Josiah Osgood: «Los políticos romanos, como los nuestros, estaban motivados por la búsqueda para construir su propio poder»

Entrevistamos a Josiah Osgood, profesor de la Universidad de Georgetown que profundiza en las causas que llevaron a Roman a convertirse en un Imperio.

Contamos en este número con una entrevista a Josiah Osgood, profesor de la Universidad de Georgetown (EE. UU.). Recientemente, Desperta Ferro editó en España su libro Roma y la creación del estado mundo, donde Osgood profundiza en las causas que llevaron a esta ciudad del Lazio a convertirse en el gran imperio que todos estudiamos hoy día.

Precisamente el final del concepto político de República dentro de la cultura y la política romana es su especialidad. Aunque además también le preguntamos sobre la influencia de la política romana en la actualidad, así como de personajes que han sido vitales para la Historia Antigua, como Julio César o Augusto.

Pedro Huertas—A lo largo de la historia muchos líderes han imitado tanto en las formas como incluso en sus propias representaciones a personajes romanos, ¿por qué esa fascinación?

Josiah Osgood—Roma ha fascinado a las sociedades posteriores debido a su éxito sin parangón. Dominaba un área vasta y diversa, convirtiéndose en el modelo de los imperios. La longevidad de Roma también se suma a su mística. En cierto sentido, Roma es eterna, y los imperios posteriores en Occidente fueron simplemente los continuadores de Roma. Además, Roma creó imágenes muy memorables de imperio, como el águila, los fasces o la columna de la victoria. Los gobernantes posteriores, ya fueran Napoleón o Mussolini, los Habsburgo o los zares, copiaron estos.

Josiah Osgood (Fotografía de Katherine Peace).

PH—¿Qué supuso la irrupción de Roma en el escenario mediterráneo a partir de las guerras púnicas?

JO—Las guerras de Roma con Cartago no solo hicieron de Roma la potencia dominante en el Mediterráneo occidental. Llevaron a Roma completamente a la política de poder de todo el mundo antiguo. Aníbal, por ejemplo, logró una alianza con Filipo V, el rey de Macedonia, y esto obligó a Roma a invadir los Balcanes y tener presencia allí. Incluso antes, después de la primera guerra con Cartago, Roma sintió que era necesario mantener el control sobre parte de Sicilia. Sicilia es el puente entre África e Italia, como quedó también demostrado en la Segunda Guerra Mundial. Roma no podía arriesgarse a que Cartago lo dominara y lo usara como base para una invasión.

PH—¿Cuándo cree que Roma empieza a tener conciencia de que ya no es esa ciudad del Lazio con pretensiones en la península itálica, sino algo más?

JO—Fue un proceso gradual. La primera guerra con Cartago, que obligó a Roma a construir una importante fuerza naval y obtener poder marítimo, fue un punto de inflexión. Inspiró el primer poema épico histórico de Roma. Otro momento muy importante (e impresionante) fue la liquidación del gran reino de Macedonia después de la batalla de Pydna en 168. El rey sirio Antíoco IV estaba en las afueras de Alejandría, en Egipto, librando una guerra. Una comisión de senadores romanos llegó con instrucciones escritas para que pusiera fin a la guerra. Cuando Antíoco se negó a responder, los senadores dibujaron un círculo alrededor de él en la arena y dijeron que no podía dejarlo hasta que tuvieran la respuesta. Finalmente respondió: «Haré lo que decrete el Senado». El mensaje pronto se volvió, como diríamos hoy, viral: todos tenían que obedecer a Roma ahora.

PH—Solemos ver el siglo I a. C. como un siglo de grandes cambios. Su libro, recientemente publicado por los amigos de Desperta Ferro, ahonda precisamente en esos años. ¿Cómo sería para un ciudadano de esa época vivir en la ciudad de Roma?

JO—En algunos momentos podía ser increíblemente peligroso. En momentos de disturbios civiles, podrían morir en la lluvia de rocas que los grupos de la ciudad se lanzaban unos contra otros. La tienda en la que trabajabas podía ser saqueada, incluso quemada. Pero cuando no había demasiado miedo por razones como estas, Roma debió haber sido un lugar muy emocionante. Podías ver grandes juicios políticos en el foro. Los teatros lujosos fueron construidos con decoraciones extraordinarias. Como escribo en el libro, un magistrado creó un estanque artificial y mostró en él un hipopótamo y cinco cocodrilos. También exhibió un esqueleto gigante que había encontrado en Judea: probablemente eran los huesos de una ballena.

PH—¿Y en las provincias del Imperio?

JO—Las provincias estaban expuestas a los peligros de la guerra, incluidas las guerras civiles de los romanos. El bisabuelo del biógrafo Plutarco le contó historias de cómo representantes de Marco Antonio obligaron a los griegos a llevar el grano al mar para los romanos. Si los griegos se movían demasiado despacio, eran azotados. Y el abuelo de Plutarco tenía un amigo que estudiaba medicina en Alejandría y pudo ver preparativos extravagantes para las cenas de Antonio y Cleopatra. ¡Los romanos no siempre fueron muy queridos, por decirlo suavemente! Sin embargo, después de que terminaran las guerras civiles hubo un auge de construcción en el Imperio, con muchos templos, teatros y baños nuevos. Todavía puedes verlos en lugares como Mérida en España y Orange en Francia.

PH—Cuando nos acercamos a esa amalgama de personajes que habitan el último siglo de la República, ¿podemos reconocer en la actualidad algunas de aquellas acciones a nivel político?

JO—¡Absolutamente! Los políticos romanos, como los nuestros, estaban motivados por la búsqueda para construir su propio poder. Una característica interesante del último siglo de la República es cómo intentaron cultivar nuevas bases de poder, por ejemplo, los italianos que no se fueron a la ciudad de Roma. Cicerón ganó mucho apoyo de este grupo. Los romanos no tenían los mismos medios que nosotros, pero los políticos romanos también querían hacer titulares. Podían organizar juegos lujosos para llamar la atención, por ejemplo. También era cada vez más importante parecer atractivo, en un sentido físico. Julio César estaba muy irritado cuando comenzó a perder su cabello. Hasta que ganó el derecho a usar una corona de laurel en todas las ocasiones, ¡tenía que usar un peinado cortinilla [para ocultar su calvicie]!

PH—Podríamos destacar a muchos de esos políticos ya que fueron importantes para el devenir de la historia de Roma, ¿cuáles le atraen más en un sentido histórico?

JO—Julio César tenía muchas facetas interesantes: su vida estaba llena de drama y disfruto leyendo sobre él en su propia prosa acelerada. Pero quizás estoy más fascinado por su subestimado rival, Pompeyo, que realmente fue pionero en el papel del emperador romano. Fue Pompeyo quien terminó la guerra civil de los años 80 y 70; luego limpió el Mediterráneo de piratas y reorganizó el Oriente romano. Tenía una nueva visión estratégica de todo el Imperio romano. También amo a Cicerón por su compromiso con la libertad política y por sus bromas. Todavía son divertidos hoy.

PH—Pese a que Augusto es el que realmente cambia los esquemas hacia el poder unipersonal que se dará con la creación del Principado, es Julio César el que más atracción crea en el imaginario popular, ¿por qué cree que puede darse ese hecho?

JO—Augusto fue despiadado, pero también, en el fondo, un administrador muy cuidadoso. Julio César tenía una personalidad más marcada. Tomó grandes riesgos. Recordemos que, cuando era joven, fue secuestrado por los piratas: después de pagar su rescate, preparó efectivos, capturó a los piratas y luego los crucificó. Más adelante en su vida, cuando estaba en gran peligro en Alejandría, comenzó una relación amorosa con Cleopatra para salvarse. César cautivó a los romanos. Pero también los horrorizó. Su arrogancia parecía abrumadora. Las controversias continúan hasta nuestros días y eso también forma parte de la fascinación.  

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Pedro Huertas Sánchez

Licenciado en Historia, arqueólogo y guía de museo. Autor del blog Roma no se hizo en un día.

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