La duda es el principio de la sabiduría, reza una frase atribuida al filósofo Aristóteles. Y, en efecto, desde muy pequeños nos enseñan que debemos dudar incluso de lo que nos enseñan para así adoptar una actitud crítica que, a fin de cuentas, es la base de la cultura científica. Pero ¿y la historia? ¿Contribuye la historia a formar esa actitud crítica? Pues, tristemente, no parece que sea así.
Hace unos días, paseábamos cerca de un instituto y escuchamos a varios alumnos repasar en voz alta un examen de Historia. Recitaban hasta la última coma de memorieta, y, cuando se les olvidaba una palabra, por mínima que fuera, toda la respuesta a la pregunta se tambaleaba, casi como si una preposición mal dicha pudiera hacer caer a Constantinopla en manos de los turcos antes de tiempo.
Por desgracia, la escena es la misma día tras día en los recreos y alrededores de todos los centros de secundaria, e incluso en las facultades. En las aulas ya no se pregunta la lista de los reyes godos, pero se sigue jugando al Un, dos, tres: a 0,25 puntos la respuesta acertada, díganme las causas de la Primera Guerra Mundial. Una pista: la tercera acababa con una palabra destacada en negrita.
Esto, claro está, no es culpa exclusiva de los docentes, que bastante tienen con sufrir una sobrecarga de horas, unas ratios desmesuradas y unos temarios inabarcables. Sin embargo, no hace más que contribuir a la idea de que el estudio de la historia consiste en la memorización de certezas. Como si las múltiples causas de las guerras mundiales fueran cuantificables y mensurables.
Pero ha llegado el momento de plantearse para qué debe servir la historia en las aulas, y desde luego un recital de conceptos, fechas y nombres que hoy se encuentran a golpe de clic en cuestión de segundos es de todo menos útil frente a esas otras disciplinas «productivas». Y quizá sea precisamente en la facilidad de acceso a esas cantidades ingentes de información que hoy están al alcance de todos donde encontremos la respuesta a la utilidad de la historia en el aula de secundaria.
No se trata de defender que no se enseñen las causas de la Primera Guerra Mundial en las aulas, por supuesto que deben enseñarse, y una enumeración de estas sigue siendo interesante a nivel didáctico. Sin embargo, la historia es mucho más que memorizar y enumerar. La historia, como dice Justo Serna, también es pesquisa y averiguación. Es analizar, interpretar, demostrar, dudar, proponer… Características mucho más interesantes en la era del relato, el populismo y las fake news para la formación de una ciudadanía crítica.
Quizá sea un atrevimiento aseverar tal cosa, pero muy probablemente la asignatura de Historia es la más adecuada para formar a ciudadanos del siglo XXI, al menos si se plantea correctamente. Pero esto pasa por ser conscientes de que la historia no se basa en certezas, sino en dudas. En dudas que llevan a análisis críticos, pruebas e interpretaciones. Y si no enseñamos a los ciudadanos del futuro a participar del apasionante proceso de la duda y la averiguación, quizá ellos y nosotros muramos fagocitados por la certeza y la productividad.