En este número de la revista dedicamos un artículo a los primeros cristianos y las persecuciones que sufrieron, pero también a cómo posteriormente la Iglesia protagonizó feroces actos de represión y la persecución de movimientos considerados heréticos. Hemos de diferenciar la institucionalización de la religión, que tienen un carácter político, de la creencia religiosa y la teología, a pesar de que lo primero ha influido sobre lo segundo.
Lo que sí resulta muy significativo es que la Iglesia católica se construye sobre la figura del papado. El papa es el sucesor de Pedro, discípulo de Jesús, y que vivió su propio martirio y crucifixión, boca abajo. Varios textos nos hablan de que pidió ser crucificado de este modo. Por eso hemos escogido esta obra de Caravaggio, ubicada en la iglesia de Santa María del Popolo, en Roma. El pintor barroco la creó en torno al año 1600, en pleno apogeo de la Contrarreforma, y se ubicó en un lugar de gran tránsito de peregrinos, justo frente a una pintura de san Pablo, el otro gran protagonista del cristianismo primitivo.

Caravaggio oculta el rostro de los tres verdugos, sublima la escena y la dota de una importancia trascendental. Recordemos que Pedro fue designado por Jesús, de acuerdo con la Biblia (evangelio de San Mateo), como la piedra sobre la que fundaría su Iglesia. Otro elemento llamativo en esta obra el esfuerzo abismal que parecen hacer quienes intentan elevarlo para culminar la crucifixión. Con esto, Caravaggio carga en ellos el peso de la Historia, algo que no sabemos si realmente pudieron sentir sobre sus espaldas.