Tras unos minutos subiendo una larga y serpenteante carretera desde que dejamos el coche atrás, por fin llegamos a una pequeña plaza circular en la que una multitud de turistas se reúne. En uno de los lados hay un pequeño mirador al paso del camino y allí nos agolpamos unas cuantas personas para intentar tomar una fotografía del paraíso de viñedos, bosque y colinas que nos rodea. A nuestra izquierda, una puerta y una muralla imponentes y de época medieval nos dan la bienvenida: estamos entrando en San Gimignano. Nos encontramos en el corazón de la Toscana, esa tierra del centro oriental de la actual Italia que sobre todo es conocida por sus vinos, embutidos, quesos y paisaje de película romántica hollywoodiense, pero que a la vez vio nacer a una cultura que influyó de una manera muy importante a los romanos: los etruscos. Podríamos afirmar que los habitantes de Etruria comparten religión, idioma, sociedad y otro sinfín de particularidades con los del Lazio, ya sea por cercanía geográfica o porque algunos de los supuestos reyes romanos procedieran de ciudades que estaban en la órbita de dicha cultura.
Origen
En el mundo universitario, y desde hace unos cuantos decenios, se conoce perfectamente, a raíz de las excavaciones arqueológicas, mucha más información sobre la cultura etrusca, su desarrollo y su final, mezclada en parte con la romana, que heredó muchas de las conductas y tradiciones. Pero para el público en general, como quería dejar claro al principio, hablar de etruscos es como hablar de extraterrestres. La mayoría de la población no los conoce y las pocas personas que han oído hablar de ellos no tienen muy claro quiénes fueron ni cuándo o dónde vivieron. Además, hay como un intento de halo de misterio en torno a todo lo que tenga que ver con los etruscos. Cuando damos una vuelta por redes sociales o internet la mayor parte de las búsquedas acaba con las palabras o conceptos «misterioso» y «desconocido». Así que, la primera pregunta que habría que hacerse es: ¿quiénes fueron los etruscos?

Surgieron desde una evolución de las culturas que predominaban en el centro y este de la península itálica durante la Edad del Bronce. Al evolucionar dichas culturas, sobre todo la llamada Villanoviana, y recibir productos llegados de todas partes del Mediterráneo se fue configurando una amalgama de ciudades-estado, como en Grecia. Corría el siglo VIII a. C., que es cuando la leyenda dice que Rómulo fundó Roma en honor a su hermano Remo —que él mismo había asesinado—, y ya encontramos asentamientos propiamente etruscos. Desarrollaron una actividad económica que iba desde la agricultura al comercio marítimo. No obstante, todo el arco geográfico que abarca el norte del mar Tirreno desde Roma y al interior hasta Bolonia más o menos, fue su área central de evolución. Así pues, frente a las teorías de hace años, que usaban a Heródoto y el supuesto origen etrusco en la zona de Lidia, nuestros amigos eran genuinamente itálicos. Pero volvamos a San Gimignano.
¿Dónde vivieron?
La situación de este pequeño y hermoso pueblo, dominando un cerro empinado, aunque no muy alto, nos da una pista de cómo solían ser los asentamientos. De hecho, cuando recorremos tanto la región Toscana como Umbría nos encontramos con ciudades, más o menos grandes y de similares características, que salpican la escarpada geografía de ambas zonas. Aunque para ser más precisos, y siguiendo al gran investigador sobre la cultura etrusca, Mario Torelli, podríamos distinguir tres zonas geográficas que van a condicionar la evolución y contacto de los etruscos.
Por un lado, encontramos la zona antes comentada y en la que se asientan pueblos y ciudades como San Gimignano, Florencia, Pisa o Siena. Ésta se corresponde con varias cordilleras montañosas que discurren rodeando los valles de diversos ríos como el Arno. Una segunda al sur de la Toscana y en la actual Umbría —el pueblo umbrio se vio muy influenciado por la cultura etrusca—, básicamente de otro tipo de montes, antiguos volcanes extintos y donde podemos destacar el lago Trasimeno o Perugia. Finalmente, la tercera zona de la que nos hablaba Torelli en su magnífica monografía sobre el pueblo etrusco sería una parte de maremma, es decir, la costa del mar Tirreno. Allí podemos encontrar asentamientos tan importantes como Populonia, Vetulonia, Cerveteri, Pyrgi o Tarquinia. En fin, un conglomerado de villas, pueblos y ciudades que formaron una vez toda esa amalgama cultural que fue el pueblo etrusco. Más tarde, en torno a los siglos VII-VI a. C. su influencia la encontramos en casi todas las regiones de la costa del mar Tirreno, desde el norte al sur de la actual Italia.
Cabañas y tumbas. Los dos lados de una misma moneda
Cuando leemos sobre el tipo de casas en las que vivían los etruscos siempre vemos los esquemas de las cabañas. Éstas podían ser con una gran viga central en el techo, de la que éste caía a ambos lados, u otro tipo con varias vigas que formaban un techo recto. Y cuando nos vamos de visita a sus necrópolis o museos con materiales de época etrusca, nos encontramos con urnas que imitan la forma de cabañas y tumbas que imitan la forma de… cabañas. Qué casualidad.

En esta cultura se cumplía a rajatabla que la tumba era la segunda casa del difunto. Los modos de enterramiento variaron según la época, y podemos encontrar diferentes tipos de túmulos donde se enterró familias enteras. Dependiendo de la época, esos túmulos adoptaron unas formas u otras. Esto también lo vemos cuando entramos en ese tipo de enterramientos. Numerosos sarcófagos tan hermosos como el de Los Esposos —Museo Etrusco di Villa Giulia, Roma— o los del enterramiento de la familia Cai Cutu —Perugia—, sustituyeron desde el siglo VII a. C. al II a. C. a las urnas funerarias con forma de cabaña antes comentadas. A los sarcófagos les une esa representación del difunto en una pose recostada, lo cual nos recuerda mucho a la manera en la que siglos más tarde los romanos se colocaban para comer.
Como vemos, si un aspecto de la cultura etrusca es conocido es el mundo funerario, debido a que la mayor parte de las grandes excavaciones se han realizado en ambientes de necrópolis. Pero esto siempre entraña una serie de riesgos a la hora de interpretar lo que se ha excavado o se ve. Del mismo modo que el mundo funerario va intrínsecamente ligado al religioso, éste nos es desconocido en algunos aspectos. Sabemos que hubo influencia del mundo griego en la mitología etrusca, y que ésta a su vez influyó en la romana. También tenemos claro que hay dioses que comparten griegos y etruscos porque lo encontrado en la cerámica y relieves de las tumbas así nos lo indica. Pero, ¿esa influencia hasta dónde llega? ¿Podemos explicar la religión etrusca partiendo únicamente de la griega? Por supuesto que no.
Necrópolis de la Banditaccia
Tal vez una de las necrópolis más representativas de la cultura etrusca sea la de la Banditaccia, muy cerca de la actual Cerveteri (Caere-Kaisra). De hecho, desde el actual pueblo hay un paseo muy bueno hasta el sendero arbolado que da acceso a la necrópolis —calma, se puede ir en coche—. Este fue uno de los yacimientos que D.H. Lawrence visitó y plasmó en sus Atardeceres etruscos. Es uno de los últimos representantes de la literatura de viajes que se popularizó en el siglo XIX, aunque este libro esté escrito en la década de 1920. Allí, Lawrence se encontró un país sumido ya bajo la sombra alargada de Mussolini. Lo mismo alaba a la cultura etrusca en contraposición a la romana que critica la poca preocupación de la administración por los yacimientos como la Banditaccia. Lo que me fascinó cuando visitamos la necrópolis es que, en parte todo sigue como cuando lo visitó el escritor inglés. Obviamente mucho se ha avanzado en la excavación y la investigación en cien años, pero esa mezcla de un planteamiento a modo urbano de la necrópolis junto con los árboles y maleza que crecen alrededor de los túmulos crean una atmósfera única. Allí se dan cita todo tipo de enterramientos que forman un conjunto maravilloso y fundido con el medio que, además, nos ayudan perfectamente a entender la importancia que ‘la otra vida’ tenía para los etruscos. Tanto que hasta tenían un guía que acompañaba a los difuntos al mundo subterráneo: Charun. Este personaje, asociado normalmente al Caronte griego y romano, tiene similitudes, pero también diferencias con el barquero del mundo subterráneo. E, incluso, parece que, siglos más tarde, en las luchas de gladiadores había un personaje caracterizado como Charun que debía asegurarse de que el combatiente estuviera muerto, como afirma María Engracia Muñoz.

De entre la ingente cantidad de tumbas y túmulos que hay en la necrópolis me gustaría destacar la Tumba de los Capiteles, la de la Cabaña y la de los Relieves. Cada una de ellas perteneció a una época diferente dentro de la evolución de la cultura etrusca y nos muestra las preferencias de las familias aristocráticas o de nivel social superior dentro de la forma y la decoración de sus enterramientos. Y ahí entra de lleno la cuestión del orientalizante.
El periodo orientalizante
Un dato que suele darse para confirmar la gran influencia que Grecia tuvo en todo el Mediterráneo, es el de la ingente cantidad de productos llegados desde allí que encontramos en la mayor parte de las excavaciones arqueológicas con cronología de entre los siglos VIII-IV a. C. —por centrarnos en una fecha concreta—. Pero si nos acercamos a esos yacimientos, en buena parte de ellos también hallamos restos fenicios, etruscos o púnicos. Esto no viene si no a confirmar que el mar Mediterráneo ha sido una autopista comercial durante milenios. No hacía falta coger un barco cerca de Atenas y llegar con él hasta Iberia. Las intensas relaciones comerciales en todas las orillas del mar Mediterráneo quedan totalmente demostradas con estos datos. Pero se llama orientalizante a ese periodo porque, ya sea desde la actual Grecia, Fenicia u otras zonas del mediterráneo oriental, se influyó en las culturas de las partes central y occidental.
Una teoría desarrollada en los últimos años con respecto a los etruscos concluye que su influencia en ese ámbito, directa o indirecta, sería relativa. Las élites sociales adoptarían comportamientos o tradiciones procedentes de la Hélade, pero únicamente para diferenciarse del resto de la sociedad o por moda. Ellos eran los que podían pagar por esas cerámicas tan hermosas que encontramos en los museos, llenas de referencias a la mitología griega. Ellos también eran los que mandaban construir los grandes túmulos que comentaba antes. Por lo tanto ellos eran los que tenían acceso a ese tipo de transferencia cultural. Esas élites no seguían cánonicamente los postulados de la religión griega, tomaban lo que les gustaba y lo interpretaban a su modo. Con lo cual debemos tener mucho cuidado a la hora de acercarnos a la relación real y profunda entre Grecia y Etruria.
El final del camino
Antes comentaba esa preponderancia marítima de los etruscos, cuyos barcos fueron reclutados en diversas ocasiones como mercenarios en las diferentes batallas de la Antigüedad en el mediterráneo. Un ejemplo lo constituye la batalla de Alalia (537 a. C.), donde los etruscos se aliaron con los púnicos en la lucha por la hegemonía de la zona de Córcega y Cerdeña. Esta batalla, que surgió de una pugna entre Carthago y los griegos focenses por las rutas comerciales acabó con derrota para los primeros y sus aliados etruscos. Años más tarde, nuestros amigos aparecerán también en el sitio de Siracusa (514 a. C.). Pero unos pocos decenios después, un rumor comenzó a correr por todas partes de la península itálica. Una ciudad de entre las que estaban en el ámbito de influencia etrusco comenzaba a despuntar y a conquistar territorios cercanos. Obviamente estoy hablando de Roma.
Veies, la ciudad etrusca más cercana a Roma fue la gran afectada en primer término y, tras bastantes años de guerras intermitentes, fue finalmente conquistada por Camilo, uno de los primeros grandes héroes de la República. Aquí entran en juego los paralelos que en su día se hiciera con la guerra de Troya, como la duración de la guerra contra Veies: diez años. Estos datos debemos tomarlos como poco fiables porque más que mostrar la realidad parecen intencionados.
La pretendida y muchas veces real influencia etrusca sobre Roma la podemos observar tanto en el lenguaje como en la religión. Y hasta en los gobernantes. De hecho los últimos reyes romanos del periodo de la Monarquía habrían sido etruscos, si tomamos como cierto ese relato y sus nombres asociados. No dudo que existiera un sistema monárquico en Roma, pero sí de que fueran siete los reyes. Y sus nombres, pues debemos tomar estos como algo más cercano a la leyenda o la mitología.

Poco a poco, sobre todo desde el siglo IV a. C. la cultura etrusca fue refugiándose en sí misma, dejando un poco de lado esas grandes rutas comerciales mediterráneas y se centraron en la agricultura y comercio casi de subsistencia. Finalmente, cuando comenzó la segunda guerra púnica, la antigua Etruria había sido absorbida por la influencia romana. Pero como he querido recalcar, destellos de esta cultura quedaron para siempre impregnando el hacer de los romanos: nombres, fiestas o la lectura de los hígados de animales. Roma recogió el guante y supo usarlo para darse a sí misma una tradición que no sólo abarcara a la de la historia real de la ciudad lacial. Hasta finales del siglo II a. C. encontramos ejemplos de esos sarcófagos de personas recostadas que nos miran vivaces desde el mundo subterráneo al que llegaron con Charun. Nombres como los de la familia Spurinna aparecen en epígrafes de la ciudad de Tarquinia, ya en época romana imperial. E, incluso, Juliano el Apóstata en el siglo IV d. C. dedicó un pórtico a los Dii Consentes, en un intento por volver a la religión politeísta que estaba muriendo en el Imperio.
Los augurios no siempre fueron propicios, y como toda cultura, la etrusca encontró su final tras el gran abrazo de Roma.
Para saber más:
—Riva, C. (2011). La urbanización de Etruria. Prácticas funerarias y cambio social, 700-600 a. C. Barcelona: Bellaterra.
—Smith, C. (2016). Los etruscos: una breve introducción. Madrid: Alianza.
—Torelli, M. (1981). Storia degli Etruschi. Bari: Laterza.
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