Editorial. Leer mejor

Internet supuso que muchas más personas tuvieran acceso inmediato a una vasta cantidad de información, conectada entre sí, que muchos pensaban que iba a facilitar una mayor difusión del conocimiento. Conviene recordar que conocimiento no es sinónimo de información. 

Hoy perduran mitos y se extienden ideas que, aunque están completamente rechazadas por la ciencia, tienen seguidores acérrimos. Desde luego, el fenómeno de la desinformación no es algo nuevo, pero sí que probablemente se ha visto amplificado por otro como el de la infoxicación, neologismo que une las palabras información e intoxicación, también conocido como sobrecarga informativa. Esto supone que sea muy difícil profundizar en alguna cuestión simplemente porque disponemos de demasiada información, con lo que no podemos ejecutar los procesos que nos llevan a adquirir conocimientos.

A esa cantidad de información se suma que los estímulos que nos invitan a descubrir cosas nuevas son constantes, ya sea a modo de notificaciones en los teléfonos, de las noticias recomendadas que por defecto vienen en muchos terminales, todo aquello que nos remiten nuestros contactos por aplicaciones de mensajería o lo que encontramos en las redes sociales. Todo esto facilita que hagamos clics en muchas informaciones, pero que realmente no nos detengamos en ellas.

Esto es aplicable tanto a la información, digamos, de actualidad como a la científica. El número de publicaciones académicas es creciente desde hace décadas, con lo que son más y más los artículos que se publican. Esto se debe no tanto a que haya una inversión en ciencia muy elevada, sino a que cualquier persona que desarrolle una carrera académica (esté en etapas iniciales o tenga una posición consolidada) debe mantener cierta producción de artículos, porque es lo que más valor tiene a la hora de mejorar el currículo.

Para conocer en profundidad cualquier tema es necesario dedicar tiempo a la documentación, aprender métodos, técnicas, reflexionar, analizar… Y esto es aplicable a cualquier materia.

Por supuesto, la Historia no se libra de los peligros de la desinformación y la saturación informativa. Desde nuestra modesta posición hemos inaugurado una sección en la página web titulada «Pseudohistoria», con el fin de rebatir algunos de los mitos que circulan.

Pero, en realidad, lo único que podemos recomendar (y que funciona) es que, cuando queramos conocer algo que nos interese, leamos sobre ello, busquemos a los principales especialistas y tratemos de entender sus conclusiones. Y que todo ello lo hagamos con detenimiento y desde una óptica crítica.           

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