la Prehistoria. Sin embargo, no es así; nunca se parte desde cero. La humanidad de hoy se erige sobre el pasado, y éste se ve marcado por él, para bien y para mal.

Tres son las velocidades de la Historia que influyen notablemente en sus procesos: la involución, la evolución y la revolución. Con una deficiente comprensión del pasado, involucionamos dando pasos atrás en los avances de la humanidad. El olvido de la historia, o una terca ceguera sobre ella, sólo puede provocar la reproducción cíclica de los mismos errores del pasado, pero con las capacidades más avanzadas del presente, lo que convertirán éste y el futuro en un horizonte más peligroso y dañino.

En cambio, cuando se tiene en cuenta la Historia, la humanidad evoluciona naturalmente, avanzando hacia estadios de mayor civilización. Pero en ocasiones, hay una resistencia entre la evolución natural y la involución en la Historia, cuyo choque de procesos e intereses lleva a un sinfín de conflictos, que abocan la humanidad a las revoluciones.

Los procesos revolucionarios producen una aceleración de los cambios históricos, que generan transformaciones asombrosas por su profundidad, pero en muchas ocasiones también por su dramatismo, a causa de las víctimas que ocasionaban a su paso. El fenómeno de las revoluciones es especialmente recordado a lo largo del tiempo, si bien no siempre es por motivos violentos, pues ha habido también revoluciones pacíficas. He aquí otra cuestión que trataremos más adelante: la historia de la violencia frente a la historia de la paz.

Afirmábamos al principio que la Historia es una ciencia «inexacta», pero no por ello menos científica. No es como la Matemática o la Química, disciplinas en las que los resultados son previsibles, y siempre los mismos y en todo lugar. La Historia es una ciencia «inexacta» por dos motivos: en primer lugar, porque siempre hay nuevas fuentes por descubrir o por reinterpretar con nuevos datos; y, en segundo lugar, porque, aunque la investigación histórica deba y pretenda ser objetiva, nunca se podrá garantizar por completo.

La razón es sencilla: los historiadores no pueden evitar que su mirada no sea subjetiva, por más que se esfuerce con la objetividad. Por supuesto, tienen el deber y el compromiso de esa objetividad, pero no podrán asegurarlo del todo porque su mirada es fruto de una determinada época, mentalidad, ideología, generación, miedos, prejuicios, experiencias, e, incluso, saberes.

No obstante, que la Historia sea una ciencia inexacta no significa que se convierta en imprecisa, sesgada o errónea. Dispone de sus propios mecanismos para conocer e interpretar, de la mejor manera posible, la comprensión de la realidad que esconden todas las épocas y todos sus acontecimientos. Para ello se precisa la selección de las mejores fuentes, tanto primarias como secundarias, y también conviene disponer de un elaborado sistema de contraste de información, para confirmar la correcta interpretación de los hechos históricos investigados, sus protagonistas y todos los condicionantes que se pudieron dar.

Como historiadores transitamos constantemente hacia la máxima comprensión de los hechos históricos, que siempre pueden ser reinterpretables y avanzar sobre su objetividad. No puede ser de otro modo y, por tanto, no es condenable esta situación en el desempeño profesional Lo que sí debe evitarse, y puede evitarse, es el riesgo de una Historia sesgada, es decir: la perversión de la realidad histórica a partir de prismas limitados.

Esta visión estrecha es la que se ofrece con la historia de la violencia, de las guerras e incluso de la conflictividad. Sin duda hay que estudiar esta Historia, pues ha surcado todas las épocas y todos los continentes, pero el sesgo es siempre peligroso porque ofrece una Historia monofocal, en la que sólo la violencia, las dictaduras y las guerras han tenido un protagonismo preponderante, lo cual no es verdad.

De ahí que sea tan necesaria una Historia de la Paz. No estamos debatiendo sobre los máximos de objetividad posibles; la cuestión preocupante es el sesgo que pueda sufrir la Historia cuando no aportamos todo el contexto y toda la realidad de los hechos, discriminando una parte destacable.

La paz y la violencia

Antes de continuar exponiendo a qué nos referimos con Historia de la Paz, definamos previamente qué se entiende por paz y, más ampliamente, por cultura de paz, y posteriormente hagamos referencia a su antítesis: la violencia.

La definición más sintética y directa afirma que la paz es el bienestar de toda la humanidad, sin excepciones ni limitaciones. Y entendemos por cultura de paz todo el abanico de cuestiones que se enlazan al concepto de paz, que son, en primer lugar, las cuatro «D» del irenólogo (especialista en estudios de paz) Johan Galtung: Derechos Humanos, Democracia, Desarrollo y Desarme.

Estos cuatro elementos garantizan una cultura de paz, en la que también incluiríamos otros ámbitos imprescindibles entre los que destacar la teoría y estrategia de la noviolencia, la gestión y mediación de conflictos, el perdón y la reconciliación, la defensa del medio ambiente y de la biodiversidad ecológica, la multiculturalidad y la paz de las religiones, etc.

Al mismo tiempo, hay dos tipologías de paz, de igual modo que hay tres formas de violencia. Los dos tipos de paz son la paz positiva y la paz negativa. Esta última hace referencia a la no existencia de hostilidades directas pero la permanencia de una violencia subterránea (por ejemplo, una dictadura en la que haya orden). La paz positiva, por su parte, es aquella en la que se desarrolla plenamente el concepto de paz, y se amplía al abanico de cuestiones relacionadas con la cultura de paz.

La violencia, por su parte, es la fuerza que tiene como objetivo imponerse generando un daño. La fuerza no es violenta por el hecho de ser fuerza; la violencia es una fuerza que daña, pero no todas las fuerzas dañan. El concepto de fuerza ha sido apropiado a menudo por la violencia, como si no pudiera usarse la fuerza para el bien o para la paz. De algún modo, esta confusión es comparable a la asimilación de la historia a una determinada visión violenta de la misma, como si no existiera una Historia de la Paz. Del mismo modo, existe la fuerza de la paz, aunque también exista la fuerza de la violencia.

Se pueden dar tres tipos de violencia: la violencia directa, la cultural y la estructural. La primera es la violencia que se ejecuta directamente: un puñetazo, un disparo, la tortura. La segunda es la que tiende a justificar la tercera; la violencia cultural es el racismo o el machismo, la discriminación de clase o el rechazo a las minorías de cualquier tipo.

La violencia estructural es la que está enquistada en el sistema político, económico y social; por ejemplo, la violación de derechos reconocidos en marcos constitucionales o en la jurisdicción de los derechos humanos. Estos no se contemplan excusándose en intereses diversos o malas prácticas que pasan por delante: el paro ante el derecho al trabajo, los desahucios ante el derecho a la vivienda, la contaminación ante el derecho a la salud, etc.

La historia de la paz frente la historia de la violencia

Como hemos mencionado en anteriores ocasiones, la historia de la humanidad ha sido excesivamente apropiada por la versión violenta de la misma. Nadie defiende que la historia de la violencia se deba rebajar o disimular, pero otra cosa muy diferente es que se encumbre y, al mismo tiempo, se den por desaparecidos los también gloriosos episodios de paz en la historia. Hacerlo es justificar la violencia y, por tanto, conseguir que se mantenga y se disperse por doquier, lo cual es doblemente injustificable.

Dos ejemplos ilustrativos de la importancia de una Historia de la Paz que complete (no que la sustituya) la historia de violencia que, a menudo, predomina, son los siguientes. En primer lugar, basta con revisar los libros de texto de Historia de los cursos de Secundaria, para percatarse qué concepto predomina en el título de cada tema, relativo a la historia del siglo XX.

Dichas unidades didácticas suelen girar en torno a estas cinco temáticas, sobre las que sorprende la reiteración de un mismo término: «1. La Primera Guerra Mundial, 2. El mundo de Entreguerras, 3. La Segunda Guerra Mundial, 4. La Guerra Fría, y 5. La Guerra contra el Terrorismo».

Ciertamente, todos esos temas responden a la realidad, pues hubo sendas guerras mundiales, frías y contra el terrorismo. El problema es que focalizar sobre este concepto es dar una peligrosa preferencia a la guerra, como fórmula única de gestión de los conflictos internacionales.

Los jóvenes que cursan Secundaria y se les explica este recorrido del siglo XX, llegan fácilmente a una conclusión básica: los adultos, los políticos, la comunidad internacional, justifica y defiende que la violencia y las guerras son lo adecuado y la única alternativa posible, para resolver disputas. Que tan reiteradamente se muestre así, siendo parcial, conlleva a la manipulación de la mentalidad de los jóvenes, que ven en este ejemplo un referente a tener en cuenta.

El segundo ejemplo completa el anterior. Es cierto que el siglo XX ha dado 3 grandes dictadores y genocidas (entre muchos más), como fueron Hitler, Mussolini y Stalin. Pero no es menos cierto que el siglo XX ha dado lugar a 3 grandes protagonistas de la historia de la paz (entre muchos otros más), que fueron: Gandhi, M. Luther King y Mandela. En el mismo siglo ha habido, sin duda, grandes dosis de violencia, guerra, genocidio, matanzas y regímenes totalitarios por doquier, incluso apoyados o provocados por democracias consolidadas.

Pero también, el mismo siglo ha dado lugar al nacimiento y consolidación del movimiento pacifista desde finales del siglo XIX, pasando de varios miles de personas en el mundo a cientos de millones de ciudadanos a inicios del siglo XXI. Sin embargo, no habrá una idéntica dedicación docente a tratar la Historia del siglo XX en clave bélica como en clave pacifista. Y eso es una cuestión intencionada, no arbitraria.

Las teorías de la desobediencia civil que Henry D. Thoreau desarrolló a mediados del siglo XIX influyeron en el escritor pacifista Leon Tolstoi, quien fue leído por el Mahatma Gandhi el cual, a su vez, descubrió el poder de la desobediencia civil de Thoreau. Las prácticas noviolentas de Gandhi no solamente generaron una transformación en la manera de pensar, sentir, meditar, hablar y relacionarse, desde la India gandhiana; también constituyeron una herramienta extraordinaria para generar cambios profundos y revoluciones pacíficas afrontando todas las violencias desde la dignidad y el respeto humano.

Las luchas pacíficas y pacifistas se exportaron a otros continentes y en diferentes versiones y contextos, tuvieron éxitos notables. Martin Luther King leyó a Gandhi, a partir del cual descubrió a Tolstoi y a Thoreau, y estableció la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos, desde la noviolencia gandhiana, empoderada por el evangelio cristiano de la noviolencia. Por su parte, Nelson Mandela leyó a King, el cual le hizo descubrir toda la fuerza del gandhismo y la convirtió en reconciliación. A su vez, leer a Gandhi llevó a Mandela hasta Thoreau.

Asia, África, América; Gandhi, Mandela, King. Tres contextos, tres épocas diferentes del siglo XX, y tres luchas que dieron lugar nada menos que a la independencia de la India, al fin de la segregación racial en los Estados Unidos, o a la supresión del apartheid en Sudáfrica.

Estos tres ejemplos siguen marcando positivamente el mundo y dando fuerza a multitud de revueltas pacíficas, que van dejando de lado las revoluciones violentas de siglos atrás. Reconocer este recambio revolucionario, que pasa de la violencia al pacifismo, es de una enorme importancia, y obliga a una nueva historiografía.

La investigación histórica que resulta de esta más completa historiografía evidencia, sin duda, la historia de violencia y de guerra que ha anidado en la humanidad, pero mostrando con idéntico esfuerzo la historia de la paz, del pacifismo, de la noviolencia, de la mediación en conflictos, de los procesos de paz, de la difusión y promoción de los derechos humanos internacionalmente, entre muchos más ejemplos.

La paz, camino de reconciliación

¿A dónde nos llevará el reconocimiento de la Historia de la Paz, sus investigaciones serias y rigurosas, y su incorporación a historiografía más completa? Sin duda alguna, nos encaminará a la reconciliación. Uno de los tesoros más grandes del corazón humano, patrimonio de los pueblos que no quieren desaparecer por el azote del odio, la venganza y la violencia permanente, es el abrazo del perdón y la reconciliación.

La Historia de la Paz no sólo quiere equilibrar la historiografía predominante, complementándola necesariamente. También busca cimentar un presente y un futuro que dé valor a la paz y la fraternidad, cultivadas a lo largo de la Historia. Es el camino que conduce, inevitablemente, al perdón y la reconciliación de los enfrentados para un nuevo comienzo.

Según John Paul Lederach, la reconciliación se basa en mecanismos que implican a las partes del conflicto entre sí, como si de relaciones humanas se tratara. Las relaciones son la pieza central, el punto inicial y final para entender el proceso en su conjunto. La reconciliación consiste en crear la posibilidad y el espacio social donde la verdad y el perdón estén validados y unidos, en vez de un marco en el que uno deba descalificar al otro, o donde se conciban como piezas separadas o fragmentadas cada una de las partes.

La reconciliación puede entenderse, de este modo, como «focus» y «locus». Es decir, como lugar de encuentro y como espacio social, como una perspectiva que se estructura y orienta hacia los aspectos relacionales de un conflicto. Como fenómeno social, la reconciliación representa un espacio, un lugar o un punto de encuentro donde se reúnen las partes de un conflicto. Y es en ese espacio y lugar que la reconciliación ha de invitar a la búsqueda del encuentro de las personas, donde puedan replantearse sus relaciones y compartir sus percepciones y una nueva experiencia compartida.

Con mayor concreción podríamos decir que la reconciliación tiene que ver con tres paradojas específicas. En un sentido general, la reconciliación promueve un encuentro entre la expresión franca de un pasado doloroso y la búsqueda de la articulación de un futuro interdependiente a largo plazo. En segundo lugar, la reconciliación proporciona un punto de encuentro para la verdad y la dignidad, donde es aceptado por las partes que se exponga lo que sucedió y se cese en favor de una relación renovada.

Si bien se le atribuye al gran escritor inglés, William Shakespeare, la sentencia que afirma: «Sentir odio y deseo de venganza es como tomar veneno y esperar que el otro muera», los más experimentados en una reconciliación reciente y exitosa fueron Nelson Mandela y Desmond Tutu.

Ambos se erigieron en los artífices del ambicioso proceso de transición política en la Sudáfrica del apartheid, y fundaron conjuntamente las Comisiones de la Verdad y la Reconciliación, para conseguir incansablemente la paz en su país. Bajo el siguiente principio se fueron creando las diferentes comisiones locales por todo el territorio: «Sin perdón ni reconciliación no hay futuro». No daba lugar a dudas.

La reconciliación reconoce la necesidad de dar tiempo y espacio a la justicia y a la paz, donde enmendar los daños va unido a la concepción de un futuro común. De ahí que la Historia de la Paz tiene un doble cometido: completar la historiografía, a menudo atrapada en la visión parcial y violenta de la trayectoria humana, y además dotar al presente y al futuro de las condiciones para impulsar y consolidar una reconciliación duradera.

Ergo, no hay Historia sin Historia de la Paz, como no hay reconciliación sin una memoria histórica digna, justa, y respetuosa. El historiador/a completa su triple función de conocer el pasado, explicar el presente y mejorar el futuro, encauzando la memoria hacia la reconciliación de una humanidad herida por las historias de violencia, que se cura con el descubrimiento de la Historia de la Paz, y cicatriza para siempre con el hallazgo del poder de la reconciliación como horizonte de futuro.

Para saber más

—Bartkowski, Maciej J. (2013). Recovering nonviolent history. Civil resistance in liberation struggles. Colorado: Rienner.

—Castañar Pérez, Jesús (2013). Teoría e Historia de la revolución noviolenta. Barcelona: Virus.

—Fisas, Vicenç (1998). Cultura de paz y gestión de conflictos. Barcelona: Icaria.

—García Picazo, Paloma (2016). La Guerra y la Paz, en Teoría. Un recorrido por la historia y el pensamiento de los clásicos internacionales. Madrid: Tecnos.

—Lederach, John Paul (1998). Construyendo la paz. Reconciliación sostenible en sociedades divididas. Gernika: Gernika Gogoratuz.

—López Martínez, Mario, Muñoz, Francisco A. (eds) (2000). Historiad e la Paz. Tiempos, espacios y actores. Granada: Universidad de Granada.

—Parker, Geoffrey (Ed.) (2010). Historia de la guerra. Madrid: Akal.

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Xavier Garí de Barbarà

Universidad Internacional de Cataluña.

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