En abril de 2003 algunos periodistas como Robert Fisk de The Independent observaban atónitos cómo la Biblioteca Nacional de Bagdag ardía ante la pasividad de las tropas estadounidenses y británicas. La Convención de la Haya obliga a que las partes de una guerra protejan el patrimonio cultural del lugar de conflicto. Sin embargo, las órdenes a los militares eran proteger el petróleo, y no la historia escrita. Este año hemos visto también cómo se han destruido importantes espacios patrimoniales en Siria, Irak o Yemen, entre otros.
Un artículo publicado en el número 328 de Historia 16 (agosto de 2003) trata, precisamente, sobre «La memoria destruida», como indica el título del texto. Se centra en el arte de escribir desarrollado en Irak y en cómo contrasta su prolija tradición escrita con la desaparición de las bibliotecas de Bagdag, Mosul y Basora. El autor de este artículo es Waleed Saleh Alkhalifa, director del Departamento de Estudios Árabes e Islámicos y Estudios Orientales de la Universidad Autónoma de Madrid en aquel tiempo.
Saleh considera que se ha perdido para siempre una gran parte de la Historia de la Humanidad con estos saqueos y destrucciones. En este caso, el daño se produjo sobre material escrito, al igual que en 2015 está sucediendo sobre obras arquitectónicas o escultóricas. «La escritura, ingeniada para atesorar el pasado, ha sido objeto de un trágico atentado justo donde nació», escribió Saleh.
Hace unos 5.000 años las primeras palabras escritas se plasmaron sobre arcilla en Uruk, una ciudad comprendida en tierras pantanosas de los ríos Tigris y Éufrates. Los sumerios fueron los que las utilizaron por primera vez, y les siguieron acadios, babilónicos y asirios. La razón de su invención, según algunos estudiosos, fue la necesidad del clero de registrar los ingresos de los templos y sus gastos, además de todo lo que tenía que ver con su gestión económica.
La destrucción de múltiples bibliotecas en el año 2003 en Irak, cuna de la escritura, será contada por los historiadores durante muchos siglos «tal y como hicieron los antiguos que relataron la destrucción de Bagdag en 1258 a manos de Hulagu, el rey mongol, que arrojó los 400.000 volúmenes de la Biblioteca de la Universidad de al-Mustansiriyya al río Tigris». Esta afirmación de Saleh nos permite acercarnos a la magnitud de un evento dramático desde el punto de vista científico, académico y, en definitiva, cultural y patrimonial.
Este investigador nos presenta la biblioteca como ubicada en un espacio moderno —el edificio que la albergaba se inauguró en 1977—. Su colección constaba de cientos de miles de libros, además de miles de archivos de diferentes etapas de la historia de Irak. Sin embargo, los fondos más valiosos eran los divididos en estos tres grupos: manuscritos y libros raros, libros reservados y libros pertenecientes a la Cortes y la exfamilia real de Irak. En el primer grupo se encontraban manuscritos de diferentes campos de conocimiento como la teología, la literatura, las matemáticas o la medicina. Algunas de estas obras estaban escritas por sus autores originales. Una de las más destacadas sería El Canon en Medicina de Avicena, manual de las facultades de Medicina tanto de los países islámicos como de la mayoría de los occidentales durante siglos. En el segundo grupo se encontraban libros contrarios al régimen de Irak, y que solo podían ser consultados por estudiosos con permisos especiales. Y en el tercero se encontraban libros que habían pertenecido a la familia real de Irak, como manuales escolares con los que habían estudiado algunos reyes.
El saqueo, el robo y la destrucción del patrimonio y la memoria en Irak tiene precedentes muy inmediatos. Finalmente, el mayor perjudicado es el pueblo árabe que ve borrada parte de su historia escrita. Todo ello con el beneplácito de las fuerzas de ocupación que no hicieron nada por evitarlo, tal y como confirman las crónicas del citado periodista Robert Fisk.
Algunas de las obras saqueadas terminan en manos de coleccionistas que, de manera organizada, encargan el robo de determinadas obras para, después de recorrer varios países, lleguen a ellos, según el arabista de Oxford Jeremy Black. Es cierto que las casas de apuestas como Sotheby’s o Christie’s rechazan subastar piezas de origen dudoso, pero esto no implica que el expolio se produzca. El profesor de Oxford Alex Hunt indica que las presiones de Estados Unidos en esos años para suavizar la legislación que protege el legado iraquí supone una práctica propia del imperialismo cultural, ya que se basan en que las obras estarían más seguras en Estados Unidos. Como hemos visto, la connivencia de sus ejércitos han provocado que, efectivamente, así fuera.
Fuentes
Saleh Alkhalifa, Waleed (2003). «La memoria destruida». En Historia 16, 328, p. 28-41.
Intxausti, Aurora (2003). «El saqueo viola la cuna de la civilización». En El País, 16-04-2003. Disponible en: http://elpais.com/diario/2003/04/16/cultura/1050444001_850215.html