
Durante el período llamado Mesolítico (también Epipaleolítico), las culturas de cazadores-recolectores nómadas existentes hasta entonces fueron evolucionando en la medida que necesitaban adecuarse a la nueva climatología que, tras el final de la glaciación Würm, cubrió buena parte del planeta con un ambiente cálido más o menos similar al actual. Fue en este momento cuando surgieron nuevas formas de vida que sentaron los precedentes del inminente Neolítico.
Entre hace 12.000 y 11.000 años comenzó la era geológica denominada Holoceno (en la que aún nos encontramos). La temperatura y los fenómenos atmosféricos se estabilizaron y esta nueva situación trajo consigo grandes cambios en la flora y fauna terrestres: en Europa, las coníferas, que eran la variedad arbórea más extendida, cedieron su lugar al bosque de hoja caduca y a especies arbustivas y herbáceas; ciervos, corzos, uros, jabalíes ocuparon el nicho ecológico que antes habían detentado animales de clima frío. Estos cambios medioambientales favorecieron que el ser humano abandonara cuevas y abrigos, donde se habían protegido de las rigurosas temperaturas glaciares, para instalarse en poblados al aire libre. En el caso de los predecesores de las culturas neolíticas del Danubio balcánico, los incipientes asentamientos se instalaban en lugares cuidadosamente escogidos en función, sobre todo, de la riqueza y facilidad de la pesca, para lo cual elegían zonas estrechas y turbulentas de los cursos fluviales, ya que, bajo esas circunstancias, era más fácil capturar piezas de gran tamaño.
Dentro de este contexto de cambio, en las orillas del rio Danubio, hoy en día territorio de Serbia y Rumanía, comenzó su desarrollo una cultura extraordinaria que alcanzó su máximo apogeo a finales del Mesolítico y durante el Neolítico inicial, para diluirse hacia el Calcolítico. A esta sociedad se la conoce por el nombre del principal de sus poblados: Lepenski Vir, los pescadores del Danubio.
Lepenski (cultura de la que también participan otros enclaves menores como Padina Gospodin, Vlasac, Jaducka Vodenica y Cuina Turcului) se descubrió en 1960 durante una prospección por el entorno de la ciudad serbia de Djerdap y el desfiladero de las Puertas de Hierro. El motivo de la actividad arqueológica obedecía a las previstas alteraciones en el caudal del río debido a la construcción de una central hidroeléctrica, en el marco de un acuerdo conjunto entre la antigua Yugoslavia y Rumanía. De hecho, cuando la central se puso en funcionamiento a comienzos de los años 70 del pasado siglo, el nivel de las aguas subió hasta 15 metros, anegando los restos de numerosas culturas antiguas. Las investigaciones se llevaron a cabo de forma laboriosa y precisa, siendo lideradas por un arqueólogo de gran renombre en Serbia: Dragoslav Srejovic quien, no solamente descubrió Lepenski, sino que realizó trascendentes investigaciones en otros importantes yacimientos de ese país. Según Mirjana Roksandic, el yacimiento contaba con una extensión global de 7200 m²de los cuales, unos 2500 fueron excavados, otros 1700 se perdieron en la inundación, y aproximadamente 3000 quedan aún sin investigar; los restos arqueológicos se ubican actualmente a unos 3,50 metros bajo la rasante del terreno.
Si bien muchos sitios arqueológicos quedaron bajo las aguas y, por tanto, sin posibilidad de estudio, otros yacimientos permanecieron fuera del área afectada, con lo que todavía hoy se siguen investigando, utilizando para ello los recientes métodos (principalmente formas de datación absoluta/calibrada y estudios genéticos a través del ADN) y técnicas (aplicación de sistemas informáticos, fotográficos, diagnósticos geomagnéticos, etc.) que la arqueología va adoptando gracias a los avances tecnológicos.
La cultura tan genuina de Lepenski ha tenido una larga pervivencia, por lo que es necesario efectuar un recorrido diacrónico por su historia. Y es muy probable que esa longevidad se deba a las posibilidades que les brindaba el medio natural: los poblados se integraban en el paisaje que ofrecían los valles fluviales abiertos entre las gargantas del Danubio, donde había alimento en abundancia, sobre todo pesca, pero también caza, frutas y, a partir del Neolítico, usaban los espacios despejados para desarrollar la agricultura. Y siempre contaban con agua próxima. Estas circunstancias les permitirían vivir sin precariedades alimentarias; aunque, eso sí, en la prehistoria los cursos fluviales jugaban un importante papel en las comunicaciones (conocemos de intercambios más o menos frecuentes entre los poblados de una y otra orilla) pero, en este caso, debido a la angostura del río al pasar por las Puertas de Hierro, que presenta tramos con fuertes torbellinos y alcanza una profundidad que supera los 80 metros, su travesía representaría un gran peligro para las pequeñas embarcaciones con las que contarían los pescadores de Lepenski.
Las huellas humanas en este sitio se encuentran desde el Paleolítico: evidencias de hogares con cenizas y osamentas de herbívoros con marcas antrópicas (en el vecino poblado de Cuina Turcului, se encontraron huesos de ibex con cortes para el descarne), ponen de manifiesto la existencia de grupos que hacían campamentos estacionales los cuales, en la medida que avanzaba el deshielo, se fueron convirtiendo en sedentarios.
Hacia el octavo milenio se deduce la existencia de poblados permanentes según los restos materiales hallados, consistentes en fondos de cabaña y hogares con rastros de fuego. Pero no será hasta las postrimerías del Mesolítico (hace unos 8.300 años), que Lepenski cuente con las características específicas que lo acompañarán, con los lógicos cambios propios de la aplicación de nuevos conocimientos y la utilización de materiales más diversos, durante el resto de su existencia.
En esos momentos los habitantes del poblado serían en torno a los 50 (aproximadamente el doble de los grupos nómadas). Las numerosas chozas que lo componían presentaban planta trapezoidal (pithouse), con el lado más ancho hacia el río y el más estrecho excavado en el sustrato natural, manteniendo una pequeña inclinación de los suelos, que solían estar recubiertos con yeso rojizo. La superficie interna oscilaba entre los 40,80 y 6,16 m2. Su construcción, semiexcavada en el firme, partía de un basamento de piedras y troncos hincados en tierra; sobre estos se tendían ramas y se cubrían con materiales efímeros, entre ellos, pieles de animales. En el centro del habitáculo había un hogar rectangular, que solía estar rodeado de grandes cantos rodados y bloques de piedra; otros mayores servirían como rudimentarias mesas o sillas. En el techo se abriría, probablemente, un pequeño óculo para la salida del humo.
No se conoce nada sobre la mentalidad mágico-religiosa de este pueblo, pero se piensa que la inusual forma piramidal irregular de las cabañas resulta de la imitación de un accidente volcánico (acantilado de Treskavac) situado en la orilla de enfrente.
Por los objetos cotidianos hallados en estas chozas, es de suponer que las familias vivían en las mismas, si bien, a lo largo del tiempo, se verifica el cambio de uso de algunas de ellas, que se convirtieron en lugar de enterramiento o santuario. No obstante, Ljuvinka Babovíc y otros investigadores proponen que no se trataba de un poblado, si no de un conjunto ceremonial y cultual; esta hipótesis se ha descartado de plano, aunque, desde nuestro punto de vista, habría que matizarla ya que se ha encontrado escaso ajuar doméstico dentro de las estructuras y, además, un hogar tan grande en el centro de las construcciones más pequeñas las haría casi inhabitables. Es anómalo el caso de una de ellas (llamada Casa 49) debido a su pequeño tamaño, que no llega a los 1,50 metros en el mayor de sus lados, y que contiene en su interior un hogar en miniatura. Esta curiosidad ha inducido a pensar que podría tratarse de un espacio para el juego de los niños.
Por otra parte, los neonatos que fallecían, según parece, se inhumaban sistemáticamente en la parte trasera de las unidades de habitación, ya que durante las excavaciones se observó la repetición de esta pauta en 17 ocasiones, hecho que también ha puesto en evidencia una gran mortalidad en el momento del nacimiento.
A partir de los fósiles-guía a nivel alimentario hallados en Lepenski, sabemos que su nutrición se basaba, por abrumadora mayoría, en el pescado, de los que se han encontrado infinidad de restos. Podían capturar tanto piezas de gran tamaño, como belugas/esturiones que nadaban por esas aguas en su migración para el desove (primavera) o de retorno al mar Negro (otoño), u otros peces más pequeños, tales como bagres y carpas.
Es significativo que el estudioso Mihailo Petrovíc Alas compiló las ancestrales tradiciones orales sobre la pesca en su ciudad, Djerdap, y en ellas se recordaba que, para conseguir grandes peces, era mejor situar la barca cerca de remolinos y rápidos, donde los animales se asfixiaban o golpeaban. Tras ello, era fácil capturarlos con una red a la que se le ataban pedruscos como lastre. Se han encontrado unas mazas de piedra exclusivas de Lepenski, que se supone usaban para aturdir a los grandes peces una vez capturados; y, previsiblemente, los dejarían vivos dentro de las redes en el agua, para que así les duraran más tiempo.
Con el Neolítico llegó la agricultura y, venida de oriente (se vincula a Mesopotamia hace unos 10.000 años), la domesticación de ovicápridos, bovinos y suidos. Así mismo, se cree que en Lepenski los perros se hicieron domésticos de forma independiente al resto de Eurasia, según se aprecia en esqueletos de cánidos enterrados con sus «dueños» que, desde el Mesolítico, ya presentan cambios biomorfológicos propios del proceso de domesticación.
A pesar de haberse encontrado hasta 232 enterramientos (192 repartidos entre 134 tumbas, más 42 extraídos en contextos revueltos), no se conoce cuál sería su conducta funeraria, solamente que las inhumaciones (también hay presencia de cremación) se hacían individuales o colectivas, primarias o secundarias (hay casos de cabezas enterradas a posteriori separadas del resto del cuerpo), y tanto en el subsuelo de las propias chozas, como fuera de ellas, en cuyo caso el difunto se extendía sobre la tierra y se le cubría con un túmulo de piedras (cairns); no obstante, estos cambios pueden obedecer a una cuestión cronológica.
Una de las esculturas de Lepenski, hecha sobre la caliza rojiza del lugar. Una de las esculturas más naturalista de Lepenski. La cabeza «sonriente» de Lepenski. Foto: Esther Núñez. Cabeza muy estereotipada; en este caso se intuyen las orejas. Escultura con decoración difícil de interpretar. Escultura femenina.
A partir de las tumbas halladas, muchas de ellas con los restos mortuorios en conexión anatómica, se conoce que, en el Mesolítico, la forma habitual de la deposición del cadáver era en decúbito supino, situando al difunto en paralelo al río, pero con la cabeza vuelta hacia él. Boric Dusan (traducciones de Beatriz Rodríguez) se hace eco de la idea de que estas gentes imaginaran que al alma se la llevaría la corriente pero que, al igual que los peces, retornaría en la siguiente primavera. Sin embargo, existe un caso anómalo: se trata de una inhumación en la que el esqueleto apareció con la espalda recostada sobre el desnivel del terreno, las manos descansando sobre la cadera y las piernas abiertas flexionadas y unidas por los pies, en una posición que se dio en llamar «de mariposa»; se ha supuesto que debía tratarse de un chamán (por la apariencia de estar en meditación) u otro personaje relevante en la comunidad, aunque, durante el Mesolítico, no hay ningún indicador de jerarquías sociales ni de desigualdades por sexo. En el Neolítico los enterramientos se efectuaban en tumbas de tipología mesolítica, pero con el difunto en posición fetal. Es curioso el hecho de que, aplicando la técnica de isótopos de estroncio a restos óseos de ambas etapas se observa que, en esta última, la mayor parte de las inhumaciones corresponden a mujeres venidas de fuera, circunstancia que debió motivar un cambio cultural y, por ende, en el ritual funerario. Por tanto, debió existir un intercambio poblacional entre los nuevos agricultores y los antiguos pescadores, es decir, matrimonios mixtos entre distintos grupos étnicos.
A partir del análisis de los esqueletos, se han extraído interesantes datos de carácter paleoantropológico: los hombres eran de elevada estatura, en torno a los 1,70 o 1,75 metros (algunos sobrepasaban los 1,80 metros, incluso un individuo llegó a medir 2,03 metros); las mujeres eran ligeramente más bajas. El ligamento de los músculos a los huesos estaba notoriamente marcado, lo que lleva a concluir que tenían una musculatura atlética, posiblemente debido a lo escarpado del terreno que requería grandes esfuerzos para desplazarse. En general, eran saludables, ya que no se encuentran apenas señales de enfermedades y tampoco aparecen caries, al menos, durante el Mesolítico, cuando consumían una dieta rica en proteínas. Con la llegada del Neolítico y la ingesta masiva de cereales, con el consiguiente aumento de almidón (se supone que las gachas de avena con leche eran plato fuerte), las dentaduras se les fueron deteriorando, hallándose frecuentes marcas de infecciones y las coronas dentarias muy desgastadas por utilizarlas para los trabajos de cestería, cuero, etc. Así mismo, algunos niños presentaban signos de raquitismo y malnutrición. Los huesecillos del oído eran frecuentemente más gruesos de lo habitual, lo que pone de manifiesto que se bañaban en agua fría y buceaban. Los cráneos tienen muy marcado el arco supraorbital y grandes mandíbulas, lo que les conferiría un aspecto vigoroso del rostro.
Sobre la mortandad en el Mesolítico, aunque aparecen muchos restos esqueléticos de recién nacidos (hasta los 2 meses), y también jóvenes (entre 27 y 33 años, varones casi todos, lo que se asocia a la peligrosidad de ciertas actividades desarrolladas solo por hombres), eran frecuentes los individuos que llegaban los 40, incluso un caso que sobrepasó los 60. Por otra parte, las mujeres vivían más años (es abundante el grupo entre 40 y 60) y las muchachas fallecidas entre los 14 y 21 se justifican por problemas en el parto. Durante el Neolítico hubo menos difuntos juveniles, pero la esperanza de vida en general, bajó.
Respecto a los objetos encontrados correspondientes a momentos mesolíticos, son utensilios (la gama habitual de cuchillos, perforadores, hachas, etc.) elaborados en sílex y óseos. Sobre el primero, hay que mencionar que no hay depósitos cercanos de buena calidad, de manera que los habitantes de las gargantas del Danubio tuvieron que traerlo de regiones bastante lejanas: diferentes puntos de los Balcanes, mar Negro y Europa central. Esta dificultad llevó a que ciertos materiales orgánicos se sobreutilizaran: la mayor parte de las herramientas se fabricaban con huesos —punzones de metapodios de rumiantes,cucharas de patas de uros (esto ya en el Neolítico)—, cornamentas (se han encontrado hachas, puntas de flecha/jabalina y arpones de cuerno de ciervo) o dientes de animales (han aparecido instrumentos de variada factura hechos de colmillo de jabalí). En la medida que el utillaje lítico fue cambiando de forma y uso con el paso del tiempo, se fue empleando más el sílex autóctono. Episódicamente, se han hallado objetos de obsidiana, el vidrio volcánico, que tenían que conseguir en lugares tan distantes como el norte de Hungría.
La cerámica aparece masivamente con la llegada del Neolítico (en torno al 6.300), apreciándose la confluencia sobre los pescadores del Danubio, de los agricultores de las tierras circunvecinas. Su utilización plena fue ya en periodos algo tardíos, si bien, según se ha documentado a través de las excavaciones arqueológicas, llegaron a manejar completamente la técnica de la alfarería siendo autosuficientes en su producción.
Los aderezos personales han existido desde el remoto Paleolítico, y así está atestiguado en el vecino poblado de Cuina Turcului, donde se han encontrado pequeñas conchas del cyclope neritea perforadas -utilizadas como colgantes- datadas a finales de este periodo. Lo más interesante es que dicho molusco solo se encuentra en ciertos estuarios lejanos, así que debieron traerlos desde grandes distancias (mares Adriático, Egeo o Negro, en torno a los 500 kilómetros como mínimo), lo que demuestra la compleja red comercial implementada desde tan antiguo; posiblemente, los de Lepenski intercambiaran pescado ahumado o seco por esos productos con los que no contaban. En el Mesolítico empezó a utilizarse la caracola marina denominada columbella rustica y también se inició el uso de pepitas de piedras semipreciosas, la malaquita, sobre todo. Es significativo el hecho, según describe Ana Harto, que en un enterramiento apareció el esqueleto de un hombre que tenía un collar de belemnita (habrá de entenderse la concha interna), siendo que este cefalópodo se extinguió en el Cretácico, hace unos 65 millones de años, es decir, que lo tuvieron que encontrar fosilizado. A la llegada del Neolítico, se usaban principalmente las cáscaras de la almeja spondylus y pronto apareció otro tipo de objetos ornamentales: las cuentas de collar, que se hacían de nefrita verde, de azurita, etc.

Aunque, lógicamente, no se ha hallado ninguna pieza de vestir (hechas mayormente de pieles de animales), sí que es posible reconstruir parcialmente alguna de ellas, puesto que estaban profusamente recubiertas con dientes de carpa (faríngeos), de los que se han encontrado por centenares; estos se cosieron por encima de las prendas, de manera que, cuando los restos orgánicos se descompusieron, quedaron depositados sobre o bajo el esqueleto, dándonos una idea aproximada de su forma y dimensiones. A través de diversos análisis, se conoce que los dientes se perforaban por su base y se fijaban con tendones de animales trabajados como gruesos hilos. También se utilizaba como elemento de adorno o ritual en las ceremonias mortuorias, el ocre.
Además de los peces, omnipresentes en la vida de los habitantes de Lepenski (Klive Bonsall, en base a analíticas de isótopos estables efectuadas a los esqueletos, demostró que su alimentación era esencialmente de animales acuáticos de rio), durante el Mesolítico los cérvidos son de gran relevancia en su sociedad, no solo por el aspecto práctico de proporcionar alimento, huesos para las herramientas, pieles, etc., sino también dentro de sus creencias, ya que se ha documentado la deposición de cabezas de ciervo en las cabañas cuando estas eran abandonadas y también, en el asentamiento de Vlasac, se apilaron varios cadáveres y encima se situó un cráneo de este animal, sellándolo todo bajo un túmulo; con estos datos podemos conjeturar su importancia en el ideario conceptual y simbólico colectivo. Por el contrario, durante el Neolítico, será el uro quien asuma ese papel, según deducimos por la gran cantidad de objetos cerámicos con esa forma o por los abundantes labrest (pequeñas figuras que reproducen la cabeza de manera estilizada o solo la cornamenta de estos animales) recuperados en Lepenski, de los que se piensa eran utilizados para el adorno corporal.
Pero, en el nebuloso espacio ocupado por las creencias cosmogónicas de este pueblo, existe un elemento que representa su marca de identidad y que ha llevado a considerar a Lepenski como un caso singular, único: sus esculturas.
Estas, que significarían mucho más que un mero objeto decorativo (tenían, sin duda, valores litúrgicos y/o votivos), se situaban normalmente en torno al hogar y sobre las tumbas, en el lugar de la cabeza. Se hacían sistemáticamente sobre grandes cantos de piedra arenisca originaria del rio Boljetinska, cuya confluencia en el Danubio está próxima a Lepenski.
No son de grandes dimensiones, oscilando su peso entre los 50 y 70 kg las mayores, y solo 10 o 15 kg las menores. Representan cabezas o torsos de extrañas características humanoides: los rostros son tendentes a esféricos, con nariz larga sin demasiado resalte; los ojos circulares y enmarcados, generalmente, en una doble circunferencia, sin orejas ni cuello y con una desmesurada boca de labios gruesos, caídos por la comisura, como si de una máscara de tragedia se tratara (menos en un caso, de entre las aproximadamente 100 descubiertas, que parece «sonriente»); esta configuración de la cara hace que se asemejen a ciertos peces. El resto del torso (nunca tienen piernas) o bien no presenta rasgos anatómicos y están recubiertas por una decoración ondulante que pudiera figurar escamas, dibujos del atuendo o abstracciones, o se resume en unos escuálidos brazos flexionados por el codo y con las manos, en las que se representan tres dedos, abiertas sobre el pecho. En ocasiones, aparecen esbozados los atributos femeninos. Y, lo más extraño de todo: alguna está tallada como si fuera traslúcida y dejara entrever los órganos internos de peces. De hecho, en una de ellas, incluso se aprecia la vejiga natatoria (Boric Dusan).
Aunque no pueda quedar atestiguado para época tan lejana (en las sociedades ágrafas es muy difícil aprehender todo lo que no sea puramente tangible) sí conocemos, a través de diferentes mitologías antiguas, divinidades resultantes de la mezcla pez-humano. Así, remontándonos a Sumeria, se creía que uno de sus sabios-dioses llamado Adapa/Oannes, era mitad hombre, mitad pez. Y Vishnú, en el hinduismo, que tomó forma de pez (Matsya) en su primer avatar. También el pueblo Dogón, cuyos entes sagrados Nummo se asemejan a peces que pueden caminar fuera del agua. O, entre los mayas, el caso de Hun Hunahpú y Vucup Hunahpú, que regresaron del más allá convertidos en peces. Y las sirenas del clasicismo… como tantos otros casos que acrisolan, incluso, ulteriores tradiciones medievales y modernas (por ejemplo, la de Pesce Nicolao en la Sicilia del siglo XII), que se revisten de una gran credibilidad y aceptación social. También en España tenemos la leyenda del hombre-pez de Liérganes, del siglo XVII, sobre la que habla extensamente el erudito Benito Feijoo.
No obstante, son conceptos distintos, porque en esas representaciones vemos entidades en las que se reconocen partes del cuerpo de ambos seres de forma diferenciada, sin embargo, en Lepenski se trata de una fusión total de las características de ambos. Según Ana Harto, estas estatuillas (las únicas figuradas de toda la cultura mesolítica del Danubio), simbolizarían a un ser mítico cruce de hombre y esturión (en realidad, el parecido mayor es con el pez borrón, pero este solo habita en las aguas profundas entre Australia y Tasmania, por lo que no es factible que pudieran conocerlo), ancestro común, que serviría para fundamentar y cohesionar los signos identitarios de la comunidad.
Llegado el Neolítico, estas curiosas estatuas dejaron de realizarse y fueron sustituidas por modelos más funcionales: de cerámica y de menor tamaño y peso. Frecuentemente personificaban a una mujer, entendiéndose esta como diosa de la fertilidad o diosa-madre; también se cree que dichas figuras cumplían diferentes roles vinculados con la magia y la protección.

Y «el asentamiento humano organizado más viejo de Europa», en palabras de Bladimir Nojkovic, se abandonó y quedó sumido en la desmemoria de los nuevos tiempos, que se abrían paso sobre las culturas ancestrales con la llegada de los primeros metales. Hoy día, Lepenski está musealizado y puede visitarse bajo una moderna estructura de hierro y cristal, desde la que también puede observarse el magnífico Danubio en su fluir por las Puertas de Hierro.