En las casas-museo de personajes ilustres en el ámbito de la cultura puedes encontrar todo tipo de curiosidades. Son espacios que nos ayudan a fijar la mirada en los pequeños detalles que marcaron la vida de sus protagonistas.
Hace unos años descubrí en la ciudad de Segovia la casa-museo de Antonio Machado. Se trataba de la pensión de Doña Luisa, donde residió el poeta entre los años 1919 y 1932. Una de las habitaciones de aquella pensión hecha museo está dedicada al contexto cultural de aquellos años nutriéndose de recortes de periódicos, libros, fotografías, cartas y carteles. Uno de dichos carteles estaba dedicado a las Misiones Pedagógicas, capítulo apasionante de la Segunda República.
Si bien las misiones pedagógicas se desarrollaron durante los años en los que estuvo vigente la Segunda República, su gestación comenzó décadas atrás. Tras la Restauración, capitaneada en 1875 por Cánovas del Castillo, una serie de catedráticos fueron expulsados de la universidad por oponerse a las directrices del ministro de Fomento, el marqués de Orovio. En ellas especificaba que se tenían que ajustar las enseñanzas a las doctrinas de la Iglesia católica, además de mostrar su adhesión al nuevo monarca, Alfonso XII. Entre los que se negaron se encontraba Francisco Giner de los Ríos, primer director de la Institución de Libre Enseñanza. Una institución que partía de una premisa clara: libertad e innovación pedagógica.
En los sucesivos años a su creación (vio la luz en 1876) la Institución tejió una serie de líneas estratégicas entre las que se puede destacar su interés por la cultura popular reflejada en el entorno rural. Dependiendo del corte del gobierno de turno, la Institución podía materializar en mayor o menor medida dichas líneas o ver a miembros de la misma en puestos relevantes en el ámbito de la educación. Un ejemplo de esto último lo tenemos en la obtención de la plaza como director del Museo Pedagógico Nacional de Manuel Bartolomé Cossío, discípulo de Giner, en 1882. Fue el propio Cossío quien se puso al frente de la Institución de Libre Enseñanza en 1915 tras el fallecimiento de Francisco Giner de los Ríos. Con este caldo de cultivo llegamos a la proclamación de la Segunda República el 14 de abril de 1931.
Una de las principales preocupaciones de la Segunda República fue sin duda la educación y la cultura, dos parcelas difícilmente disociables. El artículo 48 de la Constitución de 1931 es claro al respecto:
«El servicio de la cultura es atribución esencial del Estado, y lo prestará mediante instituciones educativas enlazadas por el sistema de la escuela unificada. La enseñanza primaria será gratuita y obligatoria. Los maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial son funcionarios públicos. La libertad de cátedra queda reconocida y garantizada. La República legislará en el sentido de facilitar a los españoles económicamente necesitados el acceso a todos los grados de enseñanza, a fin de que no se halle condicionado más que por la aptitud y la vocación. La enseñanza será laica, hará del trabajo el eje de su actividad metodológica y se inspirará en ideales de solidaridad humana. Se reconoce a las Iglesias el derecho, sujeto a inspección del Estado, de enseñar sus respectivas doctrinas en sus propios establecimientos».
En el ámbito de la educación se hicieron grandes esfuerzos dentro del bienio reformista (1931-1933) reflejados en la figura de Fernando de los Ríos, ministro de Instrucción Pública tras Marcelino Domingo. La partida presupuestaria se incrementó un 1,5% en un contexto de crisis mundial (recordemos el crack del 29). En los dos años se construyeron unas 13.000 escuelas de Enseñanza Primaria, mientras que el número de institutos de Enseñanza Media se duplicó, por lo que se pasó de 70.000 a 130.000 alumnos. Asimismo, aumentó el número de maestros, de 36.000 a 51.000, y también su sueldo.
En cuanto a la difusión cultural más allá de la enseñanza, el 29 de mayo de 1931 se promulgó el decreto en el que se creó el Patronato de Misiones Pedagógicas. Poco después se nombró a los miembros de la Comisión Central del Patronato. El presidente no podía ser otro que Manuel Bartolomé Cossío. Entre los vocales había figuras tan conocidas como Rodolfo Llopis, María Luisa Navarro, Pedro Salinas, y el propio Antonio Machado, entre otros.

El fin de las misiones pedagógicas era «difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población rural». Con estos objetivos se conformaron una serie de secciones como biblioteca, proyecciones, museos, teatro y música entre otras, cuyos protagonistas serían personas ligadas a los diversos ámbitos de la cultura y la docencia.
Uno de ellos fue el pintor Ramón Gaya, quien realizaría copias de los cuadros del Museo del Prado para servir posteriormente al Museo de Pueblo. De esta manera, copias de Velázquez, Berruguete, Goya y Murillo se posaron por los pueblos bajo las explicaciones de misioneros como Gaya.
Otra de las figuras que se involucró fue el poeta Luis Cernuda. Lo hará como Auxiliar de Misiones, ocupándose de parcelas como teatro, obras de arte y bibliotecas. Sobre esta última sección cabe reseñar se creó un total de 5.000 bibliotecas populares. Un número muy reseñable que pretendía, en palabras de Cossío: «despertar el afán de leer en quienes no lo sienten».
Si bien los misioneros iban con la intención de mostrar aquello desconocido en el mundo rural y despertar el interés en sus gentes, la aportación era recíproca. La cultura popular calaba hondo en una generación que años después, parte de ella al menos, acabaría en el exilio. De este modo puede apreciarse en Cernuda la influencia de su época de misionero en algunos de los poemas en prosa que conformaron Ocnos (1942). Sírvase ejemplo el siguiente fragmento de Santa:
«Sólo aquellas violetas, reposando bajo un rayo de sol sobre el mantel en la fonda pueblerina, recataban entre sus pétalos el mito de la existencia evasiva. Su color, su frescura, su olor, cifraban verdaderamente, no momificada esta vez, la criatura sin par, libre de sus tráfagos reformadores y fundadores, a la lluvia, al polvo, al viento por los caminos, de la cual importa menos lo que hizo que lo que era».
Las misiones pedagógicas fueron el resultado final de la Institución de Libre Enseñanza. Un legado que se materializó con 300 misiones en los escasos años de su existencia con misioneros de la talla de Miguel Hernández, Carmen Conde, María Zambrano, Encarnación Cabré, Matilde Moliner y Miguel Prieto, entre otros. Una mirada que huyó de un elitismo paternalista y que fue de aprendizaje reciproco.
Y regreso a aquel cartel de la pensión de Doña Luisa en la que vivió Antonio Machado para lamentarme de una ocasión perdida. No fue causalidad que el poeta muriese camino al exilio, como no lo fue que el proyecto de las misiones pedagógicas lo hiciera tras el fin de la guerra civil española.
Para saber más
—VV. AA. (2006). Las Misiones Pedagógicas 1931-1936.
Madrid: Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. —Puértolas, J. R
(coord.) (2009). La República y la cultura. Paz, guerra y exilio,
Madrid: Ediciones Akal.