Este texto es una síntesis de Julio Pérez Serrano, «La historia actual como tendencia historiográfica», en José Miguel Delgado Idarreta, Julio Pérez Serrano y Rebeca Viguera Ruiz (eds.), Iglesia y Estado en la sociedad actual. Política, cine y religión, Logroño, IER, 2014, pp. 19-41.
El presente como historia
La recuperación del presente es uno de los aspectos más destacados de la renovación historiográfica que hemos vivido en los últimos treinta años. El tiempo presente, entendido como tiempo de la memoria, se ha constituido así en recurrente objeto de la investigación histórica, incluso para aquellos que no hace mucho impugnaban tanto su viabilidad como sus fundamentos teóricos. La ortodoxia positivista, que imponía el distanciamiento temporal para evitar la implicación del historiador, y la exigencia de que los procesos estuvieran terminados, a fin de poder establecer con claridad sus causas y consecuencias, han quedado claramente superadas por la praxis de las últimas décadas.
Un distanciamiento mucho más exigente, impuesto por el empleo de una metodología crítica y rigurosa, ha paliado en la medida de lo posible la proximidad, e incluso la inmediatez, de los acontecimientos que se analizan. En cuanto a tratarse de procesos abiertos, décadas de investigación social han mostrado que es posible, y necesario, analizar los procesos en curso, indagar con rigor sus causas y discutir sus potenciales consecuencias sin traicionar el compromiso ético que cabe esperar del investigador. Y ello sin referirnos a la abstracción que conlleva la propia idea de «proceso cerrado» en un ámbito como el de la historia en el que el tiempo es único y todo, incluso lo en apariencia más remoto, está directa o indirectamente relacionado.
Al acercarse al presente la historia está llamada a interactuar con el resto de las ciencias, dado que éstas tienen por objeto el análisis del mundo real en sus diferentes manifestaciones. El auge de la historia referida al pasado reciente ha cuestionado por la vía de los hechos la segregación académica que la historia ha venido sufriendo respecto a este tronco común de lo social en el que se comparten fuentes, técnicas de análisis y paradigmas interpretativos. Para hacer efectivo el reencuentro de la historia con las otras ciencias sociales deberá ser capaz de aportar lo que es más genuino de su dominio: una perspectiva global y dinámica de los acontecimientos y procesos que estudia. Marc Bloch ya lo reflejó en una bella metáfora: «el tiempo de la historia, realidad concreta y viva abandonada a su impulso irreversible, es el plasma mismo en el que se bañan los fenómenos y algo así como el lugar de su inteligibilidad». Son la diacronía y la temporalidad, el tiempo como magnitud intangible de los hechos, los rasgos que singularizan y a la vez arraigan a la historia en el conjunto de las ciencias sociales.
Historia del presente e historia actual
Aunque relacionadas, las nociones de historia actual e historia del presente no son homologables. Es cierto que en ambas está implícita la extensión de la materia histórica para incorporar el pasado reciente. Pero la historia actual no pretende constituir este tiempo en objeto diferenciado de la investigación histórica, como hace la historia del presente, sino que busca extender el dominio de la historia hasta el presente, y aún más allá, haciendo visible la profunda unidad del tiempo histórico y atenuando las fronteras convencionales, de matriz positivista y eurocéntrica, que separan a la historia de las ciencias sociales.
Marc Bloch definía este distanciamiento de los historiadores respecto al resto de los científicos sociales con estas elocuentes palabras: «Así, por un lado, tenemos un puñado de anticuarios ocupados por una macabra dirección en desfajar a los dioses muertos y por la otra a los sociólogos, economistas, publicistas —únicos exploradores de lo vivo».
La historia actual no se circunscribe, pues, como la historia del presente, a un segmento móvil de la historia contemporánea, sea cual sea el acontecimiento que se adopte como matriz, sino que intenta promover una renovación que pueda ser útil al conjunto de la práctica historiográfica, basada justamente en el rechazo de la separación artificial entre el pasado, el presente y el futuro. Dicho de otra forma, mientras que la historia del presente, en sus diferentes variantes, tiende a afirmarse como una especialidad histórica, con competencia privativa en el ámbito del pasado reciente, la historia actual pretende constituirse como tendencia historiográfica que afirma la inevitable contemporaneidad del relato histórico, al tiempo que promueve la modernización de la historia para que pueda ocupar un espacio en el nuevo contexto de las ciencias. Es decir, no se trata sólo de escribir la historia del presente, sino de afirmar con todas sus consecuencias que la historia se escribe siempre desde y para el presente. Y estas preposiciones dan un giro radical a la cuestión.
No existe sin embargo antagonismo entre ambos conceptos. Mientras que la historia del presente afirma la historicidad del pasado reciente y lo consolida como objeto de estudio, algo indiscutiblemente beneficioso para el desarrollo de la disciplina, la historia actual se esfuerza por establecer las nervaduras que unen este tiempo con el pasado y con el futuro, promoviendo también un cambio en el sujeto. La mirada del historiador debería así orientarse hacia una nueva temporalidad transepocal, en la que el presente sería siempre la inevitable coordenada de origen de la investigación, el lugar en que se formulan todas las preguntas, pero no el almacén de todas las respuestas ni el inevitable déjà-vu de un futuro inexorable.
Con este enfoque la historia actual aspira a ser un factor de innovación en el dominio de la historia, vehiculando las preocupaciones de nuestro tiempo, así como el instrumental teórico y metodológico acuñado por la historia referida al pasado reciente, hacia el conjunto de la historia. Es por ello que no se define como campo o especialidad, sino como una tendencia que surge en condiciones históricas e historiográficas específicas, y que inevitablemente se irá diluyendo en la medida en que sus aportes vayan integrándose en el acervo común de la disciplina. Sus diferencias con la historia del mundo actual son evidentes, ya que la noción de «mundo actual» no hace sino acotar el periodo de la historia posterior a 1945, mientras que la historia actual, «ni reclama para sí una cronología propia, ni tampoco aspira a poseer los derechos sobre un determinado tiempo histórico». Ambos conceptos remiten pues a paradigmas bien distintos, aunque ello no ha evitado algunas palmarias confusiones.
El enfoque de la historia actual pretende asimismo facilitar el reencuentro en pie de igualdad con las otras ciencias sociales en un nuevo paradigma, cuya construcción demandan el actual contexto científico-técnico y los profundos cambios sociales, políticos, económicos y culturales que se han producido en las dos últimas décadas. Hoy no trabajamos para constituir un nuevo campo historiográfico ni para incorporar al pasado reciente como objeto de estudio, dado que ambas cosas ya han sido conseguidas, con sus luces y sus sombras, por el esfuerzo teórico de la historia del presente y por la abundante empiria que, dentro y también fuera de sus límites, se ha generado. Lo que pretende la historia actual es coadyuvar a la renovación de la historia a partir de la experiencia de lo contemporáneo, asumiendo los desafíos que la sociedad plantea hoy al conjunto de las ciencias sociales.
Algunos de estos retos, como la interacción en tiempo real con los lectores, el contraste con los testigos en el espacio público, la pérdida del monopolio académico o la demanda de responsabilidad social, son radicalmente nuevos o se presentan de forma muy distinta a como lo habían hecho en el pasado. Los desafíos se refieren, cómo no, al objeto de estudio, pero también al sujeto de la investigación (¿seguirá siendo éste el «historiador», tal y como lo hemos conocido?), a los métodos y a los fines de los trabajos, a la difusión y a la recepción… en suma, todo el proceso de elaboración de la historia como producto cultural está viéndose aceleradamente transformado.
La historia referida al pasado reciente, como el conjunto de la historia, debería ser consciente de los imperativos de nuestro tiempo. Quizá pronto la especialización geográfica y temporal no marque fronteras excluyentes, porque las sociedades actuales demandan respuestas de largo alcance a preguntas que la historia tradicional, por su fragmentación, tal vez nunca se planteó. Es muy dudoso que la historia logre conservar un espacio propio en el ámbito académico si no es capaz de ofrecer una perspectiva global y actual de los problemas sociales, y para hacerlo deberá ir gradualmente eliminando las barreras que hoy segmentan territorial y cronológicamente la materia histórica. Muy probablemente el historiador del futuro deje de ser un lobo solitario, un artesano del pretérito, anclado localmente, y se integre con otros operarios cualificados de los rincones más distantes del planeta en los nuevos talleres del conocimiento social.
Ciertamente el estudio del pasado reciente constituiría un punto de enlace privilegiado, aunque no único, para asimilar, organizar y dar coherencia historiográfica a la gran cantidad de recursos que el desarrollo científico-técnico pone a nuestro alcance en el contexto actual, facilitando los trasvases hacia otras especialidades históricas. La historia actual, por su parte, conectaría más con las preocupaciones de la historia global y con algunas de las propuestas que se agruparon bajo la denominación de nueva historia, que con la retórica a veces especulativa que se ha desarrollado en España en torno a la historia del presente. Sin embargo, el presente, restringido o ampliado, inmediato, vivido o recordado, constituye un elemento esencial de esta nueva historia que aspiramos a construir. Aunque no como objeto abstracto, sino como realidad concreta que, fruto de la última globalización, el desarrollo tecnológico y el progreso de las ciencias sociales, demanda nuevas formas de concebir el mundo y de escribir la historia.
La recuperación del presente como tiempo histórico no ha podido dejar de tener consecuencias en la esfera teórico-metodológica. La disponibilidad de un espectro mucho mayor de fuentes está impulsando el acercamiento de la historia a otras ciencias que cuentan con mayor experiencia en el trabajo con materiales contemporáneos. Superada una etapa inicial caracterizada por un uso meramente pragmático de técnicas y categorías acuñadas por la estadística, la sociología, la geografía, la economía, la ciencia política o las relaciones internacionales, con el paso del tiempo se han ido estrechando los nexos de la historia con estas disciplinas.
Por ejemplo, el recurso a los testimonios orales no conllevó en principio grandes innovaciones teóricas, pues fue la consecuencia natural de extender el tiempo histórico. Los recuerdos de las generaciones vivas se transformaron así en auténticos manantiales de información sobre el pasado reciente. Pero al poco surgió, asociado al empleo de fuentes orales, un rico debate historiográfico sobre la memoria y sus relaciones con la historia. La naturaleza de la memoria, sus usos sociales y políticos, sus aportes al ámbito de la representación y su rol en la formación de las identidades colectivas propiciaron un fructífero intercambio entre historiadores, sociólogos, antropólogos, filósofos, periodistas y estudiosos de la literatura, por sólo citar algunas de las disciplinas concurrentes.
Lo mismo cabe decir respecto a la fotografía, al cine, la televisión, los registros digitales y otros documentos genuinos de nuestro tiempo. Son recursos específicos de la investigación sobre el presente, pero que no son exclusivos de la historia. Especialistas en arte, cine, semiología, comunicación, publicidad y otros dominios cuentan en muchos casos con un bagaje teórico y metodológico más amplio que el de los historiadores para interpretar estas fuentes. La historia se ha beneficiado mucho de este trabajo. Sólo así ha podido incorporar la imagen, tradicionalmente usada como mera «ilustración» pedagógica del relato histórico, transformándola en un documento básico para explorar vertientes hasta hace poco inéditas de la realidad social y cultural.
Basten estos dos ejemplos, aunque podrían señalarse otros muchos, para mostrar cómo la ampliación de las fuentes históricas ha estimulado también el reencuentro de la historia con otras disciplinas. Esta es la base sobre la que se asientan las propuestas de la historia actual, entendida no como un nuevo fragmento del pasado, sino como una tendencia historiográfica que busca la convergencia de la historia en el nuevo paradigma de las ciencias y los saberes sociales que empieza a configurarse.
Un nuevo modo de producción de la historia
La recuperación del presente para el quehacer histórico es sólo el punto de partida. Esta mutación afectará también a los marcos teóricos, las técnicas de análisis, las metodologías, las pretensiones gnoseológicas, las formas de comunicación y la sociabilidad de los historiadores. No hay más que comparar el tipo de historia que se escribía hace sólo treinta años, cuando el presente continuaba siendo un territorio parcialmente vedado, y el que se practica en la actualidad. El peso relativo de los estudios referidos al pasado reciente en el conjunto de la producción histórica ha aumentado de forma significativa, al tiempo que los formatos de difusión de las obras se han diversificado. Y ello por una creciente demanda de la sociedad contemporánea, cuestionada en sus fundamentos por el ritmo vertiginoso del cambio tecnológico. La formación de comunidades científicas diferenciadas, que disponen de medios propios para la socialización del conocimiento, confirma también este despegue de los estudios sobre el tiempo presente, y cómo el historiador no puede ya eludir la noción de responsabilidad social hacia sus coetáneos. En España existen dos grandes comunidades en este campo: la Asociación de Historia Actual (AHA), que edita la Revista de Historia Actual e Historia Actual Online, creada en 2000, y la Asociación de Historiadores del Presente (AHP), que publica la revista Historia del Presente, constituida en 2001.

Como no podía ser de otra manera, las múltiples formas de difusión del conocimiento que han aparecido en los últimos años han potenciado un vibrante intercambio entre fuentes, testigos, historiadores y lectores que está dinamitando la comunicación unidireccional en formato libro, hegemónica hasta hace sólo dos décadas. El control de las grandes editoriales se está relajando, con la consiguiente proliferación de obras que, por su perspectiva crítica, su enfoque innovador o la falta de apoyos académicos o institucionales, no hubieran visto nunca la luz, o hubieran debido difundirse por canales secundarios. El monopolio de la crítica, ejercido por el medio académico y por revistas de libros vinculadas a los grandes grupos editoriales, también va cediendo en beneficio de una valoración más democrática, pragmática y plural de los trabajos, que ahora son objeto de debate en redes sociales, blogs independientes, foros especializados, repositorios digitales, revistas electrónicas e incluso televisiones online. Es cierto que esta apertura conlleva riesgos y no está exenta de potenciales manipulaciones (pensemos en la difusión de obras de autores como César Vidal o Pío Moa, que pese a sus evidentes carencias de rigor y objetividad han contado con enorme apoyo mediático y se han comercializado como best sellers en los grandes centros comerciales), pero el tiempo está demostrando que la discusión de la historia en el espacio público, con luz y taquígrafos, y con la participación de testigos y lectores redunda a la larga en beneficio de una reconstrucción más matizada y verosímil de la realidad. Es justo destacar en este apartado la contribución pionera de la red Historia a Debate, impulsada por Carlos Barros desde la Universidad de Santiago de Compostela, uno de cuyos ejes está dedicado a los debates sobre la Historia Inmediata.
Esta ampliación del objeto y de los sujetos de la historia del presente implica dar cabida a realidades y prácticas sociales tradicionalmente marginadas o silenciadas, por no adaptarse a la monocultura del saber dominante. Y al mismo tiempo limita el poder rector del futuro sobre el presente, cuestionando la proyección mecánica del imaginario hegemónico y abriendo paso a una búsqueda de escenarios alternativos. La noción de historia actual conlleva, por tanto, el compromiso del historiador con su tiempo, su responsabilidad ciudadana, plenamente compatible con el rigor metodológico y con la ética profesional. En otras palabras, se trata de participar activamente en el proceso de democratización del conocimiento, de apoyar la reapropiación social de la ciencia, vinculando la práctica de la investigación a las demandas de la mayoría de la sociedad.
La irrupción en la red de los testimonios de los sin voz supone un desafío de cuya magnitud quizá todavía no somos conscientes. El monopolio de las fuentes, que antes ejercían los archivos, los grandes periódicos y las editoriales comerciales, ha desaparecido. La restricción que las fronteras estatales establecían para el conocimiento de otras sociedades, propiciando una visión parcial, cuando no nacionalista, de la historia, se ha visto también desbordada por la creciente movilidad de las personas, las mercancías y las ideas que ha promovido la última globalización. Es un hecho que la sociedad del conocimiento, en cualquiera de sus versiones, no es compatible con una historia construida a la medida de las clases dominantes en los Estados nacionales de los países desarrollados durante los siglos XIX y XX.
La historia referida al pasado reciente podrá adscribirse o no a la corriente de la historia actual dependiendo de que el historiador quiera o sea capaz de incorporar en su agenda de trabajo estas preocupaciones y estos desafíos. Por supuesto, no tiene por qué hacerlo. Pero el presente aporta un objeto privilegiado de estudio, un laboratorio inmejorable para poner a prueba el inmenso arsenal de fuentes, teorías, métodos y experiencias que tanto científicos como personas anónimas, de los países centrales y también de regiones periféricas, ponen hoy a disposición de los historiadores (es lo que Boaventura de Sousa Santos ha denominado «ecología de saberes»). Estamos convencidos de que, integrando esta pluralidad de enfoques y conocimientos, el trabajo de la historia actual puede contribuir también a la renovación de otras especialidades históricas, incluso las más alejadas cronológicamente de nuestro tiempo, que también se ven afectadas, aunque con problemáticas específicas, por este nuevo contexto.
Lamentablemente todavía hay mucho camino por recorrer. El estatuto científico de la historia dista hoy mucho de estar esclarecido. Parafraseando a Noiriel, todavía hay muchos historiadores que, al negarse a asumir el carácter científico de su trabajo «se comportan como aristócratas que se niegan a justificar su práctica». La historia referida al pasado reciente no ha entrado a fondo en este debate. Se ha limitado, por lo general (lo que no es poco, teniendo en cuenta el punto de partida), a tratar el presente como la historia tradicional había tratado al pasado, con los mismos presupuestos teóricos y epistemológicos, y con la misma actitud y mentalidad que los especialistas de otros periodos. De ahí que en la historia del presente hayan coexistido hasta ahora sin grandes conflictos las mismas corrientes historiográficas que en otras especialidades.
Pero el verdadero desafío no está, como se ha dicho, en el objeto, sino en el propio sujeto, que debe perder el miedo a navegar en ese mar embravecido que es el presente histórico, como tiempo del historiador. Es una evidencia tan repetida como ignorada que la historia no puede escribirse sino en el presente, con las categorías del presente, con las herramientas del presente, en el contexto ideológico, social, económico y político del presente, y teniendo como destinatarios a los ciudadanos del presente. El reconocimiento de que su mirada, sus métodos, sus preguntas, no deben ser las tradicionales, sino las que demanda la sociedad en la que el historiador se inserta, es un giro copernicano que sin embargo cada día es más evidente en la mentalidad de los historiadores, y que afecta de manera muy especial a los contemporaneístas. La historia actual no puede enclaustrarse en el pasado reciente, sino que debe contribuir al objetivo de revalorizar a la historia como disciplina. Y esto no se logra sólo tomando por objeto el tiempo presente, sino mirando el pasado y al futuro desde el presente, conectando la investigación con las preocupaciones, intereses y anhelos de la sociedad contemporánea, porque éste es el único modo de devolverle a la historia vigencia y actualidad.
Es decir, no se trata sólo de incorporar el presente como objeto de estudio, sino de dotar al quehacer del historiador, esté o no especializado en el estudio del pasado reciente, de una perspectiva de largo alcance y de una formación profesional acorde con lo que demanda nuestro tiempo. Un pobre conocimiento, una desvalorización o una desconexión del pasado, como ha venido sucediendo, dificultarán ciertamente la intelección del presente como mundo real, favoreciendo las hipóstasis del futuro y la hegemonía ideológica de quienes proclaman el fin de la historia, o lo que es lo mismo, que la transformación social es hoy tan impensable como innecesaria.
No podemos dejar de reconocer, por ello, que en el pasado podemos encontrar muchas claves que nos ayuden a interpretar el presente. Pero estas claves no son absolutas. Es en su contraste con las realidades del presente, con las que están históricamente relacionadas, cuando cobran actualidad, o lo que es lo mismo, cuando adquieren valor de uso para los contemporáneos. Y, en sentido inverso, no es menos cierto que una incomprensión de nuestro tiempo desenfoca e inhabilita cualquier posible conocimiento del pasado. Sólo si se posee un conocimiento sólido del presente, que nos permita examinar con autonomía crítica los itinerarios pretéritos, nuestras preguntas sobre el pasado tendrán verdadero sentido y utilidad social.
En suma, hemos intentado aquí apuntar algunas claves del profundo cambio que están sufriendo todos los elementos implicados en el proceso de producción del conocimiento en la fase actual del desarrollo humano. La ampliación del tiempo histórico ha modificado el objeto de trabajo, pero también han aparecido nuevas herramientas y nuevos agentes que están cambiando las relaciones entre el historiador, los ciudadanos, los públicos y las instituciones sociales. Un nuevo modo de producción de la historia está configurándose ante nuestros ojos, en gran medida por el gran impulso que la historia del presente ha dado al conjunto de la disciplina. La noción de historia actual expresa también nuestra responsabilidad como factores en esta transformación.
El historiador de nuestro tiempo, sin renunciar ni mucho menos al enorme arsenal de conocimientos acumulado por la práctica forense (el trabajo con cadáveres, con historias acabadas), debe asumir también el riesgo de tratar los problemas que afectan a los ciudadanos con los que comparte la existencia. Debe pasar del tanatorio a la consulta, de la autopsia a la exploración. Porque la historia del pasado reciente, como otras especialidades históricas, si pretende constituirse en historia actual, no sólo debe analizar y explicar: está obligada a prescribir. Éste es el gran reto de la historia actual como tendencia historiográfica: trabajar para hacer extensivo al historiador el compromiso ético que todo verdadero científico o intelectual ha de asumir, no sólo con sus coetáneos, sino también con las generaciones venideras.
Para saber más
—Bloch, M. (2001). Apología para la historia o el oficio de historiador. México: Fondo de Cultura Económica.
—Bloch, M. (1982). Introducción a la historia. México: Fondo de Cultura Económica.
—Boaventura de Sousa Santos (2003). La caída del Angelus Novus: ensayos para una nueva teoría social y una nueva práctica política. Bogotá: ILSA y Universidad Nacional de Colombia.
—Boaventura de Sousa Santos (2010). Descolonizar el saber, reinventar el poder. Uruguay: Trilce.
—Braudel, F. (1970). La historia y las ciencias sociales. Madrid: Alianza.
—Forcadell, C. et al. (ed.) (2004). Usos de la Historia y políticas de la memoria. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.
—Le Goff, J. y Nora, P. (dir.) (1974). Faire de l’Histoire. Paris: Gallimard.
—Le Goff, J. (1978). La Nouvelle Histoire. Bruxelles: Éditions Complexes.
—Michel Trebitsch (1998). «El acontecimiento, clave para el análisis del tiempo presente». Cuadernos de Historia Contemporánea, 20.
—Pérez Serrano, J. (2014). «La historia actual como tendencia historiográfica», en José Miguel Delgado Idarreta, Julio Pérez Serrano y Rebeca Viguera Ruiz (eds.) (2014). Iglesia y Estado en la sociedad actual. Política, cine y religión. Logroño, IER, pp. 19-41.
—Pérez Serrano, J. (2003). «La Historia continúa». Revista de Historia Actual, 1.
—«Pratique de l’histoire et réflexivité – Entretien avec Gérard Noiriel». Disponible desde Internet en: http://www.nonfiction.fr/article-6223-pratique_de_lhistoire_et_reflexivite__entretien_avec_gerard_noiriel.htm [con acceso el 25 noviembre 2012].