La mayoría de analistas y publicaciones mencionan el término «potencias tradicionales» para referirse a las potencias europeas, Estados Unidos y Japón. No deja de ser una ironía que se les asocie con lo tradicional cuando Estados Unidos o Alemania llevan apenas 150 años siendo potencias económicas y Japón lo es desde hace unos 60 años. En una historia de miles de años, un siglo no parece suficiente como para etiquetar a nadie como veterano.
Esta es la primera reflexión que debemos interiorizar para entender el análisis que hacemos en esta entrega de la sección ‘En contexto’. En este espacio de la revista tratamos de entender situaciones que se dan en el siglo XXI insertándolas en su contexto histórico, y en el ejercicio que planteamos en esta ocasión es importante tener en cuenta que 50 o 100 años no son periodos significativos para hablar en términos históricos. La segunda idea que hay que tener presente es que la historia no comienza en el siglo XIX y que la geografía global no se limita a Occidente. Hay muchos más siglos que analizar y muchos otros rincones del mundo que atender.
Desde una óptica occidental, y teniendo en cuenta únicamente la historia económica desde el siglo XIX, parece lógico establecer que las potencias tradicionales son Francia, Reino Unido o Alemania, más aún cuando precisamente a partir de 1800 estos países colonizaron grandes porciones del planeta. Sin embargo, ampliando el campo de análisis a otras épocas de la historia y a otros países del mundo, podríamos llegar a cambiar nuestra forma de entender el presente. Para este cambio en la percepción de la historia necesitamos apoyarnos en el trabajo del economista británico Angus Maddison (1926-2010), que dedicó su vida al estudio de la historia económica global.
Profesor emérito en la Universidad de Groningen, Maddison terminó su carrera publicando The World Economy: Historical Statistics en 2004, un libro clave en la rama de la macroeconomía. Los datos que arroja el análisis de la historia indican que las potencias tradicionales no son las que pensábamos en Occidente, ya que durante la mayor parte del segundo milenio el producto económico global fue generado principalmente por China e India. Las potencias occidentales no fueron predominantes a nivel mundial hasta el triunfo de la revolución industrial.
El geógrafo Samuel Huntington trató de explicar este hecho crítico en la historia del mundo utilizando la denominación ‘Gran divergencia’. Con este concepto hacía referencia al proceso por el cual el mundo occidental (Europa inicialmente, y Estados Unidos y Canadá con posterioridad) creció y se convirtió en dominante en los aspectos técnicos, económicos y militares, eclipsando a las verdaderas potencias tradicionales: la China de los Qing y la India mogol.
La Gran divergencia comenzó en el siglo XVIII y tuvo su esplendor en el siglo XIX y buena parte del XX. El historiador económico Eric Jones llamó a este periodo «el milagro europeo». Fue un verdadero milagro porque Europa había estado sumida en diversos periodos de crisis durante la Edad Media y no había conseguido desbancar económicamente a China e India durante la Edad Moderna.
A principios de la Edad Moderna, China era la mayor potencia mundial. Su tecnología era la más avanzada del mundo y tenía además la ventaja de la demografía: era el país más poblado del planeta, con una población de entre 160 y 200 millones de personas. Bajo el gobierno de la dinastía Ming, China tuvo un ejército permanente de más de un millón de soldados, así como la mayor flota del mundo. Se realizaron importantes expediciones comerciales y diplomáticas, las más famosas comandadas por el almirante Zheng He (1405-1433), y también se pusieron en marcha proyectos como el Gran Canal o la construcción de la Ciudad Prohibida en Pekín.
El predominio asiático en la economía global se vino abajo ante la emergencia de nuevas potencias occidentales más industrializadas
Según algunos historiadores, bajo el gobierno de los Ming (1368-1644) se desarrolló una de las mayores eras de gobierno disciplinado y más estabilidad social de la Historia de la Humanidad. Las investigaciones de Joseph Needham sobre la ciencia y la tecnología en China demostraron que hasta una fecha tardía (y variable según los autores), China fue la primera potencia científica y tecnológica del mundo, muy por delante de Europa. Según los cálculos de Maddison, hacia el año 1790 China suponía alrededor del 35% del PIB global y Europa el 27%. Algunos historiadores sostienen que a finales del siglo XVIII no existían diferencias importantes entre el nivel de vida de los habitantes de Gran Bretaña y de ciertas provincias marítimas de China y del curso bajo del Yangtsé.
En la India, al inicio de la Edad Moderna la potencia más importante fue el Imperio vijayanagara, que controlaba todo el sur del subcontinente. La supremacía vijayanagara acabó con la instauración del Imperio mogol, que dominó desde el año 1526 hasta 1858. Los mogoles alcanzaron su auge cultura bajo el reinado de Sha Jahan (1628-1658), cuando se desarrolló la edad dorada de la arquitectura sarracénica, cuyo mejor ejemplo es el Taj Mahal.

Durante la Edad Moderna, Asia fue el continente económicamente más productivo. Hacia el año 1500, China, India y Oriente Medio concentraban cerca del 60% de la producción mundial, y poco antes del año 1800 llegaron a suponer el 80% de la misma. Durante el siglo XVIII los textiles de la India se exportaban masivamente a Europa, y gran cantidad de productos industriales chinos estaban presentes tanto en el Viejo Continente como en la América colonial desde el siglo XVII. Según el historiador Robert B. Marks, un 75% de la plata extraída por los españoles en América acabó en China a cambio de la compra de productos manufacturados chinos.
Hasta finales del siglo XVIII la India nunca había sido un mercado para Gran Bretaña, todo lo contrario: era un competidor directo, y con mucho éxito. Tanto la India como China participaban de la mayor zona de comercio mundial de la época, el océano Índico, lo cual les daba una ventaja sobre los países emergentes europeos.
Pero todo cambió con la industrialización de Europa. El predominio asiático en la economía global se vino abajo ante la emergencia de nuevas potencias occidentales que, impulsadas por la máquina de vapor, se extendieron por el mundo con modernos barcos y rápidos ferrocarriles.
En la segunda mitad del siglo XVIII los países occidentales acometieron un proceso de transformación económica, social y tecnológica que dio el paso de una economía rural, basada fundamentalmente en la agricultura y el comercio, a una economía de carácter urbano, industrializada y mecanizada. Fue la Revolución industrial, que permitió acelerar el crecimiento económico y militar de países como Inglaterra, Francia o Estados Unidos. Fue el hito histórico que marcó el comienzo del cambio en el orden económico, por el cual nuevas potencias iban a desbancar a las tradicionales superpotencias económicas.
En 1842 una potencia emergente venció al imperio más grande del mundo. La primera guerra del Opio se saldó con la victoria de Inglaterra frente a China. La gran armada china consistía en cientos de barcos de madera. Fruto de la Revolución industrial, los buques ingleses eran acorazados y mucho más efectivos en combate. Todo el poder naval del Imperio chino no pudo contra la tecnología y la ingeniería.
Fruto de la Gran divergencia y del espectacular crecimiento económico de Occidente, se generó una dinámica a nivel mundial conocida como Centro-Periferia. Las potencias nacidas de la industrialización y del imperialismo ostentaron el centro y las colonias —aunque conseguirían independizarse— quedaron marginadas en la periferia del mundo.
Durante el siglo XX todos los datos económicos estaban del lado de los países centrales: Europa Occidental, Estados Unidos, Australia, Canadá, Corea del Sur y Japón llegaron a sumar el 70% de la producción mundial, el 80% del comercio mundial, el 90% de las operaciones financieras y el 80% de los nuevos conocimientos científicos. Son los países que lideraron el mundo sin que nadie les hiciera sombra, al menos hasta finales de los noventa. Conforme el siglo XX llegaba a su fin, las economías de la periferia comenzaron a crecer con fuerza, empujadas por sus millonarias poblaciones.
El economista Kenichi Ohmae intentó plasmar la Tríada Económica, con la idea de que en el mundo existían tres centros de poder que ostentaban el dominio político, militar, social y económico. Estos centros eran: Europa Occidental, Norteamérica y Japón y Corea del Sur. En el año 2005 los países de la Tríada suponían el 75% del PIB global. Francis Fukuyama apuntó a que había llegado el «fin de la Historia», pues el orden mundial tras la Guerra Fría se había establecido para siempre. Pero ¿acaso no había motivos para pensar que ese orden sí podía cambiar? La historia económica no comenzaba en 1945: había habido vida antes del dominio de Estados Unidos en la economía mundial.
El predominio asiático en la economía global se vino abajo ante la emergencia de nuevas potencias occidentales más industrializadas
Mientras el Occidente liderado por Estados Unidos expandía su poder económico mediante la globalización, China regresó a la carga, recordando que hubo un tiempo en el que ostentó el poder económico. A finales de los años setenta, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, China acometió una serie de reformas que llevaron a un crecimiento económico sostenido de casi un 10% anual durante 35 años. Nunca antes en la historia económica un país había crecido tanto durante tanto tiempo, un récord que le ha permitido regresar al puesto que ocupaba a principios del siglo XIX (en cuanto al porcentaje del PIB mundial). Y si en el año 2005 la Tríada Económica suponía el 75% del PIB global, en el año 2007 los países centrales representaban el 70%, y en el año 2010 tan solo el 54%. Un marcado descenso que solo se explica con el crecimiento de la periferia, liderada por dos viejas potencias olvidadas.
Es incontestable que las potencias occidentales están perdiendo peso relativo en el PIB mundial frente a las nuevas potencias emergentes, y los estudios dirigidos por Jim O’Neill apuntan a que en este siglo XXI China e India liderarán el crecimiento económico global, junto a otros países —estos sí emergentes— como Brasil, Indonesia o Nigeria.
Los informes económicos que alertaban de un cambio en el orden económico global por el paso del centro de gravedad económico desde el Atlántico hacia el Pacífico no estaban utilizando correctamente los términos: no es un cambio en el orden económico, es una vuelta al orden económico tradicional. Se dice que el siglo XXI será el siglo de Asia, pero: ¿acaso no lo fueron los siglos XII, XV o XVII? Es posible que China e India solo hayan vivido un par de siglos ‘malos’ y vayan a recuperar el puesto dominante que siempre ostentaron.
Sin duda este tipo de análisis supone cambios en el enfoque y en la manera de entender la actualidad. En muchas ocasiones, en Occidente nos cuesta admitir que no siempre hemos sido la vanguardia del mundo. Es de justicia reconocer el papel de Asia en la historia económica global, y aceptar que, en realidad, no hay mayor fuerza que la de la demografía.
Para saber más
—Fensom, A. (2015). «China, India To Lead World By 2050, Says PwC». The Diplomat.
—O’Neill, J. (2001). «Building Better Global Economic BRICs». Global Economics, núm. 66.