Publicado en el número 3 de Descubrir la Historia (octubre de 2015).
Durante el período medieval en la península ibérica se celebraron un gran número de batallas. De todas ellas tan solo una pequeña lista han pasado a la historia. La más conocida de entre todas ellas es, sin duda, la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), acontecimiento que reunió en un solo escenario a la mayoría de los protagonistas políticos de los hechos medievales del solar ibérico, desde el califa almohade hasta los reyes de Castilla, Navarra y Aragón, además de tropas portuguesas, leonesas, órdenes militares y compañías europeas de mercenarios. El resultado de esa batalla fue determinante para el devenir histórico de la Península. El poder almohade se deshizo y se abrió la conquista del sur peninsular. Sin embargo, existieron otras batallas que en su tiempo fueron consideradas incluso más importantes que la batalla de las Navas de Tolosa, pero que, por alguna razón, no han atravesado las puertas del tiempo y han quedado guardadas en el cajón de la memoria, esperándonos.

Una de estas batallas fue la del Salado, ocurrida en el año 1340 entre las tropas del rey Alfonso XI de Castilla, Alfonso IV de Portugal y las del sultán benimerín Abu Al-Hassan Alí acompañado del sultán granadino Yusuf I en las cercanías de Tarifa y Algeciras, en torno al río del que tomó nombre la batalla, el Salado, muy próximo a otro río de resonancias históricas, el Guadalete. Gracias a la Crónica de Alfonso el Onceno conocemos de primera mano el hecho. Esta crónica, de autor anónimo cercano a la corte del soberano, nos indica la visión oficial del conflicto, guardando en el subtexto una intención más que manifiesta: «Su sentido responde a intereses de prestigio de la corte», como señalan Villacañas y Berlanga.
Los benimerines fueron la tribu bereber que sustituyó al débil poder almohade en Marruecos a mediados de la segunda mitad del siglo XIII. Compartieron con estos y sus antecesores, los almorávides, la fuerte expansión inicial territorial, llegando a dominar en escasos veinte años todo el territorio del Magreb y expandiéndose hasta las fronteras de Túnez y Argel. Una vez dominado todo este territorio, en el año 1275 fijaron su interés en la península ibérica. Se sentían atraídos por la debilidad de los gobiernos de Alfonso X en sus últimos años, Sancho IV y Fernando IV, cuyas prontas muertes dejaron al reino en manos de tutores mientras duraban las minorías de edad de los monarcas herederos.
El primer golpe fue el asedio de Tarifa, reconquistada en el año 1292 por Sancho IV de Castilla, en el año 1294, año en el que sucedió uno de los hechos históricos que si han conseguido pasar a la memoria popular, la resistencia heroica de la ciudad por parte de Guzmán el Bueno. Repelidos en Tarifa, poco a poco fueron extendiendo su influencia en Granada y estuvieron preparados para asestar el golpe definitivo en la tercera década del siglo XIV, años en los que el Reino de Castilla se encontraba muy debilitado por la minoría de edad de Alfonso XI. En el año 1329 y aprovechando la inestabilidad castellana, lograron hacerse, con la ayuda de Granada, de la plaza de Algeciras, ciudad que quedó en manos benimerines facilitando una cabeza de playa para poder desembarcar tropas con facilidad en la península ibérica y este hecho era un acontecimiento y una ventaja crucial para el poder musulmán que el rey de Castilla no podía permitir. Más aún cuando los benimerines se presentaron de nuevo en las murallas de Tarifa para volver a intentar tomar la ciudad.

El primer enfrentamiento serio entre las dos potencias fue la Batalla de Teba, que tuvo lugar en 1330, donde un ejército castellano al mando de Alfonso XI se enfrentó a las tropas granadinas lideradas por un general benimerín. La victoria recayó sobre el bando castellano, firmando una tregua de cuatro años con Granada y Aragón como resultado. Sin embargo, los benimerines, desde su plaza de Algeciras, consiguieron sitiar de nuevo la ciudad de Tarifa en el año 1333. Tomadas y aseguradas estas dos plazas, los benimerines tenían un paso seguro desde el Magreb al sur de la península ibérica.
El monarca castellano comenzó a movilizar sus tropas y forjar alianzas para hacer frente al nuevo peligro magrebí. Sin embargo su suegro, el rey Alfonso IV de Aragón, se negó a tomar parte debido al abandono del rey castellano de su hija a favor de su amante, Leonor de Guzmán, pero más tarde, y después de severas derrotas navales, tomó parte en la lucha mandando una flota para mantener a raya a la armada benimerín.
Portugueses y castellanos se encontraron en Sevilla y desde allí marcharon juntos hacia el sur. En consejo de guerra se decidió que el rey de Castilla se enfrentara a las tropas benimerines y el rey de Portugal a las granadinas.
La victoria en la batalla recayó sobre el bando cristiano, y especialmente bajo las manos del monarca castellano, quien se había enfrentado al sultán benimerín, dejando al ejército granadino en manos de los portugueses. Las consecuencias, tema que más nos importa en este texto, fueron tremendas. No solo se ganó la plaza de Algeciras y Tarifa a las manos musulmanas, ganando, con ellas, el control del paso del Estrecho de Gibraltar, sino que se detuvo por completo la invasión benimerín de la Península Ibérica aprovechando la debilidad de los monarcas castellanos anteriores (Sancho IV, Fernando IV y la larga minoría de edad de Alfonso XI).
Sin embargo, las consecuencias fueron aún más importantes en el plano ideológico por diversos motivos. El primero de ellos fue el cierre del ciclo de la Reconquista con la toma de Tarifa, lugar por donde se adentraron los árabes y bereberes bajo el mando de Tariq allá por el año 711 derrotando a los visigodos en la batalla de Guadalete. De esta manera se completaba la Reconquista y se cerraba el ciclo de restauración del verdadero poder peninsular, según su propia justificación ideológica, el cristiano, aun permaneciendo todavía en terreno ibérico el Reino Nazarí de Granada. En el plano internacional, la victoria del Salado fue recibida con una gran emoción, ya que no habían pasado aún muchos años desde la pérdida de Tierra Santa y la ciudad de Acre, último bastión cristiano en el Levante del Mediterráneo. La victoria de Alfonso XI frente a los benimerines supuso un nuevo impulso de las armas cristianas frente a las musulmanas. No en vano no tardaron en enviarle la noticia al Papa Benedicto XII junto a un gran botín para expresar su gratitud por haber decretado una Cruzada para que acudieran tropas en ayuda de las tropas castellanas y portuguesas.

Adentrándonos en un plano más cercano, la victoria de el Salado supuso también una gran victoria personal para Alfonso XI. Debido a su larga minoría de edad y la pronta muerte de su tutora María de Molina, su abuela, el gobierno del reino recayó bajo el mando de diversos tutores que buscaron su propia gloria y riqueza antes que el bienestar del resto del reino. De hecho es la propia Crónica de Alfonso el Onceno quien se encarga de afianzar este hecho:
«…el estado en que estaba la tierra en aquel tiempo: Et dice que avia muchas razones et muchas maneras en la tierra, porque las villas del Rey e todos los otros logares de su regno rescebian muy grand daño, et eran destroidos; ca todos los Ricos – omes, et los caballeros vivian de robos et de tomas que facian en la tierra, et los tutores consentiangelo por los aver cada uno de ellos en su ayuda»
Esto supuso un grave desequilibrio e inestabilidad interna del reino que no mejoró hasta que el rey Alfonso XI alcanzó la mayoría de edad, 14 años, y comenzó su reinado, pero no fue hasta la victoria frente a los benimerines cuando el monarca castellano afianzó definitivamente su poder, aunque por poco tiempo, y terminó por consolidar el poder institucional de la corona. De hecho, el capítulo CCLV de la Crónica de Alfonso del Onceno nos habla, en exclusiva, de por qué la Batalla del Salado fue más importante que la Batalla de las Navas de Tolosa:
«…que en amos los fechos mostró Dios muy cumplidamente gran miraglo; et amas estas batallas fueron vencidas por el poder de Dios mas que por fuerza de armas; pero paresce que mucho mas virtuosa fue esta sancta batalla, que fue vencida cerca de Tarifa, que la que dicen de Ubeda, et de mayor miraglo, et mas de loar, por quanto la vencieron omes de los regnos de Castilla et de Leon»
Olvidándose por completo de las tropas portuguesas y restando importancia a la Batalla de Úbeda (Navas de Tolosa) por la participación de muchas otras tropas en el frente, en lugar de la del Salado, protagonizada únicamente por las tropas castellanas. Pero es otro hecho el que eleva esta batalla frente a la anterior, la supuesta aparición del apóstol Santiago en la batalla, la cual queda atestiguada en el Poema de Alfonso el Onceno.
Toda la Crónica de Alfonso el Onceno se estructura en torno a esta batalla, ya que en ella se diferencian diversas partes que guían al lector desde la inestabilidad del reino ocasionada por el egoísmo de los tutores y el comienzo del reinado de Alfonso XI que desemboca en una gran victoria frente a los ejércitos musulmanes, evitando una nueva invasión bereber de la península y logrando una gran victoria para toda la Cristiandad. Sin duda, una obra literaria apologética y aúlica de primer nivel que muestra una elevada riqueza cultural y nos cuenta, en primera persona, cómo sucedieron uno de los hechos de armas más importantes de nuestro periodo medieval, la victoria castellana frente a los benimerines y el éxito cristiano en lo que la historiografía ha dado en llamar la «Batalla del Estrecho».
Para saber más:
Cerca y Rico, F. (1787). Crónica de Don Alfonso el Onceno de este nombre de los reyes que reynaron en Castilla y en León. Segunda edición. Conforme a un antiguo manuscrito de la Real Biblioteca del Español y otro de la Mayansiana e ilustrada con apéndices y varios documentos. Madrid: Imprenda de D. Antonio de Sancha.
Janin, E. (2009). «La construcción de la figura legendaria de Alfonso XI en el Poema de Alfonso el Onceno y la Gran Crónica de Alfonso XI» en Estudios de Historia de España, II, pp. 49-59.
Nieto Soria, J. M. (1998). Fundamentos ideológicos del poder real en Castilla (siglos XIII-XIV). Madrid: Eudema.
Sánchez-Arcilla Bernal, J. (1995). Alfonso XI (1312-1350). Palencia: Editorial La Olmeda.
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