Por Jesús de Blas Ortega, profesor de Secundaria de Geografía e Historia, y Laura de Blas Padilla, graduada en Psicología Clínica.
Aunque la obra transmite una profunda admiración por el personaje, no se trata, sin embargo, de una hagiografía, pues la autora no elude hablar abiertamente de los errores y contradicciones de Freud, tanto en el ámbito de su vida privada, profesional, social y política.
La obra permite acercarnos a un personaje cuyas características esenciales podríamos resumir así: muy avanzado en el ámbito profesional, profundamente innovador, incluso transgresor, revolucionario, liberador de la sexualidad, capaz de combatir numerosos prejuicios morales y religiosos de su tiempo, pero que, al mismo tiempo, en su vida familiar, reproduce un esquema patriarcal al uso, y en el ámbito socio-político se decanta por opciones claramente conservadoras, a la vez que manifiesta, de forma paradójica al tratarse de una mente tan privilegiada, una profunda ingenuidad en su percepción política, lo que le llevó a cometer errores de bulto que acabaron por perjudicar al movimiento psicoanalítico.
Todo ello se desarrolla a lo largo de sus más de 600 páginas, con profusión de notas, enumeración cronológica de las obras de Freud, así como la inclusión de árboles genealógicos familiares.
La recensión que se presenta a continuación no es un simple resumen de la obra, sino que también incorpora reflexiones propias derivadas de la lectura de la misma, pero no explicitadas como tal por la autora.
Una familia judía pero alejada de la ortodoxia tradicional
Muy bien explicado el contexto histórico de la Europa Central y Oriental en la segunda mitad del siglo XIX y la situación de las comunidades judías, señalando la existencia de un movimiento ilustrado judío en contraposición a la ortodoxia tradicional (jasidismo). Movimiento ilustrado con el que se vinculará el padre de Freud, Jacob. También nos explica la autora cómo a finales del s. XIX, en el marco de la expansión imperialista, se va a producir un giro en Europa en relación con la cuestión judía, pues de los movimientos de rechazo a la religión hebrea, con cierto arraigo desde la Edad Media, se pasará al antisemitismo, que implicará el rechazo de los judíos no ya por su religión, sino como raza.
En ese contexto familiar y social nace en Freiberg (Moravia), en 1856, Sigmund Freud, en el seno de una familia de comerciantes judíos en la que el padre, casado por tercera vez con la que sería la madre de Freud, Amalia, se mantendrá fuera de la ortodoxia hebrea, lo que seguramente influirá para que Freud se alejara por completo de la práctica religiosa, llegando a vincularse en la Universidad con las tesis filosóficas de la izquierda hegeliana (Ludwig Feuerbach) que avanzaban por el camino del materialismo al plantear el carácter alienante de la religión. Sin abandonar esa concepción filosófica materialista se acabó inclinando por seguir los estudios de medicina por consejo de un profesor al que admiraba casi con veneración, el fisiólogo positivista Brücke. Anteriormente había seguido las enseñanzas filosóficas de Franz Brentano, gracias al que habría conocido las tesis de Herbart, quien en la línea de Kant y Fichte, había sido uno de los fundadores de la psicología moderna dentro del ámbito de la Filosofía. Podríamos hablar, pues, de un Freud marcado en sus inicios por una triple influencia intelectual: el materialismo de Feuerbach, la psicología de Herbart y Brentano y la fisiología positivista de Brücke. Con este acervo cultural y científico iniciaría Freud la carrera de medicina.
La búsqueda de la curación frente al nihilismo terapéutico
Un elemento fundamental va a marcar la vida profesional de Freud. Frente a lo que estaba de moda entre médicos y psiquiatras de la época, que pugnaban por enumerar y clasificar diferentes enfermedades físicas y psíquicas, antes que interesarse por su curación (lo que se conocía como nihilismo terapéutico), Freud iba a poner siempre el acento en el objetivo terapéutico de la curación, postura compartida por Breuer, mayor que él y también médico, interesado en las enfermedades nerviosas, tanto desde el ámbito de la neurología, como de la psicología, dada su formación humanista, y que practicaba la hipnosis como método terapéutico. Gracias a profesionales como Breuer y Freud, la histeria, como enfermedad del alma considerada típicamente femenina, logra superar la consideración de brujería con la que era estigmatizada no mucho tiempo atrás. No fue hasta la época de la Revolución Francesa de 1789 cuando Mesmer, y más posteriormente Charcot en el famoso hospital de la Salpêtrière, dieron el paso para que la histeria transitara desde una concepción demoníaca a otra científica.
En sus inicios Freud iba a considerar que la histeria —seguramente por la reiteración que en este sentido realizaban muchas de sus pacientes— iba a ser la consecuencia de un trauma infantil, en particular derivado del abuso sexual, lo que formuló como una teoría con pretensión universal que denominó «de la seducción»(en particular en el ámbito familiar o próximo). Este aspecto, así como el abandono de la práctica de la hipnosis (cuya técnica había estudiado en Nancy, Francia, de la mano de Berheim), le hacen alejarse progresivamente de su colega Breuer. Aunque de la técnica de la hipnosis iba a ser deudor el diván y de su contacto con Francia el principio de cura por la palabra, a través del cual indagará mediante la búsqueda del trauma bloqueado, trayéndolo a la conciencia para revivirlo y superarlo.
Su focalización sexual (abuso) del trauma que según él ocasionaba la histeria, encontraría un gran apoyo en el médico berlinés Wilhelm Fliess, con el que mantuvo una apasionante relación epistolar de tipo profesional, que poco a poco también se fue diluyendo en la medida en que el propio Freud llegó a renunciar a su propia teoría de la seducción (el abuso sexual infantil como origen de la histeria y de las neurosis, tanto femeninas, como masculinas), para poder dar paso a la nueva teoría psicoanalítica en ciernes que sería la gran aportación científica de Freud para ayudar a la curación de las enfermedades del alma (o al menos de una parte de ellas).
El psicoanálisis como terapia curativa a través de la palabra
Las mujeres afectadas de histeria iban a encontrar un espacio curativo de intimidad basado en la escucha (la palabra). Mujeres de la alta sociedad, todo hay que decirlo, al estilo de las protagonistas literarias de la época como Madame Bobary o Anna Karenina, serán tratadas por Freud y Breuer que editarán en 1895 la obra Estudios sobre la histeria (una especie de acta fundacional de lo que luego será el psicoanálisis), basándose en sus respectivas experiencias terapéuticas. Si bien Breuer no compartirá el planteamiento global de Freud que asociaba la histeria a un trauma infantil de tipo sexual (abuso), sí estaban ambos de acuerdo en combatir contra el nihilismo terapéutico y desarrollar una terapia curativa.
El decantamiento de Freud por el origen sexual de la neurosis histérica le llevó a alejarse de Breuer, con el que acabó rompiendo. En su experiencia terapéutica inicial, las pacientes acababan revelando haber sido víctimas de abusos en la infancia dentro de entorno familiar, lo que, además de abrir un espacio curativo, suponía poner en entredicho la sacrosanta institución familiar. Y no sólo niñas, sino también varones que según Freud desarrollaban un tipo de neurosis específica, la neurosis obsesiva, frente a la de las niñas, de naturaleza histérica.
La teoría de la seducción (abuso) la desarrolla en la última década del s. XIX, pero luego acabó recelando de ella y la fue modificando y perfilando a lo largo de los años. No siempre la neurosis tenía que tener como origen el abuso.

El nuevo planteamiento terapéutico de Freud debía de ser más global y capaz de afrontar que aun habiendo abusos en el seno familiar no siempre explicaban el origen de las neurosis. Además, el analista debía ser capaz de discernir cuándo el abuso es real o es fantaseado por el paciente y también de percibir los elementos transferenciales (afecto, rechazo, etc.) del paciente hacia el terapeuta (analista). El reto era realmente complejo, pero el empeño de Freud era conseguir la cura a través de la palabra y no el mero recuento de los diferentes tipos de neurosis y psicosis, propio del nihilismo terapéutico, tan en boga en la época.
Hay que entender que el contexto clínico en el que Freud va a elaborar su teoría es un contexto marcado por las teorías higienistas que ponen el foco en la masturbación infantil como fuente de enfermedades del cuerpo y del alma. Y plantean diferentes mecanismos —incluso el castigo físico— para combatirla. Ahí coinciden sexólogos y psiquiatras que describen prácticas sexuales perversas, como la masturbación, infantil y adulta, la homosexualidad, etc.
La teoría de Freud, superando/cuestionando este debate clínico de su época, va a objetivar la noción de sexualidad como elemento esencial de la psique humana. Al señalar que es la energía sexual o libido la fuente principal de funcionamiento psíquico, el motor o pulsión principal, pondrá en cuestión la visión moralizante que impregnaba a la mayoría de sus colegas médicos. Y al considerar la bisexualidad como una disposición general de la conformación sexual humana pondrá en cuestión la consideración perversa y depravada de la homosexualidad.
Gran admirador de la antigüedad clásica grecolatina, va a encontrar en su literatura y en su mitología la fuente de inspiración para la formulación de su teoría, pues va a considerar que nadie mejor que los escritores, poetas, artistas, etc. van a ser capaces de hacer aflorar a través de sus obras el inconsciente.
Así en 1897, casi finalizando el siglo XIX, se le ocurre comparar las neurosis con la tragedia de Edipo, de Sófocles, asociándola también al drama de Hamlet de Shakespeare: «asesinato del padre», «relación incestuosa con la madre» de Edipo, junto con la incapacidad de «vengar la muerte del padre» (asesinado por su tío, que pasa a ocupar su lugar como pareja de la madre), por la «culpa» de haber sentido deseo incestuoso hacia su madre en Hamlet. Todos esos sentimientos de deseo, culpa, represión, etc. conformarían una construcción teórica que Freud considerará de carácter universal, una vez que ambos dramas familiares han sido adaptados parcialmente a su construcción teórica. Dominados por un impulso de autodestrucción o muerte, Edipo encarnará lo inconsciente, mientras que Hamlet representará, sobre todo, la culpa. Siendo su teoría una síntesis de los dos. Aunque el vínculo con la tragedia griega de Edipo se inicia en 1897, no será hasta 1910 cuando utilice la fórmula tan famosa hasta nuestros días de «complejo de Edipo», que viene a ser una especie de fusión entre Edipo y Hamlet.
Este paso teórico de Freud fue duramente criticado por el cientifismo positivista de su época, mientras que, sin embargo, fue objeto de una gran admiración por parte de escritores, poetas, artistas, historiadores, etc., aunque Freud estaba convencido de estar construyendo una verdadera ciencia de la psique y de ello quería convencer a la comunidad científica.
El primer caso de cura psicoanalítica de Freud se conoce como el «caso Dora», nombre supuesto de la joven Ida Bauer (1900), perteneciente a una familia burguesa judía, atravesada por múltiples conflictos —familia patógena—, famosa entre otros por el hermano de Ida, Otto Bauer, líder socialdemócrata austriaco de 1907 a 1914 y más tarde adjunto de Víktor Adler (amigo de Trotsky) en el Ministerio de Asuntos Exteriores en 1918 tras la Primera Guerra Mundial.
El análisis se basó en la interpretación de los sueños de la paciente, en particular dos que eran recurrentes, el incendio de la casa familiar y el de la muerte del padre, cuya interpretación —aunque luego no fuera aceptada ni por la paciente, ni por la familia— sí condujo a una importante liberación psíquica de la joven Ida.
Su obra La interpretación de los sueños (aunque la traducción literal sería más cercana a La interpretación del sueño) de 1900, marca un momento cumbre de la teoría freudiana. Más de 160 sueños serán analizados, de los cuales unos 50 del propio autor, 70 de personas allegadas y el resto de sus pacientes. Ya otros terapeutas habían percibido la importancia de los sueños, pero Freud creó una verdadera ciencia de los sueños, como realizaciones inconscientes de los deseos reprimidos, con la que iba a revolucionar/subvertir la ciencia oficial de la época. En su obra expone el nuevo método terapéutico basado en la escucha de lo que el paciente relata de su sueño, junto con la asociación libre de sus pensamientos sin discriminarlos, para dar salida al inconsciente (Freud distingue tres estadios psíquicos: el consciente, el preconsciente y el inconsciente).
El sueño aparece pues como expresión deformada/censurada de un deseo reprimido cuyo significado habrá que descifrar en el psicoanálisis. Ahora el concepto de inconsciente rompe con las viejas definiciones y es reformulado como el lugar donde se almacenan en la psique todas las representaciones pulsionales capaces de convertirse en fuente de displacer, por lo tanto, un lugar instituido por la represión que trata de apartar lo que genera sufrimiento pero que sigue estando ahí y que produce el malestar del alma (p. 108).
Esta obra fue retocada casi hasta 1929, añadiendo nuevos análisis y aportaciones, muchas veces procedentes de las experiencias de sus discípulos. El éxito de ventas fue relativo, pero dio a Freud un renombre internacional, aunque fue acogido fríamente por la comunidad científica oficial. Mejor acogida tuvo en los ámbitos literarios, filosóficos, artísticos (en particular de las vanguardias). Pero le ayudó a ser nombrado profesor adjunto de la Universidad de Viena.
La conformación del movimiento psicoanalítico: discípulos y disidentes
En pocos años la teoría psicoanalítica elaborada por Freud iba a conocer una gran difusión. La importancia del enfoque que le da a la sexualidad, fuera de criterios moralizantes o religiosos, le lleva a poner el foco en las vivencias sexuales de la etapa infantil, que recoge en su obra Tres ensayos de la teoría sexual, donde realiza afirmaciones muy avanzadas para su época, como que la meta de la sexualidad humana no es la procreación sino el ejercicio de un placer que se basta a sí mismo (p. 125). Su enfoque de la homosexualidad, como una manifestación de una bisexualidad latente en todos los seres humanos, abría el camino hacia la tolerancia de las diferentes formas de sexualidad.
Todo ello le convirtieron en un referente avanzado en su época capaz de ir congregando en torno a su teoría y práctica terapéutica a un nutrido grupo de profesionales que se fueron incorporando al movimiento psicoanalítico, que en su etapa inicial tenía dos características muy acentuadas, ser un movimiento vienés, y estar formado mayoritariamente por personas de procedencia judía. En el círculo de los primeros seguidores, y pese a la inclinación conservadora en el plano político por parte de Freud, participaban miembros vinculados a la socialdemocracia austriaca y al «austromarxismo», como Alfred Adler (con el que mantuvo luego grandes diferencias) o la esposa del dirigente y teórico socialdemócrata Rudolf Hilferding, Margarethe.
Entre un numeroso acervo de profesionales que fueron incorporándose al movimiento psicoanalítico cobran especial relevancia tres de ellos. En primer lugar el húngaro de origen judío, Ferenczi, con el que Freud mantuvo casi una relación de amistad paterno-filial, que ayudó a sacar al movimiento del ámbito vienés y contribuyó a darle una dimensión más europea. Y que aportó al psicoanálisis el concepto de contratransferencia, pues Ferenczi entendía que la empatía entre analista y paciente, que él practicaba en el análisis de sus pacientes y alumnos, también podía contribuir a la curación. En segundo lugar el suizo Jung, que fue acogido con gran entusiasmo por Freud por diferentes motivos, seguramente por empatizar con él, pero además porque trabajaba en un gran hospital psiquiátrico de Zurich, con lo que se abría un nuevo campo de acción para el psicoanálisis no explorado hasta entonces que era el de la posibilidad de tratar no sólo las neurosis —entre ellas la más conocida de la histeria—, sino también diferentes enfermedades psicóticas y/o delirantes, campo en el que Freud dudaba de que el psicoanálisis, basado en la palabra y la complicidad entre analista y paciente, pudiera ser eficaz.
Además, Jung, al no ser ni vienés, ni judío, permitía abrir el movimiento y darle una dimensión todavía más internacional, de ahí que Freud depositara gran confianza y responsabilidad en este discípulo, poniéndole al frente de la Asociación Internacional. Y por último, el británico Jones, con el que Freud no empatizó demasiado al principio, pero que abría un campo de acción inmenso al movimiento en el mundo anglosajón (Gran Bretaña, Canadá y especialmente EEUU). Con el tiempo, la relación con Jones sería la más estable, aunque sin el entusiasmo de las otras, mientras que con Jung conocería una violenta ruptura y con Ferenczi se acabaría dando con el tiempo un proceso de alejamiento.
Éxito del psicoanálisis en EEUU
En el verano de 1909 Freud, junto con Jung y Ferenczi, se traslada a EEUU donde imparte cinco exitosas conferencias (sin apuntes, como era habitual presentar en el círculo psicoanalista de Viena los avances y experiencias de sus miembros) que serían transcritas y publicadas por Freud en 1910. Pese a todas las reservas que la sociedad norteamericana y sus conceptos morales producían en Freud, el psicoanálisis iba a tener una gran difusión en América, en parte como consecuencia de la posterior guerra en Europa.
En ese viaje se agudizan las diferencias con Jung que llevarían a la ruptura definitiva en 1912. Pese a la gran estima de Freud hacia Jung, en realidad Jung nunca acabó de adherirse por completo al núcleo de la construcción teórica de Freud, fundamentado en un inconsciente como instancia de lo reprimido capaz de manifestarse a través de la palabra (y los sueños, los lapsus, los olvidos, etc.). De hecho, en una serie de ensayos escritos durante el período 1910-12, el maestro parece querer desmarcarse claramente de Jung tratando de reafirmar las líneas de fuerza de su teoría. Uno será sobre Leonardo da Vinci, donde se manifiesta un Freud implicado en el arte del Renacimiento y lector de numerosas biografías sobre el genial artista, hijo ilegítimo de un rico notable, cuya orientación homosexual era manifiesta y que le sirve para reafirmar sus teorías sobre la sexualidad infantil (en este caso por el vínculo casi exclusivo con la madre al estar ausente el padre en la etapa infantil), aunque algunas de las fundamentaciones que hacía sobre la vida de Leonardo se han demostrado, posteriormente, que eran erróneas. Este ensayo lo escribe en paralelo a la formulación teórica acabada del conocido «complejo de Edipo» al que ya nos hemos referido antes, y a su conocida obra Tótem y tabú (en realidad recopilación de cuatro ensayos), de orientación más social y en la que señala el papel primordial de la rebelión contra el padre (y el sentimiento de culpa por ello), como paso de la horda salvaje a la organización social del clan, marcado por la prohibición del incesto, las relaciones sexuales exogámicas, es decir, fuera del clan, y el respeto y veneración hacia la figura del tótem, sustituto del padre asesinado. Basándose en los descubrimientos de Darwin pretendía elevar ese esquema fundacional de la sociedad a una categoría universal. De esta manera trataba de desmarcarse de las formulaciones de Jung referidas a una psicología de los pueblos (y razas) en relación a los judíos y los arios, que años después lo acercarían a planteamientos próximos al nazismo.
Para aliviar el duelo que supuso la ruptura con Jung, hizo un viaje a Roma, para encontrarse, una vez más, con el arte clásico (y/o Renacentista) como fuente de inspiración, dedicando un ensayo al Moisés de Miguel Ángel, como plasmación en una obra de arte del paradigma de autodominio/autocontrol. A medida que se acerca el conflicto europeo, y para preservar al movimiento psicoanalítico de la crisis que supuso la ruptura con Jung, se organiza con sus discípulos más fieles casi como una sociedad secreta a la vieja usanza del s. XIX. También va tomando relevancia en su cuadro teórico el narcisismo como concepto vinculado a la pulsión autodestructiva, lo que algunos autores han querido ver como una premonición de lo que se preparaba, a nivel social, en 1914.
La Gran Guerra paraliza la actividad del movimiento psicoanalítico
La guerra, que enfrenta a países en los que hay grupos defensores del psicoanálisis, paraliza la actividad del movimiento a nivel internacional. De hecho, Freud, se decanta inicialmente por la Triple Alianza (una orientación patriótica que sorprende en una persona de tanto nivel intelectual), pero gira en 1915 ante la barbarie bélica que ahora trata de explicar desde la teoría psicoanalítica (lo que vuelve a sorprender). Su pensamiento se vuelve más especulativo y complejo, pareciera haber sido desequilibrado por el estallido de un conflicto que para nada había previsto y al que necesitaba poder integrar en su análisis teórico.
Sin embargo, entre 1916 y 1917 dicta una serie de conferencias (veintiocho lecciones) en el Hospital de Viena —sin anotaciones, como era habitual en él— donde vuelve a sintetizar de manera magistral los elementos esenciales de la teoría psicoanalítica ya esbozados en escritos anteriores. Parece que, tras un período más especulativo y ensimismado, volviera a reafirmarse sobre las líneas de fuerza constitutivas del movimiento. A punto de finalizar el conflicto europeo (mundial, entre otros aspectos por la incorporación de EEUU) se celebra en Budapest en 1918 el V Congreso del Movimiento Psicoanalítico. En este encuentro, ante la proliferación de casos traumáticos provocados por la guerra, defiende un psicoanálisis aplicado a grandes grupos de población de forma gratuita, tomando como referencia el Instituto de Psicoanálisis que funcionaba en Berlín.
El final de la guerra y la proclamación de la República Húngara supusieron una gran oportunidad para el psicoanálisis al ser propuesto Ferenczi para ocupar una cátedra de psicoanálisis en la Universidad de Budapest. En el debate que se abre entre Freud y Ferenczi sobre la cuestión, Freud llega a esbozar lo que podría ser una licenciatura de Psicoanálisis, con materias de Literatura, de Arte, de Mitología, de Historia de las religiones y de las civilizaciones, etc. además de otras del ámbito de la Medicina y la Filosofía. Ferenczi fue finalmente nombrado catedrático de psicoanálisis por el gobierno de los Consejos Obreros (de clara inspiración bolchevique) dirigido por Béla Kun y con Georg Lukács a la cabeza de Instrucción Pública y Cultura. La derrota de la revolución húngara y la instauración del régimen dictatorial del almirante Horthy iban a suponer también la destitución de Ferenczi y la desaparición de su cátedra.
Tras la guerra, el círculo de Viena, como capital de un país derrotado en la contienda, pierde fuerza, ganando peso el mundo anglosajón. Jones va a tomar gran fuerza en el movimiento, imponiendo algunas medidas que no serán compartidas por Freud y su círculo de discípulos más próximos. Por ejemplo, Jones defiende y consigue que se apruebe en un congreso internacional que los homosexuales sean excluidos de la práctica psicoanalítica, y que los psicoanalistas tengan la titulación en Medicina, que tendía a excluir prácticamente a todas las mujeres psicoanalistas a las que en muchos países les estaba vedado el acceso a los estudios superiores. El movimiento comienza a escapar al control de Freud y sus allegados.
Dos casos de análisis clínicos cobran gran protagonismo en este período, se trata de los casos Lanzer y Serguéi (conocidos respectivamente en la jerga psicoanalítica, uno como «el hombre de las ratas», y el otro como «el hombre de los lobos»). Dos casos ampliamente comentados y que junto con la experiencia de la guerra, con los traumas ocasionados, permiten afinar el análisis de las neurosis, diferenciando las de origen familiar (como el complejo de Edipo), de las traumáticas, entre ellas las producidas por la barbarie de la guerra, que van a ser ahora también tomadas en consideración. Pero los años 20 serán también momentos de crisis y desavenencias en el movimiento psicoanalítico (como la que se produce con un discípulo muy querido, Rank, muy crítico con la interpretación freudiana sobre el «hombre de los lobos»).
El psicoanálisis cobra una gran difusión internacional, un movimiento que se produce en paralelo al de otros movimientos de vanguardia como el socialismo, el feminismo, etc. Artistas, pensadores, literatos adoptan sus ideas, pero Freud es escéptico ante esta expansión que se escapa de su control. El centro ya no será Viena, ahora se trasladará a Berlín, Londres y, sobre todo, a Nueva York. No obstante, Freud se implica en campañas internacionales contra la pena de muerte y para eliminar del código penal alemán el delito de la práctica homosexual. En esta época sufrirá la muerte de su querida hija Sophie, la penúltima de seis hermanos.
La crisis también se agudiza con su amigo y querido discípulo Ferenczi, que cuestionaba el concepto freudiano del «asesinato del padre» como hecho primordial, poniendo todo el foco del análisis en el apego precoz a la madre. De alguna manera se cuestionaba el complejo de Edipo como eje central de la teoría freudiana. Este distanciamiento se vio acrecentado a raíz de unas desavenencias con el doctor Groddeck, médico alemán famoso por haber tratado a Bismarck, que se había unido al movimiento, recibido inicialmente con entusiasmo por Freud, pero cuya relación acabó en una ruptura violenta. La consecuencia de todo ello es que el movimiento quedó cada vez más en manos de Jones. Por un lado, el psicoanálisis se difundía mundialmente con éxito, pero Freud se sentía incómodo con lo que él entendía que era una pérdida de rigor. Todo ello le empuja a Freud, con ya más de 70 años, a replegarse en una espacio más íntimo, dejando el movimiento en manos de Jones, dedicándose a líneas de investigación más especulativas sobre la vida, la muerte, el poder en la sociedad, la telepatía, etc.
Atracción por la «ciencias ocultas»
El repliegue y ensimismamiento que se percibe en Freud en los años 20 hacen que una persona como él, apegado a la tradición ilustrada, racional y positivista, se sienta paradójicamente atraído por las ciencias ocultas, es decir, por todo aquello no explicable desde la razón convencional, postura que parece vincularse con una tradición propia del romanticismo alemán. Además, la búsqueda de la cura mediante la palabra, le hacen acercarse con mayor énfasis a la literatura y a la mitología. Freud siempre pensó que los escritores, poetas y artistas eran los más capaces para expresar el inconsciente a través de sus obras.
La teoría freudiana esencial se construye entre la última década del XIX y la primera década del XX, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914). La guerra significó un cierto impasse del movimiento y una deriva parcialmente especulativa del propio Freud. Tras la guerra, la difusión y éxito del movimiento psicoanalítico es un hecho, pero también adopta una orientación que no siempre satisface a Freud, que parece tener la necesidad de retrotraerse y caminar por un curso más especulativo. Al mismo tiempo empieza a cobrar un lugar cada vez más central en su desarrollo teórico la «pulsión de muerte», compañera del amor (Eros y Tánatos), y que juntos parecen dirigir el mundo (p. 241). Como consecuencia de estos nuevos elementos teóricos avanza una nueva clasificación basada en tres conceptos, el «ello», el «yo» y el «superyó»: «concebido como un depósito caótico, el ello se convertía en el lugar por excelencia de las pulsiones de muerte, una entidad ‘amoral’, un dios de las tinieblas, en tanto que el yo, más ‘moral’ [y por tanto más ‘equilibrado’, nota de los autores], estaba incorporado en parte, pero sólo en parte a él (…/…) En lo concerniente al concepto superyó, Freud lo erigía en el censor implacable y cruel de los desbordamientos del alma y por lo tanto del ello y del yo» (p. 245).

Parece, a ojos de los expertos, que hay con estas nuevas categorías un acercamiento a filósofos alemanes como Kant y Nietzsche. Muchos de estos nuevos conceptos figurarán en su obra Más allá del principio del placer, obra en la que combate contra la arrogancia del cientifismo, dando paso a la duda, la especulación, la incertidumbre, etc. Y que será fuente de conflictos con sus propios discípulos, en particular del mundo anglosajón, como Jones. Se trata de una obra de un Freud ya mayor (en el año 1921 cumplió 65 años) en el que la idea de muerte (suya y de sus cercanos) va a estar, sin duda, presente.
Se va a interesar por la obra de dos autores, Le Bon y McDougal, médico uno y psicólogo el otro, cuyas trayectorias en el ámbito político rozan lo contrarrevolucionario y lo racista, pero Freud retoma de ellos algunos aspectos referidos a la sociedad de masas, aunque desmarcándose de sus principios políticos que no comparte. Aunque simultáneamente toma distancia del movimiento psicoanalítico soviético, al que ignora, y de los discípulos más cercanos al pensamiento marxista como Wilhelm Reich, al que desprecia por su militancia comunista. También parece como si en estos años, ya en el entorno de los 70, adoptara una cierta postura de provocación hacia el curso más oficialista del movimiento psicoanalítico que él ya no controla, en manos de Jones y del mundo anglosajón desde el final de la guerra, y vuelve al interés por la telepatía, el ocultismo, etc., que él mismo había rechazado con vehemencia años atrás. Las peleas con los discípulos disidentes parecen haberle afectado anímicamente.
Freud, un hombre muy familiar
Freud tenía un concepto amplio y acogedor de la familia que incluía a su mujer, a sus hijos, pero también a sus cuñadas y hermanas, solteras o viudas, que eran acogidas en el seno familiar. También las mujeres y maridos de su prole, sobrinos, etc. Al morir su hija Sophie, sus dos hijos fueron adoptados respectivamente por sus otras hijas, Mathilde y Anna. Sin que tuviera una oposición a los matrimonios mixtos, todos sus hijos se casaron con parejas hebreas (judías). El odio contra Freud y el psicoanálisis alimentó historias oscuras de los enemigos de una supuesta relación carnal con su cuñada (a lo que no fue ajeno el propio Jung). Algunos aspectos más popularmente conocidos de la teoría freudiana, como el «complejo de Edipo», el «asesinato del padre», etc. alimentaron todo tipo de especulaciones entre los enemigos, llegando a la infamia descalificadora sobre incestos, abusos, etc. en el seno de la familia Freud.
La muerte de su hija Sophie, tras un embarazo no deseado, le llevó a la reflexión sobre la legalización de la interrupción del embarazo (aborto) aunque en el marco del matrimonio, no en general, en un momento en el que la moral religiosa lograba adoptar leyes muy rigurosas de represión del aborto. La relación más especial fue, sin duda, la mantenida con su hija Anna, la menor de todos los hijos y que se acabó convirtiendo en su más fiel discípula. Analizada por su padre, en su proceso de análisis afloró su orientación homosexual, aunque probablemente no materializada en su aspecto carnal. Anna se unió como compañera a Dorothy Tiffany, separada y madre de cuatro hijos, analizados algunos de ellos por la propia Anna, y Dorothy, la madre, por Freud. La idea de una familia recompuesta en torno a su hija Anna y su compañera Dorothy le agradaba a Freud, del que, como puede verse, la práctica del psicoanálisis quedaba muy alejada de las convenciones que posteriormente se fueron instituyendo en el movimiento psicoanalítico internacional, como la de la prohibición del análisis en el seno familiar o la coincidencia de varios familiares o allegados con el mismo analista. Freud se vio afectado por un cáncer muy doloroso en la mandíbula que le condujo a padecer más de 25 intervenciones quirúrgicas y un gran sufrimiento durante sus últimos 16 años.
En esta época, finales de los años 20, inicios de los 30, Freud se alarma por el crecimiento del populismo pangermanista y antisemita, aunque es tremendamente crítico con la política de postguerra auspiciada por el presidente norteamericano Wilson con sus 14 puntos que condujeron, según reflexiona Freud, a la balcanización del antiguo espacio del Imperio austro-húngaro, en lo que no le faltaba razón al psicoanalista vienés.
Más de ciento sesenta pacientes analizados
De un elenco de 160 pacientes analizados en su vida profesional (120 identificados por la autora), la mayor parte, hasta la Primera Guerra Mundial, fueron centroeuropeos, después ya se incorporan pacientes de EEUU, Reino Unido, Francia, etc. De los que una buena parte de estos últimos pasarían a ser analistas también. Su intervención en las sesiones, como han relatado diferentes pacientes, era amplia, incluso con referencias a su propia vida y sus convicciones ideológicas y políticas. Incluso a veces llegaba a cometer indiscreciones entre sus pacientes. No siempre respetaba las reglas que se iban estableciendo en las sociedades psicoanalíticas.
Desde su punto de vista, no cualquier enfermedad del alma podía ser tratada por el psicoanálisis, que requería de un alto grado de confianza y de colaboración del paciente a través de la palabra, los sueños, etc. El psicoanálisis, según el mismo Freud, no iba a ser apto en general para el tratamiento de las psicosis y trastornos delirantes. Sí sería apto sin embargo para el tratamiento de las neurosis (fobias, angustias, trastornos de sexualidad, etc.). Aunque no pocas veces, el mismo Freud tomó en análisis a personas con trastornos psicóticos.
La difusión del psicoanálisis por cada vez más países iba a tener sus pros y sus contras. Así en Italia, donde el psicoanálisis fue introducido por Edoardo Weiss, un escritor amigo de éste, Ítalo Svevo, escribirá una novela de gran éxito donde el personaje principal será analizado por un psicoanalista «vengativo». Freud se vio obligado a moderar su antiamericanismo por consejo de Jones, dada la gran difusión que conocería el psicoanálisis en EEUU. Uno de sus discípulos americanos, Abran Kardiner, recordaría en 1976 las sesiones con Freud: jamás utilizaba expresiones teóricas y formulaba sus interpretaciones en un lenguaje corriente. Se llegaba a preocupar por sus pacientes hasta el punto de correr el riesgo de ser denunciado por otras personas afectadas (como en el caso de algunas relaciones de pareja marcadas por el adulterio). Estas maneras de trabajar, así como el odio que generaba el psicoanálisis en sectores cientifistas oficiales, y entre sectores ultraconservadores, que le acusaban de ir contra la moral, le costaron ataques furibundos, incluso por parte de colegas de profesión. La popularización y difusión del psicoanálisis en Reino Unido partió de círculos progresistas animados por escritores como Virginia Woolf o el famoso economista Keynes. Un escritor vinculado a estos círculos, James Strachey, tradujo las Obras Completas al inglés. Su mujer, Alix Sargant-Florence, que colaboró también en la traducción, se trasladó después a Alemania donde se vinculó con la psicoanalista Melanie Klein, pionera —a la par que Anna Freud— en el psicoanálisis infantil.
El papel de las vanguardias será en general despreciado por Freud. Ni el Expresionismo, ni el Surrealismo que se alimentaban y bebían de las teorías de Freud, despertaron el más mínimo interés en él, no así en algunos de sus discípulos. Este desinterés por las vanguardias artísticas contemporáneas resultaba un tanto chocante al ver cómo Freud se inspiraba para su construcción teórica en la mitología clásica, la literatura y el arte (de la antigüedad y del Renacimiento), pero también es posible que sintiera un cierto rechazo por la militancia izquierdista radical de muchos de sus miembros. Sin embargo, en su lado más oscuro de interés por los fenómenos ocultos se adhirió a teorías que cuestionaban, nada más ni nada menos, que la autoría original de Shakespeare de las obras que le dieron la fama. Jones trataba de disuadir al maestro de estas inclinaciones que podían servir de carnaza a los enemigos del psicoanálisis que denunciaban a Freud como impostor.
Madre, esposa, hijas, colegas…
Por el lado del análisis de los niños y la consideración de la sexualidad femenina, iba a encontrar Freud las mayores dificultades para seguir liderando el movimiento psicoanalítico internacional. Por estas fisuras se irán alejando discípulos muy cercanos al maestro como Rank y Ferenczi y se abrirán nuevas grietas que generarán más conflictos que irían reduciendo el papel de liderazgo de Freud en el seno del movimiento.
La psicoanalista Melanie Klein iba a cuestionar ciertas concepciones de Freud sobre los niños. Además, en este aspecto iba a recibir el apoyo de Jones, que se había ido convirtiendo en el líder organizativo del movimiento con el apoyo del propio Freud, a quien hasta entonces había sido fiel, pero con el que comenzaba a disentir. Posiblemente Freud se vio desbordado por el creciente papel de la mujer tras la Primera Guerra Mundial, impensable tan sólo una década atrás. Ahí Freud, más apegado a la tradición vienesa, no fue capaz de visualizar el papel de los movimientos feministas que se fueron difundiendo desde finales del s. XIX y en las primeras décadas del s. XX. Esta situación se percibía mejor en el mundo anglosajón, como le ocurrió a Jones, reafirmando de esta manera su papel de dirección del movimiento psicoanalista internacional contra los analistas vieneses.
Anna Freud asumió la defensa de la teoría freudiana y se enfrentó a Melanie Klein, apoyada por Jones. Freud se situó en un segundo plano, muy afectado por el doloroso cáncer de mandíbula. Pero al estar cruzado el debate por la irrupción del movimiento feminista de postguerra, y al estar también cruzado el debate por ciertas concepciones más conservadoras de Freud, anclado en los hábitos sociales de la preguerra, los Freud iban a tener todas las de perder, al mezclarse el debate teórico con el político y el ideológico. Este debate posiblemente sirvió para transmitir una visión deformada de Freud de carácter conservador o reaccionario en relación a la mujer, sin considerar que su teoría había sido clave en el desarrollo liberador de la sexualidad femenina y el respeto a cualquier orientación sexual (bisexual, homosexual o heterosexual), lejos de la censura de la moral imperial. Como algún autor llegó a decir, no sin razón, el siglo XX fue más freudiano que el propio Freud (p. 330). No obstante, además de su hija Anna, otras dos mujeres muy cercanas a Freud tuvieron un importante papel en el movimiento psicoanalista en la línea del maestro, Lou Andreas-Salomé y Marie Bonaparte, introductora ésta última del psicoanálisis en Francia. Lou, de ideas políticas próximas a Freud, se acabó convirtiendo en su confidente más cercana y participó en al análisis de Anna, la hija de Freud, junto con su padre. Con Marie Bonaparte, el éxito terapéutico alcanzado por Freud en su análisis harían de ella una fiel discípula, aunque en ciertos aspectos del debate sobre la sexualidad femenina se apartaría tanto de la escuela inglesa como de la vienesa.
Ataques furibundos contra el psicoanálisis en los años 20
En los años 20 el psicoanálisis iba a recibir un duro ataque a raíz de una denuncia de un médico norteamericano derivado por Freud a su discípulo Reik (doctor en Filosofía y Psicología, pero no médico). Es la conocida como batalla contra el «psicoanálisis lego», es decir, el ejercido por analistas no médicos. Algo común, por ejemplo, entre las mujeres psicoanalistas, que no podían acceder en muchos países a la profesión médica. Esta querella produjo una cierta división en el movimiento entre los norteamericanos, a favor de tener la profesión de médico, y Freud y sus partidarios vieneses contrarios a esa regulación. En una posición intermedia se situarían Jones y los británicos.
En el círculo vienés participaban personas muy doctas en diferentes ámbitos científicos, literarios, filosóficos, antropológicos, etc., todas ellas disciplinas de las que se alimentaba el psicoanálisis. El ataque contra los «legos» resultaba un golpe muy duro de encajar. Freud desplegó toda su persuasión en una carta dirigida a los responsables municipales socialdemócratas que dirigían el Ayuntamiento de Viena y el área de salud, algunos de cuyos miembros formaban parte del movimiento (como Karl Friedjung, p. 350), aunque sin éxito. Reik fue suspendido cautelarmente y aunque su caso fue finalmente sobreseído, se vio obligado a marchar a Berlín para poner su reputación profesional a buen recaudo.
Otro importante caballo de batalla de Freud fue contra la religión, sobre todo en la medida en que algunos médicos vinculados a congregaciones religiosas de la época trataban de desarrollar una psicología experimental desde las universidades católicas en contra del psicoanálisis y sus teorías sexuales que consideraban depravadas.
Aunque en principio el psicoanálisis no era concebido por Freud como una terapia adecuada para la curación de psicosis y perversiones, aceptó en algún caso tratar a pacientes afectados de alguna de estas enfermedades psíquicas de forma un tanto excepcional, como fue el caso de un joven afectado de un fetichismo sexual, dentro de lo que Freud englobaría como perversión y sobre cuya experiencia reelaboró su teoría sobre el fetichismo. Aunque en el caso de este joven analizado por Freud durante más de 3 años no resultó efectivo, como era de esperar.
El contexto de la crisis de 1929 pilla a Freud muy disminuido físicamente por el cáncer y por la edad (74 años), aunque en plenitud de sus facultades mentales e intelectuales. Por esas fechas fallece su madre con 95 años. Y mantiene una fluida relación epistolar con escritores de la talla de Thomas Mann y el vienés Stefan Zweig. Toma contacto con W. Reich, al que rechaza por sus planteamientos políticos comunistas, pero mantiene una buena amistad con un dirigente vienés socialdemócrata, Julius Tandler.
Freud ante el fascismo, el austrofascismo y el nazismo
La obra de Freud Malestar en la cultura (cuyo título más preciso en castellano sería Malestar en la civilización), finalizada en 1929, parece ya apuntar los sombríos tiempos que se ciernen sobre Europa. Esta obra trata de trascender al psicoanálisis clínico, en esencia de carácter individual, tratando de apuntar a una reflexión de carácter social. En ella Freud se desmarca por igual de la religión, del modo americano de vida —individualista—, y del comunismo. Parece querer defender un modelo de estado que fenecía, como podría haber sido la monarquía austro-húngara, una especie de simbiosis entre autoritarismo e ilustración. Lo que no deja de ser una cosmovisión muy conservadora.
Pero en el fondo de su análisis, tras una mente tan brillante, subyacía una gran dosis de ingenuidad que le llevaba a mantener una postura política neutralista creyendo así defender a su movimiento. Posición que lideraba Jones. Despreció a los psicoanalistas rusos (soviéticos) que trataron de recabar su apoyo en el marco del nuevo régimen y que contaron con el apoyo directo de la mujer de Lenin.
Sin embargo, su posición distante del judaísmo ortodoxo y del sionismo, le llevaron a adoptar posiciones muy coherentes en relación a este movimiento del que se desmarcó.
Pero su apreciación sobre el nazismo y el no dar crédito a una posible expansión y anexión de Austria, le llevó a adoptar una posición tibia, cuasi de complacencia con el austrofascista Dollfuss, amigo de Mussolini, en el que Freud al igual que otros políticos europeos de la época quería ver un elemento de contención contra los nazis. Tras la represión de la huelga general de 1934 a sangre y fuego, siguió manteniendo su neutralismo.
El nazismo y también la Iglesia católica bajo el fascismo italiano declararon la guerra al psicoanálisis, considerada ciencia judía por unos y teoría que cuestionaba la familia cristiana por otros.
Pensando ingenuamente que así podrían preservar el psicoanálisis en Alemania apoyaron a personajes como Boehm, decidido colaborador con el nuevo régimen, frente a otros críticos. El apoyo dado a Jones, que lideraba desde el mundo anglosajón esa orientación neutralista, supuso un nefasto error que perjudicó mucho al psicoanálisis, pues Jones jugaba su baza de hacerse con el control absoluto del movimiento, en el que el mundo anglosajón (EEUU y Reino Unido) cobrarían aún mayor relevancia ante el avance del fascismo y el nazismo en la Europa continental. Las instituciones berlinesas del psicoanálisis fueron progresivamente copadas por los nazis, que habían encargado a un psiquiatra, primo de Göring, para controlar dichas instituciones y ponerlas al servicio del régimen nazi. Por su parte, Jung y sus partidarios alemanes se entregaron de lleno a esta tarea, en la que encontraron un marco favorable para atacar a Freud y al psicoanálisis con argumentos propios del nazismo («ciencia judía»). Y cuyo lenguaje antisemita adoptó como propio el mismo Jung en alguno de sus escritos publicados por estas fechas. En 1936 los nazis crearon el Instituto Göring que se instaló en los locales de la antigua institución psicoanalítica de Berlín. La política neutralista, cuando no de colaboración, no había podido evitar la erradicación del movimiento psicoanalista en Alemania. Esta orientación iba a ser puesta en cuestión por Lacán, psiquiatra francés que se acababa de incorporar al movimiento psicoanalítico. Pero no será hasta 1937, cuando el camino hacia la anexión de Austria por Alemania es ya un hecho, que Freud llegue a ver que la supervivencia del psicoanálisis ya es inviable. Muy afectado por el cáncer tuvo que asistir a la disolución de todas las instituciones psicoanalíticas en centroeuropa y a la emigración hacia el mundo angloparlante de la inmensa mayoría de sus miembros.
El final de un genio en el exilio
Todavía en Viena, Freud conoce a un diplomático norteamericano, W. Bullitt, que había sido asesor del presidente Wilson del que se había distanciado y que propuso a Freud realizar en común una psicobiografía crítica del personaje en cuestión, el expresidente Wilson, al que Freud no perdonará su defensa del derecho de autodeterminación de los pueblos dominados por el Imperio austro-húngaro, que condujo al surgimiento de numerosos nuevos estados independientes.
En esta etapa final, Freud dedica artículos y libros al personaje bíblico de Moisés (Moisés y la religión monoteísta, según la traducción en castellano de sus Obras Completas), personaje clave para entender la conformación de la religión monoteísta. Aunque, en buena medida, la obra busca responder al interrogante que perturba a Freud sobre el motivo de la oleada de odio antijudío que se ha desatado por Europa, se convierte en una obra muy especulativa en la que se basa y adhiere a algunas investigaciones recientes de la época sobre el origen de Moisés o incluso sobre la existencia de dos personajes de épocas diferentes bajo ese mismo nombre. Freud trata de buscar una explicación al odio antisemita llevando su reflexión hasta el acto fundacional (o primordial) del «asesinato del padre» (asesinato que según las nuevas investigaciones de la época había sufrido el primer Moisés al descender del monte Sinaí), recuperado posteriormente y expiado por la tradición cristiana, de ahí esa posible explicación del odio antisemita enraizado en el cristianismo. Lo que no deja de ser una reflexión especulativa no carente de interés y curiosidad.
Parecería que con sus ensayos sobre Moisés, y pese a su ateísmo, Freud trataba de acercar judaísmo y cristianismo. Quizás bajo la creencia —ingenua— de que la Iglesia Católica pudiera ser un freno a la expansión nazi en Austria. Craso error. La Iglesia Católica saludó efusivamente el Anschluss (o anexión de Austria por los nazis) y el cardenal primado de Austria, Innitzer, firmó la declaración que finalizaba con el ¡Heil Hitler! de rigor (p. 432).
Sorprende una vez más la ingenuidad política de una persona con una mente tan brillante. Pero igual que había pensado que la Iglesia Católica podría haber sido un freno al nazismo, también lo pensó de Mussolini, aliado del austrofascista Dollfuss. De la misma manera, su apego al mundo extinguido tras la Primera Guerra Mundial del viejo Imperio austrohúngaro le llevaba a criticar el modo de vida americano y la revolución bolchevique. Finalmente, por la fuerza de los acontecimientos, creyó ver en el Reino Unido una especie de «reencarnación» del viejo imperio centroeuropeo desaparecido, al estar integrado por un gran imperio, un sistema monárquico, un pasado glorioso y un marco de libertad individual. Una especie de ideal político conservador en un mundo cada vez más agitado por la violencia. El apoyo dado a Jones, británico y conservador, y partidario de la colaboración con las autoridades nazis, quizás sea la materialización en el ámbito del movimiento psicoanalítico de ese ideal político que se desvanecía.
Muy afectado por el cáncer asistió a la entrada de Hitler en Austria. Y si pudo salir con vida de ese avispero fue por la ayuda que le brindaron varios miembros del movimiento psicoanalítico, como Marie Bonaparte o el propio Jones desde Reino Unido, así como amigos influyentes, en especial el diplomático norteamericano Bullitt, que se movió buscando el apoyo de diferentes embajadas de su país en Europa.
Ahora se trataba no sólo de salvar la vida, sino también de salvar la huella, la herencia y memoria del movimiento. La asociación vienesa celebró su última sesión en 1938 en la que decidió disolverse, pese a Jones. Pero bajo la batuta de éste último, aceptaron su integración en la asociación alemana que había sido fagocitada y «arianizada» por el primo de Göring. Pero Jones siguió contando con el apoyo de Freud.
Finalmente, gracias al apoyo de los amigos extranjeros como Marie Bonaparte, Freud y su familia, junto a algunos colaboradores, pudieron salir de Austria. Se quedaron sus cuatro hermanas ya ancianas que, años después, tres de ellas, encontrarían la muerte en diferentes campos de exterminio. Ya en el exilio londinense fue objeto de reconocimiento y pudo escribir un breve ensayo, a modo de síntesis de sus obras, Esquema de Psicoanálisis. Con el cáncer muy avanzado y sumamente doloroso requirió a su médico para una sedación con morfina que le permitiera transitar de la vida a la muerte el 23 de septiembre de 1939, poco después de que se iniciara la Segunda Guerra Mundial a primeros de ese mismo mes.
A modo de conclusión
En los años 50, Jones, con el acuerdo de Anna Freud, realiza la primera biografía oficial de Freud, en la que se omite toda la política orquestada por el propio Jones, con el apoyo de Freud, de «salvamento» del psicoanálisis que se tradujo en una cierta colaboración con las autoridades nazis que acabaron liquidando las diferentes asociaciones e instituciones psicoanalíticas de Alemania y Austria.
También asociado con Anna, otro representante de la escuela vienesa, Kurt Eissler, fundó los archivos Sigmund Freud. Un grave error cometido por Eissler y Anna de confiar la correspondencia entre Freud y Fliess (del que se alejó para fundar realmente el psicoanálisis) costó muy caro al movimiento. Masson, el que recibió el encargo editorial, se convirtió en un enemigo del movimiento y realizó un relato diabólico de Freud, que además tuvo una gran difusión.
La autora, Élisabeth Roudinesco, siguiendo una senda histórica que desacraliza al fundador del psicoanálisis, y sitúa su teoría en el contexto político, histórico y social de su época, realiza un loable intento de recuperación de la biografía del padre del psicoanálisis, con sus contradicciones pero haciendo justicia con su obra, su vida, su dedicación y su gran aportación terapéutica para mejorar/superar el sufrimiento del alma (psique). Para ello se apoya en una amplia documentación y en su profundo conocimiento de la teoría psicoanalítica, en tanto que psicoanalista a la vez que historiadora. Y lo consigue de una forma magistral y envolvente para el lector. Se trata, sin duda, de una magnífica obra cuya lectura es absolutamente recomendable.
Título: Freud en su tiempo y en el nuestro.
Autora: Élisabeth Roudinesco.
620 páginas.
Traducción: Horacio Pons.
Fecha de publicación: 2015.
Editorial: Editorial Debate.
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