¿Qué entendemos por «mundo actual»?
El «mundo actual» es un concepto historiográfico que va a ir variando con el paso del tiempo y va a exigir que, periódicamente, identifiquemos qué acontecimientos relevantes a nivel mundial puedan servir como hitos para señalar un antes y un después en el proceso histórico. En este sentido, el gran hito de referencia que nos servirá como punto de partida del «mundo actual», va a ser, sin lugar a dudas, el final del mundo bipolar que caracterizó las décadas posteriores a la II Guerra Mundial con la Guerra Fría y la política de bloques, basado en la hegemonía militar de los Estados Unidos y de la Unión Soviética. El hundimiento del bloque del Este y la posterior implosión de la Unión Soviética van a marcar un punto de inflexión. Y la imagen iconográfica que va a reflejar mejor que nada ese cambio histórico va a ser la caída del Muro de Berlín acaecida en noviembre de 1989.
Pero lejos de abrir todo ello paso a un mundo pacífico y sin conflictos, el final de la Guerra Fría dio paso, sin embargo, a nuevos conflictos bélicos que llegaron a afectar al espacio europeo por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial con las guerras de la antigua Yugoslavia en los años 90 del siglo XX. Además, en los países árabes, se produjo una radicalización político-religiosa sin precedentes, con el surgimiento del yihadismo, que fue capaz de llevar la guerra —bajo la forma de un atentado terrorista— a los territorios de la potencia hegemónica con los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
El punto de partida del «mundo actual» va a ser la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y la posterior implosión de la Unión Soviética en 1991
Estos hechos tan trascendentales marcan en buena medida los grandes desafíos y conflictos de nuestro tiempo (el «mundo actual»). Pues, como consecuencia del 11 de septiembre de 2001, se produjeron nuevos conflictos bélicos en Afganistán e Irak, contribuyendo a una desestabilización de la zona de Oriente Medio, que dura hasta nuestros días (guerra en Siria que alcanza también a Irak). Y todo ello recorrido por un conflicto que atravesó todo el período de la Guerra Fría y que aún continúa, el conflicto palestino-israelí, agudizado en las últimas décadas por el mayor peso del extremismo y el radicalismo religioso en ambos bandos (islamistas de Hamás en Palestina y ultraortodoxos y sionistas radicales en Israel).
Áreas geopolíticas
Vamos a comenzar nuestro análisis por los grandes espacios geopolíticos donde se une desarrollo económico y sistemas políticos parlamentarios, como son Norteamérica, Europa y Japón, a los que se han ido añadiendo países de la Europa del Este, como Polonia, Hungría, República Checa, Eslovenia, etc. y Sudáfrica, tras el fin del apartheid, aunque estos últimos los estudiaremos dentro de los ámbitos geopolíticos de procedencia, la Europa del Este en el primer caso y el continente africano en el segundo.
Europa Occidental
Tras la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, el acontecimiento más relevante vino marcado por la rápida (¡en menos de un año!) reunificación de Alemania que se realizó en el año 1990 (3 de octubre) bajo el mandato del democristiano (CDU) Kohl y las dudas del Partido Social Demócrata (SPD), dirigido en ese momento por Lafontaine. La reunificación tuvo un alto coste para el país en términos de subidas de impuestos y aumento del paro, pero a Kohl le deparó la posibilidad de conseguir hasta una quinta reelección (1982-1998).

Al mismo tiempo, y al parecer como moneda de cambio exigida por EEUU y algunos socios europeos como Francia por aceptar la rápida unificación alemana, según desveló la revista alemana Der Spiegel, se pusieron en marcha los mecanismos para avanzar hacia la unión monetaria europea mediante el Tratado de Maastricht de 1992 que establecía una serie de criterios de convergencia que debían cumplir todos los países que quisieran unirse a la nueva moneda: objetivos de inflación, de déficit público, de endeudamiento, de nivel de tipos de interés a largo plazo y de tipos de cambio. Todos ellos objetivos en el terreno de la convergencia monetaria y financiera y ninguno en el terreno de la economía real productiva o del empleo, lo que iba a marcar toda una etapa bajo la orientación neoliberal-conservadora que desde Reino Unido, con Margaret Thatcher (1979-1990), sustituida en ese momento por el también conservador Major (1990-99), se irá extendiendo al resto de Europa, siendo adoptada incluso por gobiernos socialistas o socialdemócratas (Agenda 2010), como el de Schröder (1998-2005) del SPD en Alemania que sustituyó a Kohl.
Esta orientación económica y social neoliberal adoptada por Schröder y la dirección del SPD llevó a la dimisión y ruptura con el partido por parte de su antiguo presidente, Lafontaine, que acabó formando otro agrupamiento político a la izquierda del SPD, el Partido de la Izquierda (Die Linke). La andadura del Tratado de Maastricht y el camino hacia la moneda común iban a ser dificultosas. En el referéndum organizado para la ratificación del tratado, éste fue rechazado por Dinamarca y obtuvo una exigua mayoría en Francia. Reino Unido, por su parte, quedó al margen de la moneda común, manteniendo la continuidad de la libra.

En los años siguientes a la entrada en vigor del Tratado de Maastricht fueron ingresando en la Unión Europea la práctica totalidad de los países de la Europa Occidental que quedaban (Suecia, Finlandia y Austria), salvo Suiza, Islandia y Noruega que lo rechazó en referéndum. Luego lo fueron haciendo entre 2004 y 2007 la mayor parte de países procedentes del desaparecido bloque del Este, además de las islas de Malta y Chipre. Para pasar de una Europa de los 15 a otra de los 28 actuales, siendo Croacia el último en incorporarse en 2013. Estando en este momento como candidatos al ingreso Serbia, Montenegro, Albania, Macedonia y Turquía. Aunque el proyecto de Constitución Europea, diseñado en buena medida para organizar esta ampliación hacia el Este, fracasó tras ser derrotado en referéndum en Holanda y Francia en 2005.

Otro hecho muy relevante de la primera década del siglo XXI fue el diferente alineamiento de las grandes potencias europeas en relación a la guerra de Irak de 2003, así, mientras que el gobierno británico, dirigido por el laborista Tony Blair (1997-2007), de la denominada «tercera vía», se alineó sin fisuras con la operación militar de EEUU en Irak —con el apoyo del grupo de las Azores en donde se integraban también el gobierno Aznar (1996-2004) del PP y el gobierno conservador de Barroso (2002-04) de Portugal—, los gobiernos alemán del socialdemócrata Schröder, y francés de la derecha gaullista de Chirac (1995-2007) se resistieron a la intervención norteamericana, abriendo una importante fisura entre los aliados.
En la última década, la situación europea ha venido marcada por la profunda crisis económica que se inició en 2008 y que afectó especialmente y de manera más grave a los países del sur: Grecia, Portugal, España e Italia, aunque también a Irlanda. Desde entonces, toda la política de la UE ha estado dirigida por el principio de la austeridad, a través de la reducción del gasto y de la inversión pública para controlar los déficits públicos que ha impuesto la llamada troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional). La situación de descontento social ante las políticas de austeridad se pudo reflejar en la reducida participación en las elecciones europeas celebradas en 2014 (42,6%), así como en el incremento del voto de rechazo al proceso de construcción europea, tanto desde posiciones de derecha con tintes xenófobos, como en el caso del Frente Nacional en Francia, (ahora rebautizado como Agrupación Nacional, Rassamblement National), y el grupo nazi griego Amanecer Dorado, como desde posiciones de izquierda radical, como sería el caso de Syriza en Grecia (aunque tras acceder al gobierno moderó notablemente, tanto su discurso, como su praxis) y otros agrupamientos novedosos como Podemos en España.
Tras el final de la Guerra Fría, lejos de asistir a un mundo sin conflictos, se ha visto por primera vez en la Historia cómo la guerra llegó al territorio de la potencia hegemónica bajo la forma de un brutal atentado el 11 de septiembre de 2001
El propio triunfo del brexit en el referéndum británico para la salida de la UE realizado en 2016, es un buen indicador de esa desafección creciente. En el reciente proceso electoral del 26 de mayo de 2019 parece que se ha detenido la caída en picado de la participación, pasando del 42,6% de 2014 hasta un 50,95% en 2019, pero sin embargo, las tendencias eurófobas o críticas con la UE parecen seguir creciendo, aunque de forma desigual según los países.
Norteamérica

En EEUU el giro neoconservador tras la victoria de Reagan en 1980, marcaría toda la década de los 80 del siglo XX, continuado por G. Bush padre (1989-1993), su sucesor al frente del país. La presidencia de Reagan (1981-1989) iba a estar marcada en el ámbito americano por la intervención en Nicaragua (ayudando militarmente a los contras que se enfrentaban al gobierno sandinista), en Granada (una pequeña isla que fue invadida por las tropas norteamericanas) y en Panamá (donde intervino militarmente para derrocar al general Noriega). En el plano interno se iniciaría el proceso de desmontaje de una parte importante de la legislación levantada por Roosevelt en el marco del New Deal, tanto en relación con la regulación financiera y específicamente bancaria, como laboral. A nivel global se produciría un recrudecimiento de la Guerra Fría y se pondría en marcha un programa de gasto militar descomunal («la Guerra de las galaxias») para tratar de ahogar a la renqueante economía soviética.
Tres acontecimientos clave ocurrieron en los mandatos que sucedieron al de Reagan: la implosión de la URSS, bajo el mandato de G. Bush padre, en 1991, las guerras de Yugoslavia, que aunque se iniciaron durante el mandato de Bush, tuvieron su punto más álgido con la guerra en Bosnia durante el doble mandato del demócrata Clinton (1993-2001) y finalmente el atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono del 11 de septiembre de 2001, tan sólo unos meses después de la «controvertida» victoria de Bush hijo (2001-2009) ante Al Gore, en la que Bush hijo obtuvo menos votos populares, aunque ganó por una ligera mayoría de compromisarios para la elección de presidente, para lo que tuvo que contar con una resolución de la Corte Suprema atribuyéndole los representantes de Florida sin que se llegara a hacer un nuevo recuento general, lo que fue aceptado por Al Gore, no sin resistencias entre sus bases.

El atentado de las Torres Gemelas y el Pentágono supuso, sin lugar a dudas, un giro en la situación política mundial. Pues cuando parecía que se iniciaba una etapa de paz tras el final de la Guerra Fría y el hundimiento del bloque del Este, el golpe recibido por EEUU en su propio territorio dejó a todo el mundo perplejo y se abrió paso a una intervención militar de gran envergadura. El gasto en seguridad y defensa se disparó durante esta época, dejando un enorme déficit fiscal del Estado. Casi a la mitad del segundo mandato de Bush hijo (agosto 2007) estalló la crisis financiera de las hipotecas subprime, que llevó a la gran quiebra del banco de inversión Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008 y a un enorme desembolso federal para rescatar a la banca. Abriendo el paso a la elección del candidato demócrata, Barack Obama (2009-2017), cuya presidencia en el plano interior quedó marcada por la dificultad en sacar adelante su compromiso de generalizar el sistema sanitario a los más de 45 millones de norteamericanos que carecían de él. Fracasando en la institucionalización de un sistema público y teniendo finalmente que recurrir a un sistema híbrido (público-privado) muy alejado de los planteamientos iniciales. En el plano internacional dio pasos para la retirada de tropas en Irak y Afganistán, aunque el desarrollo de la «primavera árabe» le llevó a promover una nueva intervención militar en Libia (junto a Francia y Reino Unido) y en Siria, donde fue frenada in extremis gracias a la diplomacia rusa. La actividad y presencia militar del islamismo radical (Estado Islámico) en Siria e Irak plantea la dificultad de estabilización en la zona.
La campaña de primarias para las presidenciales de noviembre de 2016 reveló que tampoco EEUU era ajeno a los fenómenos de radicalización populista que conocemos en Europa, como expresó el arrollador triunfo de Donald Trump en las primarias republicanas. Pero tampoco a los de radicalización a izquierda de una parte del electorado, representada por la figura del Bernie Sanders, que rivalizó con Hilary Clinton por las primarias demócratas situándose a corta distancia, reclamándose abiertamente defensor de las ideas socialistas o socialdemócratas al estilo europeo. Algo impensable tan sólo hace unos años en EEUU. El triunfo de Trump en las presidenciales, con más compromisarios que Hilary Clinton pero con menos votos populares, ha llevado a una gran inestabilidad política, tanto de la política interior, como de la exterior, para la que se ha rodeado de viejos halcones republicanos decididos a intervenir activamente en el continente latinoamericano, lo que supone una vuelta a la doctrina Monroe («América para los americanos» de 1823) que, enunciada con menos sofisticación, algunos la definieron como la del «patio trasero».
La caída del bloque del Este y el final de la Guerra Fría trajo la guerra al espacio geográfico europeo (antigua Yugoslavia), fenómeno que no se había conocido desde le final de la Segunda Guerra Mundial
En relación a Canadá, el otro gran país que integra Norteamérica (junto con México, aunque este país lo analizamos en el contexto de Latinoamérica), de alto nivel de desarrollo y con una gran estabilidad política y económica, habría que señalar el problema relativo a la integración de la provincia francófona del Quebec, la más poblada y de mayor riqueza económica, donde de forma recurrente se plantea el problema de su continuidad o no dentro de Canadá. Así, en el último referéndum de 1995, la opción independentista alcanzó el 49,6% de los votos, quedando a tan sólo 50.000 de resultar ganadora. El establecimiento en 2000 de una Ley de Claridad ante un nuevo posible referéndum, parece que ha debilitado al independentismo, pues además de contemplar la posible secesión de un territorio del Canadá, también plantea la posibilidad de que determinadas comarcas de ese territorio en las que el voto unitario fuera claramente mayoritario, pudieran permanecer en Canadá. De hecho, en las elecciones a la Asamblea de Québec de 2014 el independentismo cosechó los peores resultados de los últimos 40 años.
Japón
Es un país de elevadísimo desarrollo industrial que en los años 90 entró en una grave crisis económica de la que no ha logrado despuntar nada más que tímidamente. La economía japonesa se caracterizó por elevado paternalismo empresarial y la altísima protección de la industria nacional por parte del Estado. Con la crisis, el modelo ha sido puesto en cuestión. Políticamente, en Japón se ha dado una continuidad casi ininterrumpida en el gobierno por parte del conservador Partido Liberal Democrático (PLD), desde 1955 a 2009, único momento en el que se abrió un período, entre 2009-2012, en el que hubo un gobierno liderado por el Partido Democrático (PD) de duración efímera, regresando el PDL al gobierno en 2012 bajo la dirección de Abe, con una orientación fuertemente nacionalista que ha tenido como consecuencia un incremento de la tensión con China por la disputa de pequeños islotes frente a las costas de China.
Europa del Este, antigua Unión Soviética y China
De todos los grandes acontecimientos que han sacudido la escena internacional en las últimas décadas, el hundimiento del bloque del Este y la implosión de la antigua Unión Soviética han supuesto el mayor cambio habido en las relaciones internacionales desde el final de la Segunda Guerra Mundial en el que se configuró un mundo bipolar, basado en la hegemonía militar de EEUU y la Unión Soviética. La imagen iconográfica que nos quedará en la retina para siempre será el momento en el que en noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín y cientos de miles de berlineses del Este y el Oeste se unían junto a la Puerta de Brandemburgo poniendo fin a décadas de división. Pero ya antes hubo una serie de acontecimientos que precedieron a estos hechos.

Sin duda, el más relevante de todos ellos fue la constitución en Polonia de un movimiento sindical independiente, Solidaridad, en el que participaron millones de trabajadores y jóvenes, que cuestionaba la legitimidad del régimen dirigido por el partido comunista (POUP, Partido Obrero Unificado Polaco). Pese a los intentos de romper este movimiento con el golpe militar de 1981 encabezado por el general Jaruzelski, que instauró la Ley marcial, prohibió al sindicato y encarceló a sus dirigentes (llegando a reutilizar en algunos casos antiguos campos de concentración alemanes), la presión popular, y la nueva situación política internacional tras el ascenso de Gorbachov a la dirección del PCUS en la Unión Soviética, llevó a la celebración de elecciones plurales en 1989 que se saldaron con una arrolladora victoria de Solidaridad sobre los candidatos del partido comunista oficial, que condujo a la formación del primer gobierno sin presencia de miembros del aparato comunista en un país del Este, aunque hubo de cohabitar con la presidencia del general Jaruzelski hasta las elecciones presidenciales de diciembre de 1990 que dieron el triunfo a Lech Walesa, hasta ese momento líder del sindicato Solidaridad.
A partir de estos hechos se fueron sucediendo diferentes procesos populares que exigían el final de los llamados regímenes comunistas en Hungría, en Checoslovaquia, con la revolución de terciopelo liderada por Havel, más tarde en Bulgaria. En general, adoptó formas pacíficas, a excepción de Yugoslavia —que analizaremos más adelante— y de Rumanía, donde la caída del dictador Ceaucescu se saldó con su ejecución sumaria el 25 de diciembre de 1989. El último país en incorporarse a este proceso, aunque no estaba integrado en el Pacto de Varsovia ni en el CAME, fue Albania ya avanzados los años 90. En 1991 eran disueltos formalmente tanto el Pacto de Varsovia, como el CAME (o COMECON). Entre los años 2004 y 2007, la mayor parte de estos países del Este se fueron incorporando progresivamente a la Unión Europea, también las repúblicas ex-soviéticas del Báltico, y la ex-yugoslava Eslovenia.
Antigua Unión Soviética
Toda la sacudida de cambios iniciada en la Europa del Este acabaría por extenderse a la propia Unión Soviética tras el ascenso de Gorbachov a la dirección del partido en 1985. Pese a las expectativas que había despertado en el país la perestroika (reforma) y la glasnost (transparencia informativa) anunciadas por Gorbachov, la difícil situación económica no dejó de acentuar el descontento social de la población, con la proliferación de huelgas, como la de los mineros de Vorkutá (un centro construido por deportados durante las purgas estalinistas de los años 30), y el estallido de movimientos independentistas en los países bálticos y otras regiones. Para poner freno a esta situación un sector del régimen, vinculado a los aparatos de seguridad, el ejército y la industria de armamento, dio un golpe de Estado en agosto de 1991, que queriendo frenar el proceso no hizo sino acelerarlo, provocando la propia implosión de la Unión Soviética unos meses después, para dar paso temporalmente a una ambigua Comunidad de Estados Independientes (CEI), de efímera existencia efectiva, aunque formalmente siga existiendo hasta nuestros días.
Las intervenciones militares lideradas por EEUU, lejos de lograr la estabilidad en las zonas afectadas, han provocado un mayor caos y desestabilización, como ha ocurrido en el norte de África tras el derrocamiento del régimen libio de Gadafi
El ascenso de Yeltsin a la presidencia de Rusia, que se había producido ya antes del golpe de agosto de 1991, supuso, tras la implosión de la Unión Soviética, que la nueva Rusia tomara el testigo de la herencia soviética, dando continuidad a los acuerdos internacionales sobre limitación de armas firmados por la extinta URSS. Los años 90 fueron terribles para Rusia. Se produjo un verdadero hundimiento de la economía (entre 1989 y 1996 el PIB cayó un 45%) y millones de rusos acabaron sumidos en la pobreza. La esperanza de vida cayó vertiginosamente, mientras que las empresas más importantes del país eran saqueadas y repartidas entre los oligarcas próximos al poder. En este marco, los procesos independentistas llegaron al territorio mismo de la Federación Rusa y en el caso de Chechenia, donde el islamismo radical se había hecho fuerte, estalló una cruenta guerra que arrasó la región. La decrepitud de Yeltsin en la etapa final de su mandato (afectado por el alcoholismo de forma notoria) dio paso a que Vladimir Putin, un antiguo miembro de la policía política soviética o KGB, fuera haciéndose con las riendas, asumiendo la jefatura del gobierno en 1999 hasta la retirada de Yeltsin en que fue designado como presidente interino.
La presidencia de Putin vino marcada por una recuperación de la economía gracias al aumento de los precios internacionales de la energía y la vuelta bajo control estatal de algunas de las empresas petroleras y gasísticas privatizadas más emblemáticas y una política de mano dura hacia los oligarcas de la era Yeltsin que se resistían a sus planes. Una de las manifestaciones de la recuperación económica fue la caída de los índices de pobreza y la recuperación progresiva de la esperanza de vida. Aunque la caída de la tasa global de fecundidad por debajo de la tasa de reemplazo (2,1) siguió provocando el descenso de la población. En 2008 fue sustituido en la presidencia del país por su socio Medveded, que había ejercido de jefe de gobierno, y él pasó a ser designado jefe de gobierno, para poder eludir así la imposibilidad de presentarse a un tercer mandato seguido. Pasados los cuatro años preceptivos, Putin volvió a ser elegido a la presidencia y Medveded nombrado jefe de gobierno en 2012 y de nuevo en 2018.

La crisis de Ucrania, con el estallido de enfrentamientos armados a partir del año 2014 en zonas de población mayoritariamente rusa, enfrentada al gobierno nacionalista y prooccidental del país, puso de manifiesto la existencia de una fuerte tendencia nacionalista en Rusia que añoraba la etapa de hegemonía soviética. La anexión de la península de Crimea, territorio de población mayoritariamente rusa que en época soviética Kruschov cedió a Ucrania, dio paso al establecimiento de sanciones económicas de EEUU y la UE contra Rusia que generaron una importante caída del sector exterior, con las consiguientes dificultades económicas para el país. Dificultades que parecen estar siendo superadas en los últimos años según señala el FMI en sus informes.
China
Quizás sea el país que más claramente ha sido transformado por lo que se conoce como la era de la globalización. En este caso, para entender la evolución actual habría que remontarse al ascenso de Deng Xiao Ping al poder en 1978 y el giro hacia la apertura económica del país propiciando la creación de zonas económicas especiales (ZEE) para el asentamiento de grandes empresas multinacionales (acordado por el Comité central del PCCh en diciembre de 1978, creándose la primera ZEE en mayo de 1979). China se convirtió en el paradigma de la deslocalización, al desmantelar muchas empresas multinacionales líneas de producción en sus respectivos países y ser trasladadas a China (y también a otros países del entorno asiático como Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong-Kong, que recibieron la denominación de «tigres o dragones asiáticos», y más tarde, a Malasia, Indonesia, Tailandia o Vietnam llamados «tigres menores» o «pequeños dragones»). En 1989, coincidiendo con el movimiento que en la Europa del Este reclamaba democracia y libertad, surgió el movimiento de estudiantes, con el apoyo de sectores amplios de trabajadores, que, con epicentro en la plaza de Tiananmen, reclamaban libertades democráticas también en China. En mayo de 1989, tras varias semanas de movilizaciones, el ejército chino, entraba sin miramientos, a sangre y fuego, en la plaza aplastando la revuelta democrática, siendo desplazados del partido los sectores que se habían manifestado proclives a la negociación. Tras algún período de críticas a la represión por parte de los países occidentales, finalmente se impuso el criterio económico comercial sobre el principio político y moral, y de nuevo se normalizaron las relaciones con uno de los primeros socios comerciales de la mayor parte de potencias mundiales: EEUU, Japón y Unión Europea. En 1997 Reino Unido transfirió la soberanía de Hong-Kong a China, manteniendo un status semiautónomo dentro de China («dos sistemas y un solo país»), que, al tratar el régimen chino de someter a la isla bajo su control político, periódicamente da lugar a conflictos, provocando, de forma recurrente, el estallido de protestas populares en defensa de las libertades democráticas.
En 2013, la nueva dirección del partido y el Estado chino, liderada por Xi Jinping, sin cuestionar un ápice el sistema basado en la combinación de partido único y economía de mercado, constataba la necesidad de un cambio económico, que ya no podía seguir basándose en un modelo meramente exportador (hacia fuera), sino que era necesario crear un modelo basado en el desarrollo de la demanda interna (hacia dentro), para lo que era imprescindible elevar el nivel de vida de la población china, particularmente de las regiones agrícolas, sumidas en un gran atraso y pobreza económica. En cierta manera, era la constatación del agotamiento de un modelo macroeconómico que ha basado su éxito en la competitividad de sus exportaciones gracias a una mano de obra con bajos niveles salariales y de protección social, y también con un marco de baja exigencia medioambiental. Aunque en 2014 superó a EEUU en el nivel del PIB, sigue siendo un «gigante con los pies de barro», con un PIB per cápita muy alejado de los niveles de la Europa Occidental y de EEUU, y con una población cercana a los 1.500 millones de personas de los que un porcentaje no despreciable sigue viviendo en la pobreza y la marginación en las regiones del interior.
En la actualidad, gracias a los inmensos superávits comerciales acumulados estos años atrás, China desempeña un activo papel en la geopolítica mundial, realizando inversiones estratégicas en países productores de materias primas y energía fundamentales para su modelo de desarrollo industrial. Lo que le ha llevado en ocasiones a confrontar con los intereses geoestratégicos de la potencia hegemónica norteamericana, dando lugar a momentos de «guerra comercial» como el que se desarrolla actualmente con la administración Trump.
África, Asia y Latinoamérica
El concepto de Tercer Mundo, que había sido acuñado en un artículo periodístico publicado en 1952, cobró fuerza en el marco de la Guerra Fría y la política de bloques para referirse al intento de levantar un Movimiento de Países No Alineados impulsado por la Conferencia de Bandung (Indonesia) en 1955. En dicha conferencia, representantes de 29 países condenaron el imperialismo, el racismo y el apartheid, defendieron el derecho de autodeterminación, el neutralismo, el desarme y la coexistencia pacífica. Y rechazaron la injerencia de las grandes potencias en sus asuntos internos. En Bandung destacaron como líderes de los países no alineados, Nehru, primer ministro hasta su muerte de la India tras su independencia de Gran Bretaña (1947-1964), Nasser, líder carismático del mundo árabe y presidente de Egipto desde 1954 hasta su fallecimiento en 1970, y Sukarno, presidente de Indonesia desde su independencia de Holanda en 1945 hasta que fue depuesto en 1967 por el general Suharto, acérrimo anticomunista que tuvo el apoyo de los EEUU. Con el paso del tiempo, el concepto Tercer Mundo se ha ido asociando a países subdesarrollados, aunque hay grandes diferencias entre países y áreas geográficas.
África-Asia
El continente africano está claramente dividido en dos grandes áreas geográficas. Por un lado, la zona del Magreb, muy vinculada a la evolución general de Oriente Medio y el mundo árabe y con un nivel de desarrollo medio bajo. Y, por otro lado, el África Subsahariana o África negra, que, salvo el caso particular de Sudáfrica, conoce los niveles más bajos de desarrollo del planeta, con un bajísimo Índice de Desarrollo Humano —IDH, que combina diferentes indicadores de salud, educación e ingreso, medidos por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD—, y una de las tasas de natalidad más elevadas del mundo que plantea un problema creciente de falta de recursos, dando lugar a intensas hambrunas. En muchos casos favorecidas por la multiplicación de conflictos bélicos entre etnias, grupos religiosos, etc., no ajenos a los intereses de algunas compañías multinacionales por acceder a una de las mayores fuentes de materias primas del planeta, fruto del asentamiento continental sobre un antiguo zócalo (del precámbrico) muy rico en minerales y metales de alto valor estratégico como el uranio, el coltán, los diamantes, el platino, el oro, la plata, etc.
En este contexto de gran atraso económico y social contrasta la República Sudafricana, gobernada, tras el final del apartheid (1992-94) por una coalición estructurada en torno al Congreso Nacional Africano (CNA) que liderara en su día el difunto Mandela, y en la que participa el Partido Comunista Sudafricano y la dirección del sindicato COSATU. Hace unos años, en agosto de 2012, estallaron importantes huelgas en las minas de platino, propiedad de consorcios multinacionales, que fueron duramente reprimidas por el gobierno (más de 34 muertos), lo que ha planteado una crisis entre algunos sectores del CNA y el sindicato COSATU sobre la orientación cada vez más conservadora del gobierno, dirigido desde 2018 por Cyril Ramaphosa, mientras que los niveles de pobreza de la mayoría negra siguen siendo muy acusados.
En el Magreb y en conexión también con la zona asiática de Oriente Medio, el fenómeno más importante en los últimos tiempos ha sido el estallido de lo que periodísticamente se bautizó como «primavera árabe» (en alusión a la primavera de los pueblos que el historiador Hobsbawm popularizó como concepto histórico para definir los sucesos revolucionarios que sacudieron Europa de punta a punta en 1848). La «primavera árabe» arrancó en Túnez (2010) y rápidamente se extendió a Egipto (2011), provocando la caída de dos regímenes muy cercanos a Francia (Ben Ali, 1987-2011) y a EEUU (Mubarak, 1981-2011) respectivamente. En Túnez se ha logrado mantener un sistema parlamentario y de libertades, mientras que en Egipto el ejército, mediante un golpe de Estado en 2013 liderado por el general Al-Sisi, puso fin al proceso democrático tras alcanzar la presidencia Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes fallecido recientemente en prisión (junio de 2019). Tan sólo unos meses después, Al-Sisi obtuvo el beneplácito norteamericano de Obama.
La desestabilización de la «primavera árabe» afectó a todos los países árabes y musulmanes del Norte de África y Medio Oriente. Algunos gobiernos hicieron algunas concesiones en el terreno de las libertades democráticas para prevenir el estallido (Marruecos y Jordania), mientras que otros optaron por la represión sin más (Yemen, Libia y Siria), dando lugar en algunos casos al estallido de verdaderas guerras civiles que tendieron a fracturar el país, como fue el caso de Libia, donde gobiernos como el francés (Sarkozy, 2007-2011), con el apoyo americano y británico, decidieron la intervención militar hasta el derrocamiento del régimen de Gadafi (1969-2011) quedando Libia —y continuando en la actualidad—como un foco de desestabilización regional que ha ido irradiando hacia países vecinos como Malí y Sudán propiciado por la gran cantidad de armas del arsenal libio que acabaron en manos de diferentes grupos armados que acudieron en apoyo del régimen de Gadafi.
No se le escapa a nadie el gran interés estratégico de Libia dada su riqueza energética. En el caso de Siria, la intervención militar norteamericana fue detenida in extremis por la acción de la diplomacia rusa gracias a un error cometido en una rueda de prensa en 2013 por del secretario de estado norteamericano nombrado por Obama, John Kerry, en relación al comienzo del desmantelamiento de armas químicas por parte del gobierno sirio. Pero el foco de inestabilidad generado por la guerra civil siria ha provocado que se extienda hacia Irak, donde de nuevo, más de una década después de la intervención norteamericana de 2003, los sectores islamistas más radicales, armados y pertrechados en Siria, han llegado a poner en jaque incluso al ejército iraquí, en un marco de dislocación del país, que dura desde la ocupación norteamericana y el derrocamiento de Sadam Hussein.
En los años 90, Argelia conoció una cruenta guerra civil que costó más de 200.000 muertos, tras interrumpir el ejército argelino, mediante un golpe militar, la segunda ronda de un proceso electoral en el que se pronosticaba un triunfo arrollador para el Frente Islámico de Salvación (FIS) una vez conocidos los resultados de la primera vuelta. Tras años de cruenta guerra, varias organizaciones islamistas combatientes se fueron acogiendo a diferentes procesos de desarme que condujeron a una vuelta al poder civil bajo la presidencia de Buteflika, viejo dirigente del Frente de Liberación Nacional de Argelia (FLNA) ya durante la guerra de independencia contra Francia, que aunque anciano y enfermo, ha tratado de continuar al frente, provocando con ello una oleada de manifestaciones de repulsa que le han llevado a renunciar en abril de 2019. Pese a lo que el movimiento popular sigue exigiendo acabar con el régimen actual y abrir paso a una salida realmente democrática, rechazando la salida «a la egipcia» que trata de imponer un sector del ejército. Sobre el enfrentamiento generado por la radicalización islamista, siempre planeó el interés geoestratégico de las potencias mundiales por los ricos yacimientos petrolíferos y gasísticos del subsuelo argelino.
El fracaso político y militar de las intervenciones norteamericanas en el Golfo, Oriente Medio y el Magreb, están impulsando la vuelta en EEUU a la doctrina Monroe o del «patio trasero» que supone la activa intervención en los procesos políticos latinoamericanos
En otras zonas de Asia como Pakistán y la India, se ha ido dando en los últimos años una cierta alternancia política, no exenta de grandes atentados terroristas que han acabado con la vida de importantes dirigentes políticos como Rajiv Gandhi en la India (1991) y Benazir Bhutto en Pakistán (2007), representantes de dos clanes familiares vinculados durante décadas al poder político. En el caso indio, el apellido de los Gandhi no procede del líder independentista y pacifista Mohatma Gandhi, sino del marido de la madre de Rajiv, Indira, también asesinada en 1984, hija del otro gran líder de la independencia india y fundador del Movimiento de los No Alineados, Nehru, que lideraron el Partido del Congreso que dirigió el movimiento independentista contra Gran Bretaña. La alternancia se ha venido dando con otro partido de orientación más derechista y conservadora, vinculado al radicalismo hinduista y que tiende a generar tensiones con la comunidad musulmana, que consiguió vencer en 2014 y ha vuelto a hacerlo en 2019. En el caso de Pakistán, tras el golpe de Estado militar de 1999 se estableció una dictadura militar dirigida por el general Musharraf, gran aliado de EEUU en las guerras de Afganistán e Irak, hasta 2008 en que se reestableció el sistema parlamentario, ganando las elecciones el viudo de la asesinada Benazir Bhutto, Ali Zardari (2008-2013). A partir de entonces regresaron al poder los miembros de la tradicional y conservadora Liga Musulmana Pakistán.
En Irán, tras el derrocamiento del régimen del Sah en 1979 y el establecimiento del régimen islámico, la tensión con EEUU fue creciendo en intensidad, hasta el punto de que la decisión de Sadam Hussein, entonces aliado de EEUU, de desencadenar la guerra contra Irán (1980-1988) contara con el beneplácito y la ayuda militar norteamericana y de otros países aliados como Francia. En los últimos tiempos, sin embargo, parecía que se había dado un giro hacia posiciones políticas más moderadas que habían permitido la apertura de un proceso de diálogo con EEUU, con la intermediación de Rusia y la UE, sobre el programa nuclear iraní. Pero la llegada a la presidencia norteamericana de Trump parece poner en cuestión todo el camino andado.
Latinoamérica
Si los años 80 y 90 del siglo XX fueron los años en los que se impusieron las políticas neoliberales auspiciadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) como consecuencia de la crisis de la deuda externa acumulada, el inicio del siglo XXI vino marcado por un giro más o menos generalizado hacia posiciones de izquierda.
Hubo algunas excepciones, como Piñera (2010-2014) en Chile —antecedido (2006-2010) y luego sustituido (2014-2018) por la socialista Bachelet, para dar paso a un nuevo mandato de Piñera— o Calderón (2006-2012, del Partido de Acción Nacional, PAN) y Peña Nieto (2012-2018, del Partido Revolucionario Institucional, PRI) en México y la continuidad en Colombia (Uribe, 2002-2010 y Santos, 2010-2018) de gobiernos conservadores aliados de EEUU. Países que junto con Perú, donde tras un paréntesis de una presidencia de Ollanta Humala, 2011-2016, apoyado por la izquierda frente a la hija del dictador Fujimori, regresó la derecha con Kuczynski hasta su renuncia por un caso de corrupción en 2018. Perú y el resto de los países enumerados integran la Alianza del Pacífico que comparten con los EEUU.

En la tendencia inicial hacia posiciones de izquierda aparecieron dos grandes líneas, la moderada, representada por Lula (2003-2010) y Dilma Rousseff (2010-2016), en Brasil, ambos del Partido de los Trabajadores (PT), y la más radical del movimiento bolivariano de Venezuela, con Chávez (1999-2013) y Maduro (2013), a la que se fueron uniendo Bolivia (Evo Morales, 2006), Ecuador (Correa, 2007-2017) y Nicaragua (Daniel Ortega, 2007). También Honduras (Zelaya, 2006-2009), pero en este caso el presidente fue depuesto por un golpe de estado cívico-militar que contó con el apoyo tácito de EEUU. Además de la continuidad del régimen castrista de Cuba, también aliado del llamado bloque bolivariano que conforman los países liderados por Venezuela. En esta tendencia a izquierda, aunque no homologable a ninguno de las dos grandes líneas señaladas, se situaría también el gobierno de los Kirchner —primero Néstor, 2003-2007 y después, tras su muerte, su mujer Cristina, 2007-2015—, a la que reemplazaría el candidato liberal conservador, Mauricio Macri (2015). También claramente a la izquierda habría que situar la presidencia de José Mújica (2010-2015) en Uruguay, al que sucedió Tabaré (2015), apoyado como Mújica por el Frente Amplio, pero perteneciente a su corriente más moderada. Esta tendencia a izquierda se manifestó incluso en el país que había sido hasta hora el baluarte de la alianza con EEUU en la región, Colombia, donde el presidente de orientación conservadora Santos impulsó unas negociaciones de paz con la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) en Oslo (Noruega) y La Habana (Cuba), que contaron con la oposición de su antecesor en el cargo, Uribe (2002-2010), y en las que se acordó el desarme (2016) del último gran foco de guerrilla rural que quedaba en el continente, que para poder garantizar su supervivencia ante el creciente aislamiento político, emprendió tratos económicos con el narcotráfico como medio de financiación. Otro elemento de gran relevancia de este período fue la apertura de un proceso de conversaciones entre los gobiernos de EEUU (Obama) y Cuba (Raúl Castro) que permitió la reapertura de las embajadas respectivas en 2015 y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas interrumpidas desde el intento de invasión apoyado por EEUU en 1961 en Bahía Cochinos (Playa Girón).

Vinculados a los dos proyectos de izquierda, liderados respectivamente por Brasil y Venezuela, se impulsaron dos procesos de integración regional. Por una parte el Mercosur, integrado inicialmente por los países del Cono Sur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay) y al que se incorporó Venezuela, tras poder eludir el veto paraguayo cuando este país fue suspendido en su participación a causa del golpe antidemocrático que depuso al presidente electo y obispo católico, Fernando Lugo. Otros países mantienen el estatus de países asociados, como Chile, Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú. El otro proyecto de integración regional, liderado por Venezuela es el ALBA (Alianza Bolivariana para los pueblos de América), integrado por Bolivia, Ecuador (que lo abandonó en 2018), Nicaragua y Cuba, así como una serie de pequeños estados e islas caribeñas. Honduras fue miembro del ALBA y eso le costó a su presidente Zelaya la destitución mediante un golpe cívico-militar que contó con el visto bueno de EEUU. El ALBA nació como un proyecto de integración enfrentado a otro proyecto impulsado por EEUU conocido como ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas), que excluyendo a Cuba trataba de integrar a toda la región en un acuerdo comercial similar al establecido entre los Estados de Norteamérica, el TCLAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte, formado por EEUU, Canadá y México). Pero el ALCA, objeto de múltiples críticas por los sectores de izquierda latinoamericana, finalmente entró en vía muerta.
En los últimos años, el ciclo político de la izquierda latinoamericana en el siglo XXI parece que ha comenzado a tener dificultades. La política de abierta intervención de la nueva administración norteamericana de Donald Trump, hasta el momento en que se escriben estas líneas —junio de 2019— sólo política y económica, juega en contra de los movimientos de izquierda. En Brasil fue destituida en 2016 la presidenta electa del Partido de los Trabajadores, Dilma Russeff (2011-2016), para pasar a ocupar la presidencia el hasta entonces vicepresidente Temer (2016-2018), investigado por escándalos de corrupción. El candidato presidencial favorito en todas las encuestas, Lula, del Partido de los Trabajadores, fue impedido de presentarse por decisión final de un juez que es actualmente el ministro de justicia del presidente Bolsonaro (2019), antiguo militar, de planteamientos abiertamente ultraderechistas. En Colombia, Santos fue reemplazado por Iván Duque (2018), candidato del Centro Democrático, partido fundado por Uribe y también contrario a los acuerdos de paz suscritos con la guerrilla por Santos. Duque se viene mostrando especialmente activo contra el gobierno de Maduro en Venezuela. En Ecuador, tras finalizar el mandato Correa, se hizo con la presidencia Lenin Moreno (2017) apoyado inicialmente por Correa, pero del que se ha ido alejando hasta el enfrentamiento abierto. Lenin Moreno ha sacado a Ecuador del ALBA y forma parte del bloque de países de la OEA (Organización de Estados Americanos) activos contra el gobierno de Maduro en Venezuela. Justamente es en Venezuela donde la situación se manifiesta especialmente crítica, con la decisión abierta de la administración norteamericana de apoyar el derrocamiento del gobierno bolivariano, sin descartar incluso la intervención militar. Para ello se apoya en el giro político a derecha que se ha producido en Brasil, antes en Argentina, Perú, Chile y Colombia, y la deriva del gobierno de Ecuador. En ese nuevo panorama conservador, contrasta México, donde la izquierda liderada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) acaba de hacerse con la presidencia del país, actuando, junto con Uruguay, Bolivia, Nicaragua y Cuba, de contrapeso en la crisis venezolana contra una posible intervención militar norteamericana.
Grandes focos de tensión tras el final de la Guerra Fría
Vamos a pasar ahora a analizar los tres grandes conflictos que se desarrollaron (o siguen desarrollándose) tras el final de la Guerra Fría: el conflicto palestino-israelí, las guerras del Golfo y Afganistán y las guerras de la antigua Yugoslavia.
Conflicto palestino-israelí
Sigue siendo uno de los grandes focos de tensión mundial tras más de siete décadas de haber finalizado la Segunda Guerra Mundial. Momento al que se remonta este conflicto. Efectivamente, en noviembre de 1947 las Naciones Unidas acordaron un plan de partición de Palestina en dos territorios, uno con mayoría árabe, y otro donde se habían ido reagrupando numerosos judíos procedentes de distintas partes del mundo. El plan recibió el apoyo de las principales potencias mundiales: la URSS, EEUU y Francia. Inglaterra, que ostentaba el mandato en el territorio, se abstuvo, por considerarlo inviable al ser rechazado por ambas partes (aunque formalmente la parte hebrea decía apoyarlo). Todos los países árabes y musulmanes votaron en bloque en contra del plan de partición. Momentos antes de finalizar el mandato británico, se proclamó el Estado de Israel en mayo de 1948 y a continuación los estados árabes circundantes le declararon la guerra.
En contra de lo que se podría llegar a pensar hoy día, unos de los mayores valedores del recién formado Estado de Israel fueron la Unión Soviética y los países del Este. De hecho, al comenzar los enfrentamientos armados, el mayor suministrador de armas a Israel era Checoslovaquia, donde desde el mes de febrero de 1948 se había impuesto un gobierno prosoviético del Partido Comunista. La guerra permitió ampliar los territorios inicialmente asignados a la parte hebrea por la ONU y provocó el desplazamiento sistemático de población palestina. Además, de común acuerdo con los estados colindantes, se decidió repartir el resto del territorio árabe entre Egipto (Gaza) y Jordania (Cisjordania). Nadie estaba interesado en la constitución de un Estado Palestino, aunque fuera en un espacio territorial amputado, por la potencial conflictividad que podría suponer su misma existencia. El cambio de alianzas estratégicas en relación a Palestina se produjo tras el ascenso de Nasser al poder en Egipto y la aproximación a la URSS a raíz del conflicto con Israel, Francia y Reino Unido, tras decretar la nacionalización del Canal de Suez. En el marco de la Guerra Fría y la política de bloques, EEUU pasó a ser el gran protector de Israel frente al Egipto de Nasser, líder además del Movimiento de Países No Alineados y con gran proyección y prestigio en todo el mundo árabe. Los palestinos, con el apoyo de Nasser constituyeron en 1964 la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que no reconocía al Estado de Israel. Dos guerras regionales árabe-israelíes, en 1967 y 1973, dejaron toda Palestina bajo ocupación de Israel (además de los Altos del Golán sirios y la Península egipcia del Sinaí, que retornó a Egipto a partir de 1979, tras la firma de la paz entre Egipto e Israel).

Ante un conflicto recurrente, que rebrota periódicamente con mayor intensidad, ha habido Intentos por parte de las potencias de entablar negociaciones, así, tras la primera intifada (o levantamiento popular) que estalló en 1987, se celebró la Conferencia de Madrid en 1991, en la que se acordó —culminando después en los Acuerdos de Oslo—, establecer una Autoridad Nacional Palestina con poderes limitados sobre unos territorios que no constituían una unidad compacta, sino enclaves dispersos separados por territorios administrados por Israel. Desde entonces ha habido tímidos avances seguidos de grandes retrocesos. De hecho, la situación de bloqueo y enquistamiento del conflicto, dio lugar a una segunda intifada que se acabó traduciendo en un proceso de radicalización islamista en Palestina, en torno al movimiento Hamás, que controla la franja de Gaza; pero también en Israel, con el cada vez mayor peso de sectores ultraortodoxos y ultraconservadores que apuestan por el conflicto promoviendo la colonización de nuevos territorios y al enfrentamiento bélico. En 2002, Israel iniciaba la construcción de un muro de separación, muro que recibió la condena de diferentes organismos internacionales. El Conflicto ha trascendido las propias fronteras de Palestina en numerosas ocasiones, como cuando en 2006, el ejército israelí y la organización libanesa islamista radical, Hezbolá, mantuvieron una guerra durante más de un mes. Desde 2008-2009 todas las vías de diálogo y negociación entre palestinos e israelíes permanecen interrumpidas.

Guerras del Golfo y de Afganistán
El proceso de desestabilización de la región del Golfo se remonta a 1979 cuando el Sah de Persia fue derrocado por la revolución iraní que acabó siendo capitalizada por la teocracia chiíta para acabar fundando una República Islámica encabezada por Jomeini. El enfrentamiento con EEUU y otros países occidentales, que habían sido valedores del Sah, fue entendido como una oportunidad por el dirigente Iraquí, Sadam Hussein, para declarar la guerra a Irán e iniciar la 1ª Guerra del Golfo con el apoyo de Occidente, que se desarrolló durante los años 1980 a 1988.
La 2ª Guerra del Golfo se inició en 1990, con Bush padre de presidente de los EEUU. El Irak de Sadam Husein, además de desangrarse por la guerra contra Irán, había sufrido un duro impacto económico con buena parte de su industria extractiva dañada por los combates. En ese contexto se lanzó a la ocupación de Kuwait para hacerse con su base petrolera, alegando además que Kuwait formaba parte históricamente de la nación iraquí. EEUU encabezó las fuerzas que se desplegaron contra Irak, que fue derrotado en 1991, aunque no ocupado. Se establecieron dos zonas de exclusión aérea (sobre el Norte kurdo y el Sur chiíta) e importantes sanciones económicas.

Finalmente, la 3ª Guerra del Golfo se iba desarrollar en 2003, bajo el mandato de Bush hijo como presidente de EEUU. El contexto preliminar vino marcado por el atentado del Al-Qaeda contra las Torres Gemelas y el Pentágono ocurrido el 11 de septiembre de 2001 y la posterior guerra y ocupación de Afganistán. En el marco de la llamada Guerra contra el Terrorismo, proclamada por Bush, EEUU acusó al régimen de Irak de disponer de un arsenal de armas de destrucción masiva y decidió emprender la acción militar al margen de las resoluciones de Naciones Unidas, organizando para ello una coalición ad hoc en la que se integraron, entre otros, Gran Bretaña, España y Portugal, países que se reunieron en las Azores para dar el pistoletazo de salida a la acción militar. El derrocamiento del régimen iraquí (con la detención y ejecución de Sadam Hussein en 2006), abrió paso a un período de gran desestabilización de la zona que se prolonga hasta nuestros días con la presencia de las fuerzas radicales islamistas del Estado Islámico en la zona fronteriza entre Siria e Irak, pese a la retirada del grueso de las tropas norteamericanas en 2011 (durante el primer mandato de Obama), coincidiendo con la muerte de Bin Laden a manos de un comando norteamericano de fuerzas especiales.

Los Balcanes y la ruptura de la antigua Yugoslavia
Ha sido el conflicto político-militar de mayor envergadura que se ha dado en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Tras la desaparición de Tito, líder de la resistencia partisana y presidente yugoslavo desde 1945 hasta su fallecimiento en 1980, se estableció una presidencia rotatoria para la Federación yugoslava. El ascenso en 1990 de Milosevic a la jefatura del PS Serbio (partido heredero de la antigua Liga de los Comunistas Yugoslava que se acababa de fraccionar en distintos partidos territoriales), se produjo en medio de una crisis económica de calado, que le llevó a desarrollar una orientación de exaltación nacionalista como mecanismo de distracción, tratando de focalizar todos los problemas del país en Kosovo, región de mayoría albanesa, donde acabó desencadenando una dura represión que se saldó con la disolución de la autonomía regional. Ante estos hechos, estalló una fuerte tensión separatista por parte de las repúblicas de Eslovenia y Croacia. Eslovenia rápidamente se declaró independiente (1991). No resultó tan sencillo en Croacia donde estallaría el conflicto en las Krajinas, zonas fronterizas entre Bosnia y Croacia —krajina significa frontera en eslavo— de mayoría serbia con apoyo del ejército federal.
Posteriormente, tras un primer alto el fuego entre los contendientes en 1992 el conflicto se iba a trasladar a Bosnia-Herzegovina, que era, a escala reducida, una réplica de Yugoslavia, con comunidades serbias, croatas y bosnio-musulmanes y multitud de matrimonios mixtos. La guerra se desarrolló con gran crueldad, con actos de limpieza étnica, hasta la firma de los acuerdos de Dayton en 1995 que reconocieron dos entidades en Bosnia-Herzegovina, una bosnio-croata, que suponía el 51% del territorio y otra serbia con un 49%.

La última fase del conflicto discurrió en Kosovo en 1999. Donde el sector moderado albano-kosovar dirigido por Rugova se vio desbordado por los sectores más radicales vinculados a la guerrilla del UÇK (Ejército de Liberación de Kosovo), que recibían armas desde Albania y que contaban con el apoyo de la OTAN, frente a los que el ejército serbio iba a desplegar una acción de represión indiscriminada contra la población. La intervención militar de la OTAN, con bombardeos diarios de instalaciones estratégicas en Belgrado —con numerosas víctimas civiles, a las que Solana, secretario de la OTAN en ese momento, se referirá eufemísticamente como «daños colaterales»—, llevarían a la retirada del ejército serbio y a la formación de un gobierno kosovar dirigido por los líderes de la guerrilla que apostarían por la independencia. En los años siguientes se dio también algún conflicto de menor alcance en Macedonia en 2001, que ya era independiente desde 1991 pero que integraba importantes minorías albanesas y búlgaras. Una guerrilla próxima al UÇK intentó crear una situación de tensión similar a la de Kosovo que no llegó a cuajar. Montenegro se independizaría también en 2006, aunque de forma amistosa. El proyecto de Gran Yugoslavia que abanderó Milosevic a comienzos de los años 90 había quedado reducido en la minúscula Serbia de 2006.
En 2000, una movilización popular de rechazo al resultado fraudulento de las elecciones serbias, acabó con la presidencia de Milosevic (1989-2000), abriéndose paso a un Estado pluripartidista de carácter parlamentario, aunque el nacionalismo sigue impregnando a la mayor parte de las fuerzas políticas serbias, sin que se pueda decir que las heridas generadas por los conflictos de los años 90 hayan quedado definitivamente cerradas.
Conclusiones
El hundimiento del bloque del Este, representado icónicamente por la caída del Muro de Berlín, y la posterior implosión de la Unión Soviética, lejos de dar paso a un época con mayor garantía de estabilidad y de paz, abrió un período marcado por grandes conflictos que llegaron a afectar por primera vez en la historia a la potencia hegemónica, EEUU, en su propio territorio (atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono, y como consecuencia, la posterior guerra de Afganistán) o que vieron el espacio europeo, como no había ocurrido desde la Segunda Guerra Mundial, de nuevo asolado por las cruentas guerras de la antigua Yugoslavia, o más recientemente por los conflictos que se desarrollaron en Ucrania.
Las intervenciones militares aliadas, lideradas por el ejército norteamericano en lo que llevamos del siglo XXI, lejos de conducir a una situación de mayor estabilidad política, han provocado la dislocación de países como Irak, Afganistán y Libia, que se han convertido en focos difusores de desestabilización hacia otras zonas. Así se ha podido comprobar con la presencia de grupos yihadistas en el Norte de África rearmados gracias a los arsenales militares libios que se diseminaron tras la intervención aliada. Igualmente vemos cómo la desestabilización que se ha producido en Siria, donde aunque no se ha llegado a una intervención abierta directa sí ha habido un apoyo a los insurgentes por parte de gobiernos aliados de EEUU como Arabia Saudita o Qatar, vemos cómo la desestabilización y el caos se expande de por la zona. Parece que todavía estamos muy lejos de llegar a ver un mundo en el que dominen plenamente las relaciones internacionales de carácter pacífico.
Esta conflictiva situación mundial tiene como telón de fondo una época atravesada por grandes dificultades económicas y financieras a nivel internacional, dificultades que tienen su origen en el agotamiento de la llamada «edad dorada» del capitalismo que se dio desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis de los 70, y la imposibilidad desde entonces de desarrollar un período de crecimiento mantenido en el tiempo y generalizado, al menos a escala de los países más avanzados. Las políticas de ajuste desplegadas a escala mundial han tenido como consecuencia un aumento de la desigualdad que es el caldo de cultivo propicio para el desarrollo de todo tipo de conflictos. Unas políticas de ajuste que, a diferencia de las desplegadas en los años 80 y 90 ya no son privativas de las economías atrasadas como las africanas, las latinoamericanas y buena parte de las asiáticas, sino que hoy se aplican con especial énfasis en las economías europeas a través de los planes de la troika en la que el liderazgo ejecutivo lo ejerce el mismo Fondo Monetario Internacional (FMI).
Para saber más
Juan Avilés e Isidro Sepúlveda (2010). Historia del Mundo actual (de la caída del muro a la Gran Recesión). Madrid: Síntesis.
Julio Gil Pecharromán (2011). Historia de la integración europea. Madrid: UNED.
Carlos Taibo (2010). Historia de la Unión Soviética. 1917-1991. Madrid: Alianza Universidad.
Carlos Taibo y J. Carlos Lechado (1993). Los conflictos yugoslavos. Una introducción. Madrid: Fundamentos.
Josep Fontana (2017). El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914. Barcelona: Editorial Planeta.
Josefina Martínez (coordinadora) (2006). Historia Contemporánea. Valencia: Tirant lo Blanch.
Hipólito de la Torre Gómez (coordinador) (2010). Historia Contemporánea (1914-1989). Madrid: Ed. Ramón Areces-UNED.
Xabier Arrizabalo (2014).Capitalismo y Economía Mundial. Madrid: IME.
Tony Judt (2006). Postguerra. Un Historia de Europa desde 1945. Madrid: Taurus.
Eric Hobsbawm (2000). Historia del siglo XX, 1914-1991. Barcelona: Crítica.
José Maroto (2019). Historia del Mundo Contemporáneo. Barcelona: Casals.