A lo largo de la biografía elaborada por Roudinesco desfilan multitud de filósofos, pensadores, antropólogos, lingüistas, escritores, artistas, muchos de ellos comprometidos políticamente. Su biografía es una excusa perfecta para aproximarse a la historia de las ideas y del pensamiento en la Francia que va desde el período de entreguerras hasta los años 70, pasando por la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, la posguerra, la Guerra Fría y mayo del 68. En su biografía aparecen personajes como André Breton, Salvador Dalí, Jean Renoir, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Dora Maar, Picasso, Lucien Febvre, Martin Heidegger, Ferdinand de Saussure, Claude Lévi-Strauss, Louis Althusser, Michel Foucault, Daniel Cohn-Bendit, Noam Chomsky o James Joyce, por citar solo a algunos de los más conocidos del gran público. La ocupación alemana, el gobierno colaboracionista de Vichy, la Resistencia, el maquis, el comunismo, la independencia de Argelia, la revuelta estudiantil de mayo del 68, el maoísmo, el trotskismo, están presentes en esta extensa y erudita obra que nos presenta Roudinesco.
Hemos de dejar claro que muchos aspectos teóricos del pensamiento de Lacan incluidos en la obra, por complejos, no los hemos recogido más que de manera resumida. Evidentemente el lector interesado tendrá que acudir a la extensa biografía de la autora (815 páginas) o incluso a las fuentes originales que son citadas con profusión y que se recogen al final de este artículo para quien desee consultarlas On-line. La reseña que presentamos no es un simple resumen de la obra, sino que representa una lectura personal en la que somos absolutamente responsables de haber elegido a qué aspectos dar mayor o menor relevancia. Como es obvio, la lectura de esta reseña, no puede sustituir, ni lo pretendemos, a la magna biografía presentada por la autora.
Quisiéramos agradecer los comentarios y aportaciones en materia lingüística realizados por la profesora de Lengua y Literatura María Rivilla López, así como los comentarios y precisiones realizados por Luis Martínez Pérez, psicólogo social y estudioso de Lacan.
Los orígenes
Jacques Marie Émile Lacan nació en París el 13 de abril de 1901 en el seno de una familia burguesa. Su tercer nombre, Émile, era en honor de su abuelo paterno, al que Lacan odiaba, y el segundo, Marie, estaba también relacionado con la tradición familiar de la abuela paterna y hacía honor a la madre de Jesucristo, protectora de la tradición vinagrera de Orleans, ciudad a 20 km de París a orillas del Loira, donde desde finales del siglo XVIII la familia paterna se dedicaba al negocio de la producción, comercio y distribución de vinagre (aceto).
La familia de Lacan, de fuertes convicciones católicas en un momento de auge del laicismo republicano en Francia, decidió enviar a su hijo, el mayor de tres hermanos supervivientes —dos chicos y una chica— a un colegio que había sido regentado por los maristas hasta las leyes laicistas de principios del siglo XX que prohibían a las congregaciones religiosas ejercer la enseñanza. Pero la institución logró sobrevivir bajo nuevas formas organizativas con profesores laicos o, en todo caso, pertenecientes al clero secular (no al regular que tenía prohibido el ejercicio de la docencia).
Un profesor de Filosofía de este centro influiría en la evolución posterior de Lacan, que transitaría desde el catolicismo devoto de tradición familiar a otro más erudito, que finalmente se convertiría en una abierta ruptura con la religión y la fe tras leer a Nietzsche. Una de sus mayores frustraciones de juventud sería ver cómo su hermano menor, Marc, sobre el que ejercía una labor protectora desde niño, tomaría los hábitos.
Lacan, tras algunas dudas, decidió emprender los estudios de Medicina, especializándose en un primer momento en neurología y finalmente en psiquiatría. Ejerció en diversas instituciones médicas del país y también en Zurich (Suiza), donde tuvo contacto con el nuevo tratamiento de la locura basado en la escucha de los enfermos a través de la palabra, cuando la práctica habitual era un tratamiento cercano al carcelario. Allí entró en contacto con psiquiatras como Carl Gustav Jung, que estuvo durante años muy próximo al padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, pero con el que llegaría a una dramática y desgarradora ruptura.

En Francia, la difusión de las teorías freudianas siguió un camino complejo. Desde los ambientes médicos (psiquiatras, neurólogos y psicólogos) se tendía a cuestionar la teoría nodal de la sexualidad de Freud, sin embargo, a través de los medios literarios y artísticos, vinculados al Surrealismo, sí se logró conectar con la esencia del pensamiento freudiano. El mérito de Lacan sería lograr años después una síntesis entre las teorías freudianas difundidas en Francia desde los ámbitos de la literatura y el arte, por lo tanto ámbitos profanos (es decir, no médicos) y su propia experiencia terapéutica y de investigación en el ámbito de la psiquiatría.
En el comienzo de los años 30, el pensamiento de Lacan se iba a ir conformando bajo la influencia, a veces contradictoria, de tres maestros psiquiatras:
- Por un lado Georges Dumas, gran adversario del psicoanálisis al que ridiculizaba, burlándose de su concepción de la sexualidad, pero que gozaba de un gran carisma entre los estudiantes.
- Por otro lado, Henri Claude, gran rival del anterior, que formalmente se presentaba como defensor del psicoanálisis aunque sin asumir plenamente todos los planteamientos freudianos.
- Y por último Gaëtan Gatian de Clérambault, enfrentado a Henri Claude, pero que sin embargo desarrolló una teoría del automatismo mental cercana a la de Freud, aunque sin embargo seguía subordinando a las viejas prácticas psiquiátricas de encierro y represión como medio de tratamiento.
Bajo la influencia de estos tres psiquiatras, y también del movimiento surrealista que combatía contra las viejas prácticas psiquiátricas y veían en el lenguaje de la locura la expresión sublime de una poesía involuntaria, Lacan comenzaría a desarrollar algunos aspectos teóricos referidos al automatismo mental de Clérambault, pero reelaborándolos para acercarse a la idea que planteaban los surrealistas Breton o Élouard para sus creaciones poéticas, es decir, un juego en el que se mezclaba en parte automatismo y en parte intencionalidad. A ello uniría el descubrimiento de las teorías lingüísticas de Ferdinand de Saussure que conoció a través de la lectura del filósofo Henri Delacroix (maestro de Sartre) y que tanta influencia tendría en sus desarrollos teóricos posteriores.
Primeras experiencias clínicas con la locura
Marguerite Panteine —nombrada como Aimée en el ensayo clínico de Lacan—, fue una paciente que en una situación de deliro llegó a intentar el homicidio de una conocida actriz de teatro de la época, lo que le llevó a ser ingresada en la clínica psiquiátrica de Sainte-Anne (París) con el diagnóstico de delirio sistemático de persecución. Allí sería tratada por espacio de un año por Lacan que diagnosticó «psicosis paranoica y delirio…». El estudio pormenorizado de esta paciente de gran creatividad, pues llegó a elaborar dos novelas que no lograría editar, y que se convertirían en otro detonante añadido para su explosión de locura, le llevó a Lacan a formular una nueva teoría de la paranoia en la que iba a sintetizar los avances en el terreno de la psiquiatría, ámbito desde el que Lacan partía, con las teorías freudianas y los escritos de surrealistas como el pintor español Salvador Dalí sobre la paranoia, al que llegó a entrevistar.

Margarita (Aimée) llevaba el nombre de una hermana mayor muerta, lo que la marcaría de por vida, como señalaría su propio hijo, Didier, quien también vino al mundo tras la muerte al poco de nacer de una hermana mayor que así mismo iba a llevar el nombre de la madre y de la tía fallecida. Ambos, madre e hijo, arrastrarían el difícil papel de tener que sustituir a una hermana mayor muerta. Las dificultades de Aimée con su maternidad, habían llevado a que una hermana viuda le acabara sustituyendo en el cuidado de su hijo cuando fue ingresada en una institución psiquiátrica por alucinaciones y delirios de persecución. Tras salir de la clínica marchó a París abandonando a la familia para dar salida a sus impulsos literarios, fuente a su vez de nuevas frustraciones al no lograr la publicación de sus novelas. Todo ello le llevó a una intensificación de sus delirios hasta el intento de homicidio frustrado antes comentado que le supuso un segundo ingreso psiquiátrico donde fue atendida por Lacan. El caso Aimée le serviría a Lacan como base para desarrollar su teoría sobre la paranoia, en este caso de autocastigo. Por estas mismas fechas, principios de los años 30, Lacan comenzaba a cercarse al psicoanálisis freudiano. Lacan sacaría la conclusión de que, a diferencia del pensamiento dominante en la época, no había una única causa de la psicosis, sino múltiples determinantes, lo que le llevó a concluir la posibilidad de curación en algunos casos, pero solo en algunos casos, con lo que iba a ir más lejos que el propio Freud que por sus experiencias, tendería a descartar la posibilidad de cura de la psicosis a través del psicoanálisis.
Para defender la cura psicoanalítica en estos casos Lacan lo iba a fundamentar apoyándose en varios aspectos que él conseguiría aunar en su estructura de pensamiento, tal y como hemos señalado más arriba: por un lado la teoría freudiana que comenzaba a conocer por alguna traducción que había realizado; las nuevas corrientes psiquiátricas que renegaban de la salida represivo-carcelaria para los pacientes; y del Surrealismo tras la publicación del Segundo manifiesto (1929) donde se produciría un claro giro hacia posiciones izquierdistas —de hecho, algunos de sus impulsores más conocidos como Bretón, Aragón y Élouard habían dado el paso de ingresar en el Partido Comunista Francés (PCF)—. Pero si bien Lacan, con sus indagaciones sobre el caso Aimée había ido acercándose al movimiento freudiano, todavía tendría que emprender su propio análisis en el diván de Rudolph Loewenstein a partir de 1932, ya con 31 años de edad, para poderse convertir en psicoanalista.
Spinoza, filósofo holandés de origen sefardí hispano-portugués, iba a desempeñar otro importante papel en la conceptualización teórica de Lacan —al igual que la mitología clásica y la tragedia de Shakespeare la tendrían en la conceptualización freudiana del Edipo—. De Spinoza va a retomar y desarrollar, adaptándolo a su cuerpo teórico, el término «discordancia». Al no considerar la paranoia ni a la locura en general como una anomalía, sino como una discordancia en relación a una persona normal, será aplaudido por la joven generación de psiquiatras críticos que reniegan de las prácticas de internamiento con pacientes, y también por los surrealistas. Esta construcción teórica le aproximará a las tesis freudianas sobre la psicosis, la neurosis y la perversión. Pese a la influencia del Surrealismo en Lacan evitaba mencionarlo en sus escritos académicos para tratar así de eludir las críticas que se podrían haber desatado contra sus teorías por falta de rigor científico. No obstante, la defensa de su tesis doctoral en 1932 (De la psicosis paranoica) resultó accidentada y traumática, y como consecuencia de ello Lacan ya no quiso reeditarla ni referirse a ella. Y en buena medida renegó de ese escrito abandonando algunas de las aportaciones más importantes sobre la paranoia y la discordancia, elementos que le acercaban en cierta medida a Freud, al que le envió un ejemplar de la tesis pero del que sólo recibió las gracias sin indicar que la hubiera leído. Cuando a él mismo se le preguntaba años después sobre en qué momento se puede hablar de una intervención suya en el campo del psicoanálisis, él se remontaba a 1936, obviando el momento de presentación de sus tesis, cuatro años antes.
Los mayores elogios hacia la tesis doctoral de Lacan iban a venir de los medios literarios vinculados con el Surrealismo y la izquierda marxista. Así Paul Nizan, en L’Humanité, órgano del PCF, publicaría en 1933 un elogio de la tesis como aportación en el campo del materialismo dialéctico. El poeta René Crevel haría lo propio en la revista Le Surréalisme au service de la révolution, señalando que revolcaba el psicoanálisis al servicio del ideal burgués y creaba un espíritu nuevo situado en el terreno del materialismo, a la vez que se lamentaba de que Freud no hubiera abrazado el análisis marxista. El pintor Dalí en la revista Minotaure lo ensalzaba como líder de un freudismo realzado de marxismo al servicio de la revolución. Jean Bernier en La Critique Sociale fundada por Boris Souvarine, situándose ya a la izquierda del Partido Comunista Francés —ambos habían apoyado a Trotsky en 1924 en el marco del XIII Congreso del Partido Comunista soviético— alababa su tesis pero introduciendo algunas críticas que iban en la línea del análisis freudiano (ausencia de tratamiento de la sexualidad infantil y falta de experiencias terapéuticas). Lacan se veía así consagrado como un referente de la izquierda más radical de la época, sin haberse llegado a manifestar en ningún momento en defensa de una orientación política concreta. Parece que las observaciones elogiosas realizadas desde las páginas de revistas comunistas y surrealistas despertaron el interés de Lacan por Hegel y Marx. Así en un artículo de 1933 en la revista Minotaure ya hablaba de conceptos como «civilización burguesa» o «superestructura ideológica».

Ese año tuvo lugar además un famosísimo y mediático crimen de dos señoras (madre e hija) a manos de sus dos criadas (las hermanas Papin), de origen campesino pobre. El crimen había sido ejecutado con una violencia y saña inusitada. Sin embargo las hermanas esperaron recostadas en la cama a la policía. Tras el diagnóstico realizado por los psiquiatras convencionales de que las hermanas eran sanas y responsables de sus actos, surgió un debate al respecto. Cuando en prisión aparecieron síntomas tales como las alucinaciones, los psiquiatras convencionales volvieron a diagnosticar que eran simulados, por lo que fueron juzgadas y condenadas, la mayor a la pena de muerte, aunque sería finalmente conmutada por la prisión perpetua, pero un año después moriría de desnutrición y demencia, que sería interpretado por Lacan como la manifestación de una paranoia de autodestrucción, enlazándola con el caso de su tesis doctoral sobre Aimée.
Al parecer, los terribles actos de violencia se desencadenarían tras un apagón eléctrico mientras estaban planchando. La simbología de ese apagón iba a llevar a Lacan a hablar del silencio existente entre las amas y sus criadas («entre ellas no pasaba la corriente») y cómo ese corte eléctrico iba a desencadenar una situación de delirio que iba a conducir a la terrible acción violenta. Se supo que la hermana mayor había sido abusada por el padre y en la familia había habido diversos antecedentes de locura. En el marco de un debate social en el que importantes representantes de la izquierda como Jean Paul Sartre denunciaban la hipocresía de la sociedad burguesa, Lacan se inscribiría haciendo un giro teórico respecto a su estudiado caso Aimée, al señalar que en el caso de las hermanas Papin se había desencadenado una paranoia de autocastigo a través de la cual, la criada mayor trataba de herir el ideal del amo que llevaba dentro de sí misma. Donde ya aparecía referenciado, aunque sea de forma indirecta, el conflicto social y de clases, o si se quiere, en términos de la dialéctica hegeliana que venía de abrazar Lacan, el conflicto entre ama y criada (o entre amo y esclavo en los escritos de Hegel).
En el diván
Comienza su psicoanálisis de diván con Rudolph Loewenstein, judío de origen polaco, y con el que rápidamente comenzarían las desavenencias. Lacan era un espíritu muy libre y no dispuesto a aceptar ningún tipo de autoridad sobre su persona, aunque el análisis se mantuvo por espacio de seis años (1932-1938) a partir de unas reglas que Loewenstein señaló a Lacan, como que la cura debía quedar fuera de los lazos de amistad o que el terapeuta debía confiar en su memoria sin tomar notas en la sesión. Las condiciones transferenciales positivas necesarias para una auténtica cura se hacían muy difíciles. Los dos, en ámbitos privados, manifestaron las dificultades del proceso de cura, con mutuas consideraciones negativas. Finalmente, Lacan alcanzaría la titularidad como psicoanalista gracias al apoyo de Édouard Pichon y en contra de la opinión de Loewenstein. Cabe pensar que si Lacan siguió acudiendo a las sesiones fue más para poder proseguir su formación en el marco de la Sociedad Psicoanalítica Parisina (SPP), en la que fue acogido como adherente en 1934, lo que le permitió comenzar a ejercer una primera terapia con un paciente desde 1934 hasta 1939, con un método peculiar por el que cada 2 o 3 semanas Lacan hacía una especie de resumen de lo avanzado hasta ese momento como punto de apoyo para la continuación del análisis. Salvo Édouard Pichon que fue su gran apoyo en la SPP, en general Lacan era acogido con desconfianza, a veces con frialdad o indiferencia (Marie Bonaparte), cuando no con verdaderas reticencias (Loewenstein). Pero sería especialmente a partir de 1936, momento en el que Lacan reemprendió de nuevo su obra teórica en un tono que escapaba a los medios psicoanalíticos franceses, cuando sufrirá el rechazo de sus nuevos colegas.
Durante los años 1932 y 1933 su vida amorosa conocerá dos importantes momentos. Con Olesia Sienkiewicz, la ex mujer de un cercano amigo que fue abandonada por su pareja, iniciará una intensa relación amorosa coincidiendo con la preparación de su tesis doctoral en 1932, a la que Olesia le ayudaría mecanografiándola. Y luego, al siguiente año, en el otoño de 1932, en un momento de crisis de su relación con Olesia, conocería a Malou (Marie-Louise Blondin) con la que acabaría contrayendo matrimonio a finales de ese mismo año por la Iglesia Católica, pese al materialismo de Lacan, para complacer a su madre, profundamente religiosa.
Tan solo unos meses antes del ingreso de Lacan en la Sociedad Psicoanalítica Parisina (concluido en noviembre de 1938) se iba a producir la partida de Freud de Viena, acosado por los nazis (marzo de 1938). Freud y sus compañeros habían liquidado antes de partir la Sociedad Psicoanalítica Vienesa por el temor a que pudiera ser copada por los nazis tras la ocupación de Austria, tal y como había ocurrido con la sociedad berlinesa. El británico Ernest Jones, que presidía la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA, por sus siglas en inglés), aplicaba en el campo de las instituciones psicoanalíticas una política de «apaciguamiento de la fiera» similar a la que en el campo político llevaban a cabo los gobiernos británico y francés. La estrategia de la llamada «operación de salvamento» del psicoanálisis en Alemania y Austria suponía la exclusión de los judíos (arianización) y la eliminación del eje argumental freudiano (al que consideraban una ciencia judía). Esta política no complacía a Freud, pero los resortes de la IPA hacía tiempo que los controlaba Jones (esta parte la hemos trabajado más extensamente en Freud, en su tiempo y en el nuestro). Cuando Freud se vio forzado a abandonar Viena (marzo de 1938) y llegó a París, en la reunión celebrada con los miembros de la sociedad parisina no se encontraba Lacan, que aunque era adherente, todavía no ostentaba la titularidad. Tampoco participó en el Congreso de la IPA celebrado el verano del año siguiente (1939), en el que Jones alardeaba del éxito de su «política de salvamento» del psicoanálisis en Alemania… sin dar detalles de las secuelas de arianización que implicaba, ni del hecho de que un primo de Göring se hubiera hecho con el control de la misma. Unos meses antes, noviembre de 1938, Lacan había logrado por fin obtener la titularidad como psicoanalista reconocido por la SPP, gracias al apoyo de Édouard Pichon y frente a las resistencias de otros miembros de la SPP que recelaban de Lacan.
Al mismo tiempo que comenzaba su diván con Loewenstein y su primera terapia psicoanalítica con un paciente, se despertó en él un gran interés por la Filosofía, hasta el punto de solicitar clases particulares a un estudiante más joven que él y de ideas comunistas, lo que llamará su interés por ciertos debates en el seno de la izquierda del momento por conceptos como el freudo-marxismo. Pero no vendrá por ahí la principal influencia filosófica de Lacan. Será sobre todo a partir de dos filósofos rusos, Koyré y Kojève, emigrados en Francia y distantes de la Revolución de Octubre de 1917, a través de los que entrará en contacto con la fenomenología, una de las corrientes de pensamiento más modernas de su época que se vinculaba en sus orígenes a Hegel, el padre del pensamiento filosófico dialéctico. De hecho, se hablaba de «las tres H» para referirse a Hegel, Husserl y Heidegger, los tres grandes filósofos alemanes entre los que se podría establecer una corriente continua de pensamiento.
En 1931 se había celebrado el centenario de la muerte de Hegel, que fue también un momento para su recuperación por la intelligentsia francesa. Así, conocidos pensadores del momento, como André Breton, líder del Surrealismo, hacían una lectura de su filosofía que asociaban a la doctrina de Freud; Jean Paul Sartre, en su aproximación al marxismo, alababa su método dialéctico; pero incluso los fundadores de la revista de Historia Annales d’Histoire Économique et Sociale, Marc Bloch y Lucien Febvre, también se inscribirían, desde su propio campo, en esta recuperación del pensamiento de Hegel. A Lacan le iba a llegar años después esta influencia de la mano de los dos profesores rusos emigrados antes citados «los dos K», Koyré y Kojève, quienes durante varios años impartieron un seminario sobre Hegel, al que durante algunos cursos (entre 1934 y 1937) acudiría Lacan. En estos cursos, sobre todo durante la etapa de Kojève, se trabajaba releyendo en alto la obra de Hegel Fenomenología del espíritu, que el profesor traducía y reinterpretaba desde una perspectiva actual, método que también haría suyo Lacan para leer y reinterpretar los textos de Freud. Parece ser que como fruto de estos seminarios y de su participación, Lacan tenía proyectado un artículo conjunto con Kojève titulado Hegel y Freud: ensayo de un confrontación interpretativa para ser publicado en la revista Recherches Philosophiques, pero no llegó a ver la luz.

En buena medida, la elaboración teórica lacaniana de la segunda mitad de los años 30 y durante la década del 40 iba a estar fuertemente impregnada de esta influencia hegeliana refundida y se iba a basar en dos conceptos clave: el «yo» —en el sentido del je francés— como sujeto de deseo, el deseo mismo como revelación del ser y el «yo» ilusorio —en el sentido del moi francés— como lugar de ilusión y fuente de error. Se iba a producir la segunda gran refundición teórica de Lacan que le había llevado desde una lectura freudiana de la psiquiatría —en su tesis doctoral— a otra lectura filosófica —bajo la influencia de la dialéctica hegeliana— de Freud. En realidad, la mayor relación transferencial no le había venido tanto de su experiencia de diván, sino a través de sus maestros filósofos ya en la edad adulta. Todo ello chocaba con el positivismo que dominaba en las instituciones oficiales del psicoanálisis de la época.
El congreso de la Asociación Internacional Psicoanalítica (IPA por sus siglas en inglés) celebrado en Marienbad, población cercana a la frontera de Austria, en el verano de 1936 sería el primero en el que participaría Lacan. El congreso estuvo atravesado por una gran polémica entre la hija de Freud, Anna, y la psicoanalista británica, Melanie Klein, a propósito de si era oportuno desarrollar un psicoanálisis específicamente infantil. Melanie lo defendía y Anna estaba en contra. Como había una prevención general de no analizar a niños sino era en presencia de los padres, Melanie Klein recurrió a analizar a sus propios hijos para remover un lugar hasta entonces inaccesible para el mundo freudiano. A pesar de no haber conocido antes las teorías de Melanie Klein, Lacan pudo comprobar en ese congreso elementos de proximidad teórica en algunas cuestiones planteadas por Klein. Pues desde diferentes caminos, Klein, a través del análisis infantil, Lacan, a través de sus experiencias psiquiátricas sobre la paranoia, habían llegado a un lugar común, como era la posibilidad de la intervención psicoanalítica en el tratamiento de la psicosis (locura). Un campo que Freud, el padre del psicoanálisis, no veía claro.
Lacan había preparado una comunicación sobre la prueba del espejo, cuando entre los 6 y 8 meses la mirada ante un espejo —aunque posteriormente, para Lacan, ese «espejo» iba a tener un sentido más metafórico que concreto— permitía al niño reconocerse (identificarse con su «yo», distinto y singular), lo que le llevaba a definir esta etapa como un estadio, una fase del desarrollo cognitivo. Pero apenas llevaba 10 minutos de disertación cuando Ernest Jones, presidente de la IPA y del congreso, interrumpió a Lacan, lo que le supuso una verdadera bofetada y tuvo que dejar inacabado su discurso, en unas circunstancias en las que todavía Lacan era poco conocido en los círculos psicoanalíticos internacionales, aunque sí parece que despertó interés entre el grupo de Viena, pero no en Anna Freud. Freud padre no pudo asistir por encontrarse enfermo. El contenido del discurso frustrado fue incluido posteriormente en un artículo titulado Los Complejos familiares, donde Lacan ya hablaba abiertamente de la necesidad de una revolución freudiana a partir de una nueva lectura de los textos de Freud, para lo cual se iba a apoyar en sus conocimientos de psiquiatría, en su aproximación al mundo surrealista y finalmente en la aportación de la filosofía hegeliana inspirada por dos maestros rusos emigrantes: Koyré y Kojève.
Dos historias familiares
A través de dos grupos familiares con los que tomará contacto Lacan: los Bataille y los Maklès, se puede dibujar una amplia red de relaciones con personajes muy importantes de la intelectualidad de su época. El punto de nexo sería el matrimonio que formaron algún tiempo el conocido escritor Georges Bataille y Sylvia Maklès, pertenecientes a dos complejas familias que dejaron un importante legado de trastorno, sobre todo en el caso de Georges. La familia de Sylvia, formada por cuatro hermanas y un varón, se fue vinculando a través de diferentes emparejamientos con personajes reconocidos en los ámbitos artísticos e intelectuales. La mayor, Rose, fue esposa del pintor surrealista André Masson. La segunda, Simone, se casó con un economista que fundó con George Bataille la revista Critique. Bianca, la tercera, con el surrealista Théodore Fraenkel. Bianca murió en condiciones trágicas en 1931 y su madre no logró superarlo lo que llevó a Sylvia a convertirse en el sostén moral de la familia.
Sylvia acabó dedicándose al cine como actriz y trabajó en la película Un día de campo, de por Jean Renoir, conocido director de cine, hijo además del famoso pintor Auguste Renoir. La película, por causa de diferentes vicisitudes no se pudo estrenar hasta diez años después de su rodaje (1936-1946), cuando ya Sylvia se había separado de Georges Bataille años atrás y emparejado con Lacan. Como se puede ver, el vínculo de Lacan con los círculos intelectuales a través de la amistad y el matrimonio iba a resultar muy intenso. Ese contacto con el mundo de la intelligentsia y la bohemia le iban a seducir a Lacan hasta el punto de renunciar a una vida más convencional, vinculada a la burguesía médica parisina, como había supuesto su matrimonio con Malou con quien tuvo dos hijas y un hijo. En su relación con Sylvia, actriz, bohemia, con una amplia experiencia de relaciones amorosas anteriores, Lacan iba a sentir un fuerte impulso vital. Además, Sylvia seguía manteniendo una buena relación con su ex marido, Georges Bataille de la que también iba a participar Lacan. Georges introdujo a Lacan en un conocimiento más profundo de la obra de Nietzsche, al que Lacan había leído de joven y al que Georges había consagrado varios números de la revista Acéphale que dirigía, y del que defendía una lectura claramente de izquierdas, en contra de la hermana del pensador, hacia la que Nietzsche mostró un claro rechazo por su planteamientos antisemitas, y que se puso al servicio de la propaganda nazi afirmando que su hermano había apoyado a Hitler. Con frecuencia, las actividades intelectuales de Bataille solían ser sumamente excéntricas y provocadoras, quizás como proyección de sus propios trastornos psíquicos, pero Lacan lo acompañó en muchas de ellas. Entre ellos existía una amistad surgida en 1934 a partir del interés mutuo por los círculos hegelianos de París.
Una nueva edición de la Enciclopedia Francesa que iba a dirigir a partir de 1932 el historiador Lucien Febvre y que incluiría un volumen VIII referido a la vida mental, permitiría a Lacan publicar dos artículos referidos al psicoanálisis. Uno de ellos, La Familia, resultó altamente polémico. Al principio, la polémica se estableció por la dificultad y complejidad del mismo para poder ser leído y comprendido, lo que llevó a varias revisiones y redacciones del mismo a cargo de una catedrática de letras, e incluso por el mismísimo Febvre. El artículo, de gran complejidad para su lectura, suponía ya un avance sobre muchos conceptos y nociones que estructurarían después la doctrina lacaniana, aunque todavía en proceso de maduración. Suponía un gran esfuerzo de síntesis de términos y conceptos procedentes de Freud, de la escuela oficial francesa, a los que por primera vez añadía elementos de Melanie Klein sobre los primeros estadios del conflicto edípico. A todo ello se unía el aprendizaje de la filosofía hegeliana desarrollado con los «dos K» (Koyré y Kojève), elementos sociológicos elaborados a partir del grupo creado por su amigo George Bataille (Colegio de Sociología) y también de avances recientes de la antropología, etc.
Hablaba de la familia y del desarrollo individual en su seno en tres fases: «complejo del destete»; «complejo de intrusión» y «complejo de Edipo», retomando la idea de Melanie Klein y que años después reelaboraría como tesis central de su doctrina o tópica lacaniana de lo simbólico, lo imaginario y los real (representado a veces a través de las siglas S.I.R.).
- El «complejo de destete» representaría la forma primordial de la imagen materna, fijando los elementos más arcaicos que vincularían al individuo a la familia, pero que podría llegar a ser fuente de patologías psíquicas y físicas que podrían activar el «apetito de muerte» (anorexia, toxicomanías, problemas gástricos, etc.). Aunque esta formulación la modificaría notablemente años después.
- El «complejo de intrusión» surgiría de la relación con sus semejantes, dando lugar al drama de los celos entre hermanos o a su propia identificación a través de su imagen ante el espejo (estructura narcisista). Esta fase podría dar lugar a la socialización —aunque fuera conflictiva— o evolucionar a una construcción paranoide.
- El «complejo de Edipo» surgiría como producto de la triangulación entre madre, padre y niño, propia de la familia humana en la que la sexualidad, como había señalado Freud, ocuparía un lugar clave, aunque planteaba desarrollar más este aspecto al calor de los trabajos de Melanie Klein.
Desarrollaba también algunos conceptos vinculados con la sociología y la antropología en relación al papel jugado por las sociedades patriarcales (pueblo judío o Roma, por ejemplo) para el desarrollo de las formas jurídicas (la ley) frente a otras sociedades matriarcales de menor estructuración jurídica y de carácter más tribal. Llegaba a señalar que Freud construyó la teoría del complejo de Edipo justamente en un momento en el que por el desarrollo industrial se tendía a debilitar la imagen paterna y que el psicoanálisis surgía precisamente como reconocimiento de esa carencia o declinar inevitable de la autoridad paterna. El segundo artículo incidía aún más en esta línea. Sin embargo Pichon, que había dado hasta entonces su apoyo a Lacan para ingresar en la Sociedad Psicoanalítica de París (SPP) no dudó en reprocharle ser hegeliano y marxista, defensor en definitiva de unas tesis procedentes del mundo germano que cuestionaban los valores de la civilización francesa que él consideraba superiores. Lucien Febvre, aunque trató de salir al paso de la dificultad terminológica del artículo de Lacan, conectaba más con su punto de vista universalista que con la concepción chauvinista francesa de Pichon.
Guerra y posguerra
El estallido de la II Guerra Mundial, luego la ocupación alemana y la formación del régimen colaboracionista de Vichy, iban a incidir en todos los ámbitos del mundo profesional e intelectual en el que se desenvolvía Lacan, también en los ámbitos privados y de sus amistades.
Al poco del estallido de la guerra fallecía Freud el 23 de septiembre de 1939 en Inglaterra. La muerte del padre del psicoanálisis anunciaba una cierta crisis y dispersión entre sus filas por diferentes países. En Austria y Alemania, la política de Ernest Jones había llevado a un cierto grado de colaboracionismo con el proceso de arianización del psicoanálisis. Y las tendencias antisemitas, derivadas en algún caso de las tendencias chauvinistas francesas, auguraban lo peor para Francia ante la derrota frente a Alemania. De la primera generación de psicoanalistas franceses, varios de ellos, como Pichon, fallecieron por estas fechas, algunos buscaron el acomodo a la nueva situación, con mayor o menor éxito en la colaboración con los ocupantes. Otros tuvieron que exiliarse por su condición de judíos, y gracias al papel de Marie Bonaparte, que ya había participado en el rescate de Freud en Viena y que se negó por completo a establecer una vía de colaboración con los nazis, no fue posible una experiencia de «arianización» de las instituciones del psicoanálisis parisino. Y todo ello pese a sus ideas conservadoras y aristocráticas. De hecho, acabó refugiándose en Atenas hasta la ocupación nazi, desde donde partió junto a la familia real para Alejandría (Egipto).
La ocupación alemana de Francia —el 14 de junio de 1940 llegaban a París—, le pilló a Lacan más bien preocupado por sus problemas familiares. El segundo hijo tenido con su esposa Malou, llamado Thibaut, tuvo serios problemas de salud al nacer que amenazaron su supervivencia, en el mismo momento en el que Lacan reafirmaba su relación con Sylvia Bataille, que era judía y que tenía que ponerse a salvo junto con otros familiares y amigos. La complicación familiar todavía se hizo mayor cuando Malou se quedó por tercera vez embarazada casi de forma simultánea a Sylvia. La ruptura se acabó consumando pero sin un divorcio de por medio —que no se produjo hasta 1941— y como Sylvia tampoco se había llegado a divorciar de George Bataille, al nacer la hija de ambos, Judith, tomaría el apellido Bataille. Como señala la autora, este hecho dejaría sin duda marcado a Lacan e influiría en su teoría posterior del «nombre-del-padre».
Durante la ocupación, sin llegar a implicarse en la Resistencia, sí frecuentó tertulias de intelectuales en las que algunos de ellos participaban y escribían en revistas clandestinas contrarias al nazismo y al régimen de Pétain, vinculadas con la Resistencia. En una de ellas conocería a Sartre, a Simone de Beauvoir y a Albert Camus, en la que también participaban otros conocidos personajes como Picasso, Dora Maar o Braque. En estos círculos, una de las personas que más atentamente seguiría los escritos de Lacan sería Simone de Beauvoir, que años después, al redactar su obra El segundo sexo, trabajaría a fondo el texto de Lacan sobre la familia. De aquellas tertulias surgieron también oportunidades profesionales para Lacan, pues psicoanalizó a Dora Maar y se convirtió en el médico personal de Picasso. Durante la guerra Lacan no publicó nada. Finalizada la contienda, en su círculo de amistades intelectuales surgió la necesidad de buscar una explicación al fascismo desde el ámbito de la psicología de masas o colectiva, basándose en escritos de Freud de 1921 que se adaptaban bastante bien para explicar el fascismo —aunque Freud, en su origen, lo que trataba de analizar era el comunismo soviético—. Freud desarrollaba el fenómeno psicológico de masas en torno a dos ejes: uno de carácter vertical, marcado por un líder o cabecilla que podía ser un hombre real o una abstracción (un Dios, una ideología autoritaria o intolerante, como él consideraba al comunismo); y otro eje de carácter horizontal que trataba la relación de los iguales (miembros de la masa) que se subordinaban al identificarse con un jefe, una idea (en definitiva, un padre). Para muchos autores, tras el final de la II Guerra Mundial, esta teoría freudiana se adaptaba perfectamente a la explicación del fascismo.
Lacan había trabajado una temporada en Reino Unido siguiendo el programa para la inserción de personas con diferentes patologías, o incluso delincuentes presos, que habían sido movilizados con éxito para apoyar en tareas de retaguardia durante la guerra. A partir de esta experiencia iba a plantear una modificación de la teoría freudiana expuesta más arriba, al dar mayor peso al eje horizontal de relación, que en la práctica había funcionado en el marco de una sociedad liberal/democrática como la inglesa. Lacan lo sintetizó diciendo que «el poder del grupo sin jefe era superior al del poder del jefe sobre el grupo». El predominio de la estructura horizontal sobre la vertical permitía la integración de todas esas personas con dificultades (con patologías, con historias delictivas, etc.) de forma más eficaz que a través de la subordinación al jefe guerrero. Lacan reelaboraba la teoría freudiana y la adaptaba a investigaciones suyas anteriores y otras más recientes en Reino Unido. En relación a su artículo sobre la familia, Lacan partía de la idea de que el fascismo representaba un intento caricaturesco de recuperar la imagen declinante del padre en la sociedad industrial. Representaba en cierta medida una vuelta al igualitarismo guerrero de las sociedades tribales fanatizadas por una pulsión de muerte. Con todo ello, Lacan, partiendo de una reformulación freudiana, influenciado por los psiquiatras y psicoanalistas ingleses no ajenos a su vez a las influencias de Melanie Klein, conseguía elaborar una nueva formulación teórica.
Como ya vimos más arriba la vida familiar de Lacan iba a ser bastante compleja. Aunque separado y finalmente divorciado de Malou, esta se lo iba a ocultar a sus tres hijos alegando continuos viajes del padre. La relación con estos tres hijos iba a ser poco frecuente a partir de la separación, limitándose a una comida cada jueves en presencia de la madre para seguir manteniendo la farsa. Hasta la boda de la hija mayor, Carolina, en 1958, se mantuvo oculta a los hijos. Más intensa fue la relación con su hija Judith, nacida de su relación con Sylvia Bataille e incluso con su hijastra Laurence, que se implicó políticamente, primero como miembro del PCF, al que abandonó el dar el partido apoyo a la política de Francia en Argelia, y luego participando en una red de apoyo al Frente de Liberación Nacional de Argelia (FLNA) que le costó la cárcel al igual que a un primo suyo, de lo que Lacan se manifestó orgulloso en una carta al psicoanalista británico Winnicott. Laurence Bataille se acabó convirtiendo en una reconocida psicoanalista del movimiento lacaniano.

Durante la guerra, en el seno de la Sociedad Británica de Psicoanálisis (BPS por sus siglas en inglés), y estando en ese momento muchos psicoanalistas europeos refugiados allí, iba a surgir una dura pugna entre los partidarios de Anna Freud y los de Melanie Klein. Algunos, como Jones, presidente de la IPA, prefirieron quedarse al margen. El motivo inicial fue sobre la defensa del psicoanálisis infantil que hacía Klein, renovando así algunos aspectos de la teoría freudiana y que Anna Freud se negaba a aceptar, considerándolos ajenos a la tradición freudiana, pese a que Freud en vida no los llegó a condenar. Los planteamientos de Klein, que tenían gran apoyo entre los analistas británicos, representaban un enfoque más innovador (y por tanto, en el fondo, más en la línea del espíritu freudiano), frente a una posición más conservadora de los llegados de Viena, entre ellos la propia Anna. Algunos psicoanalistas británicos de la primera generación como Strachey —uno de los primeros en traducir a Freud al inglés—, o Winnicott, se desmarcaban de ambas corrientes al considerar que ese conflicto acabaría por hacer estallar la Sociedad Británica de Psicoanálisis. La base del conflicto era la lectura, con sentidos interpretativos muy alejados, de la conocida como segunda tópica (o teoría) freudiana basada en el «yo» (ego), el «ello» (id) y el «superyó» (superego), así como el nexo transferencial entre terapeuta y analizante. Los partidarios de Anna preferían postergar en la cura el nexo transferencial al objetivo principal de aumentar el dominio del «yo» (ego) sobre el «ello» (id) —de ahí que también se la denominara Escuela del «yo» o Ego psichology—, ayudando a deshacer los aspectos de la represión y de los mecanismo de defensa, mientras que los partidarios de Klein, daban preferencia al nexo transferencial entre analista y paciente que debería formar parte de la cura analítica desde el inicio. Al final tuvieron que llegar a un entendimiento y se establecieron tres grupos o corrientes para la formación didáctica de los analistas: los kleinianos, los annafreudianos, y los independientes, lo que llevó a debilitar en cierta medida a la BPS.
Lacan, por su propia evolución y lectura innovadora de Freud en Francia tendía a coincidir más con Klein. De hecho, le propuso traducir él mismo del alemán al francés su obra El psicoanálisis de niños, publicada en 1932 en alemán e inglés, que fue aceptado por Klein. Sin embargo, una serie de hechos rocambolescos sucedidos con la traducción que llevaron a Lacan a extraviar un primer borrador de la primera parte realizado por un discípulo suyo, acabaron por alejarles por completo cuando apenas se acababan de conocer. En general, las ideas de Anna Freud tuvieron gran predicamento en América, sobre todo en EEUU frente a la diversidad teórica europea. Así, los norteamericanos, aunque muchos de origen judío, llegaron a dominar el XVI congreso de la IPA, siendo desplazado de la presidencia el británico Ernest Jones por el norteamericano Leo Bartemeier, lo que fue sentido por los kleinianos como el dominio de las posiciones de Anna Freud a nivel internacional.
La consolidación del pensamiento lacaniano
En 1953 se iba a producir la escisión de la Sociedad Psicoanalítica Parisina (SPP). No era el objetivo de Lacan que intentó evitar la ruptura, pero los oficialistas le hacían responsable. Es cierto que Lacan no aceptaba las reglas de la IPA que establecía de manera un tanto burocrática el tiempo de duración de las sesiones y también el tiempo de la cura. Lacan era partidario de una duración variable de las sesiones e incluso de sesiones cortas de forma puntual para profundizar en un aspecto concreto de la terapia que pudiera aflorar en un determinado momento, y que al interrumpir («corte lacaniano») permitía la libre asociación del paciente y retornar en ese punto en la siguiente sesión. Lacan defendió ese planteamiento en tres conferencias ante la SPP antes de la escisión —aunque no llegó a publicarlas—, pero una vez consumada la escisión de la SPP, para asegurar el reconocimiento de la Asociación Internacional de Psicoanálisis (IPA), tuvo que renunciar aparentemente a su práctica, aunque siguió manteniéndola…
Las aportaciones del antropólogo y amigo suyo Claude Lévi-Strauss serían fundamentales en los años 50 para poder completar Lacan su estructura de pensamiento, revisando parcialmente la aportación freudiana sobre el Edipo. Algunos conceptos de Freud en Tótem y tabú sobre la universalización del complejo de Edipo y la prohibición del incesto como regla fundamental del paso del estadio primitivo a la civilización (la cultura) que Freud sólo pudo apoyar débilmente en un fábula de Darwin y en investigaciones antropológicas no realizadas sobre el terreno, habían sido impugnados o puestos en cuestión por varios estudios antropológicos de campo, es decir, realizados en sociedades primitivas sobre el terreno. Bronislaw Malinowski cuestionaba la triangularidad padre-madre-hijo como estructura familiar universal al estudiar sociedades matrilineales en las que la figura paterna no estaba tan claramente establecida, aunque se pudiera interpretar que el hermano materno (el tío) podía desempeñar esa función de «la ley» de la que Freud hablaba para el padre. Otra investigación de campo posterior de Geza Roheim, financiada en parte por Marie Bonaparte, llegaba a unas conclusiones no muy diferentes, aunque reafirmaba que era indudable que la prohibición del incesto era un hecho clave, aunque no fuera bajo una estructura triangular freudiana.

Pero el que iba a dar el salto en la reformulación antropológica iba a ser Lévi-Strauss señalando que efectivamente la prohibición del incesto era clave en el paso de la sociedad primitiva a la civilización (o de la naturaleza a la cultura) para lo que estudió y redactó Las estructuras fundamentales del parentesco entre las que se daban ciertas reglas que no podían ser violadas (prohibiciones) a la hora de los emparejamientos (matrimonios). Más que de un fenómeno biológico, Lévi-Strauss iba a hablar del lugar simbólico del parentesco y de unas reglas (leyes) de organización social que iban a quedar en el inconsciente colectivo. Esta aportación de Lévi-Strauss sería fundamental para la reelaboración teórica de Lacan, partiendo de Freud pero matizándolo a la luz de los nuevos avances de la antropología. Así en 1953, en El mito individual del neurótico utilizaría la expresión «nombre-del-padre» para señalar la función simbólica separada de la realidad biológica. Por su parte, el «yo» quedará dividido en dos polos (siguiendo dos formas del «yo» en francés): el moi, lugar de las ilusiones y de lo imaginario —la imagen ante el espejo—; y el je sujeto, como vehículo de la acción a través de la palabra (yo como, yo pienso, yo existo…). Será sobre esta importante aportación retomada de Lévi-Strauss en torno a la función simbólica (el nombre-del-padre) que Lacan va a componer una nueva teoría o tópica basada en los tres registros que serán clave en su pensamiento: lo simbólico, lo imaginario y lo real (S.I.R.). Y como complemento a esta construcción teórica va a reivindicar en un discurso pronunciado en Roma (1951) sus sesiones de duración variable, pues según señalaría «más vale concluir demasiado pronto que dejar al paciente concluir demasiado tarde y empantanarse en una palabrería vacía»
El filósofo alemán Martin Heidegger iba a representar otro importante punto de referencia en la formación del pensamiento de Lacan. En los años 30, Heidegger acabó adhiriéndose al nazismo desde su posición de Rector de la Universidad de Friburgo. Tras finalizar la II Guerra Mundial fue depurado y apartado de la Universidad. En Francia, Heidegger había despertado gran interés entre la intelectualidad francesa desde años atrás y se debatía si su compromiso con el nazismo lo invalidaba como filósofo. Jean Paul Sartre señalaba que antes de nazi había sido ya filósofo y trataba de recuperar su aportación filosófica vinculada a una visión —según Sartre—, existencialista. Otro filósofo francés, Jean Beaufret, que había participado en la Resistencia y era un apasionado de Heidegger buscó la manera de contactar con él en Alemania cuando estaba ya apartado de la cátedra, y logró convertirse en un reconocido discípulo del filósofo alemán en Francia. Es verdad que Heidegger nunca hizo una autocrítica de su apoyo al nazismo, como mucho, en privado, habló de «gran tontería». A través de Beaufret, Heidegger escribió una carta pública en la que desautorizaba la interpretación existencialista de Sartre sobre su obra y en la que planteaba volver a los orígenes de la Filosofía, a los presocráticos (antes de Sócrates) como Heráclito. A principios de los 50, Heidegger volvería a ser reintegrado en la Universidad. Y por esas fechas, Jean Beaufret comenzaría a ser psicoanalizado por Lacan.

De esta relación transferencial nacería un interés redoblado por Heidegger en Lacan, hasta el punto de acudir a Friburgo con Beaufret para entrevistarse con él y pedirle permiso para traducir y publicar un artículo de Heidegger titulado Logos en la revista de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis (SFP) La Psychanalyse. De este artículo, Lacan sacaría la idea de que el logos en Heráclito tenía el sentido de lenguaje —lo asociaba directamente—. Lacan se basó en el artículo publicado por Heidegger en 1951 obviando una segunda versión de 1954 en la que el filósofo incluía un añadido diciendo que solo una lengua como la alemana era capaz de asimilar y expresar los conceptos griegos del origen de la Filosofía, lo que venía a ser una visión supremacista de la lengua alemana difícilmente aceptable en Francia. Pero Lacan se centró y adoptó el discurso sobre el lenguaje de Heidegger en relación a Heráclito, y no el de superioridad de la lengua alemana. Al mismo tiempo se pudo apoyar en las críticas de Heidegger al existencialismo de Sartre, que además Lacan trató de volver contra el discurso más oficialista entre los psicoanalistas freudianos. Ideas lacanianas como la de dejar actuar a la palabra o darle a la palabra su significancia soberana iban a consolidarse a través de la lectura y reinterpretación de Heidegger.
Françoise Marette, luego Dolto tras su matrimonio con el médico ruso emigrado Boris Dolto, será considerada como la segunda gran figura del movimiento freudiano francés, fundadora en Francia del psicoanálisis especializado en la niñez, empujada a ello como búsqueda personal ante la estructura patológica de las relaciones afectivas familiares en las que ella creció y de las que fue víctima desarrollando una grave neurosis. Estudió medicina y entró en el diván de René Laforgue, uno de los fundadores del psicoanálisis en Francia junto con Marie Bonaparte y Édouard Pichon, entre otros. La cura con Laforgue hizo despertar en ella un interés especial por el psicoanálisis y sobre todo una grandísima capacidad para poder escuchar a la infancia e interactuar con los niños a través del lenguaje. Su tesis doctoral sobre Psicoanálisis y pediatría daba ya muestras de cómo Françoise Dolto iba a ser capaz de crear una verdadera cultura de la infancia —de la que ella se había sentido privada en su niñez—. Ponía el acento más en el lenguaje del niño y su capacidad para adaptarse a él que en las técnicas de juegos o interpretación de los dibujos. En su tesis establecía un léxico final de definiciones adaptadas a los niños (eneuresia, pipí en la cama; encopresia, caca en los pantalones, etc.). Como señala la autora, los casos descritos en su tesis parecían estar redactados para poder ser leídos por niños. Tras la II Guerra Mundial, y aunque ya se conocían de antes en el seno de la SPP, Françoise y Lacan fueron grandes amigos. Interviniendo frecuentemente en conferencias, tomando la palabra uno a continuación del otro. La idea de Françoise Dolto de afrontar la cura de los niños tratando de comprender el lenguaje infantil sacado del mundo de los adultos para devolverle el lenguaje de su desarrollo real, fascinaba a Lacan. De hecho, aunque entre ellos no había pleno acuerdo en todos los aspectos, Lacan admiraba la manera sencilla con la que Françoise se expresaba: «tú no necesitas comprender lo que cuento, puesto que, sin teorizar, dices lo mismo que yo». Tanto François Dolto, como Jenny Aubry, madre de Élisabeth Roudinesco —la autora—, ambas especializadas en el psicoanálisis infantil se consideraron a sí mismas como discípulas de Lacan.
Uno de los grandes problemas con el que se encontró la SFP escindida de la SPP en 1953 fue el de la falta de reconocimiento por la IPA. Habiendo solicitado el ingreso en 1953 con resultado negativo, parecía sin embargo que entre 1961 y 1963, a la luz de las negociaciones en marcha podría haber habido un resultado positivo, pero tampoco fue así. Pese a que tres cuartos de los miembros de la SFP defendían la integración de Lacan como didáctico de la IPA, no solo no fue admitido, sino que se le excluiría como didáctico también de la SFP por el congreso de Estocolmo de la IPA de 1963. Los motivos aducidos eran la duración variable de sus sesiones y el elevado número de analizantes con que contaba Lacan. La confrontación con la IPA venía de años atrás. Lacan se refería a ella de forma despectiva como el «psicoanálisis norteamericano». Con motivo del centenario del nacimiento de Freud, en un número especial de la revista Études Philosophiques bajo el título de Situación del psicoanálisis y formación del psicoanalista en 1956 había hecho una dura diatriba contra la IPA y su sistema de funcionamiento burocratizado. En 1958 en una conferencia titulada La dirección de la cura y los principios del poder seguía su diatriba contra el «psicoanálisis norteamericano» y definía una serie de aspectos esenciales en la cura verdaderamente freudiana entre los que destacaba el de dar todo el poder a la palabra, única manera de introducir al sujeto en una verdadera libertad. Todo ello chocaba con el tecnicismo respecto al psicoanálisis que se había instalado en la IPA.
En 1960-61 Lacan dio un seminario para el que se basó en el análisis de El banquete de Platón, fundamentado en los comentarios de seis personajes alrededor de Sócrates sobre el amor. Lacan lo llevó al análisis de los deseos inconscientes de cada personaje, dando a Sócrates el papel del psicoanalista. Al tratar abiertamente el tema de la homosexualidad no dejaba de representar un ataque al oficialismo freudiano de la IPA que se negaba a aceptar un candidato homosexual en el análisis didáctico. En vísperas del congreso de Estocolmo, las tensiones aumentaron y por varias cartas dirigidas a sus colegas más próximos, sabemos del tono violento y agresivo de las acusaciones que Lacan dirigía a los miembros de la IPA o las que Marie Bonaparte dirigía contra los lacanianos con los que rechazaba todo compromiso. En un último esfuerzo por evitar ser excluidos de la IPA, Lacan viajó a Estocolmo para convencer a la IPA de las cualidades de su doctrina y de su técnica de cura, pero el resultado fue desastroso y Lacan y también Françoise Dolto fueron excluidos de la didáctica psicoanalítica de la IPA. Era la primera vez que en el movimiento psicoanalítico se excluía a una doctrina que se reclamaba plenamente de Freud y de sus enseñanzas a diferencia de otras disidencias anteriores como la de Jung o Adler, que las cuestionaron radicalmente. Expulsando a Lacan y a Dolto pretendían de descabezar al movimiento psicoanalítico en Francia, pero más de las tres cuartas partes de los psicoanalistas en formación se decantaría por Lacan y Dolto. En la IPA se imponía la orientación más conservadora del psicoanálisis asentada en Norteamérica y Reino Unido. En 1981 tras la muerte de Lacan, Françoise Dolto evocando su recuerdo explicaba que eran los discípulos de Lacan que se acercaban a tomar contacto con su práctica psicoanalítica de niños los que manifestaban mejor capacidad de escucharlos y conectar con su deseo de expresión y fue eso lo que le llevó a entender que Lacan era un verdadero psicoanalista.
Pese a la complejidad de los escritos y conferencias de Lacan, a las que la autora se refiere señalando que estaban cargadas de «barroquismo» expresivo, en algunos casos lograba ser sumamente pedagógico. Como cuando la periodista y escritora Madeleine Chapsal, con la que estableció una gran amistad, le entrevistó para L’Express el 31 de mayo de 1957. En esta entrevista Lacan señalaba que Freud había demostrado que todo avance científico significaba una humillación al narcisismo humano: así Copérnico acabó con la ilusión de que la Tierra era el centro del Universo; Darwin con su teoría de la Evolución reafirmaba el origen animal del hombre; y Freud con el descubrimiento del inconsciente cuestionaba que el «yo» consciente fuera el dueño de la personalidad… Y sobre Freud y su teoría destacaba además su carácter subversivo y que el inconsciente era asimilable a un sistema de signos, a una escritura que el psicoanálisis debería desvelar. La idea de Freud como un personaje que había encarnado una revolución —teórica, política e ideológica— era algo que no solo asumía Lacan, sino todo el movimiento psicoanalítico francés desde sus orígenes (y eso pese a las ideas socio-políticas profundamente conservadoras de Freud).
En su afán de buscar elementos que confirmaran la naturaleza subversiva del freudismo pensó en visitar a Carl Gustav Jung en 1954 (que contaba ya con 79 años) por si podía contarle algún recuerdo del maestro. De la conversación mantenida con Jung, Lacan se aferró a una frase que supuestamente pronunció Freud al llegar a Nueva York con Jung y Ferenczi en 1909 para dar unas conferencias en la Universidad diciendo: «no saben que les traemos la peste». Esta frase de Freud que otros autores como Peter Gray, biógrafo de Freud han matizado, señalando que lo que realmente dijo fue: «se sorprenderán cuando sepan lo que tenemos que decirles», sirvió a Lacan para reafirmar el aspecto subversivo de Freud. La frase en cuestión es asumida como cierta en Francia incluso por los no lacanianos. Aunque Lacan iría aún más lejos al señalar el error de Freud al creer que se producirá una revolución en América en lugar de que su doctrina acabaría siendo devorada por el Nuevo Mundo retirándola de su espíritu subversivo.
Gracias a la amistad con Roman Jakobson, lingüista de origen ruso que había pertenecido al círculo del poeta Vladimir Maiakovski —que se suicidó al comienzo de la época estalinista— y que en Praga fundó un Círculo Lingüístico siguiendo la línea del lingüista estructuralista ginebrino Ferdinand de Saussure, Lacan pudo incorporar a su teoría psicoanalítica nuevos conceptos relacionados con la teoría del lenguaje.
Ferdinand de Saussure, en cuyo Curso de lingüística general se había basado Jakobson, señalaba que el signo lingüístico estaba integrado por dos elementos: llamaba significante a la imagen acústica o percepción sensorial de un concepto y significado al concepto mismo. En su trabajo sobre los Fundamentos del lenguaje, Jakobson (con Morris Halle) incluía un artículo titulado: Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de afasia y señalaba que una persona, al hablar, realizaba dos funciones básicas: una referida a la selección entre paradigmas lingüísticos similares y otra de combinación. La afasia —consecuencia de un accidente o de una enfermedad— privaba al individuo de una de estas funciones. Si la afectada era la selectiva, perdía la capacidad de la función metafórica (como expresar un concepto a través de otro concepto diferente con el que guarda cierta relación de semejanza, por ejemplo, la primavera de la vida, como metáfora de la juventud), y si era la combinatoria, entonces quedaba afectada la capacidad de recurrir a la metonimia (cuando nos referimos por ejemplo a la parte por el todo, como en el caso de cabezas de ganado; o al continente por el contenido, cuando hablamos de tomar una copa sin especificar que lo que vamos a beber es su contenido). Jakobson lo relacionaba con los descubrimientos de Freud en relación al sueño y asociaba la actividad metafórica con el simbolismo de los sueños y a la metonimia, tanto con la condensación —diferencia entre el contenido latente y el contenido manifiesto de un sueño—, como con el desplazamiento respecto al objeto soñado.
Lacan, retomaría la aportación de Saussure y la integraría en su teoría psicoanalítica aunque modificándola parcialmente, al dar mayor relevancia (mayor alcance) al significante (imagen acústica o percepción sensorial) que al significado o concepto mismo, pues el significante podría también aparecer sin una relación con un significado o concepto concreto, como una manifestación del inconsciente. Respecto a lo señalado por Jakobson y Halle en relación con la teoría del sueño de Freud, Lacan lo integraría también, pero realizando algunos cambios significativos. Así, para Lacan, en contra del criterio de Jakobson (y Halle), la actividad de condensación —la relación entre el contenido latente y el contenido manifiesto en un sueño—, vendría a ser, a la luz de la teoría de Saussure, una especie de deslizamiento del significado bajo el significante y lo vincularía con una función metafórica, o de sustitución, aunque en este caso, a diferencia de la teoría lingüística, no sería de sustitución de un significado por otro significado, sino de un significante por otro significante (seguimos aquí al profesor Manuel Asensi). Desde este punto de vista, para Lacan, un síntoma, sería una manifestación en el orden de la metáfora, puesto que a través de él se expresaría un significante corporal en sustitución de otro significante reprimido.
De todo ello Lacan concluirá en fórmulas simplificadas para señalar que el inconsciente está estructurado como un lenguaje (no que es un lenguaje, sino que está estructurado de forma parecida a un lenguaje, tal y como precisa el profesor Manuel Asensi). Y de todo ello sacará conclusiones prácticas para la cura. Así cuando un significante se anudaba a un significado en el proceso de análisis se hacía necesario un corte, una interrupción de la sesión, para volver en la siguiente sesión sobre ese significante que aúna un contenido inconsciente. Como podrá ver el lector, se trata de una construcción teórica compleja que se iría modificando a la luz de las nuevas aportaciones desde el campo de la lingüística, como ya anteriormente lo hizo desde los campos de la Filosofía o la antropología.
A principios del siglo XX fue famoso el caso de un jurista alemán, Daniel-Paul Schreber, que había redactado y publicado sus Memorias de un neurópata. Todos los científicos y también Freud quedaron impactados por la descripción que en dichas memorias el autor hacía de sus delirios y alucinaciones, que se saldaban con la misión encomendada por Dios de transformarse en mujer para engendrar una nueva raza frente a la humanidad putrefacta. Estas memorias fueron la ocasión para Freud de volver al debate sobre la psicosis cuya expresión paradigmática para él era la paranoia: delirios de grandeza, de persecución, erotomanías, celos… a lo que añadía el rechazo de la propia tendencia homosexual, a la que Freud quería dar un fundamento psicoanalítico. No era una cuestión fácil de abordar, pues las discusiones sobre la psicosis habían provocado sucesivas y dolorosas rupturas en su movimiento (Jung, Adler…).
En el caso del jurista Schreber, Freud iba a fundamentar su psicosis en el rechazo a su impulso/tendencia homosexual, dando menos importancia al papel educativo desempeñado por un padre tiránico. En los años 50 se había vuelto a reavivar el debate sobre estas Memorias al ser traducidas al inglés y algunos psicoanalistas británicos de orientación kleiniana señalaron el poco peso que Freud le dio a las teorías educativas del padre severo y tiránico. Lacan también iba a intervenir en ese debate tratando de poner el acento de la paranoia en la dependencia estructural de una función paterna más que en el rechazo a la homosexualidad. Así, aunque compartía con Freud que la paranoia era el paradigma de la psicosis, su desencadenante lo situaba más en lo que él denominaba «prescripción», es decir, en la anulación del nombre-del-padre como rechazo del papel tiránico del mismo. Y dicha «prescripción» o anulación (que se reflejaba porque desaparecía de sus Memorias) volvía pero de forma delirante. Esta reformulación de la teoría freudiana abría realmente la posibilidad para un tratamiento psicoanalítico de la psicosis que tanto interesaba y preocupaba a Freud. Suponía en definitiva poder incorporar al proceso de cura psicoanalítica también a pacientes psicóticos, lo que hasta ese momento no había sido capaz de hacer el psicoanálisis por lo menos con resultados exitosos. Pues el mismo Freud había acogido a algunos pacientes psicóticos pero se había mostrado escéptico ante una posible cura.

El psicoanálisis al calor de la rebelión estudiantil de mayo del 68
En el año 1963 a la vez que Lacan se enfrentaba a su expulsión por la IPA, conocería al filósofo marxista Louis Althusser. Una relación que sin ser de afinidad político-ideológica daría lugar a importantes consecuencias. Althusser, marcado por su propia locura, que había dado lugar a varios internamientos psiquiátricos, se había acercado al psicoanálisis y trabajado en sus cursos con las obras de Freud. La relación con la que sería su mujer Hélène Rytmann, militante de la Resistencia y comunista del PCF fue decisiva para la adhesión de Althusser al PCF durante cerca de 40 años. De los cursos de Filosofía impartidos por Althusser iban a surgir alumnos especialmente brillantes como Michel Foucault. En sus cursos, Althusser hacía un elogio de la obra de Lacan vinculándola a Freud, también de las obras de Melanie Klein y Françoise Dolto. Entre los alumnos más jóvenes destacaba uno, Jacques-Alain Miller, al que Althusser recomendó leer a Lacan. Lo hizo con tanto entusiasmo que pronto pasó a impartir conferencias sobre la obra de Lacan, siendo capaz de presentar de manera más estructurada y menos «barroca» el pensamiento de Lacan, facilitando con ello que fuera comprendido por una audiencia más amplia. Althusser bromeaba sobre el discurso ininteligible de Lacan con el que fue trabando una estrecha amistad. Muchos de los elementos de la relación entre Lacan y Althusser los conocemos a partir de una obra póstuma del filósofo de carácter autobiográfico L’avenir dure longtemps (1992). El joven Miller sería gratamente valorado por Lacan, del que también valoraría su compromiso político militante en la época. Además acabó siendo el marido de su hija Judith. Es así como Miller llegaría a formar parte del estrecho círculo intelectual y familiar de Lacan.
Tras su exclusión de la IPA, Lacan decidió fundar una nueva entidad psicoanalítica en junio de 1964 a la que llamó inicialmente Escuela Freudiana de París, pero finalmente se registró como Escuela Francesa de Psicoanálisis (EFP) «para volver a traer la praxis original instituida por Freud bajo el nombre de psicoanálisis» y que concibió como un «movimiento de reconquista» que agrupaba en un primer momento a unos 130 miembros. Lacan quería que su escuela tuviera como referente el reconocimiento de la realidad del deseo como objeto del psicoanálisis y darle un estatuto científico. La idea de deseo la retomaba de la filosofía kantiana (Kant) a cuya Crítica de la razón práctica consideraba deseo en estado puro. Además basándose en algunos filósofos alemanes residentes en EEUU como Theodor Adorno y en otros trabajos de Michel Foucault vinculaba la idea kantiana con Sade, como dos formas, diferentes y complementarias, de expresar el deseo, según Lacan, que verá en la lucha por la libertad del deseo el motor por el que los humanos luchan y se mueven, por tanto un elemento revolucionario.
El éxito de la escuela liderada por Lacan fue de una magnitud como no se había conocido hasta entonces en ninguna sociedad freudiana. Pasó en el espacio de 16 años de contar con unos 130 miembros a una cifra récord de unos 600 miembros en 1979. Dentro de la escuela (EFP), aunque el liderazgo de Lacan no era cuestionado, sin embargo reinaba el espíritu crítico en su seno, con tendencias y divergencias doctrinales, como las de Jenny Aubry (madre de la autora Élisabeth Roudinesco) y François Dolto, entre otras. Se pusieron en marcha diferentes publicaciones autónomas o vinculadas a la Escuela. Tampoco se impuso una regla técnica obligatoria para el ejercicio terapéutico. No se marcaba un tiempo obligatorio de duración de las sesiones, ni se fijaba el número de las sesiones de antemano. Tal y como señala la autora, se podría decir que fue la escuela del sueño, de la utopía, la escuela de la revolución, la escuela, en definitiva, del deseo. Tras su desaparición, poco antes de fallecer Lacan, muchos de sus miembros acabaron engrosando las asociaciones reconocidas por la IPA (SPP y AFP, formada esta última por los que se separaron de Lacan en 1963 cuando fue expulsado de la IPA), y llevó a que Francia se situara en el cuarto lugar mundial en cuanto al número de psicoanalistas, tras EEUU, Brasil y Argentina.
Lacan parecía manifestar un gesto desdeñoso hacia la publicación de sus conferencias, artículos, etc. reuniéndolos en una obra. Para poder dar este salto fue providencial la labor de François Wahl, judío y activista de los movimientos de Resistencia (maquis) durante la ocupación alemana. De formación filosófica, tras la guerra entró en contacto con Lacan a través de sus seminarios y comenzó su análisis con él. Wahl fue contratado por la editorial Le Seuil (El Umbral), donde fue adquiriendo cada vez mayor responsabilidad gracias a su gran dedicación y a sus profundos conocimientos. Umberto Eco señalaba con elogio hacia Wahl, cómo era capaz de corregir a fondo las obras antes de ser publicadas hasta el punto de llegar a afirmar que «más que de una revisión se trataba de una verdadera reescritura». En 1963, cuando se avecinaba la ruptura de Lacan con la IPA, Wahl le propuso comenzar a publicar para Le Seuil, que más adelante se concretó en reunir diferentes textos, artículos, conferencias, etc. de Lacan bajo el nombre de Escritos. Wahl realizó un intenso trabajo con Lacan, leyendo y corrigiendo escritos. A veces comían juntos para que Lacan le resolviera dudas que Wahl tenía de la lectura de sus artículos, conferencias, etc. Casi diariamente le enviaba fragmentos de texto por correo con anotaciones, aclaraciones, interrogantes y Lacan se los devolvía con notas suplementarias. Y así desde la primavera y durante el verano de 1966.

Cuando ya estaba a punto de ser enviado a imprenta, Lacan pidió encarecidamente que se incluyera un índice de personajes y Wahl le dijo que no lo podía asumir, así que Lacan confió esa tarea a su discípulo y futuro yerno Jacques-Alain Miller. Finalmente la obra vio la luz en noviembre de 1966 y se vendieron más de 50.000 ejemplares. Luego se hizo una edición posterior de bolsillo en dos volúmenes de la que se llegaron a vender 120.000 ejemplares. La colaboración con Wahl y Le Seuil proseguiría en los años siguientes con la edición de artículos y seminarios —algunos con Miller de coautor— y la reedición de la tesis doctoral defendida en 1932 que ya estaba marcada por tres hechos fundamentales: la crítica de la psiquiatría tradicional —él mismo se había formado como psiquiatra—; la aproximación al pensamiento freudiano y al psicoanálisis —que luego desarrollaría ampliamente—; y la inspiración surrealista —de los que recibió grandes alabanzas—. Aunque Lacan era reticente a situar la tesis dentro ya del campo freudiano, en la medida en que pasarían todavía varios años hasta que fuera admitido a la práctica psicoanalítica.
En 1981, Michel Foucault describía a Sartre y a Lacan, fruto de sus desencuentros, como «dos contemporáneos alternados» y poco después señalaría la importancia que para él había tenido el descubrimiento de Lévi-Strauss y de Lacan para entrar en el análisis sobre la complejidad del «yo». La historia entre Sartre y Lacan había venido marcada por la discrepancia desde 1943, aunque sin embargo, los dos habían tenido en común el rechazo al pensamiento chauvinista francés expresando su interés y admiración por la filosofía alemana. Lacan había leído a Sartre y su obra le había inspirado para la formación de su pensamiento, aunque fuera «a contrario», sin embargo Sartre no había leído a Lacan, no así su mujer Simone de Beauvoir. Se le acusaba de no conocer la obra freudiana, pero no era cierto. En Freud. Un guion demostraba su gran conocimiento de la obra de Freud. Desde posturas existencialistas, Sartre tendía a acusar de forma conjunta, sin diferenciar sus particularidades a Lacan, Foucault y Althusser a los que se refería despectivamente como el «banquete estructuralista» acusándoles de burgueses antimarxistas. Salvaba a Lévi-Strauss y Saussure, entre otros, del grupo, a los que respetaba por sus aportaciones al conocimiento.

Hacia finales de los 60, Lacan empezó a comprometerse políticamente y firmó dos manifiestos: uno en 1967 a favor de la libertad del compañero francés del Ché, Régis Debray, preso en Bolivia; y el otro en 1968 (el 9 de mayo) a favor de la revuelta estudiantil. La radicalización que vivía en esos años la juventud universitaria francesa (y mundial) iba a hacer que Lacan y Sartre, pese a sus diferencias, coincidieran al defender al movimiento de rebeldía universitario. Toda la familia de Lacan: su mujer, Sylvia; la hija de su mujer, Laurence Bataille; su propia hija, Judith; su yerno, Miller, se iban a ver arrastrados por esa radicalidad existente comprometiéndose en la militancia izquierdista. Aunque Lacan no compartía sus planteamientos, sí les respetaba escrupulosamente. Entre los alumnos de la Escuela Normal Superior (ENS) seguidores de Lacan y los discípulos de Althusser muchos se iban a vincular con el movimiento de izquierda maoísta, participando en la fundación de la Izquierda Proletaria (Gauche prolétarienne). Sartre, sin compartir tampoco las ideas maoístas del nuevo grupo político, mantuvo una gran relación de camaradería con los jóvenes radicalizados a los que ampararía en sus publicaciones cuando fueron disueltos por el Gobierno en la primavera de 1970. De hecho, uno desde la camaradería (Sartre) y otro desde el diván (Lacan) al que acudían varios de estos jóvenes radicalizados, fueron decisivos para que muchos de ellos no acabaran en la lucha armada y el terrorismo. Lo que llevó a que Lacan fuera objeto de algunas tentativas de agresión de sectores ultraizquierdistas. Su posición ante el movimiento de mayo del 68 puede quedar resumida en la reflexión de Lacan tras entrevistarse con Daniel Cohn-Bendit, uno de los líderes más carismáticos de la revuelta estudiantil: al mismo tiempo que interrumpía voluntariamente su seminario ante el llamamiento del Sindicato Nacional de Enseñanza Superior a la huelga señalaba con humor «me estoy matando para decir que los psicoanalistas deberían esperar algo de la insurrección; algunos me preguntan: ¿qué querría esperar de nosotros la insurrección? La insurrección les contesta: lo que esperamos de ustedes es la oportunidad de ayudarnos a tirar adoquines».
Todo ello tuvo sus consecuencias. El director de la ENS, donde impartía su seminario Lacan, le anunció por carta en marzo de 1969 que no podría seguir sus enseñanzas allí. Ya lo había intentado antes, pero la presión de profesores como Althusser o Jacques Derrida lo había parado. Lacan mantuvo en secreto la carta hasta la última sesión del seminario, tras la cual los alumnos ocuparon el despacho del director. El escándalo trascendió a la prensa y numerosos intelectuales, entre ellos Louis Aragon se solidarizaron con él, que pudo al final reemprender el seminario pero en otro centro, en la Universidad de París VIII-Vincennes que se había convertido en una especie de santuario para la resistencia universitaria tras mayo del 68. Luego se pudo trasladar a la Facultad de Derecho de la Sorbona, justo al lado del Panteón, donde durante nueve cursos, a razón de dos miércoles al mes entre las 12 y las 14 horas, en una clase abarrotada impartió su seminario. El del año 1969-70 lo tituló El reverso del psicoanálisis en el que se iba a referir al silencio de manera un tanto metafórica: «lo que no se puede hablar hay que dejarlo en silencio», pero que iba a ser también una elemento esencial en la escucha de sus pacientes. En 1969 en una conferencia, Foucault comparaba a Marx y a Freud como dos autores que abrieron espacio, que fundaron un discurso basado en unos textos cuya relectura merece un constante retorno y reinterpretación. Con ello rendía un homenaje a la labor de Lacan en su retorno a Freud, examinando sus textos y reinterpretándolos a la luz de nuevas investigaciones y aportaciones desde la Filosofía, la antropología, la lingüística, etc… Con ello también trataba de homenajear a su amigo Althusser que lo intentaba también dentro del campo del pensamiento marxista.

La búsqueda incesante de la renovación del discurso
Es poco conocido que Lacan había comenzado los estudios de chino durante la ocupación alemana de Francia. En 1969 decidió reemprender esos estudios. Posiblemente era una forma de interactuar —a su manera— con sus alumnos comprometidos políticamente con la causa maoísta. Con un joven francés de origen chino trabajó textos de Lao-Tsé e incorporó conceptos a su acerbo como el Tao, el Yin y el Yang y otros más, que manejó en sus reflexiones teóricas del momento y le entró el deseo de viajar a China, donde quería contrastar in situ aquello que tanto atraía a sus alumnos y familiares. Es interesante —y certera— la manera en que Lacan entendía a Marx «fue quien permitió al capitalismo tener un análisis preciso de sus propias estructuras. En cierta forma, Marx permitió al capitalismo asumir su identidad. Y unificó al capitalismo en el mundo entero. En la URSS y en Europa del Este construyeron la misma estructura y nada ha cambiado…», por eso quería ir a China en plena Revolución Cultural. La embajada de China en París le facilitó todo para poder viajar pero la campaña que se desarrollaba en China contra Confucio, al que él admiraba tras haberlo leído, le llevó a suspender el viaje programado, alegando insuficiente preparación en la lengua china.
En los años 70, que coincidían con sus 70 años de edad (nació en 1901), Lacan, una vez publicados sus Escritos, se sentía en la necesidad de renovar su propio discurso acudiendo a nuevas conceptualizaciones. Las más conocidas serían el «matema» que se refería a la locura y lo desarrollaría en sus conferencias en el psiquiátrico de Sainte-Anne y por otro lado los «nudos borromeos» o simplemente «nudos» que teorizaría en el marco de los seminarios en la Universidad en la Facultad de Derecho de Panteón, que consistía un reto en relación a la Ciencia. El concepto «matema» definido en diferentes momentos podría ser como «la escritura de lo que no se dice pero que puede trasmitirse». El concepto «nudo borromeo» fue enunciado en 1972 y procedía del campo matemático y de la relación de Lacan con un joven matemático llamado Pierre Soury, antiguo militante del movimiento de mayo del 68 por el que había sido detenido y luego puesto en libertad «por locura». El concepto de «nudo borromeo» hacía referencia al escudo de armas de la familia italiana de los Borromeo ya que anudaba tres anillos de tal manera que si uno se retiraba los otros dos quedaban libres. Y que Lacan asociaba a lo simbólico, lo imaginario y lo real (S.I.R.). Además de Soury, la relación con otro joven matemático, también militante del 68 de ideología trotskista, Jean-Michel Vappereau, le permitió a Lacan trasformar la enseñanza de su seminario y también la práctica psicoanalítica para favorecer abrirse a la infancia: de juego, de lactancia, de vacío, de falta, de «no todo», ayudando de esa manera a impulsar las relaciones transferenciales entre analista y analizante. Podemos entender así el enorme atractivo que los seminarios de Lacan tenían para esa juventud universitaria que procedía del movimiento del 68, ávida de encontrar explicaciones novedosas para sus inquietudes intelectuales.

También Lacan retomó la teoría de la sexualidad para responder a los movimientos feministas de la época que criticaban la teoría freudiana acusándola de falocéntrica. Volviendo a su teoría del padre simbólico (que integraba y ampliaba a su vez la teoría freudiana de la horda enunciada en Tótem y tabú) venía a señalar que la identificación masculina se conformaba por el sometimiento a la castración (en sentido inconsciente) bajo la prohibición del incesto, es decir, de la inaccesibilidad al goce absoluto. Contrasta Lacan con la inexistencia de ese límite al goce para la identificación femenina. Volvía Lacan con el declinar de la función paterna en la sociedad industrial moderna, y aunque sin negar la tesis feminista de la opresión de la mujer, señalaba cómo desde el punto de vista del inconsciente el poder de la identificación femenina era muy superior en comparación con la fragilidad fálica derivada de la castración. Con ello conseguía dar la vuelta por completo a la acusación de falocentrismo contra el psicoanálisis freudiano.
Animado también por otro joven alumno, en 1975 redescubrió a James Joyce, al que había leído y conocido de joven. Se entregó a leer otras muchas obras además de Ulises, biografías, etc. Intervino en un congreso internacional sobre el autor celebrado en la Sorbona en 1975 estableciendo un cierto paralelismo personal y vital con el autor irlandés (odio a la familia y a la religión y rechazo de la enseñanza en un centro —sórdido, añadía— de carácter religioso). Su admiración era tal que el seminario de 1975-76 lo dedicó a la obra y vida de James Joyce al que tituló Joyce el síntoma. Llegaba Lacan a la conclusión de que la omisión del nombre-del-padre en la obra de Joyce no era casual, sino una manifestación, un síntoma de la locura del padre, y para suplir esa enseñanza Joyce había tratado de hacerse un nombre para ser admirado y respetado en la posterioridad. La metamorfosis del lenguaje utilizada por Joyce en su última obra Work in progress (Obra en marcha) en la que se manejaban 19 lenguas (irlandés antiguo, griego, tibetano, sánscrito, etc.) y en la que invirtió 17 años de trabajo, había entusiasmado a Lacan que a partir de 1975 quedó imbuido de la estructura joyciana, creando juegos de palabras, palabras de doble sentido y neologismos que llevó a su seminario, acentuándose aún más lo que ya él mismo tenía como práctica habitual.

En estos años Miller, yerno de Lacan, se iba a convertir progresivamente en coautor de los seminarios de su suegro y Le Seuil le encargaría dirigir una colección titulada Conexiones del Campo Freudiano. En 1974, Miller se dirigía a un auditorio de unas 800 personas en el marco del congreso de la Escuela Francesa de Psicoanálisis (EFP), pasando a ocupar el lugar del delfín del maestro, no sin críticas y reticencias de una parte de los seguidores de Lacan, que creían ver en él un alejamiento de los planteamientos del maestro, del que por otra parte recibió pleno apoyo.
En 1975 Lacan viajó a EEUU para dar una serie de conferencias en distintas universidades. Si en Francia la figura de Lacan había alcanzado una enorme notoriedad: publicaciones, seminarios multitudinarios, creación de un departamento en la Universidad de París VIII-Vincennes, etc. en los países anglosajones y nórdicos su influencia era limitada y prácticamente inexistente en el ámbito de la práctica clínica, consecuencia en parte de su exclusión de la IPA dominada por norteamericanos y británicos. Acudir a EEUU era una ocasión para el desquite, pero los resultados no fueron sin embargo satisfactorios. Incluso en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) de Boston, a donde acudió para escucharle, entre otros, Noam Chomsky —al que Lacan admiraba—aunque no fue muy acertada la réplica a una pregunta suya que llevó a Chomsky a pensar que se había burlado del auditorio. Todo ello no hizo sino acentuar el rechazo de Lacan hacia la «América puritana» que no había logrado captar sus mensajes y explicaciones. Lo más positivo del viaje fue el encuentro casual en Nueva York con el pintor Salvador Dalí, evocando su entrevista de juventud y conversando sobre los «nudos borromeos» que Dalí conocía perfectamente. Años después se iban a suceder una serie de hechos luctuosos como fue el suicidio de una analista de la Escuela en marzo de 1977 que ponía en cuestión el método de selección de los docentes (el acceso a la didáctica psicoanalítica) y que iba a llevar a medio plazo a la propia disolución de la EFP y a la dispersión de sus numerosos integrantes como se verá más adelante.
El declive
El suicidio de la joven analista marcó el comienzo de una etapa de crepúsculo en la EFP que corría pareja a la senectud y declive de la salud de Lacan a partir de 1978. En esta época en la que Lacan había adquirido una gran notoriedad y conseguido tener una gran red de seguidores entre alumnos, analizantes y analistas miembros de la EFP, también comenzó a recibir críticas de parte de antiguos miembros de la EFP que se habían ido alejando, como el caso de Cornélius Castoriadis que criticaba la duración variable de las sesiones como una práctica vergonzante. Sin embargo, la demanda para ser analizado por Lacan seguía siendo muy amplia. Lacan era capaz de asumir riesgos y emprender procesos de cura (o clínica, como prefieren decir los analistas lacanianos) con personas de tendencias suicidas, de lo que muchos analistas se cuidaban por el mal efecto que podría suponer para su reputación el suicidio de un paciente. La autora nos muestra varios casos de pacientes/analizantes elogiando a Lacan, pero varios de ellos vienen a coincidir en que a partir de 1978 se notó un cambio en la forma de estar de Lacan en las sesiones: una pérdida de la capacidad de escucha (problemas de sordera), ausencias, silencios, etc. La edad y la salud le comenzaban a pasar factura.
Un accidente de automóvil en el otoño de 1978 marcaría el declive acelerado de la salud ya parcialmente mermada de Lacan. Los silencios comenzaron a instalarse durante los seminarios de ese otoño y en los meses posteriores. En enero de 1980 los miembros de la EFP recibieron una carta firmada por Lacan donde se planteaba la disolución de la Escuela y a continuación la creación de otra nueva institución, Causa Freudiana, finalmente inscrita como Escuela de la Causa Freudiana. Comenzaron a surgir dudas sobre la autoría de la carta, a pesar de estar firmada por él y de leerla en el seminario. Efectivamente, parece que había encomendado su redacción a su yerno Miller al que en el testamento del otoño de 1980 nombraba albacea de toda su obra, la publicada y la no publicada. Algunas de las actuaciones de Miller en este período de declinar de Lacan no fueron bien aceptadas por algunos miembros de la Escuela, iniciándose un período de disputas por la legitimidad de la herencia lacaniana. Los críticos acusaban a Miller de dogmático, parecía por esas críticas como si Miller ocupara con respecto a Lacan y su obra, el lugar que había ocupado Anna Freud con relación a la herencia teórica de su padre que veíamos al principio. Una especie de déjà-vu. Las disputas también se desarrollaban en el ámbito económico entre sus dos familias, la conformada con Malou y sus hijos, y la creada con Sylvia y su hija Judith. En el verano de 1981, Lacan que sufría un cáncer de colon tuvo una recaída de la que ya no se recuperaría, extinguiéndose su vida el 9 de septiembre de 1981. Lacan dejaría una profunda huella en el movimiento psicoanalítico freudiano al que sería capaz de dotarlo de una sólida arquitectura teórica.

El movimiento lacaniano tras Lacan
Tras la publicación de los Escritos se planteó la necesidad de publicar los seminarios. Había en algunos casos el texto original corregido, pero no en todos. Se pudo contar con trascripciones taquigráficas desde 1953, luego a estenotipia y finalmente grabaciones sonoras. Finalmente fue en 1972, a cargo de Jacques-Alain Miller que se firmó un contrato con Le Seuil para editar los seminarios. El primero que apareció fue el XI, el de 1963-64, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, que fue el año de la ruptura con la IPA y luego fueron apareciendo algunos anteriores a esta fecha y otros posteriores con su respectiva numeración. Gracias al trabajo de Miller se pudo tener acceso por escrito a estos seminarios en los que Miller trataba de mejorar, haciendo más accesible al lector la redacción, añadiendo signos de puntuación, eliminando redundancias, etc. Este hecho, aun contando Miller con la aprobación de Lacan, dio lugar a controversias con respecto a otros miembros del círculo lacaniano. En vida de Lacan se editaron cuatro seminarios: XI, XX (Aún), I (Los escritos técnicos de Freud) y II (El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica) y cuando falleció estaba ya en proceso el III (Las psicosis). Estos fueron corregidos por el responsable del trabajo editorial que también trabajó con Lacan en los Escritos, François Wahl, y tienen un número de erratas claramente menor que otros aparecidos posteriormente.
Tras la muerte de Lacan, las críticas contra Miller aumentaron entre miembros del movimiento lacaniano. Se le reprochaba no incluir índices de autores, ni notas aclaratorias, ni bibliografía, pero Miller y la editorial Le Seuil venían a decir que así respetaban la voluntad del maestro. Para intentar contrarrestar estas críticas, algunos próximos a Miller se pusieron manos a la obra para elaborar para los seminarios III y XX un índice de nombres y de conceptos, aunque lo publicaron en una revista en 1980 y no a través de Le Seuil, con la idea de no contravenir el contrato. Por su parte, en 1983, otro grupo, en este caso de críticos, decidió publicar el seminario VIII a partir de las propias anotaciones de los asistentes, incluyendo aparato crítico como notas, índices, etc. pero fueron desautorizados por los tribunales a requerimiento de Le Seuil y Miller. La polémica se intensificó años después cuando apareció publicado por Le Seuil el seminario VIII sobre La transferencia que había sido objeto de confrontación en los tribunales. Los que habían hecho la transcripción de 1983, desautorizada judicialmente, denunciaron las numerosas erratas que contenía el texto de Le Seuil que llevó finalmente a Miller a solicitar una reedición corregida, aunque reconociendo solo una cuarta parte de los hipotéticos errores señalados por los críticos. El propio director de Le Seuil confirmaba que la no inclusión de aparto crítico en la edición (notas aclaratorias, índices de nombres, etc.) se hacía por respeto a la decisión tomada por Lacan en vida.

Pocos años después de la muerte de Lacan en 1985, había en Francia una amplísima constelación de asociaciones psicoanalíticas. Las legitimadas por la IPA (SPP y AFP, esta última creada por los lacanianos que no le siguieron en la ruptura con la IPA) podrían reunir en torno a medio millar de miembros. La escuela dirigida por Miller que representaba el legitimismo lacaniano, agrupaba a un cuarto de millar de miembros. Y tras la disolución de la EFP en 1981, y ya antes, había surgido una constelación de asociaciones que se reclamaban de Lacan (unas veinte había en 1985), que entre todas ellas agrupaban a más de un millar largo de miembros, aunque muy diseminados. Todavía surgieron nuevas sociedades freudianas entre 1985 y 1993, a veces como escisiones, otras como nuevos grupos. Fuera de Francia el desarrollo del movimiento lacaniano fue más limitado, salvo en Caracas (Venezuela), Argentina y España, donde el legitimismo lacaniano liderado por Miller agrupaba a la inmensa mayoría de psicoanalistas (un 80%). En 1992, los lacanianos legitimistas vinculados a Miller dieron el paso de crear una Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) para intentar disputar el espacio organizativo e institucional a la IPA. Poco antes, en Francia, en el gran anfiteatro de la Sorbona, pudieron reunirse muchos de los veteranos de la EFP fundada por Lacan tras su expulsión de la IPA, pero sin lograr ponerse de acuerdo para remontar la gran dispersión organizativa existente. El diario francés Libération tituló la noticia: «Los hijos de Lacan están reunidos».
A nivel internacional se configuraban dos grandes modelos de formación psicoanalítica: el de la IPA, dominado sobre todo por el mundo norteamericano y británico; y el de la AMP con mayor presencia en Francia y países hispanoparlantes. Los dos se conforman como instituciones de legitimismo: la IPA del freudiano, cuya «pureza» fue defendida por Anna Freud contra otras corrientes psicoanalíticas como la de Melanie Klein; y la AMP del lacaniano, del que el albacea de Lacan, su yerno Miller, sería el vigilante de la «pureza ideológica». Pero el psicoanálisis que en sus orígenes era un fenómeno elitista, accesible solo a ambientes médicos y en menor medida filosóficos, se ha ido convirtiendo con el transcurso del tiempo en un fenómeno de masas, a lo que el movimiento lacaniano en su sentido más amplio ha contribuido claramente —recordemos esos seminarios abarrotados en los anfiteatros de la Universidad en las conferencias que impartía Lacan— y que con la misma idea habían tratado de continuar sus herederos, no solo los legitimados directamente por el maestro, sino todo un amplio elenco de psicoanalistas que a lo largo de décadas siguieron las enseñanzas de Lacan y las transmitieron a través del análisis y la docencia. Con la excepción de su tesis doctoral, Lacan no publicó casos clínicos de analizantes, lo que dejó, sin duda, una laguna para el ejercicio clínico de sus seguidores, pues más bien trabajó sobre los casos que había comentado Freud en su experiencia clínica. Sin embargo, la docencia continuada con grandes audiencias de alumnos a lo largo de años —que se multiplicaron al calor de las revueltas del 68— haya podido compensar en parte la falta de publicación de casos clínicos concretos.
La autora, cuyo mérito en la elaboración de la extensa biografía no podemos más que reconocer, a veces se hace partícipe de las disputas sectarias entre las familias psicoanalíticas, lo que puede llegar a minorar la solidez y rigor argumental, al perder cierta objetividad. No obstante, la amplia información vertida en la voluminosa obra, sirve, sin lugar a dudas, para aproximarse a la vida y obra de un personaje fundamental del siglo XX, que removió conciencias, que revolucionó en su tiempo, que trató de igual a igual con grandes y reconocidos filósofos, lingüistas, antropólogos, artistas, literatos, además de médicos y psiquiatras que había sido su formación en origen. Estamos pues ante un gran personaje del siglo XX y ante un gran trabajo de elaboración a cargo de la historiadora y psicoanalista francesa, Élisabeth Roudinesco, hija de la gran psicoanalista de la escuela lacaniana, Jenny Aubry.
Título: Lacan. Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento.
Autora: Élisabeth Roudinesco.
815 páginas.
Traducción: Tomás Segovia.
Fecha de publicación: 2016 (primera edición en francés: 1993).
Editorial: Fondo de Cultura Económica.
Para saber más
—Elisabeth Roudinesco (1994). Lacan. Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
—Jacques Lacan (2003). Escritos. México. Siglo XXI editores.
—Jacques Lacan: Obras completas On-line (http://www.bibliopsi.org)
—Manuel Asensi (2014): Lacan para multitudes. Seminario abierto MACBA (Barcelona). Vídeos On-line: primera sesión; segunda sesión; tercera sesión y cuarta sesión.
—Rubén Szerman (2017): Introducción a una introducción de Jacques Lacan. Universidad de Córdoba (Argentina). Vídeos On-line: clase 1; clase 2; clase 3 y clase 4.
—Miriam Chorne (1987). El seminario de Jacques Lacan. El País (14-XII-1987).
Gracias…!!!