Cada cierto tiempo las librerías se ven invadidas por libros de un mismo corte que intentan replicar el éxito de una obra previa. Pasó con las distopías juveniles tras el éxito de Los juegos del hambre, con los zombies tras The walking dead, las novelas de sexo duro tras 50 sombras de Grey, las fantasías tolkienianas tras El señor de los anillos, y sigue y sigue.
Resulta muy interesante analizar el éxito de estas obras, ya que hablan mucho de la sociedad que las lee. Hace unos años se publicó una serie de artículos en los que se señalaba que, durante los gobiernos republicanos de EE.UU., las películas de zombies crecían en popularidad; y durante los gobiernos demócratas, las películas de vampiros superaban a los zombies. ¿Por qué? Para algunos la clave se encuentra en los miedos que genera cada partido. Los republicanos temerían a las masas homógeneas y zombificadas de pobres, los demócratas a los vampiros de Wall Street que desangran a la nación.

Más de una persona leerá eso y pensará que es un pufo de cuidado, y es bastante posible. Pero que el arte habla de la sociedad que lo produce (consciente o inconscientemente) es más que lógico. Las películas de horror/terror también transpiran problemas sociales. Ahí están las agitaciones políticas de la saga The Purge, o incluso su hijo bastardo Cult (séptima temporada de American Horror Story). La oleada de distopías adolescentes herederas de Los juegos del hambre encierra un miedo al futuro más que comprensible, e incluso 50 sombras de Grey podría entroncar con un sentimiento de liberación sexual entre las mujeres (y muy especialmente entre las de mayor edad).
Y entonces aterrizamos en España. En los últimos años se ha producido una reacción conservadora que ha afectado a muchos ámbitos de la sociedad, entre ellos la Historia. Existe un rechazo palpable al trabajo de muchos historiadores de los últimos años, sobre todo con la lucha contra la memoria histórica y la reivindicación nacional por bandera. Términos como «imperiofobia» o «hispanofobia» no han penetrado en el ámbito académico, pero sí se han extendido en la discusión de pie de calle y redes sociales. Y el éxito de la imperiofobia ha creado sus propios vástagos: un buen número de libros que siguen esa línea. Un popurrí que invade las librerías y nuestro entorno, y que alimenta (y se alimenta) del contexto político en el que resurge un nacionalismo agresivo.