A finales del siglo XX Francis Fukuyama publicó su teoría sobre el fin de la historia, en la que afirmaba que, tras la Guerra Fría, la historia había terminado con la imposición de la democracia occidental y el liberalismo.
Aunque la idea fue bien acogida por parte de sectores neoconservadores y neoliberales estadounidenses y europeos, también fue muy criticada por historiadores, politólogos y filósofos.
Poco tiempo después, el propio Fukuyama introdujo algunos matices y correcciones a su teoría, no solo por las críticas de sus compañeros, sino porque acontecimientos como el 11S, una crisis económica mundial, la Primavera Árabe, conflictos bélicos, crisis migratorias y un larguísimo etcétera no hacían sino arrojar más dudas al respecto.
Por interesante que fuera su propuesta, Fukuyama se equivocaba. La historia sigue, pero no parecemos ser conscientes de ello.
El patrimonio nos ofrece un ejemplo que ilustra esta inconsciencia: en los últimos meses han aparecido muchas noticias relacionadas con nuestro patrimonio, desde la reutilización de Santa Sofía como mezquita al anuncio de reconstrucción de Notre Dame tras el incendio.
Este último caso levantó un gran revuelo en las redes: tras recibir varios proyectos de reconstrucción de la catedral con una estética más actual, el Estado francés anunció su intención de devolver la catedral al aspecto que tenía justo antes del incendio. Mucha gente se sintió aliviada al conocer la noticia: Notre Dame no tendría un techo y una aguja de cristal, ni un jardín sobre el tejado, ni una piscina por cubierta… Sin embargo, referentes de la divulgación cultural no encajaron la medida tan bien.
¿Por qué tantos expertos en patrimonio rechazaron la idea? Son muchos los motivos que podréis encontrar en las redes y publicaciones al respecto, pero los resumimos en uno: porque la historia sigue.
Hemos evitado hablar de devolver la catedral a su aspecto original, porque eso habría supuesto eliminar algunos de sus elementos característicos, como las gárgolas o la aguja, que fueron añadidos en la reforma llevada a cabo en el siglo XIX por Viollet-le-Duc. Entonces se añadieron elementos nuevos, como también se habían añadido en siglos anteriores. Pero eso lo aceptamos porque «es histórico».
Bajo esa premisa aceptamos la construcción de iglesias sobre mezquitas o de mezquitas sobre iglesias como la catedral de Córdoba o Hagia Sofia y, por supuesto, no nos extraña el Palacio de Carlos V en La Alhambra. Y, ciertamente, no debe alarmarnos, no es más que el resultado de un proceso histórico (con mayor o menor gusto).
Divulgadores como El Barroquista se hincharon a poner ejemplos de obras de arte que nos habríamos perdido si por aquel entonces hubieran dicho «esto no es histórico»: el Panteón, La Giralda, la catedral de Santiago… Sin embargo, llegamos al siglo XX y cada nueva construcción es vista con sospecha: las «Setas de Sevilla», la Torre Agbar en Barcelona o el edificio Moneo en Murcia. Estos ejemplos están fuera de ese proceso histórico justificable para la mayoría, quizá porque vivimos acomplejados frente a nuestros ancestros, porque pensamos que todo cuanto ellos hicieron es mejor que lo que podamos hacer nosotros. Lo nuestro no merece ya la pena. Nuestra historia es, a fin de cuentas, como la catedral parisina: está hecha de añadidos, es el resultado de una evolución. Nuestro presente será historia mañana y el patrimonio que leguemos a nuestros descendientes se admirará tanto como nosotros admiramos esos monumentos que queremos dejar intactos. Fukuyama se equivocaba. Afortunadamente, la historia sigue.
Me pareció excelente el articulo…como en tantas ocasiones el anuncio de la desaparición de algo,en este caso,la Historia,ha sido un acto fallido….En tanto que actividad humana,como le gustaba decir a Marc Bloch:» la ciencia de los hombres en el tiempo» perdurará en tanto pervivan sus tres categorías: el hombre,el tiempo y el espacio geográfico. Buena nota en cuanto a la seriedad y severidad del metodo de la Historia como ciencia,deberia tomarse,pues como bien dice : » —A escribir de otra suerte —dijo don Quijote—, no fuera escribir verdades, sino mentiras, y los historiadores que de mentiras se valen habían de ser quemados como los que hacen moneda falsa»
» La historia es como cosa sagrada, porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad, está Dios, en cuanto a verdad; pero, no obstante esto, hay algunos que así componen y arrojan libros de sí como si fuesen buñuelos»
Don Quijote . Segunda parte . Capítulo III
Y el Papa Leon XIII , en un axioma que debería estar presente en el espíritu de todo historiador:
“La primera ley de la historia es no atreverse a mentir; la segunda, no temer decir la verdad”-León XIII
Apartandose de relatos trasnochados,descomedidos e ideologizados,transformando o al menos intentándolo ,a la Historia en un relato,como asistimos en nuestros días en diversas latitudes ,también en la mia…..
Prof.Susana Labèque Desde Concordia. Prov de Entre Rios,Rep Argentina