Fernando Hernández Sánchez: «Me preocupa el desconocimiento que los jóvenes manifiestan acerca de la historia más reciente»

Entrevistamos a Fernando Hernández Sánchez, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid. Entre sus principales líneas de investigación se encuentra el estudio sobre el Partido Comunista Español (PCE), aunque ha abordado de manera más general los periodos de la guerra civil española y el Franquismo.

En estos tiempos en los que buena parte de la sociedad consume información a través de tuits, titulares impactantes o cadenas que se reenvían a través de aplicaciones de mensajería instantánea se hace más importante que nunca contar con la voz de los expertos, que son quienes nos pueden aportar un análisis profundo de los hechos que nos interesan.

La guerra civil y en Franquismo todavía hoy suscitan un enorme interés, aunque también un importante desconocimiento sobre sus hitos principales. Hemos hablado con Fernando Hernández Sánchez, quien ha dedicado su carrera académica a investigar sobre estos periodos y, además, ha trabajado intensamente con jóvenes. Una de sus preocupaciones, como también manifiesta en esta entrevista, es que los currículos académicos muchas veces no se adentran en la historia reciente, lo que genera que millones de estudiantes abandonen su vida escolar con algunas importantes lagunas que podrían resolverse durante las etapas de la formación obligatoria.

Fernando Hernández Sánchez.

Álvaro López Franco—El subtítulo de su libro El bulldozer negro del general Franco es muy elocuente: Historia de España en el siglo XX para la primera generación del XXI. ¿Qué objetivo se propuso?

Fernando Hernández Sánchez—Una de las cosas que me ha ocupado (y preocupado) durante treinta años en la docencia es el desconocimiento que los jóvenes manifiestan acerca de la historia más reciente, aquella que ha conformado la sociedad en la que se vana a insertar en breve como sujetos en plenitud de derechos. A causa de diversos factores (currículum extenso, escasez de horas lectivas, premuras de la selectividad) el sistema educativo de la democracia no les ha ofrecido la oportunidad de comprender sus claves en el aula. Puede que, desde el año 2000, casi nueve millones de estudiantes hayan abandonado la escolarización sin haber visto suficientemente los temas de la guerra civil, la dictadura franquista y la transición democrática. Y eso debería preocuparnos como sociedad.

ÁLF—¿Ha visto que haya variado la percepción sobre los años de la República, la guerra civil y el Franquismo y el interés en esos periodos en el alumnado durante los últimos años?

FHS—Cuando se les pregunta por ello, el interés demostrado es muy alto. El problema, como ya he señalado, y lo manifiestan en un porcentaje significativo, es que casi ninguno estudió estos periodos en la secundaria obligatoria y muchos tuvieron que prepararlo por apuntes en el último curso de Bachillerato. A falta de conocimiento académico, el juicio sobre estas etapas corre el riesgo de nutrirse de un conjunto heterogéneo de opiniones sesgadas, falsificaciones difundidas por redes sociales, revisionismo interesado y supuestas verdades de falso sentido común.

ÁLF—De manera constante se reabre el pasado con determinados fines. Nos preocupa esencialmente la transmisión de información incompleta o directamente equivocada a través de las redes sociales o aplicaciones de mensajería instantánea. ¿Hay alguna manera de combatir esto?

FHS—Por deformación profesional, siempre recomiendo a mis estudiantes constatar la fuente primaria de la información y contrastarla con dos o más versiones procedentes de fuentes reconocidas. No sería cosa banal que hubiera un portal de verificación de bulos históricos, como lo hay respecto a las fake news, pero eso no sería necesario o lo sería menos si se abordase el estudio de la Historia en las aulas con tiempo, reflexión y solvencia.

José Díaz Ramos, secretario general del Partido Comunista de España entre 1932-1942 (Wikimedia).

ÁLF—¿Es legítimo que un movimiento político se defina por los logros o fracasos del sistema político de la República o del Franquismo?

FHS—Ninguna de las corrientes políticas actuantes en España tiene un origen adanista, por ello es lógico que busquen sus referentes en el pasado. Ahora bien, lo que no es legítimo es equiparar a un sistema democrático, con todos sus defectos, que no fueron pocos, como la Segunda República, con una dictadura como la franquista, por mucho que su longevidad haya sido tomada por algunos como criterio de acierto. En el ADN de todas las corrientes democráticas europeas, desde la izquierda a la democracia cristiana, están muy claras las huellas del antifascismo. No hay más que leer el prólogo de Jean Claude Juncker al libro homenaje a los brigadistas internacionales luxemburgueses o la carta de reproche a quienes intentan glorificar al franquismo del presidente del parlamento europeo, el socialdemócrata católico David Sassoli.

ÁLF—¿Cree que la ley de Amnistía de 1977 ha tenido algún efecto, positivo o negativo, sobre la percepción social de la guerra civil y el Franquismo? ¿Ha afectado de alguna manera a los investigadores?

FHS—La mentalidad de la equidistancia respecto a los acontecimientos de la segunda mitad de nuestro siglo, a nivel de la sociedad española, le debe más a la exitosa campaña franquista de los «XXV Años de Paz» que a la amnistía de 1977. La amnistía para los presos políticos, como la reconciliación nacional para redefinir las posiciones entre demócratas y autoritarios, fueron banderas de la oposición democrática que acabaron imponiéndose pero, debido a que no lo fueron mediante un proceso de ruptura, acabaron impregnándose de rasgos no deseados, La amnistía se aplicó como una ley de punto final también a los victimarios y la reconciliación se reinterpretó como una voluntad de no mirar atrás. Ninguno de los dos factores afectó a las generaciones de investigadores que han producido mucho y valioso en los últimos cuarenta años. El problema, en cuanto a la divulgación, no es que haya un pacto de olvido: lo fatal es que los avances de la historiografía contemporaneísta no hayan sido traspuestos a los planes de estudio y los libros de texto.

ÁLF—Usted está muy habituado a trabajar en archivos españoles. ¿Cómo es la situación del acceso a documentación sobre los periodos de los que estamos hablando?

FHS—Estamos condicionados por la Ley de Secretos Oficiales y la Ley de Protección de Datos. Su prescripción de veinticinco años de carencia antes de la apertura de los documentos, así como el catálogo de asuntos supuestamente sensibles para el honor personal o la seguridad nacional, hacen que sea más sencillo (aunque, por supuesto, más oneroso) acceder a información sobre actuaciones de los servicios de inteligencia españoles, por poner un ejemplo de los que trabajé en La frontera salvaje, acudiendo a los archivos franceses. Resulta frustrante, por comparación, que documentación generada durante la transición se encuentre clasificada mientras se puede consultar en formato facsímil buscando en las webs de la CIA o de Wikileaks.

ÁLF—Una de sus principales líneas de investigación ha estado relacionada con el PCE. ¿Cuál fue su papel durante la guerra civil?

FHS—El PCE fue una fuerza política que pasó de ocupar una posición marginal en el sistema de partidos previo a 1936, con un discurso esencialista, radical y sectario, a enarbolar la bandera del antifascismo para convertirse, al menos hasta bien avanzado 1938, en la fuerza central de la República en guerra gracias a su línea de apoyo a la creación de un ejército popular con un mando único, a su discurso que conectó con muchos de los hitos del ideario radical popular y a la solidaridad internacionalista.

ÁLF—Parece que es innegable que el PCE fue un leal apoyo para el Gobierno republicano durante prácticamente toda la guerra. Pero, ¿hay algunas sombras que destacar?

FHS—Evidentemente, como en todo proceso histórico, sobre todo en uno tan convulso como el que aúna una guerra civil y una guerra internacional por interposición. Las sombras tienen que ver con la implicación en la violencia de retaguardia de los primeros meses de la guerra, cuyo epítome son las ejecuciones, en colaboración con otras fuerzas actuantes en Madrid, de presos derechistas de noviembre de 1936; y la persecución contra los comunistas disidentes del POUM que culminó con el secuestro y asesinato a manos de agentes soviéticos de Andreu Nin. Si bien no se reprodujo en España el esquema de los procesos de Moscú de 1937, el papel estimulador por parte del PCE de la campaña de descrédito contra los supuestos simpatizantes de Trotski es innegable.

Fernando Hernández Sánchez.

ÁLF—¿Es posible que exista cierta confusión popular entre el PCE y otros movimientos sociales como el anarquismo?

FHS—No lo creo, a pesar de décadas de censura, tanto la memoria de los coetáneos como la historiografía, comenzando por los hispanistas anglosajones de los años 60, dejaron claramente establecidos los contornos de ambas corrientes. Lo que se sí se produjo, tras la derrota en la guerra y los largos años de exilio, fue la pérdida de peso del anarquismo, que había sido cuasi hegemónico en los años 30, en la oposición organizada al franquismo. Eso hizo que, llegada la transición, el PCE se presentara con las credenciales organizativas más potentes, proyectado además en el éxito de las Comisiones Obreras, que sustituyeron a la CNT como principal central sindical a la izquierda de la UGT.

ÁLF—¿Estrechó la guerra civil la relación del PCE con la URSS? ¿Y durante el Franquismo?

FHS—Por supuesto, aunque con matices. El PCE, durante la guerra, no fue una maquinaria ciegamente obediente a Moscú, sino que efectuó giros y tomó decisiones urgentes que, en ocasiones, contravenían la geopolítica de Stalin, deseoso de no inquietar a las potencias occidentales con la intención de mantener un sistema acordado de seguridad contra Alemania: los comunistas españoles desoyeron la consigna de no entrar en el Gobierno en septiembre de 1936 y lo harían parcialmente de nuevo cuando se les ordenara salir en la primavera de 1938; no secundaron la directriz estaliniana de promover la convocatoria de elecciones en la zona republicana en 1937 y algunas secciones, como la de Madrid, postularon de manera autónoma la lucha por la conquista revolucionaria del poder contra la directiva de mantenerse dentro del marco de la Republica democrática. Las relaciones se convirtieron en muy estrechas durante el exilio, aunque los avatares sufridos durante la Segunda Guerra Mundial en la URSS, la frustración por los acuerdos de Yalta que dejaron en el poder a Franco y los avatares autodepurativos del movimiento comunista internacional (Yugoslavia, Hungría, Checoslovaquia) acabarían por provocar abandonos de militantes y, en el último caso, el pronunciamiento de la dirección del PCE a favor de una tercera vía entre la socialdemocracia y el socialismo soviético.

ÁLF—Quizá uno de los puntos que parece que todas las fuerzas políticas coinciden en destacar es la transición y la capacidad de «apartar diferencias» entre personajes tan distantes como Fraga y Carrillo. ¿En qué momento se erige Carrillo como una figura «respetable» para los políticos procedentes del Franquismo?

FHS—A partir de las negociaciones para la legalización del PCE que se abren después del referéndum para la Reforma política de noviembre de 1976. La oposición capta entonces el mensaje de que no va a haber ruptura y los reformistas postfranquistas comprenden que hay que entenderse con quienes, en todo caso, han agitado las calles y las fábricas con la oleada de huelgas más potente y prolongada desde 1934. El impulso final lo proporciona el impresionante ejercicio de contención demostrada por el PCE durante el entierro de los abogados de Atocha.

ÁLF—¿Qué impacto tuvo esto entre las propias filas del PCE?

FHS—Por una parte, reforzó inicialmente el liderazgo de Carrillo, percibido como el líder inteligente que encabezaba un partido de masas y arrancaba concesiones del Gobierno. Pero muy pronto surgió el desencanto y luego la crítica interna cuando el secretario general comenzó a hacer concesiones que afectaban al imaginario simbólico del partido (la aceptación de la bandera bicolor y la monarquía), a su carácter de clase (firma de los pactos de la Moncloa) y a su ideología (renuncia al leninismo, críticas a la URSS por la invasión de Afganistán). Los magros resultados electorales obtenidos entre 1977 y 1979 acentuaron la crisis interna y todos estos factores juntos determinaron la implosión del partido a partir de 1981.

ÁLF—¿Qué supuso la caída de la URSS para el PCE?

FHS—Como para todos los partidos comunistas, el fin del mito originario, si bien el PCE había mantenido ya desde 1968 una línea crítica. Otros partidos, como el italiano, se refundaron perdiendo en el camino todas sus señas de identidad. El español optó por construir con otras fuerzas a la izquierda del PSOE un espacio alternativo, Izquierda Unida, heredera en buena parte tanto de los aspectos positivos como de los defectos históricos del comunismo español

ÁLF—Para terminar, nos gustaría que nos adelantara algún nuevo proyecto o investigación que esté desarrollando.

FHS—En este momento he terminado mi contribución a una historia colectiva de los comunistas en España con motivo del centenario del PCE y sigo con mi línea de investigación y reflexión sobre la enseñanza escolar de la Historia del Presente.

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Álvaro López Franco

Periodista. Director de 'Descubrir la Historia'. Mi ámbito de especialización es la historia contemporánea y la historia de la comunicación social, periodos en los que centro mi actividad investigadora.

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