La risa no solo es placentera en sí misma, sino que probablemente es la experiencia más mística, irracional e ilógica que un ser humano puede experimentar. Como dice un proverbio japonés: «el tiempo que pasa uno riendo es tiempo que pasa con los dioses». O como dice Enrique Iglesias: «es una experiencia religiosa».
Esta percepción elevadísima y teresiana de la risa la tenemos nosotros, que somos una gentuza escéptica y racionalista que para alcanzar algo parecido a un momento de éxtasis religioso tenemos que abandonarnos al hedonismo de la gula, de la lujuria o de cantar algún gol de vez en cuando —que seguro que también es pecado—.
Bueno, quizá hemos exagerado un poco. También tenemos nuestro corazoncito y somos capaces de amar y valorar lo que ello aporta al alma —ejem, cerebro—. Lo que queremos transmitir es que hay sensaciones que no son comparables a esa experiencia que te hace decir: «Dios mío, qué absurdo es esto. Es buenísimo, pero tiene tan poco sentido que tiene que ser divino o de una profundidad psicológica insondable». A ese nivel nos referimos.
Entonces… ¿qué cojones pasa con la risa? ¿Cómo algo que está en lo alto del podium de los placeres puede causar tantos problemas? ¿Cómo algo tan inefable y que combina con todo puede encontrar trabas a la hora de mezclarse con la historia?
A este respecto nos dedicaba estas palabras el cómico Dario Adanti: «Siempre me pregunté por qué si la sátira puede contar la actualidad a través de una mirada cómica no había libros de historia contados, también, desde el humor». Y lo cierto es que cada vez más gente abraza con gusto esa idea, y nosotros recibimos muestras de cariño y agradecimiento por las risas que se echan, lo cual nos llena tanto o más que lo que hayan podido aprender de historia.
No obstante, seguimos encontrando muestras de «yo es que prefiero la historia de verdad», «¿pero esto que hacéis es riguroso? Como es de risa…» o, directamente: «para narrar o interpretar la historia de forma veraz el humor no tiene cabida».
¿Por qué tanta desconfianza hacia el humor? Quizá porque éste continúa sufriendo un menosprecio crónico pese a la labor de muchos cómicos que se esfuerzan por destripar sus entresijos e intentar poner sobre la mesa sus sacrificios y desvelos. Y porque nos da miedo desacralizar las cosas: el humor lo vuelve todo terrenal, incluida la solemne historia, y nos pone cara a cara contra cosas muy duras. Y eso nos aterra.
El rigor histórico no está reñido con la risa, y no hay que sobreprotegerlo del humor con muros por miedo a que se pueda deformar su esencia, como decía Jorge de Burgos en El nombre de la rosa respecto a la fe y la necesidad de Dios. Se puede buscar la objetividad contando la historia tanto de forma seria como de forma cachonda, como demostró Indro Montanelli.