Peter H. Wilson, Chichele Professor de Historia de la Guerra en el All Souls College de la Universidad de Oxford, es uno de los máximos especialistas sobre la guerra de los Treinta Años, uno de los conflictos más importantes de la edad Moderna. En su obra, La guerra de los Treinta Años: una tragedia europea, 1618-1648 (Desperta Ferro, 2017-2018) recorre los antecedentes, las causas y las consecuencias de la conflagración, así como la historia propiamente militar del conflicto.

Esta obra, publicada originalmente en 2009, recibió múltiples premios como el Society for Military History Distinguished Book Award 2011, el Best History Book of the Year por el periódico The Independent; y Book of the Year por el periódico The Atlantic y está considerada por muchos especialistas como la obra fundamental sobre la guerra de los Treinta Años. En ella, además, rebate algunas de las ideas preconcebidas sobre la guerra, herederas de la visión romántica, como un conflicto marcadamente religioso en el que los protestantes se enfrentaron a un Imperio católico que perseguía su confesión. Aunque, evidentemente. En la época era imposible desligar la religión de la política, el conflicto estalló por una conjunción de causas políticas, sociales y religiosas.
Tuvimos la oportunidad de charlar con él sobre el conflicto y la visión que ha tenido el mismo en la historiografía y en la tradición popular alemana. Queremos agradecer a Desperta Ferro Ediciones, especialmente a Javier Gómez, por su amabilidad hacia Descubrir la Historia a la hora de poder entrevistar al profesor Wilson. Así mismo, queremos hacer mención a Eduardo de Mesa, quien ejerció de interprete durante la charla.
Pregunta. En la introducción del primer volumen de su obra hace un recorrido por la historia de la interpretación sobre la guerra dada en Alemania, especialmente desde el Romanticismo, y cómo ésta ha pesado en las interpretaciones de los historiadores posteriores. ¿Hasta qué punto los historiadores estamos presos de la tradición intelectual de nuestras naciones? ¿es inevitable o nuestro deber es atacar las interpretaciones románticas y, por ende, nacionalistas?

Respuesta. Sí, necesitamos romper con ese pasado que nos influencia para ver la realidad. Hay que pensar que la historiografía romántica del siglo XIX, que estuvo muy influida por la literatura alemana de la época de la guerra de los Treinta Años, como la obra de Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen, Simplicius Simplicissimus, que muestra una tierra idílica que de repente se vio asolada por los males de la guerra. Este pensamiento caló muy hondo en el pensamiento alemán y se ha ido repitiendo casi hasta el día de hoy. Hay que romper con ese punto de vista porque nos impide ver la realidad de la guerra, que debemos estudiar yendo directamente al siglo XVII, sin la intermediación del siglo XIX.
P. En esta misma línea, la tradición histórica afirma que la guerra de los Treinta Años fue un conflicto eminentemente religioso. En su obra, usted matiza estas afirmaciones al considerar que sólo fue una de las causas, ¿puede ahondar en el tema?
R. Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que, en aquel momento, política y religión eran inseparables, todo estaba impregnado por la religión. En cada confesión siempre había dos corrientes: la minoritaria, muy militante, y la mayoritaria, más moderada. Los militantes siempre intentaron, a través de sus discursos, incidir en la implicación de Dios en el conflicto y su origen. Sus objetivos fueron a corto plazo. Por su parte, los moderados creían que la implicación de Dios en la guerra era mucho menor y tenían objetivos más a largo plazo y eran sus fuerzas las que debían poner fin a la guerra.
Nuestro trabajo como historiadores es observar las causas, pero también el momento en el que ocurre un hecho. Por ejemplo, uno de los problemas que sufría el Imperio desde la Edad Media era la existencia de un gran número de principados pequeños que pertenecían a la Iglesia, pero eran gobernados por nobles laicos, creando dinastías con mucha relación con la Iglesia, con muchos hijos obteniendo cargos eclesiásticos.
El problema llegó con la Reforma, porque esas familias, aunque se convirtieran al protestantismo, quisieron continuar gobernando los territorios que habían heredado de su familia, creando un grave problema de legitimidad. Esto provocaría grandes conflictos entre familias. El ejemplo de los Wittelsbach es paradigmático. Esta familia estaba dividida en dos ramas: la palatina y la bávara. Dentro de las alianzas previas a la guerra, la rama palatina se convirtió en la cabeza de la Unión Protestante, mientras que la rama bávara, la de los duques de Baviera, fue líder de la Liga Católica. Por tanto, no es un problema sólo religioso, sino también político e, incluso, familiar, lo cual no era nada nuevo, puesto que en la Edad Media ya tuvieron lugar diferentes guerras entre las ramas de poderosas familias.
P. A lo que hay que sumar problemas sucesorios.
R. Otra de las causas fueron los problemas que sufría la propia sucesión del emperador Rodolfo II, quien sólo tuvo hijos ilegítimos y las distintas ramas de su familia se disputaban la sucesión. Este hecho se une a los problemas financieros causados por la guerra Larga contra los turcos entre 1593 y 1606.

En 1609, el emperador se vio obligado a hacer concesiones a los protestantes para conseguir su apoyo. Este hecho ayudó al mantenimiento de la paz y tranquilidad, que se vio truncada con el ascenso al poder de Fernando II. Él agravó la situación con su intransigencia religiosa al considerar que un buen súbdito debía ser católico. Cuando fue coronado como rey de Bohemia, los funcionarios protestantes, que se vieron privados de puestos y prebendas, organizaron la Defenestración de Praga, dando comienzo a la rebelión bohemia contra las políticas del Fernando II. Este es el origen de la guerra de los Treinta Años.
P ¿Y en qué medida era importante Bohemia en el conjunto del Sacro Imperio?
R. La importancia de Bohemia era fundamental porque era la única corona existente en los territorios imperiales, lo que la convertía en la pieza preciada por todas las familias. La corona fue ofrecida a Federico V del Palatinado, uno de los militantes que ve la mano de Dios en este ofrecimiento, quien además estaba casado con la hija de Jacobo I, rey de Inglaterra, abriendo la posibilidad de la intervención extranjera.
P. La Reforma tuvo en las tierras de los Habsburgo un alto grado elitista y gran influencia política en un primer momento, incluso usted afirma que se asoció a los privilegios de clase, ¿cómo llegaban los cambios confesionales al resto de la población? ¿se utilizó la confesión como herramienta de control social?
R. El patronazgo que tenían los señores de ciertas tierras de los Habsburgo sobre el nombramiento de los sacerdotes hizo posible la expansión de la Reforma. Estos sacerdotes utilizaban su púlpito para convertir a la población de las tierras de estos señores. También tuvo una gran importancia la inmigración protestante a las ciudades, por las que expandieron sus creencias. Existe la utilización de la confesión como elemento de control social, pero se trataba de una realidad altamente compleja porque no es sólo una aculturación desde la élite al pueblo llano, sino que en muchas ocasiones el pueblo fue el que presionó para provocar la conversión de su príncipe.
P. Afirma que, aunque no fue causante de la guerra, la rebelión de los Países Bajos contra la Monarquía Hispánica sirvió como modelo al resto de rebeldes europeos, especialmente a los bohemios.
R. Ambas rebeliones se basaron en una división existente en la sociedad de esos lugares, entre Iglesia, Estado y pueblo llano. Los bohemios, siguiendo el modelo de las 17 provincias de los Países Bajos, se conformaron en asambleas provinciales que enviaban a sus diputados a una Asamblea General que tomó las decisiones finales. En su caso fueron cinco provincias y la Asamblea General, que fue quien no reconoció a Fernando II como rey y nombró a Federico del Palatinado como rey de Bohemia. Ya en la época, los Habsburgo eran conscientes de la peligrosa similitud entre ambas revueltas.
P. Todos los reinos de la Edad Moderna tuvieron graves problemas logísticos y financieros para llevar a cabo sus políticas y recurrieron a las redes financieras europeas para financiar sus empresas. En este sentido, ¿quién pagó la guerra de los Treinta Años?
R. Fue la gente común quien realmente pagó la guerra con sus propios recursos debido a que las monarquías eran incapaces de sufragar los costes de los ejércitos. Muchos de los soldados recibían pagos en especie, como ropa o comida. Y estos recursos eran proporcionados directamente por la población. Los banqueros, por su parte, fueron utilizados para conseguir dinero líquido para pagar los productos internacionales que no podían pagarse en especie, como el armamento.
P. ¿Cuál fue el papel de la Monarquía Hispánica en el conflicto?
R. La visión hispánica era que debía ser Viena quien tenía que lidiar con la guerra de los Treinta Años. Las dos ramas de la familia Habsburgo se dividieron el trabajo: el Imperio debía acabar con la guerra dentro del Imperio y la Monarquía Hispánica debía luchar contra los rebeldes de las Provincias Unidas. Este punto de vista se debe a que España buscaba un final rápido a la contienda imperial para que el emperador pudiera ayudar a sofocar la rebelión holandesa, ya que Holanda seguía siendo considerada una parte íntegra del Imperio y, por tanto, legítimamente podían solicitar la ayuda imperial para acabar con unos súbditos declarados en rebeldía.
P. En el conflicto tomaron parte las potencias coloniales más importantes del momento ¿la guerra tuvo reflejo en los territorios colonizados o fue una guerra eminentemente europea?
R. Para contestar a esta pregunta hay que tener en cuenta las ideas y opiniones de los habitantes del Imperio contemporáneos. Para ellos, la guerra de los Treinta Años era una guerra que se libraba a la vez que otras dos: la guerra franco-española y la guerra de las Provincias Unidas contra la Monarquía Hispánica, y fue ésta última la que se consideró que tenía un alcance real en las colonias.
P. La Paz de Westfalia fue un hito diplomático. Tradicionalmente se ha asumido que tras la guerra de los Treinta Años hubo un reequilibrio de la jerarquía europea, ¿cuál fue el orden político de Europa a partir de entonces?
R. Tenemos que distinguir entre el tratado real y la interpretación posterior. Las conversaciones de Westfalia buscaron acabar con tres guerras: la guerra de los Treinta Años, la de los Países Bajos y la Franco-española. De estas tres, el tratado de paz puso fin a las dos primeras, lo que por sí mismo era un gran hito de la diplomacia de la época. Se buscaba una paz duradera para todos los contendientes y que estabilizara el orden constitucional del Imperio. El equilibrio de fuerzas cambió porque el Emperador se vio obligado por Francia, reino hegemónico de Europa a partir de entonces, a cambiar la estrategia diplomática con España. Otros reinos, como Suecia, alcanzaron un nivel de potencia regional, reequilibrando las relaciones internacionales del Báltico. Las relaciones diplomáticas de Europa empezaron a ser más igualitarias, más horizontales, con el reconocimiento de una mayor soberanía de cada estado.

P. Normalmente se habla de esta guerra para citar a los grandes reyes y generales, pero se suele mencionar de pasada que el conflicto provocó la muerte de alrededor del treinta por ciento de la población del Imperio. ¿Cómo vivió el pueblo el conflicto? ¿Existen testimonios contemporáneos?
R. Existen alrededor de 300 testimonios sobre la guerra publicados por personas del pueblo llano, y probablemente existirán otros cien o más que permanecen inéditos en los archivos. El problema es que las voces que nos han llegado pertenecen en su mayoría a clérigos, tanto católicos como protestantes, en contraste de las voces femeninas, que son muy escasas y también escritos por monjas. Esto nos supone una visión muy parcial, de una parte muy concreta de la sociedad.
P. ¿Y qué refieren esos testimonios?
R. La violencia fue muy intensa durante toda la guerra. De los testimonios se pueden destacar dos sentimientos: miedo ante la llegada de la guerra a sus territorios y desesperación ante la idea de que la guerra no tendría fin al verse engullidos por los combates. Esta idea se refleja muy bien en la película El Último Valle (James Clavell, 1970), donde se narra la historia de una pequeña población situada en un valle aislado. Conocían la existencia de la guerra y sus desastres, pero pensaban que nunca llegaría a su valle, hasta que un grupo de mercenarios encuentra la aldea y descubren la realidad de la guerra. En este sentido, las poblaciones situadas en las principales vías de comunicación sufrieron mucho más las desgracias de la guerra que aquellas poblaciones situadas en valles o bosques.
P. La guerra de los Treinta Años coincidió con un momento de nacimiento y expansión de la prensa, ¿en qué medida influyó en la creación del relato del conflicto?
R. Lo primero que hay que tener en cuenta es que los periódicos de la época eran muy distintos a los actuales. No tenían editoriales, ni artículos de opinión, sino que se componían de multitud de noticias sobre movimientos de tropas, tratos entre las partes, sin mencionar mucho las atrocidades de la guerra. Más informativas que descriptivas. El horror de la guerra se extendía entre la población por las piezas propagandísticas, como los grabados alegóricos que informaban de los acontecimientos acompañados de un texto rimado para facilitar la difusión.