
La elección del presidente de los Estados Unidos se hace de manera indirecta. Es decir: en cada Estado se eligen un número de delegados que, posteriormente, eligen al máximo responsable del ejecutivo. Cada estado tiene un número de delegados en función de su población. El candidato más votado, aunque sea por un solo sufragio, obtiene todos los delegados. Por eso, se puede ser presidente de los Estados Unidos consiguiendo menos votos de los ciudadanos que tu oponente: basta con ganar en los estados más poblados. Es lo que ocurrió con Donald Trump en 2016, que ganó la presidencia obteniendo 2,8 millones de votos menos que su rival, la demócrata Hillary Clinton.