Llegó de África, pero vivió durante siglos en Granada, en la proximidad del río Darro. No hablo de reyes, ni edificios. Sino de una familia cuyo nombre y apellidos han derivado con los tiempos y las vicisitudes de la historia. No importa tanto cómo se llamaban o apellidaban, sino que fueron testigos de la historia de su ciudad, que fue contada de padres a hijos.
El primer miembro de esta familia llegó a la bahía de Algeciras en el año 1027. Era comerciante de tejidos, y después de recibir noticias de la fundación de los reinos de Taifas pensó que una buena oportunidad para su negocio podría ser vender sus productos a los nuevos dirigentes del sur de la península, después de haber tenido poco éxito para introducir sus mercancías en el periodo del Califato de Córdoba. La taifa de Algeciras se había incorporado a la de Málaga, y se desplazó hacia esta última porque conocía de la actividad comercial que se desarrollaba en la medina de Málaga. Allí conoció a una familia de artesanos de la seda, y convivió con ellos, hasta el punto de que fundó la familia de la que hablamos con la hija menor del dueño del taller. Así, se unían los conocimientos de la artesanía textil con el comercio de las mismas.
Las buenas relaciones de la taifa de Málaga con los ziríes de Granada favoreció que, finalmente, se trasladaran a Granada, donde su descendencia vivió durante varios siglos. Cuando llegaron a Granada comprobaron que la corte, a la que se dirigía una parte de los productos que elaboraban, se había instalado en la Alcazaba Cadima, situada en la zona más alta del albaicín. Durante doscientos años esta familia fue adquiriendo notoriedad en la ciudad gracias a la calidad de sus productos, que no sólo se vendían entre los cortesanos, sino que también se exportaban a otros países del mediterráneo.
Tras la derrota almohade en las Navas de Tolosa una nueva historia comenzaba para Granada. Se asentó en la ciudad la dinastía árabe de los nazaríes y esta familia se adaptó a la situación, sin perder su identidad artesana y comercial. Su fama mereció el reconocimiento nazarí.
En la colina de la Sabika se decía que había construcciones muy antiguas, de civilizaciones precedentes —de los romanos— aunque las primeras que se documentaron por escrito datan de finales del siglo IX. Ya existía una fortaleza defensiva en este lugar. En ella se fijó, desde la alcazaba del albaicín, el primer rey nazarí de Granada, Muhammad I, también conocido como Ibn Al-Ahmar. Decidió reconstruir las construcciones de tipo militar que estaban en desuso en la colina de la Sabika, y emprendieron la construcción de una nueva edificación que albergaría el poder político, además de ser una de las fortalezas mejores defendidas de al-Ándalus. Se levantó primero una alcazaba en la zona occidental de la colina.
A nuestra familia de artesanos le siguió yendo bastante bien, hasta el punto de que en el periodo de mayor esplendor de la Alhambra, tras la construcción de los palacios durante el sultanato de Yusuf I (1333-1354) y Muhammad V (1362-1391) llegaron a trabajar, casi exclusivamente, para la corte nazarí. Esto dio oportunidad a que el rico cabeza de familia durante buena parte de esos años, pudiera visitar algunos recintos de la ciudad palatina como el Generalife, que le resultaban fascinantes por la mezcla de olores, colores y por el rumor del agua. Sabía apreciar la poesía, y trataba de estar en contacto con la floreciente actividad literaria de la ciudad que tenía una relación íntima con la Alhambra. Sin embargo, para que alguien de esta familia pudiera conocer los rincones de los palacios nazaríes o de otras maravillas de la Alhambra tuvieron que pasar varios siglos.

Para resumir la larga historia de esta familia, digamos que al esplendor nazarí le siguió su caída. Granada recibía continuamente exiliados musulmanes de otras ciudades del reino con la paulatina conquista cristiana. En 1492, tras la conquista por parte de los Reyes Católicos, más por negociaciones que por grandes eventos militares, la familia se dividió en dos ramas, que se perdieron la pista entre sí y que también lo hicieron en los anales de la historia. Una se quedó en la ciudad, se convirtió al cristianismo y quedó segmentada por diferentes actividades después de perder parte de su estatus social; y la otra cruzó el Estrecho de Gibraltar y se asentó en el norte de lo que actualmente conocemos como Marruecos.
Vamos a avanzar en el tiempo cinco siglos, hasta el año 2015. Amina es una joven de 20 años. Vive en una ciudad marroquí, y ya ha viajado varias veces a España. Por primera vez, el desplazamiento no se debe a obligaciones laborales de sus padres. Van a hacer turismo en Granada, ciudad que nunca han visitado. Ella no tiene ni idea de que sus raíces familiares estuvieron en esta ciudad. La sangre ya se ha mezclado, y quedan muy atrás los años de prosperidad que vivieron sus antepasados en el reino nazarí de Granada.
La Alhambra, como a cualquier visitante, sorprende desde que se ve por primera vez a lo lejos. Y más, si el primer contacto lo tienen desde el mirador de San Nicolás. Ansían llegar a la Alhambra, y lo hacen a pie, por esa cuesta empinada cubierta por árboles y que supone el aperitivo perfecto para la visita, pues se intuyen elementos que tendrán luego importancia, como el agua y la vegetación.
La entrada la hacen por la simbólica Puerta de la Justicia, donde la mano, la llave y las tres conchas coronan el arco de entrada con significados diversos que van desde la protección, la victoria o la realeza. Hay una leyenda popular que dice que cuando la mano toque la llave, llegará el fin de los tiempos porque la Alhambra estará en ruinas.
El horario de visita lo tienen marcado por la entrada a los palacios nazaríes. Hay muchas personas haciendo cola para entrar en ellos. Cuando accede se da cuenta de que hay una pequeña contradicción entre la belleza del lugar y las prisas de la visita, motivada por cientos de turistas haciendo fotografías, posando y capturando cada uno de los momentos a través del pequeño objetivo de su teléfono móvil. También se da cuenta de que muchos se dedican a tocar las yeserías, lo que le parecía una falta de respeto hacia el monumento.
A pesar de ello, disfruta de la magnitud del arte nazarí, manifestado de diversas formas en columnas, paredes, techos y, en realidad, en cualquier lugar donde posaba su mirada. Se da cuenta de que el agua tiene una presencia continua en todo el monumento. Su madre le explica que el agua siempre ha sido muy importante en la cultura árabe, y que también los jardines lo eran, porque representaban el paraíso celestial. Esto fascina a Amina, que lo observa todo con una mirada curiosa y profunda, que va más allá del disfrute estético.
Lo primero que se encuentra en los palacios nazaríes es la puerta de Mexuar y la sala que le sigue, de nombre homónimo. En ella, el sultán impartía justicia y se reunía con los ministros para administrar el reino. Algunos textos dicen que había un azulejo con el que se invitaba a pedir justicia sin temor, pues en ese lugar se hallaría. Sea leyenda o realidad, Amina encontró en una de las lecturas previas a su viaje esta referencia, y disfrutó pensando en cómo los sultanes establecían su jurisdicción sobre sus súbditos.
El palacio de Comares es uno de los emblemas de la Alhambra. Es uno de los lugares más fotografiados por la visión que ofrece el pórtico norte —detrás del que se encuentra la sala de la barca y la deComares— reflejado en el agua, y también el pórtico sur en el patio de los arrayanes. La sala de Comares sorprende a Amina por su tamaño —es el salón del trono más grande conservado del área mediterránea y europea— y por las inscripciones que se pierden en la distancia por las paredes hacia el techo de la sala.
En este entorno también se encuentra otro de los puntos más conocidos de la Alhambra: el patio de los leones. Llegó a él casi sin darse cuenta. Es un espacio abierto de gran extensión, rodeado por una galería con más de un centenar de columnas. En el centro se encuentra la famosa fuente con doce leones, recientemente restaurados. Una de las curiosidades de la fuente es que en la restauración se encontró una inscripción del escritor británico Richard Ford, hecha en 1831.
En los palacios nazaríes se encuentran otras de las piezas claves del arte nazarí. Uno de ellos se encuentra en la sala de Dos Hermanas, cuya cúpula es una de las más significativas de su género. También está el mirador de Daraxa o de Lindajara, considerado uno de los elementos más bellos de la Alhambra. Se decía que eran los ojos de la casa de Aisa —la castellanización de al-‘Ayn Dar Aisa,que tiene este significado, daría lugar a la palabra Daraxa— porque era un mirador abierto al paisaje, y bajo él se extendían jardines. Las actuales construcciones que cierran el patio son de época cristiana. Hay quienes hablan de que este mirador es un exponente de un posible barroco nazarí, y también se destaca la personalidad y belleza de este espacio reducido, pero que condensa muchos elementos constructivos y decorativos.
Amina se sorprende de cómo la historia ha encajado diferentes piezas en el rompecabezas. Por un lado, la alcazaba, la primera construcción que se realizó en la Alhambra, dotada de elementos defensivos, contrasta con la cercanía de los palacios nazaríes que, con su austeridad exterior parecen querer ocultar la grandeza del interior. Pero también, muy cerca, se encuentra el palacio de Carlos V, construido por Pedro Machuca, y que simboliza el poder de la monarquía hispánica tras la conquista de Granada.
A lo largo de todo el monumento, Amina se da cuenta de que las paredes están repletas de palabras escritas en árabe. Más tarde descubre que la Alhambra es, en su esencia, un poema arquitectónico. Toda su riqueza literaria y poética ha sido estudiada, especialmente, por José Miguel Puerta Vílchez, que dedica un libro completo a ello. Descifrar y explicar la epigrafía de la Alhambra es una tarea compleja, que merece un detenimiento mayor que el que este relato puede ofrecer. Pero el visitante debe ser consciente de que todas las inscripciones que se encuentran por todas partes en la Alhambra son mucho más que un elemento decorativo, y tienen un significado profundo relacionado con la religión islámica, la fundación de la ciudad y el poder regio nazarí.
Más allá del arte construido, Amina observa que hay artesanos que continúan trabajando en un espacio tan inspirador. Por ejemplo, la artesanía de la taracea, es característica de la ciudad, pero en el taller de Laguna Taracea, en el corazón de la Alhambra, se puede ver cómo se fabrican estas piezas irisadas.
La visita comenzó en la simbólica Puerta de la Justicia y terminó en el Generalife. Esta zona, concebida como villa rural y de descanso para los reyes musulmanes es una de las joyas más admiradas del conjunto de la Alhambra y el Generalife. Quizá los sistemas motorizados de las fuentes no permiten escuchar el movimiento natural del agua o imaginar cómo eran los jardines. En el Generalife descubren el patio de la acequia que no sólo es de interés en sí mismo, sino que a través de su mirador se puede ver la Alhambra con una vista majestuosa. En este lugar, Amina y su familia pudieron disfrutar del cobijo de los árboles o de liberarse del calor utilizando un poco del agua que por todas partes discurre, como en la escalera del agua, por cuyos pasamanos discurre el agua como entrada al Generalife desde la acequia real.
Amina se marchó de la Alhambra con la sensación de haber disfrutado de un espacio bien conservado, muy demandado por el turismo, y que está viviendo una nueva etapa de esplendor. Un esplendor diferente al que la historia le dio entre los siglos XIII y XV, pero que por ello no deja de serlo. No quedó en su memoria, porque ese dato es inexistente para ella, que hace cinco siglos su familia y otras muchas personas se marcharon de Granada en circunstancias mucho peores. Sin embargo, la historia a veces proporciona estas casualidades que favorecen el conocimiento cultural mutuo y la reconciliación con un pasado que ni puede alterarse ni recuperarse, sólo podemos comprenderlo y disfrutar con él.