Chauvet, o cómo conservar la huella del pasado

En algunos casos, el patrimonio se encuentra en un estado de conservación que obliga a limitar las visitas. Pero en otros casos su puesta en valor resulta muy provechosa para que la ciudadanía conozca los enclaves, valore y pueda protegerlos.

A menudo sucede que no nos preocupamos lo suficiente por nuestro patrimonio, por la riqueza de los restos arqueológicos que nos acercan a ese pasado del que somos herederos. Tal vez por el hecho de que vivimos cada vez más atentos del hoy y del mañana más inmediato, o quizás porque pensamos que el pasado no es más que una fuente de historietas que contar y transmitir como forma de entretenimiento. En cualquier caso, me da la sensación de que la Historia, además de haber sido manipulada y utilizada para diferentes fines políticos a lo largo de los tiempos, vive hoy un momento en que carece de interés para aquellos que tienen en su mano la oportunidad de potenciarla. A no ser, claro está, que se pueda sacar alguna rentabilidad de ella, como suele ocurrir en este mundo tan preocupado por lo material y tangible y tan indiferente hacia lo intelectual y cultural.

Cueva de Altamira (Fuente: Wikimedia)
Cueva de Altamira (Fuente: Wikimedia)

Esta reflexión me viene a la cabeza al recordar la polémica que en los últimos años se ha desatado en torno a los cierres y reaperturas de las cuevas de Altamira, uno de los muchos casos en que entra en juego el dilema sobre cómo aprovechar y difundir los yacimientos arqueológicos sin que estos se deterioren demasiado. Sin ir más lejos, hace poco leí una noticia acerca de una iniciativa llevada a cabo por el Museo de Historia Natural de Nueva York para visitar esta y otras importantes cuevas prehistóricas del Norte de España. A través de un sorteo, un selecto grupo de afortunados podría disfrutar de una sensación única y fascinante al viajar miles de años atrás en el tiempo. No suena nada mal, desde luego, pero cuando este tipo de visitas se suceden una y otra vez, el paso del tiempo y una enorme cantidad de turistas hacen que este tesoro pueda deteriorarse. Sobre todo, en algunos casos en que el estado de conservación de estas cuevas no es precisamente óptimo.

De ahí que surja una intensa polémica en torno a qué debemos hacer (o más bien, qué deben hacer las autoridades) con respecto a nuestro patrimonio arqueológico y su aprovechamiento como bien de interés cultural. Ante todo, considero de sentido común pensar que lo prioritario es preservar y hacer todo lo posible por conservar estos restos en el mejor estado posible. Es nuestra historia, nuestro pasado, y en gran medida, somos el resultado de ello. Por lo tanto, tenemos el compromiso con nosotros mismos de defender este legado, pero no siempre a costa de privarnos de su disfrute.

Cueva francesa de Lascaux (Fuente: Wikimedia)
Cueva francesa de Lascaux (Fuente: Wikimedia)

Altamira, como El Castillo o Las Monedas, son enclaves fascinantes en cuyas paredes encontramos retratos cargados de simbolismo, magia, misterio e interés. Imágenes que nos llevan a un pasado remoto y nos ofrecen la sensación inigualable de acercarnos a una mentalidad y un modo de vida que poco tiene que ver con el actual. En definitiva, una estimulante experiencia para todos los públicos (y no sólo el de los amantes de la Historia), a la que no siempre hemos de renunciar. ¿La solución? Depende del caso. Creo que lo más sensato sería seguir las recomendaciones de las voces más expertas, que no las más interesadas, y adoptar un procedimiento acorde a cada caso. Es cierto que hay muchos en los que no queda más remedio que limitar las visitas o incluso cerrarlas al público, ya que el estado de conservación deja bastante que desear, pero existen iniciativas muy interesantes que ya son una realidad y que nos demuestran que se puede sacar provecho en un sentido cultural. En lo económico no entro, aunque es obvio que siempre jugará un papel importante, y es lo que acaba moviendo a las autoridades, sean del signo político que sean.

En cualquier caso, me gustaría destacar una de aquellas iniciativas a las que me refiero, como es la de Chauvet, una de las mayores cuevas paleolíticas descubiertas hasta el momento. En este enclave, en Francia, se encuentran miles de pinturas rupestres en bastante buen estado gracias a su aislamiento y a las tareas de conservación llevadas a cabo en ella. Pero sobre todo, gracias a una idea algo costosa pero no por ello menos ingeniosa y útil. Para evitar el deterioro al que se había visto abocada la otra gran cueva paleolítica francesa, Lascaux, en este caso se decidió cerrar desde un primer momento al público, para posteriormente construir una réplica lo más fidedigna posible de ésta. Evidentemente, no es lo mismo, pero una gran inversión de tiempo, dinero, esfuerzo y dedicación han permitido que hoy miles de personas puedan disfrutar de una sensación que no tiene precio.

Una visitante observa la réplica de la cueva de Chauvet, en Francia (Fuente: Diario El País)
Una visitante observa la réplica de la cueva de Chauvet, en Francia (Fuente: Diario El País)

Con el nombre de Pont d´Arc, abrió hace apenas unos días este complejo que, además de erigirse como una interesante opción de turismo cultural, representa una más que interesante alternativa en el dilema de conservación y aprovechamiento del patrimonio al que hoy he dedicado estas líneas. No puedo afirmar rotundamente que sea la mejor opción, ya que no soy experto en el tema, pero considero muy positivas este tipo de alternativas para potenciar el conocimiento de nuestro pasado y hacer que todos podamos disfrutar de él. Con determinación, implicación y una actuación prudente, podemos evitar el desgaste de estas pinturas y su desaparición de las paredes las cuevas al tiempo que las salvamos de ser borradas de nuestra memoria.

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Miguel Vega Carrasco

Licenciado en Historia y Máster en Historia del Mundo. Profesor de Geografía e Historia en Educación Secundaria.

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