Las mujeres han tenido que recorrer un largo camino, lleno de dificultades, para conseguir una igualdad de derechos con los hombres, entre ellos los de estudiar y enseñar en la universidad. En España, su acceso a las facultades de Letras fue más precoz, ya que contaban con pioneras tan ilustres como Luisa de Medrano (1484-1527) o la famosa Beatriz Galindo (1465-1535), llamada La Latina. Aún así, la primera doctorada en Letras española lo fue ya en el siglo XVIII. Sin embargo, las mujeres no lograron licenciarse en profesiones consideradas masculinas como la medicina hasta muy tarde, en la segunda mitad del siglo XIX.
La historiografía señala como la primera médica que ejerció la profesión a la angloamericana Elizabeth Blackwell (1821-1910). En España se disputan este mérito dos mujeres catalanas, Dolors Aleu (1857-1913) y Marina Castells (1852-1884).
Blackwell nació en Bristol, en una familia inglesa numerosa, muy religiosa y sensible a las cuestiones sociales. Emigraron a Estados Unidos, y la propia Elizabeth cuenta en su autobiografía las razones que le impulsaron a hacerse médica. Una de ellas está relacionada con el pudor y la sensibilidad de las mujeres, al tener que ser asistidas en sus enfermedades por médicos varones. Otra razón era que en aquellos tiempos la expresión female physician designaba solo a las mujeres que practicaban el aborto, comercio degradante rechazado por Elizabeth.
Comenzó a estudiar Medicina privadamente, tutelada por un médico rural. Pero pronto se dio cuenta de que precisaba una preparación académica, oficial. En el verano de 1847, cuando ya tenía 26 años, envió peticiones de admisión a numerosas escuelas de Medicina de Estados Unidos. Veintinueve de estas Escuelas le respondieron negativamente o ignoraron su petición, aunque no había ninguna norma que lo impidiera.
Pero la reciente democracia americana funcionó. Una pequeña escuela del Estado de Nueva York, el Geneva Medical College, consideró que fueran los propios estudiantes de la institución quienes decidieran sobre la petición de la señorita Blackwell. Solo si estaban unánimemente a favor podría ser aceptada. Unos 150 tumultuosos estudiantes fueron convocados a una reunión para discutir su admisión. Después de unos discursos extravagantes y entre dudas, la petición fue aprobada por unanimidad.
En su autobiografía, Blackwell describe su entrada en la escuela pocas semanas después:
«Una mañana, inesperadamente, una señorita entró en clase junto al profesor. Era de estatura más bien baja, vestida con sencillez, aparentemente esquiva y reservada, con una expresión firme y decidida en el rostro. Su entrada en aquella Babel de confusión tuvo un efecto mágico en los estudiantes. Cada uno se dio prisa por ir a su sitio y se hizo el más absoluto silencio… La imprevista transformación de aquella clase, desde una banda de alborotadores hasta un grupo de caballeros gracias a la simple presencia de una mujer resultó ser permanente… así continuó hasta final de curso».
Blackwell consiguió licenciarse en solo dos años, en aquellos tiempos todo era diferente, y en 1849 se convirtió en la primera médica de la era moderna. En su graduación, el decano del Geneva Medical College pronunció estas hermosas palabras, que nos suenan muy avanzadas, contemporáneas:
«¿Por qué la ciencia médica ha de estar monopolizada por nosotros (hombres)? ¿Por qué se debería prohibir a las mujeres cumplir su misión de ángel al servicio de los enfermos, dotadas, no solo de los más delicados y gentiles atributos de su sexo, sino también de todos los instrumentos y recursos de la ciencia? En el nombre de la humanidad, que ella ocupe un puesto entre los discípulos de Esculapio y sea honrada por su generosa elección».
Así fue. Elizabeth no solo se licenció, sino que viajó a Europa, a Londres y París, para perfeccionar su formación. Incluso pensó en especializarse en Cirugía, pero perdió la vista de un ojo en un accidente y tuvo que renunciar a este proyecto. Lo continuó su hermana menor, Emily, que estudió cirugía en Edimburgo y que probablemente fue la primera cirujana del mundo. El ejemplo de Blackwell se extendió rápidamente por Estados Unidos: en los siguientes tres años, 20 mujeres fueron admitidas en las escuelas de Medicina.
En 1851 Elizabeth regresó a Nueva York y abrió un ambulatorio para mujeres pobres. Pocos años después creó su propio hospital, el New York Infirmary for Women and Children, en el que trabajan su hermana menor cirujana, Emily, y otra médica, María Zackrzewska. Fue uno de los primeros hospitales en Estados Unidos dedicado a las enfermedades de las mujeres, dirigido por mujeres y que además fundó su propia escuela de Medicina. Todavía existe, orgulloso de su fundadora, con el nombre de New York-Presbiterian Lower Manhattan Hospital, cerca del puente de Brooklyn.
Elizabeth Blackwell (Wikimedia). Helena Masseras (Wikimedia). Martina Castells Ballespí (Wikimedia). Dolores Aleu Riera (Wikimedia).
El ejemplo de Blackwell también aceleró el acceso a la Medicina de muchas mujeres en todo el mundo. Madelein Brés fue la primera médica francesa en 1875 y Ernestina Paper en Italia en 1877. Pero el camino fue lento. Habría que esperar hasta 1947 para que una médica checa, aunque nacionalizada americana, Gerty Theresa Cori (1896-1957) recibiera el premio Nobel de Medicina junto a su marido Carl por sus trabajos sobre el metabolismo de los carbohidratos.
La barcelonesa Helena Masseras (1853-1905) fue la primera mujer española matriculada en una facultad de Medicina, en el año 1872 y en la Universidad de Barcelona, pero solo gracias a un especial decreto del rey Amadeo I que lo autorizó con ocasión de una visita a Barcelona. Acabados los estudios, continuaron las trabas burocráticas y no recibió el permiso para examinarse del grado de licenciatura hasta tres años después. Superó el examen brillantemente. Mientras tanto había estudiado Magisterio y, desanimada por las dificultades, no llegó a doctorarse ni a ejercer la medicina. Prefirió ser maestra, enseñando en Cataluña y Menorca hasta su muerte.
La leridana Marina Castells (1852-1884) se matriculó en Medicina en el año 1877, doctorándose en 1882, cuatro días antes que Dolors Aleu. Ejerció en el hospital de Reus, pero murió dos años después, con solo 31 años.
La barcelonesa Dolors Aleu (1857-1913) ingresó en la universidad en 1874, con solo 17 años y acabó en 1879 con apenas 22, y con unas notas excelentes. Pero el permiso para el examen de licenciatura no llegó del Ministerio hasta 1882. Desde Madrid preguntaron a la Universidad de Barcelona cómo era posible que una mujer lo pidiera. Le ayudó el catedrático Joan Giné y Partagas, que después sería rector. Dolors le escribió agradeciendo sus consejos y apoyo «en las infinitas dificultades presentadas en mi carrera, siendo, en una palabra, el único que ha levantado su elocuente frase apoyando al sexo débil contra los ataques del fuerte».
Aleu se especializó en Ginecología y en Pediatría y se doctoró el mismo año que Marina Castells. Pero fue más longeva y ejerció la Medicina durante mucho más tiempo. Tuvo consulta propia en Barcelona durante 25 años, por lo que algunos textos la consideran la primera médica española.
El esfuerzo y sacrificio de estas pioneras dio sus frutos: desde hace muchos años, en todos los países desarrollados, el número de mujeres estudiantes y licenciadas en Medicina supera al de los hombres.
Para saber más
—Blackwell E. (1977). Pioneer work in opening the medical profession to women. New York: Schocken Books.
—Borghi L. (2018). Breve Historia de la Medicina. Madrid: Rialp.
—Corbella y Corbella J. (2016 y 2017). Historia de la Medicina Catalana. Vols. 1 y 2. Barcelona: Dau.
Fe de erratas
Este artículo, en la edición impresa, tenía equivocados dos pies de imagen, los correspondientes a Dolores Aleu Riera y Martina Castells Ballespí.