Así se refería el viejo revolucionario Trotsky al pensamiento de Marx en 1939, poco antes de ser asesinado por orden de Stalin. Y sigue definiendo bien lo que significa Marx hoy, cuando el próximo 5 de mayo se cumplan doscientos años de su nacimiento: «un pensamiento vivo».
No es una afirmación retórica, sino que se verifica cada día. Marx fue un destacado militante que tuvo una participación importante en la constitución del movimiento obrero desde mediados del siglo XIX. Odiado por los grupos de poder de su época, fue calumniado, perseguido y desterrado, de modo que pudo conocer directamente la situación de la clase trabajadora no sólo en su Renania natal, sino también en París, Bruselas y Londres. Fundó y colaboró en numerosos periódicos (entre otros Primera Gaceta del Rin, Vorwärts de París, Gaceta Alemana de Bruselas, Nueva Gaceta del Rin, New York Tribune).
Poseedor de una amplísima formación en diversos campos (filosofía, historia y derecho, entre otras), en enero de 1848 publicó junto a su compañero Friedrich Engels una obra crucial, el Manifiesto del Partido Comunista, cuya frase inicial fue premonitoria de las revoluciones que se extendieron por Europa en las semanas siguientes: «un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo». El Manifiesto emanó de la propia organización del movimiento obrero, ya que se trataba de un encargo que les hizo el segundo congreso de la Liga de los Comunistas, celebrado en Londres en noviembre-diciembre de 1847. La Liga se había constituido en el congreso de junio de la Liga de los Justos, reemplazándola —como ésta había hecho en 1836 con la Liga de los Proscritos o Desterrados de 1834— por la incorporación del Comité Comunista de Correspondencia, creado por Marx y Engels en 1846 en Bruselas.
Después, ambos participaron en uno de los mayores hitos de la historia del movimiento obrero: la proclamación de la Asociación Internacional de Trabajadores el 28 de septiembre de 1864 en el mitin del St. Martin’s Hall londinense —hasta el punto de que Marx fue quien redactó el manifiesto inaugural y sus primeros estatutos—. Su compromiso político inspiró su elaboración teórica, formulando un método de análisis para la comprensión de la historia de la humanidad, basado en una concepción materialista del mundo y un modo dialéctico de pensar. Marx identificó en la economía la base sobre la que explicar los problemas de la clase trabajadora, dedicándole gran parte de su trabajo teórico los últimos años de su vida. En particular aplicando este método a la economía capitalista en El capital, obra que, aunque inacabada, obtuvo una importancia política fundamental desde su publicación.
En ella formuló con precisión la base material de la explotación: la plusvalía o trabajo no pagado que la clase capitalista extraía de la clase trabajadora. Así explicaba Marx el fundamento de la lucha de clases, que no se interrumpía ni podría interrumpirse mientras subsistiera el régimen basado en la propiedad privada de los medios de producción. Además, concluyó revelando el carácter contradictorio del modo de producción capitalista, resultado de la ley del descenso tendencial de la tasa de ganancia. Con ello, pretendía demostrar los límites históricos del capitalismo.
Es previsible que, con motivo del bicentenario de su nacimiento, se financien no pocas publicaciones con el objetivo común de desnaturalizar al militante y teórico obrero que fue. Seguramente se hablará de que hay muchos Marx, lamentando que una mente genial se desaprovechara; se dirá que el paso del tiempo le ha convertido en anacrónico y, en general, un cúmulo de tergiversaciones y falsificaciones. Nada nuevo, pues él ya lo padeció en vida. También fue el caso del catecismo en que el estalinismo quiso convertir su obra, manipulándola desde la raíz. Pero Engels lo había dejado claro en una carta a Sombart en 1895: «toda la concepción de Marx no es una doctrina, sino un método. No ofrece dogmas hechos, sino puntos de partida para la ulterior investigación, y el método para dicha investigación».
Y como esta enseñanza teórica, también la política resulta inequívoca: la necesidad de la organización política independiente de la clase trabajadora, con una perspectiva internacionalista, que desemboque en la ruptura revolucionaria con el «orden» burgués. Marx y Engels ya habían hablado en 1844 de «revolución permanente» en La sagrada familia. Seis años después, en Las luchas de clases en Francia, 1848-1850, Marx presentó una formulación plenamente vigente ante la barbarie en la que nos instala la supervivencia del capitalismo: «este socialismo es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales».
Los aniversarios son buenas ocasiones para conmemorar, pero no de forma vacua, sino extrayendo las lecciones que nos brinda lo conmemorado. Esto es especialmente válido tratándose de la figura de Marx, por sus valiosas aportaciones teóricas y políticas, como dos caras inseparables de su incomparable personalidad.