Bulos y falta de rigor en la divulgación histórica

Estamos acostumbrados a las falsedades y deformaciones históricas propiciadas por la televisión, el cine y la literatura. Se trata de imágenes erróneas que no contribuyen al conocimiento histórico, sino que muy al contrario redundan en ideas preconcebidas, prejuicios y errores sin rigor alguno. ¿Participan los divulgadores también de estos errores?

Estamos acostumbrados a las falsedades y deformaciones históricas propiciadas por la televisión, el cine y la literatura. Que si vikingos con cuernos, que si mosqueteros con espada o indios cortando cabelleras. Se trata de imágenes erróneas que no contribuyen al conocimiento histórico, sino que, muy al contrario, redundan en ideas preconcebidas, prejuicios y errores sin rigor alguno. A menudo se suelen justificar con base en su finalidad, aludiendo a que prima el entretenimiento o, incluso, el interés económico. Pero ¿qué hay de la divulgación histórica? ¿Participan los divulgadores también de estos errores? Y sobre todo ¿se los pueden permitir?

En la actualidad abundan cuentas en redes sociales, canales de YouTube, blogs y revistas dedicadas a la divulgación histórica. Y esto es una gran noticia: miles de personas están haciendo un gran esfuerzo por acercar la Historia (con mayúscula) al gran público. Sin embargo, a veces pensamos más en el número de visitas e interacciones que en el rigor histórico y cometemos errores que no tienen nada que envidiar a los cometidos por el cine o la televisión.

Esto es especialmente habitual en los blogs y perfiles dedicados a explicar la historia a través de sencillas anécdotas. A menudo, los autores de este tipo de contenidos nos dejamos llevar por el sensacionalismo y descuidamos nuestra responsabilidad profesional, redundando en errores históricos y promocionando historias falsas. Nos referimos a esas fake news de las que tanto habla Donald Trump, y de esas mentiras que desvelan cuentas de Twitter como Maldito Bulo. Efectivamente hablamos de bulos históricos, en los que todos, de alguna manera, hemos incurrido alguna vez. 

Obviamente estos bulos no tienen la misma intencionalidad que las noticias falsas a las que estamos acostumbrados últimamente: no se crean con ánimo de hacer daño a nadie ni pretenden crear una alarma social. Al menos, no de forma tan directa. Normalmente se trata de malinterpretaciones de fuentes, o de la ausencia de las mismas, cuando no de rumorología y tradición oral tergiversada.

Pero sí podemos distinguir dos tipos de bulos históricos en función del efecto que producen desde un punto de vista sociológico. En las siguientes líneas detallaremos un ejemplo de cada uno de estos tipos para demostrar cómo se han generado y cuáles son sus peligros. No entraremos aquí en esos otros bulos acerca de alienígenas y demás bazofia sin sentido, sino sencillamente en aquellas historias que aparentan ser reales, con cierto grado de verosimilitud, pero que en realidad son inventadas.

La historia más euskalduna jamás contada

En primer lugar, nos referimos a ese tipo de historias chocantes o divertidas pero que no dejan de ser una mera anécdota y que, aunque resultan ser falsas, no tienen un peso trascendental en el conocimiento popular sobre un determinado tema.

El mejor ejemplo de este tipo de bulos lo encontramos en una historia que se viene repitiendo en distintas revistas, blogs, periódicos e incluso libros. De acuerdo a ella, durante la Segunda Guerra Mundial el ejército estadounidense empleó a marines vascos para emitir mensajes que fueran imposibles de interpretar para los japoneses. Concretamente se dice que una serie de órdenes en euskera dieron inicio a una de las batallas más importantes del conflicto: la batalla de Guadalcanal.

Haciendo una sencilla búsqueda en internet encontramos rápidamente miles de resultados que reproducen esta historia detallando incluso las órdenes que se dieron, los personajes que intervinieron y hasta la biografía de algunos de los marines. Un ejemplo de ello es el libro Los españoles en la Guerra del Pacífico de Daniel Arasa, especialmente detallado.

En junio de 2017, los historiadores Pedro Oiarzabal y Guillermo Tabernilla demostraron en un exhaustivo estudio publicado en la revista Saibigain que no existen fuentes primarias que avalen esta historia. De hecho, en el artículo titulado «El enigma del mito y la historia: ‘Basque code talkers’ en la Segunda Guerra Mundial. La OSS y el Servicio Vasco de Información», se señala que ni siquiera los nombres de los protagonistas son reales, y casi todas sus biografías completamente inventadas.

En el mismo artículo se trata de ofrecer algunas explicaciones al nacimiento de esta anécdota, aludiendo a posibles explicaciones políticas, o una especie de promoción de la cultura vasca, pero no es esto lo que nos interesa, sino su viralización. ¿Cómo es posible que tantos divulgadores reprodujeran esta historia sin poner en duda su contenido? ¿Cómo es que durante décadas nadie trató de llegar a las fuentes primarias? Lo cierto es que fuimos muchos los que pasamos por alto esa falta de fuentes y dimos por cierta la historia, tomando el nivel de detalle y la naturaleza de publicaciones que se hacían eco de ella como evidencias suficientes de su veracidad.

Sin duda, resulta realmente difícil estar completamente actualizado en cualquier disciplina, pero afortunadamente a día de hoy tenemos herramientas de sobra para encontrar lo último que se ha publicado sobre prácticamente cualquier tema. Pero si volvemos a la búsqueda en Internet, rápidamente encontraremos resultados publicados con posterioridad a este estudio —incluidos artículos en periódicos de tirada nacional y portales web de prestigio— que siguen reproduciendo la historia sin mencionar las conclusiones de Oiarzabal y Tabernilla.

Calígula y Cleopatra

Más peligroso es el caso de esos otros bulos que tienden a caricaturizar o tergiversar un personaje, acontecimiento o proceso histórico. Paradigmático es el caso de Calígula, del que, entre otras muchas cosas, se dice que nombró cónsul a su caballo. Si acudimos a Suetonio, fuente fundamental para la biografía de este emperador, veremos que lo único que cita al respecto es «se dice que tenía pensado nombrarlo cónsul [a su caballo Incitatus]». Se ha ignorado el «se dice» y el «tenía pensado» ­—y, por supuesto, la falta de objetividad de este autor, nada favorable al emperador—. Se ha construido todo un mito en torno a esa frase dando por hecho que efectivamente Calígula hizo tal cosa.

Busto de Cleopatra VII (Wikimedia).
Busto de Cleopatra VII (Wikimedia).

Como se puede ver en este ejemplo, la intención de esta anécdota es ilustrar ese semblante excéntrico y sanguinario con el que siempre se ha presentado al emperador romano. De esta forma, se redunda en esos tópicos y prejuicios a los que nos referimos anteriormente.

Un ejemplo muy claro de este segundo tipo de bulos es el de Cleopatra y sus habilidades en el arte del sexo oral. Esta es otra de esas historias repetidas hasta la saciedad, en este caso en el mundo de Internet básicamente. Según distintos blogs, Cleopatra VII —aunque todos ignoramos a las seis primeras y hablamos, sencillamente, de Cleopatra, a secas— practicó sexo oral a cien generales romanos para, a continuación, beber el semen de todos ellos.

El creador de este relato y quienes lo reproducen tienen el atrevimiento de citar como fuente un fragmento de Heródoto que reza: «Cada uno de los generales, luego de ser agasajados oralmente por la anfitriona, depositaron sus jugos seminales en un gran cáliz de oro, que después fue bebido por la soberana».

En este caso no tenemos que esperar a que profesores de universidad publiquen un estudio que lo contradiga. Simplemente podemos recurrir a Heródoto para descubrir que no dice tal cosa en ningún sitio, o incluso (y aquí está la clave) recurrir a las matemáticas y la lógica: Heródoto vivió (y, por tanto, escribió) varios siglos antes que la faraona. Está bastante consensuado que Heródoto murió alrededor del año 425 a. C., mientras que Cleopatra nació en el 69 a. C. No es posible entonces que el historiador griego contase nada acerca de la soberana egipcia.

No podemos considerar este relato como inofensivo, aunque no dudamos que fuera creado sin mala intención, pues viene a redundar en una idea asentada por el cine: la de Cleopatra como mito erótico, como icono sexual y de belleza (interpretada hasta por Elizabeth Taylor). De ella se suelen ignorar su talla intelectual, sus habilidades políticas o, incluso, su dominio de la diplomacia y los idiomas, ensombrecidas todas estas características por esa otra faceta más explotable en el cine y la literatura, independientemente de su veracidad.

En el caso del bukkake de Cleopatra, muchos de quienes daban por cierta esta historia incurrían en la falacia ad verecundiam, que consiste en dar por cierto aquello que diga una autoridad en la materia. Y claro, no hay más autoridad que Heródoto cuando se habla de historia. El problema es que nadie se detuvo a comprobar la cita.

Por supuesto, el gran público, el aficionado a la historia sin ser profesional de la misma, que es en último término al que dirigimos nuestros trabajos como divulgadores, no tiene por qué conocer las fechas de nacimiento de Heródoto y Cleopatra, por lo que el engaño está servido. Es nuestra responsabilidad comprobar la veracidad de lo que narramos para no apuntalar distorsiones de la realidad histórica como lo es la erotización de este personaje.

Conclusión

Como se puede ver, los bulos en los que redundamos los divulgadores, ya sea en la red, prensa o el medio que sea, suelen ser anécdotas con todos los ingredientes para viralizarse: historias divertidas, chocantes, muchas con contenido erótico, etc. En definitiva, historias en las que la rigurosidad ha sido desplazada por el deseo de aumentar seguidores y visitas, en busca de lo que hoy llamamos clickbait, y de viralizar contenidos. Pero a menudo su mayor peligro no es la falta de veracidad, que desacredita también en buena medida al medio que las publica, sino la visión distorsionada que crean sobre determinados personajes o procesos históricos.

La presencia de estos bulos al alcance de tanta gente plantea un debate interesante, y hace necesaria una profunda reflexión y autocrítica en torno a la responsabilidad de los divulgadores sobre la salvaguarda del rigor histórico. Artículos que expliquen los errores cometidos, que reflexionen sobre la práctica profesional que ha llevado a ellos y los expongan, pueden ser también un medio didáctico que enriquezca la divulgación histórica. Esperamos que entonar un mea culpa en este sentido no sea un descrédito, sino todo lo contrario: una reafirmación del compromiso con el público, el rigor y la ciencia.

Además, que no cunda el pánico, la historia es muy amplia, y llena de detalles morbosos, divertidos y llamativos, nunca nos va a faltar material. Estamos seguros de que no hará falta inventarnos más historias, pues si, en los tiempos que corren, día a día estamos viendo cómo la realidad supera la ficción, qué no habrá pasado en todos los siglos anteriores.

Para saber más:

Oiarzabal, Pedro & Tabernilla, Guillermo. (2017). «El enigma del mito y la historia: ‘Basque code talkers’ en la Segunda Guerra Mundial. La OSS y el Servicio Vasco de Información—la Organización Airedale». Saibigain. Bizkaia: Asociación Sancho de Beurko Elkartea. 1-156.

Iglesias, Eyre. (10/08/2017). «La gran mentira del euskera… en la II Guerra Mundial». En El Mundo.

Villatoro, Manuel. (27/07/2016). «Euskera: el lenguaje secreto utilizado por EE.UU. en la IIGM durante el desembarco de Guadalcanal». En ABC.

Arasa, Daniel. (2001). Los españoles en la Guerra del Pacífico. Barcelona: Laia.

Suetonio. Vida de los doce césares. [Traducción y edición de Alfonso Cuatrecasas. Madrid: Austral. 2007].

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Ad Absurdum

Isaac Alcántara Bernabé, Juan Jesús Botí Hernández y David Omar Sáez Giménez forman Ad Absurdum.

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