Isabel Barceló es articulista, conferenciante y escritora. Ha cultivado el texto académico, el relato ficcional y la novela histórica. Entre estas últimas destacan Dido, reina de Cartago, publicado por ES Ediciones (2009) y que fue, a la sazón, finalista de los premios de la crítica de la Comunidad Valenciana; La muchacha de Catulo, publicado por Ediciones Evohé (2013) o La ira de Medea, aparecida en la Editorial Gredos dentro de su Colección de mitología clásica en junio de 2017. Además, ha sido beneficiaria de la prestigiosa Beca Valle-Inclán de literatura otorgada por el Ministerio de Asuntos Exteriores para una estancia de seis meses en la Real Academia de España en Roma. Precisamente allí completó el proyecto que hoy nos ocupa, su obra Mujeres de Roma. Tanto en sus letras más recientes, como en la conversación que mantuvimos con ella, queda clara la intensa vivencia que acompañó a todo este proceso creativo y de investigación.
Juan Laborda—En su producción literaria y ensayística hay dos constantes: el mundo clásico y el deseo de recuperar a las mujeres apartadas de los ojos de la Historia. ¿Estamos ante el afianzamiento de una nueva tendencia historiográfica?
Isabel Barceló—En los últimos años, en muchas universidades y en múltiples disciplinas, entre ellas la Historia, se están potenciando estudios desde una perspectiva de género, lo cual enriquece extraordinariamente nuestros conocimientos en todos los campos del saber y nos hace conscientes de hasta qué punto una mirada en exclusiva androcéntrica es insuficiente para comprender el mundo en su complejidad. Por mi parte, estoy comprometida con la tarea de indagar sobre mujeres del pasado, recuperar su memoria y darla a conocer a un público amplio. Lo siento como vocación y como un deber de justicia, un reconocimiento mínimo a aquellas que nos precedieron en el tiempo. Me encuentro muy cómoda al realizar ese trabajo en el mundo clásico, cuya cultura es para mí una fuente inagotable de inspiración. Lo que las mujeres de Roma vivieron resulta asombroso, apasionante, y aún nos atañe.

JL—Roma tiene nombre de mujer, pero sus hijas no son fácilmente visibles. Así arranca Mujeres de Roma. ¿Cómo se le ocurrió combinar las biografías femeninas con el mapa de la ciudad eterna?
IB—Roma es una ciudad muy potente. A través de los milenios concentró un extraordinario poderío, primero como cuna y metrópoli de un gran imperio de larguísima duración; después, perdida su centralidad política, continuó siendo la caput mundi, la cabeza del mundo, el referente simbólico e indiscutible de la civilización romana. Simultáneamente, el cristianismo se afianzó allí y, excepto un brevísimo periodo de tiempo, instituyó en la ciudad eterna la sede del papado, la máxima autoridad de la Iglesia católica, apostólica y romana, que ejerce su potestad espiritual sobre millones de católicos en todo el mundo. Por decirlo breve: Roma no ha dejado nunca de ser un centro de poder.
Esos poderes políticos, militares, eclesiales, han sido —y mayoritariamente siguen siendo— de dominio exclusivo masculino y gozan de una rotunda presencia material en la ciudad. Las ruinas de la vieja Roma, las grandes construcciones, palacios e iglesias, los espacios emblemáticos de la urbe, son producto y manifestación de una inmensa autoridad terrenal y espiritual. No es fácil ver a una mujer ahí.
Si nos remontamos a la Antigüedad, advertimos que los varones dejaban la impronta de sus grandes éxitos militares erigiendo, con el botín, obras monumentales que embellecían o dotaban de mejores servicios la ciudad y, de esa manera, hacían perdurables sus nombres y sus logros. Los hechos memorables de las mujeres, en cambio, se conmemoraban mediante fiestas, se evocaban en los ritos, en algunas costumbres y, a veces, en la erección de un templo. Confiada a lo inmaterial, esa memoria femenina, aunque sólida y muy valiosa en su momento, era perecedera, no pudo sobrevivir al transcurso de los siglos. ¿Cómo reconstruirla?
Ese era un reto que me apasionaba, que me motivaba mucho: rescatar del olvido a las mujeres de esa ciudad a la que amo, una ciudad fascinante que se caracteriza, ya desde su origen, por una voluntad de memoria extraordinaria y que, sin embargo, parecía volver la espalda a sus mujeres. No quiero decir que los romanos actuales no las recuerden o no sepan de ellas, sino que, al menos a mi parecer, la memoria femenina se presenta como algo puntual, no articulada como un todo que visibilice el conjunto.
Reflexioné mucho sobre cómo afrontar esa tarea, teniendo en cuenta que la memoria, de por sí frágil, aún es más evanescente si no cuenta con elementos materiales que ayuden a mantenerla viva y sobre los cuales construir un discurso. Me pareció necesario anclarla de algún modo a la ciudad, ligarla a sitios reconocibles. Fue así como surgió la idea de buscar en la Roma actual las huellas de las mujeres del pasado. Para ello he identificado los lugares relacionados con cada una de las más de cuarenta protagonistas de este libro: bien el punto donde estuvieron sus hogares, o sus sepulturas, o que hubiera sido escenario de alguna de sus vivencias. Sería en esos lugares donde relataría sus historias y hablaría de la ciudad de su tiempo. Quería mostrar una urbe en la cual alentaran las mujeres, una Roma diferente de la que habitualmente se nos presenta, fuertemente masculinizada.
JL—Su trabajo abarca desde la antigüedad, en concreto desde la época arcaica, hasta el siglo XIX, pasando por el XVI. ¿Por qué decidió estructurarlo en diferentes períodos históricos?
IB—En mi entusiasmo, y frente al olvido que afecta a las mujeres de manera general, quería oponer la memoria de mujeres de todas las épocas. Pero, si atendemos a los cálculos de los historiadores romanos, quienes decían que la ciudad se fundó en el siglo VIII a. C., las veintiocho centurias de existencia que le conocemos a Roma son muchas y, buena parte de ellas, oscuros. Pronto comprendí que me sería imposible acometer una tarea tan ingente y que, por otra parte, esa exhaustividad difícilmente beneficiaría a mi propósito de escribir un libro apto para ser leído con placer incluso por personas poco habituadas a estos temas.
Opté entonces por realizar una selección de mujeres lo más amplia posible en lo temporal. Pretendía reflejar distintas etapas de aquella larga historia, desde las heroicas y legendarias intervenciones de las mujeres en los tiempos arcaicos, que tanto prestigio y respeto procuraron a las matronas romanas durante siglos, hasta los no menos heroicos combates por la unificación de Italia, durante el Risorgimento. Entre ambos extremos, hallaríamos a las mujeres que, tras la expulsión de los reyes de Roma, vivieron los convulsos acontecimientos de los primeros tiempos de la república y aquellas que soportaron sus últimos coletazos, inmersa Roma en intermitentes guerras civiles; las de los inicios del gobierno imperial y las de su decadencia; las del final de la baja Edad Media y las fascinantes y complejas mujeres que en la Edad Moderna experimentaron el esplendor y la violencia del Renacimiento y del Barroco; las que, impregnadas ya del espíritu y las ideas emanadas de la Revolución Francesa, aspiraban a un cambio radical de sistema político. En todas esas épocas hubo muchas mujeres que fueron sujetos, activos o pasivos, de hechos dignos de memoria.

Mas este libro no se concibe con vocación de atenerse a los mandatos de la cronología histórica. Busca, por el contrario, rememorar a las mujeres en la piel viva de la ciudad, en el lugar preciso en que se pueda evocar y convocar a una dama, conocer su historia y contribuir con ello a transmitir la idea de una presencia femenina en Roma, permanente y significativa, a lo largo de los siglos. Por ello la obra no se articula con criterio cronológico sino topográfico, como un paseo por las calles de la urbe a lo largo del cual ir descubriendo a cada mujer en el marco de su propia Roma, cambiante en su fisonomía, en sus costumbres, sus creencias religiosas, su sistema político, su esplendor o su decadencia.
JL—Las biografías y los pasajes se articulan en relación con lugares concretos de Roma, pero también a bloques temáticos. ¿Cuánto peso tiene en su obra la historia de las mentalidades, la guía de viajes y el relato antropológico?
IB—Las historias que relato en esta obra se superponen en el espacio y en el tiempo. Así, en un mismo capítulo y en un mismo escenario físico, evoco a una mujer del siglo V a. C. y a otra del XIX. La Roma que conocieron una y otra era muy diferente. No solo en su extensión, en su aspecto, en la organización política y social, en la mentalidad de sus habitantes, sino, por abreviar, era distinta en todo. Cada una de estas protagonistas estaba a años luz de la otra. Sin embargo, es posible hallarlas en un mismo punto: la cumbre de la colina del Janículo, convertida en polo de sendos conflictos bélicos en los cuales, de un modo u otro, ellas participaron. Ese es un vínculo material, un espacio reconocible en la actualidad. Mas existe, también, otro vínculo que entraría en lo que usted denomina bloque temático: el compromiso de ambas con sus más íntimos ideales políticos, su decisión de poner en riesgo su propia vida por defenderlos, el haber sido proclamadas heroínas por sus coetáneos y por la posteridad.
El que en cada capítulo haya reunido, simbólicamente, a mujeres de siglos distintos, de sociedades muy diferentes o de extracción social diversa en torno a ejes temáticos como el amor, el odio, la lealtad, la traición, el compromiso, tiene como objetivo dotarlos de una coherencia interna, reforzar entre sí, por afinidad o por contraste, a las protagonistas y sugerir la existencia de un hilo invisible que une a las mujeres a través de los siglos.
Entre mis muchos empeños, estaba también, y en lugar preferente, resaltar la estrecha y honda relación de Roma con sus habitantes femeninas, la constatación, no por obvia siempre tenida en cuenta, de que unas y otra se influyeron mutuamente: Roma fue el escenario vital de las mujeres y marcó sus existencias, mas también ellas, con sus acciones, influyeron en el devenir de la urbe, de cuyo cuerpo social formaban parte.
No sabría decir si es posible discernir en todo este trabajo el peso o la importancia que puedo atribuir a las distintas disciplinas, pues en todo momento he abordado la obra con una mirada global.
En cuanto a si el libro tiene algo de guía de viaje o de guía histórica de Roma, le responderé que es susceptible de ser usado de ese modo. La mayor parte de los hechos se inscriben en conocidos momentos de crisis para esta ciudad y, por otro lado, de todos los escenarios posibles, he elegido aquellos ubicados en espacios emblemáticos, de fácil localización e identificación. Tal es el caso del foro romano, el Palatino, el Capitolio, plazas como la del Popolo o la de Venecia, la vía del Corso, la vía Apia Antica, o el barrio del Trastévere. Me interesaba que las protagonistas estuvieran bien a la vista.
JL—Ese recorrido histórico le sirve para recuperar a mujeres fascinantes vinculadas al pasado de la ciudad. ¿Cómo se ha documentado para abrir los cajones menos conocidos de la Historia?
IB—Esta tarea me ha exigido tiempo y constancia, porque he necesitado estudiar mucho y de muchos temas y etapas históricas distintas. Por lo que respecta a la propia ciudad de Roma, su evolución urbanística, su crecimiento y sus transformaciones a lo largo de los siglos, ha requerido abundantes consultas cartográficas y también especial atención a lo que hoy sabemos acerca de cómo era en la Antigüedad, contando con el resultado de los trabajos arqueológicos y los procedentes de fuentes documentales diversas. Me interesó mucho conocer y comprender cómo veían y valoraban su ciudad los romanos de la Antigüedad. Roma estaba muy sacralizada, era un museo vivo en el cual se leía toda su historia. Baste decir que la cabaña de Rómulo, a quien consideraban el fundador de la ciudad, fue cuidada y mantenida en pie y sin alterar su aspecto hasta que en el siglo IV de nuestra era cayó en el abandono. Habría perdurado, por tanto, durante más de mil doscientos años. Es muy revelador. Esto explica, a mi parecer, que se conservara la memoria de antiquísimos episodios concernientes a las mujeres y que historiadores como Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso, Plutarco y otros, los recogieran en sus obras, procedentes de fuentes escritas y orales.
Para personajes más recientes en el tiempo he rastreado en libros generales, monografías sobre épocas concretas, biografías, etc.
JL—¿Cómo ha influido la residencia en Roma en la elaboración de este trabajo?
IB—Ese fue otro aspecto significativo en la preparación de este libro: residir durante varios meses en Roma. Fue fundamental para establecer la relación mujeres-lugares, estudiar las posibilidades de unos y otros, concretar el estudio, decidir, con arreglo a su accesibilidad actual y la facilidad con que puede ser hallado y reconocido, cuáles incluir finalmente en la obra. No menos importante era dejar actuar a la intuición, captar la atmósfera, hacer una inmersión imaginaria en el pasado. En una palabra, empaparme de Roma.
JL—Algunos de los casos que narra, como el de Livia, Paulina, la viuda de Séneca o la matrona Lucrecia son de una considerable dureza. ¿Fueron las mujeres el sostén invisible del mundo clásico?
IB—Al contemplar el pasado —y en gran parte al vivir y pensar el presente— se privilegia el valor de lo público y se desdeña lo que se ha venido en llamar lo privado o lo doméstico, un ámbito tradicionalmente considerado femenino. Medimos con un rasero desigual la importancia y la trascendencia de uno y otro, nuestra visión está sesgada. Ese sesgo oculta a las mujeres, minusvalora sus ocupaciones, sus saberes y sus logros, nos dificulta el conocerlas mejor. Sin embargo, las creencias, las costumbres, las leyes, las tensiones políticas, regían dentro y fuera de las casas, de ellas participaban las mujeres, las matronas encarnaban y transmitían muchas de las virtudes romanas en las cuales educaban a sus vástagos, varones y hembras.
Me atrevería a decir que Lucrecia, Livia, Paulina, y, en general, las mujeres, cada cual de acuerdo con sus circunstancias, su estatus jurídico, social, familiar, etc. no fueron un mero sostén, sino también, en muchos aspectos, hacedoras de la cultura de su tiempo. En concreto, las matronas que cita pertenecieron a la sociedad más selecta. Recibieron una educación más esmerada que la mayoría de mujeres y hombres, y las tres dejaron una impronta en la sociedad romana, aunque de peso y alcance distinto. La de la matrona Lucrecia, por ejemplo, fue una influencia póstuma y duradera: su decisión de quitarse la vida tras haber sido violada tuvo efectos políticos inmediatos: la expulsión de los reyes de Roma y la fundación de una república que duraría quinientos años. Se convirtió en el modelo máximo de pudicia y dignidad. Livia, según algunos autores, fue la artífice de la arquitectura política del principado, clave del éxito de Augusto. La familia de su marido, en cambio, tenía motivos para temblar ante ella. En cuanto a Paulina, dio testimonio de lealtad conyugal y de firmeza respecto a las convicciones filosóficas que regían su conducta, lo cual le reportó alabanzas y consideración de matrona ejemplar también en los círculos cristianos.
JL—En su ensayo, el descubrimiento de los detalles biográficos de las mujeres viene acompañado del análisis de su contexto histórico. ¿Lo anecdótico y lo ameno le sirven como introducción de los temas fundamentales del ser humano?

IB—Describir, siquiera someramente, el contexto histórico-cultural en el que discurrieron las vidas de las mujeres se me antojaba imprescindible para enmarcar sus biografías. A veces, sobre todo en el caso de las más antiguas, lo que sabemos de ellas es mínimo, apenas un episodio de sus vidas relatado en unas pocas líneas, pero lo suficientemente significativo en la historia de Roma, o en la conformación de los modelos de comportamiento femenino, como para que los recogiesen en sus obras los autores de la Antigüedad.
Aproximarme a la personalidad de las mujeres concretas, tratar de reconstruir sus ideas y sentimientos de acuerdo con su época, captar qué tiene de transgresor o de disciplinado su comportamiento, intentar comprenderlas y comprender también el motivo por el cual su experiencia dejó un rastro memorable en la sociedad, ha constituido un reto muy estimulante. También me interesaba resaltar sus impulsos o sus motivaciones más profundas, aquellas que las condujeron a descollar entre otras, ya se tratase de una pasión amorosa, de un arraigado sentido del deber, de ambición, de amor a los placeres de la vida, de odio, de desesperación o de compromiso religioso o político. Además de recordar lo que actuaron o lo que les ocurrió, quería dar vivacidad a sus actos, a sus historias, apasionar al lector tanto como fuera posible.
Desde esa perspectiva, combinar la descripción del contexto histórico con el ir desvelando paulatinamente las intenciones, deseos o temores de la protagonista me pareció un recurso literario interesante y útil, en la medida en que nos muestra, con bastante economía de palabras, cuánto se aleja o se acerca su conducta a la que era común en su época. Ello nos ayuda a vislumbrar cuál es su singularidad, hacia dónde va a apuntar el conflicto e intensifica el posible impacto emocional. Por lo demás, intento que la amenidad impregne todo el texto.
JL—Su estudio está lleno de puentes que enlazan la actualidad y el pasado, como por ejemplo el caso singular de las humillaciones sufridas por la hoy olvidada Artemisia Gentileschi. ¿Cuánto hay de denuncia social y cuánto de reparación de figuras excepcionales en sus páginas?
IB—Las experiencias de la mayoría de protagonistas de Mujeres de Roma nos siguen haciendo reflexionar hoy. Muchos de los conflictos de antaño, bajo diferentes aspectos y collares, siguen sin resolverse. El ejemplo de Artemisia Gentileschi resulta paradigmático: la credibilidad que la administración de justicia otorga a la palabra de una mujer, confrontada a la palabra de un hombre, sigue siendo muy baja. Resulta facilísimo dañar la reputación femenina y muy difícil —cuando no imposible— repararla. En cualquier caso, poner en primer plano aquella injusticia, o llamar la atención sobre la violencia en el interior de las familias, que convierte la vida de quienes la padecen en un verdadero infierno, nos debe incitar a actuar, pues es una responsabilidad nuestra, de la sociedad presente, el buscar soluciones satisfactorias.
Al proyectar este libro no buscaba específicamente la denuncia social, aunque esta brota de manera natural con la elección de las historias que lo componen, algunas terribles, otras, luminosas. Sí quería evidenciar lo injusto y lo erróneo que resulta excluir a las mujeres del discurso de la Historia. En cuanto a estas mujeres en concreto, he pretendido, sin juzgarlas, que por lo menos se las conozca y se les reconozca el derecho a permanecer en la memoria social.
JL—Se deja entrever en su libro un considerable afán docente. ¿Considera que la marginación secular de la mujer en la Historia es un problema educacional?
IB—Me parece un problema social, estructural, que lo impregna todo, incluida la educación en su sentido más amplio. Como señalaba al principio, desde hace siglos tenemos una perspectiva parcial y reductora de las potencialidades de la sociedad. Si esta cuenta con las mujeres solo para aquello que conviene a los intereses de dominio masculino y, en cambio, las excluye de todo lo demás, se desaprovecha gran parte de la enorme riqueza que ellas poseen: un punto de vista diverso e inclusivo, innumerables cualidades intelectuales, artísticas y humanas que sería largo enumerar. El resultado es una sociedad menos rica y diversa y, en muchos sentidos, radicalmente injusta. Con todo, en nuestra sociedad occidental se está avanzando en algunos aspectos, hay una mayor conciencia del valor de lo que aportan las mujeres, crece la sensibilidad hacia los asuntos que, aunque en apariencia atañen solo a las mujeres, conciernen a todo el cuerpo social y aumenta el interés por mirar el mundo con perspectiva de género. Es de desear que sigamos avanzando en esa dirección.