El barco más antiguo, el imperio más grande, los soldados con más cojones

En la columna de Ad Absurdum en el número 27 de la revista reflexionan sobre la necesidad de adornar y glorificar la historia.

Es frecuente encontrar artículos con titulares con la siguiente estructura «[La ciudad/imperio/barco] más [antiguo/grande] del mundo es [Nombre/nacionalidad]». También es frecuente encontrar ese tipo de comentarios en redes sociales y, bueno, cuando se habla de historia.

A veces, detrás del titular solo se encuentra el ánimo de llamar la atención y atraer los clics. Por ejemplo, en octubre de 2018 saltó una noticia que hablaba de un barco griego de 2400 años encontrado en el mar Negro. La mayoría de los titulares señalaba que era el barco más antiguo del mundo. Quizá por ser nosotros murcianos, nos acordamos de los barcos fenicios de Mazarrón (uno de los cuales se puede visitar en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática ubicado en Cartagena), que tendrían unos 2700 años. Si bien el barco griego encontrado era más grande, y puede que estuviera en mejores condiciones (unos pocos medios señalaban en esa dirección), estos dos eran más antiguos, así que algo fallaba.

Pero otras veces no es solo cuestión de atraer los clics, sino que subyacen más cosas. La ciudad más antigua está en tal lugar, el imperio más grande es este de aquí y la nación más antigua es la que yo te diga.

Ese tipo de declaraciones está muy bien para una visión decimonónica y nacionalista de la historia, pero no hacen mucho por la disciplina, y tan solo cavan más honda su tumba en el cementerio de la irrelevancia y el hooliganismo.

En la vida pública, la disciplina a veces navega entre la visión utilitarista de las administraciones, que miran al pasado con el ánimo de monetizarlo a toda costa, y las pulsiones exaltadoras de la historia. Esas expresiones superlativas son muy útiles a la hora de promocionar yacimientos arqueológicos o incluso ciudades enteras, pero en el proceso estamos enfocando el asunto de una manera nociva para la historia.

Reducir el pasado a unos pocos hits nacionales y adornarlo con romanticismo y glorificación allá donde nos apetezca, deforma el pasado, tampoco es tan difícil darse cuenta. Y si la insistencia es tal, a lo mejor lo que quiere decir es que a quienes insisten como martillos neumáticos en ese enfoque no les interesa la historia, sino la pornografía histórica. La nostalgia, el pasado glorioso. Incluso ocurre en lo militar, donde para algunos la historia queda reducida a unas pocas gestas, muy gloriosas ellas, y poco importa el contexto que las rodea (político, económico, social…), que no es tan glorioso.

Estos soldados son los que tenían más cojones, sus gestas eran las más destacadas, y sus enemigos eran una pandilla de piratas o lo que toque. Y lo peor es que cuando se dignifica al enemigo, no queda sino engrandecida la figura de los buenos. Porque al final parece que nos vemos abocados a eso, a los buenos, los malos, los míos y los suyos, en lugar de construir una historia de todos, quizá una utopía fuera de nuestro alcance.  

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Ad Absurdum

Isaac Alcántara Bernabé, Juan Jesús Botí Hernández y David Omar Sáez Giménez forman Ad Absurdum.

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