Retratos del hambre en la Antigüedad

Sin restar importancia a las condiciones naturales y climatológicas en el fenómeno del hambre, hemos de reconocer el importante papel que ha jugado, al mismo tiempo, la acción humana. Ya fuera por las guerras o por una ineficaz gestión de los recursos, es evidente que el ser humano ha tendido a agravar estos problemas, y aún hoy lo sigue haciendo

De entre los muchos males que la humanidad ha tenido que afrontar a lo largo de la historia, tal vez sea el hambre el que con mayor rotundidad y frecuencia ha causado estragos entre la población y ha obligado a los diversos pueblos y civilizaciones a tener que tomar cartas en el asunto. Esta no es una historia con final feliz, al menos de momento, ya que sabemos que la desigualdad y sus efectos son problemas de rigurosa actualidad. Sin embargo, mirando al pasado podríamos extraer alguna que otra lección interesante de cara al futuro. En ese deseo de conocer un poco mejor al enemigo al que nos enfrentamos, quisiera emprender hoy un viaje histórico por aquellos tiempos en que nacieron los primeros estados y la civilización como tal, y con ellos, la desigualdad y el hambre. 

Como punto de partida, debemos aclarar que la falta de alimentos, con todo lo que conlleva, no siempre se ha debido a causas exclusivamente naturales, ni tampoco se redujo a la acción del ser humano, sino que ha sido precisamente la unión de ambos factores, con mayor o menor peso de cada uno según la época y la situación, la que ha jugado un papel preponderante. Sabemos que en muchas ocasiones, la escasez ha llevado a la humanidad hasta límites insospechados, a tomar medidas extremas y caer en prácticas que hoy nos resultan abominables, desde el abandono de niños hasta el canibalismo, pero que debemos entender e interpretar en su contexto. 

Debemos remontarnos a la Prehistoria para encontrar los primeros indicios de prácticas de canibalismo, como nos muestran los restos óseos humanos encontrados en el registro arqueológico de la Gran Dolina (del yacimiento de Atapuerca, en Burgos), hace unos 700.000 años. Estos huesos, como aquellos otros encontrados en épocas más recientes en la cueva del Sidrón (Asturias), de hace 43.000 años, o los restos de época neolítica de Fuentes de León (Badajoz), muestran signos de manipulación que apuntan a que fueron devorados por otros individuos del grupo. En todos estos casos, resulta difícil discernir hasta qué punto responden a un canibalismo de supervivencia, producto de la falta de recursos; o si más bien se trataba de prácticas de carácter ritual. Probablemente, dependerá de cada caso, de modo que no podemos generalizar ni pensar que estos grupos de cazadores-recolectores sufrieran en sus carnes los efectos del hambre que sí padecieron las sociedades humanas de épocas posteriores. 

El punto de inflexión se produjo con la irrupción de la agricultura y la ganadería, y el tránsito de la economía de los grupos humanos desde un estado de caza y recolección hasta una economía más diversificada y amplia, en la que se empezaría a acumular excedente. Poco a poco, y hablamos de un proceso de miles de años, las sociedades se fueron haciendo más complejas, jerarquizándose y encaminándose hacia la creación de los primeros grandes estados. Este largo camino recorrido desde el Neolítico hasta el nacimiento de las civilizaciones de Próximo Oriente y Egipto es un tema demasiado amplio y complejo como para analizarlo en profundidad en estas líneas, pero para el caso que hoy nos ocupa, lo que más nos interesa es ver el cambio que el nuevo sistema agrícola supondría para el abastecimiento humano y el problema del hambre. 

Nos encontramos con un mundo cada vez más dependiente de la tierra, y por lo tanto, de los condicionantes climatológicos y ecológicos. Un mundo en el que, efectivamente, había muchas más fuentes de recursos que en épocas anteriores, cuando prácticamente todo dependía de la caza, la pesca y la recolección. Sin embargo, se trata también de un mundo en el que la movilidad era menor, en el que la distribución y reparto de los frutos de la tierra dio lugar a desigualdades y causó importantes problemas de abastecimiento. Con la llegada de la agricultura, el ser humano tenía ante sí la posibilidad de vivir mejor, pero no siempre se cumplió. De hecho, que el hambre fue un problema presente en todo el mundo antiguo es algo difícilmente cuestionable si acudimos a las numerosas fuentes y testimonios que nos han llegado. 

Las referencias más antiguas las encontramos en la Biblia, como el fragmento del Deuteronomio que decía: «comerás el fruto de tus entrañas, la carne de tus hijos y tus hijas, que Yahvé, tu Dios, te habrá dado; tanta será la angustia y el hambre a que te reducirá tu enemigo». El canibalismo, como vemos, ya está presente, y en algunas ocasiones, aparece inclusocomo un fenómeno frecuente, aunque no por ello menos aterrador:«Esta mujer me dijo: Trae e tu hijo y lo comeremos hoy, y mañana comeremos el mío. Cocimos, pues, a mi hijo y lo comimos, y al día siguiente yo le dije: Trae a tu hijo para que lo comamos, pero ella ha escondido a su hijo.» (Libro Segundo de Samuel). 

Pobres esperando la sopa (1899), de Isidro Nonell y Monturiol (Fuente: Wikimedia)

El carácter religioso de esta fuente histórica puede hacer que nos tomemos este testimonio con ciertas reservas, ya que fue escrito con una intencionalidad determinada y podría tender aexagerar o añadir detalles para adornar el relato o dar fuerza al mensaje. Sin embargo, no deja de resultar de gran utilidad para rastrear la presencia del hambre en estos tiempos remotos. El propio Génesis nos cuenta, además,cómo la civilización egipcia tuvo que hacer frente a este problema. Es el caso de un pasaje en el que el faraón ordena llamar al esclavo hebreo José para que interprete un sueño que le inquieta. Éste, en su explicación, cuenta cómo Dios ha puesto de manifiesto su plan:«Los siete años venideros serán de una gran abundancia en todo Egipto. Después seguirán siete años de hambre.[…] Ahora pues, que el faraón busque un hombre inteligente y sensato, que le de autoridad sobre todo Egipto. Que nombre también inspectores […] encargados de recaudar la quinta parte de la cosecha durante los siete años de abundancia […] y que almacenen las provisiones de trigo en las ciudades, bajo el control del faraón. Estas provisiones servirán después de reserva para todo Egipto durante los siete años malos que han de venir». (Gén. 41-1-36)

Lo que vemos en este fragmento es la preocupación de las autoridades políticas y religiosas por la necesidad de almacenar excedente y de tratar de combatir los efectos que las malas cosechas pudieran tener sobre la agricultura y el sustento de toda la población. Algo que aparecerá en Egipto, en Mesopotamia y en cualquier otro de los grandes estados ligados al desarrollo de la actividad agrícola. Sin embargo, la mayor cantidad de fuente al respecto las encontraremos en el mundo grecorromano, donde podemos rastrear con mayor detalle la presencia y las consecuencias del fenómeno del hambre, así como las medidas que se llevaron a cabo. 

Tanto Grecia como Roma se caracterizaron por economías agrícolas que autores como Peter Garsney han catalogado de «subdesarrolladas» por enorme brecha entre el campo y la ciudad y el desigual reparto de la producción, que dificultaba enormemente las innovaciones técnicas necesarias para un mayor rendimiento agrícola. Es decir, eran sociedades muy ligadas a la agricultura pero, al mismo tiempo, muy desequilibradas, en las que la mayor parte de lo producido iba a parar a manos de las minoritarias élites urbanas. En la otra cara de la moneda, el ámbito rural estaba compuesto por una inmensa mayoría de esclavos y pequeños campesinos, que serían las principales víctimas de las eventuales hambres. 

Pese a todo, es cierto que entre el siglo VI a. C. y el siglo II d. C., las carestías y crisis de subsistencia de carácter puntual, ya fueran por las guerras o por los efectos de una mala cosecha, fueron más comunes que las hambres de gran repercusión. Durante estos siglos, no podemos hablar de un hambre de grandes dimensiones que afectase a vastos territorios y regiones, sino más bien de episodios concretos de carácter local o regional, lo cual no quiere decir que fuesen menos cruentas. De hecho, muchas ciudades de la Antigua Grecia recurrieron a medidas como el almacenamiento de fondos de reserva para la adquisición y reparto de grano en épocas de escasez, e incluso hubo momentos en los que se hubo de prohibir y castigar severamente la exportación de grano. 

Pero si hubo un caso paradigmático y bien ilustrado de la lucha contra el hambre, o más bien contra las crisis de subsistencia y los episodios puntuales de escasez, ese fue el de Roma. Elque fuera el gran imperio de la Antigüedad, y en especial su capital, fue escenario de diversas medidas extraordinarias con las que hacer frente a las dificultades de alimentar a tantas bocas. La mayoría de estas decisiones, como cabe esperar, iban encaminadas hacia un mayor control de la distribución y el precio del grano, desde la lex frumentaria de Cayo Graco en el siglo II a. C. hasta la creación de la prefectura de la annonaen época de Augusto. Sin embargo, esta distribución gratuita prácticamente se redujo a la capital del Imperio, y sólo se aplicó al resto de ciudades en situaciones críticas extremas. Además, cabe pensar que lo que llevó a las autoridades a legislar de este modo fue más bien la presión popular, y no tanto un carácter solidario y desinteresado de sus gobernantes. 

Gracias a este tipo de medidas, griegos y, sobre todo, romanos, pudieron hacer frente a los episodios de hambre y carestía que las guerras y las adversidades climáticas podían acarrear a sus ciudades y pueblos. A costa, eso sí, de un sistema desequilibrado en el que la mayoría campesina quedaba más expuesta al hambre que aquel mundo urbano en el que desembocaba la mayor parte de lo producido en el campo. 

Con el siglo III d. C., se abrióun nuevo período que lleva a muchos historiadores a hablar de una «crisis» a nivel económico, político y social en el Imperio Romano. Al margen de polémicas historiográficas, lo cierto es que el hambre adquirió un mayor alcance y repercusión a partir de entonces, lo que deparó a las autoridades una mayor presión de las clases populares, acuciadas por una escasez cada vez más frecuente y generalizada. Desde entonces, hasta el siglo V d. C., éstaempezó a adquirir mayores dimensiones, como aquella que asoló toda la parte oriental del Imperio entre 312 y 313 y que recogió el obispo Eusebio de Cesarea: «Mientras el emperador estaba con sus tropas ocupado en la guerra contra los armenios, el hambre y la peste se cebaban cruelmente con el conjunto de habitantes de las ciudades sometidas a su autoridad […] pero todavía eran más numerosos los que morían en el campo y los pueblos […] Incluso algunos ya empezaban a ser alimento de los perros. Fue por ello sobre todo que los vivos empezaron a dar muerte a los perros: por el temor de contraer la rabia y entregarse a la antropofagia». Un panorama desolador que recuerda al esbozado por el obispo hispanorromano Idacio para el hambre del 409 en la Hispania visigoda, en cuyo relato se muestra cómo «el hambre cruel se propaga hasta el punto de que las carnes humanas llegaron a ser devoradas por el género humano.» La existencia de estos y muchos otros testimonios nos permiten comprobarcómo en este período de la Antigüedad Tardía, el hambre se convirtió en un fenómeno de mucho mayor alcance, y fue analizada y contada(con mayor o menor exageración), por parte de los principales historiadores y autoridades políticas y religiosas de la época. 

Nos encontramos con un panorama nada alentador, en el que a las hambres ocasionadas por causas climáticas y naturales se sumaban los efectos de la guerra y una mala gestión de los recursos alimenticios por parte de las autoridades. Entre sus consecuencias, aparecen el canibalismo, la ingesta de alimentos en mal estado y el aumento de la mortalidad. Pero también, el acaparamiento y especulación de los recursos por parte de los más pudientes, y algo que se va a hacer cada vez más frecuente y que va a preocupar especialmente a la Iglesia; el abandono y la venta de niños. De este fenómeno y la actitud adoptada por el estamento eclesiástico al respecto nos dan cuenta las disposiciones del Concilio de Vaisson de 442, a las que no estaría de más echar un vistazo para terminar:

Murillo, Bartolomé Estéban (1618-1682) Niños comiendo uvas y melón.

«En relación con los niños abandonados, hay una queja general según la cual hoy se los deja más a merced de los perros que de la piedad ajena […] En consecuencia, […] nos ha parecido pertinente disponer que cualquiera que recoja un niño abandonado lo notifique a una iglesia y obtenga de ella un certificado conforme ha recogido al niño.[…] Quien lo haya encontrado podrá, si así lo desea, percibir alguna compensación de los humanos en el presente o de la gracia de Dios en el futuro por los diez días de atención dispensada al niño. Pero, si transcurrido ese plazo, quienquiera que haya abandonado al niño intentase reclamarlo o presentar cualquier queja contra quien lo haya encontrado y retenido, será castigado con sanciones eclesiásticas como si hubiera cometido un asesinato».

En definitiva, podemos llegar a la conclusión de que el problema del hambre es tan antiguo como la propia civilización. Con el surgimiento de la agricultura y de los primeros grandes estados, nacía un nuevo orden y una distribución de los recursos marcado por una profundad desigualdad, que agravaría aún más los problemas de abastecimiento agrícola causados por la propia naturaleza. Como consecuencia de ello, la historia del mundo antiguo fue protagonista de no pocas crisis de subsistencia a las que durante bastante tiempo se pudo hacer frente a través de diversos mecanismos y medidas extraordinarias como el reparto de grano o el control de los precios. Sin embargo, a partir del siglo III d. C., y durante toda la Antigüedad Tardía, el fantasma del hambre se extendió por ciudades y campos, adquiriendo dimensiones cada vez mayores y dejando tras de sí millones de vidas y un paisaje desolador. 

Sin restar importancia a las condiciones naturales y climatológicas en el fenómeno del hambre, hemos de reconocer el importante papel que ha jugado, al mismo tiempo, la acción humana. Ya fuera por las guerras o por una ineficaz gestión de los recursos, es evidente que el ser humano ha tendido a agravar estos problemas, y aún hoy lo sigue haciendo. Los tiempos cambian, y los factores a tener en cuenta son diferentes, pero la desigualdad del sistema (el actual y el de la Antigüedad) juega un papel fundamental. Tener en cuenta ese dato podría ser el primer paso para combatir un problema tan arraigado en nuestro tiempo. El hambre persiste, y también la desigualdad, sólo que hoy es un fenómeno más dependiente del factor humano y, por lo tanto, es nuestro deber y responsabilidad actuar parar revertir tal situación. La Historia del hambre ya ha llenado demasiadas páginas, así que es hora de poner el broche final a este trágico relato y elaborar uno nuevo, de trazar nuevas líneas con la tinta imborrable de la memoria y el compromiso. Es una tarea complicada, pero tan realizable como necesaria. 

Para saber más

Garnsey, P., Saller, R. (1991) El Imperio Romano. Economía, sociedad y cultura. Barcelona: Crítica.

Garnsey, P. (1989) Famine and food supply in the Graeco-Roman world: response to risk and crisis.Cambridge: Cambridge University Press. 

Montanari, M. (1993) El hambre y la abundancia: historia y cultura de la alimentación en Europa. Barcelona: Crítica.

Salrach, J. M. (2012) El hambre en el mundo. Pasado y presente. Valencia: Universidad de Valencia. 

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Miguel Vega Carrasco

Licenciado en Historia y Máster en Historia del Mundo. Profesor de Geografía e Historia en Educación Secundaria.

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