«Atenea Negra» y el influjo oriental de Grecia

La controversia en que se sumerge esta obra hace que despierte tantos apoyos como críticas y que sea utilizada por determinados grupos para insertarla en debates políticos e ideológicos.

Grecia, un país del que tanto se está hablando en nuestros días por cuestiones económicas y políticas, es para muchos la «cuna» de la civilización occidental, de la que hemos recibido gran parte de nuestra cultura y cuyo interés ha atraído por igual a aficionados y profesionales de la Historia, el Arte y la cultura en general. Pero más allá de lo mucho que podemos aprender del mundo griego y su legado, resulta interesante la diversidad de debates historiográficos a los que nos puede llevar. Por ejemplo, si pensamos en sus orígenes y la posible influencia que pudiera recibir de otros pueblos coetáneos.

El profesor Martin Bernal
El profesor Martin Bernal

En este sentido, hoy quisiéramos compartir con vosotros las ideas planteadas por el profesor Martin Bernal hacia finales de los 80 del siglo pasado en su obra, tan polémica como interesante e innovadora al situar los orígenes del mundo griego más allá de las fronteras de la Hélade. Una tesis a la que National Geographic dedicó no hace mucho un artículo y sobre la que hoy queremos reflexionar.

Si nos adentramos en la obra de Bernal, el título ya puede decirnos mucho acerca de su objetivo y del planteamiento principal de su trabajo: la búsqueda de una posible influencia egipcia (y por lo tanto, africana) en la configuración de la antigua Grecia. Una influencia que conllevaría no sólo un intercambio material y económico sino también ciertos paralelismos a nivel mitológico y lingüístico. Con esta premisa, va a tratar de desmontar lo que él considera las grandes líneas de interpretación que tradicionalmente han impuesto su visión sobre el mundo antiguo, y va a tratar de ofrecer un nuevo modelo interpretativo que, como él mismo señala, atraería las críticas de numerosos detractores.

En primer lugar, el autor señala dos grandes corrientes o modelos a través de los cuales se ha interpretado el origen de la civilización griega, que él mismo cataloga como «modelo ario» y «modelo antiguo» y que, aunque son diametralmente opuestos, considera deben ser superados por igual.

En cualquier caso, el llamado «modelo ario» engloba a todos aquellos autores e ideas que otorgan a Grecia un origen únicamente europeo, negando cualquier posible influencia cultural que viniera del exterior y haciendo referencia así a una raza aria» independiente y eminentemente helénica. Este movimiento podría derivar, a su vez, en un «modelo ario radical» que adquiriría fuerza en el siglo XX y que sólo admitiría un influjo cultural sobre Grecia por parte de pueblos del Norte de lengua indoeuropea. Por su parte, el «modelo antiguo» era aquel defendido ya por algunos autores griegos de la Antigüedad que apuntaba hacia una colonización fenicia y egipcia hacia el 1500 a.C. como factor determinante en la formación y desarrollo de la civilización griega.

Pero Bernal va un paso más allá, y propone un nuevo modelo más cercano a esta última línea aunque con algunos matices, dando como resultado lo que él denomina un «modelo antiguo revisado», que admite la existencia de un importante influjo cultural fenicio y egipcio en la gestación de Grecia, pero que propone fechas algo más tempranas, hacia la primera mitad del II milenio a.C. Además, reconoce también la influencia posterior de otros pueblos del Mediterráneo Oriental en el desarrollo de la civilización griega, e incluso admite la posible invasión por parte de pueblos del Norte que señalan autores de la primera corriente, pero no cree que se tratase de pueblos de lengua indoeuropea, sino más bien de gentes que hablaban lenguas cercanas al indo-hitita.

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La estatuaria egipcia puede recordar mucho a los kuroi griegos

200px-Kouros_anavissosPartiendo de esta premisa, se lleva a cabo un completo análisis de la trayectoria de cada una de estas líneas de interpretación a lo largo del tiempo, mostrando cómo en determinados periodos históricos ha prevalecido una u otra explicación. A grandes rasgos, se podría decir que el «modelo antiguo» va a perder su vigencia definitivamente hacia el siglo XVIII, coincidiendo con el la proliferación de teorías racistas y antisemitas en todo el mundo, lo que sin duda influiría en el pensamiento académico y en la interpretación del mundo clásico y sus orígenes. Esto no significa que en dicha época se pierda completamente el interés por la cultura egipcia, ya que la «egiptología» vivió un momento de esplendor, pero sí que es cierto que sería finalmente desplazada por el interés en el exótico mundo indio, de tal manera que se buscaría una vinculación ancestral con los grupos indoeuropeos y cada vez se daría menos peso al papel de egipcios y fenicios en la configuración de Grecia.

Hacia el siglo XIX, el romanticismo alemán no hizo sino aumentar esta tendencia, aunque lo que para Bernal jugaría un papel fundamental sería el racismo, que cobraría hacia mediados de siglo un peso muy importante, y que va a hacer que se mire al mundo egipcio y a su civilización con una actitud verdaderamente despectiva a nivel general. Pese a todo, hubo grupos que fueron a contracorriente, como Elliott Smith y sus discípulos, quienes defendieron ideas «difusionistas» sobre el origen oriental y egipcio del mundo griego, pero que se negaban a reconocer ningún peso a los fenicios. También resultan interesantes las ideas de Jomard, quien atribuye al pueblo egipcio una inteligencia y un conocimiento muy avanzado de las matemáticas o la geometría. Sin embargo, la tendencia hegemónica durante todos estos años sería la del llamado «modelo ario», y habría que esperar hasta el final de la Segunda Guerra Mundial para encontrar un cambio al respecto.

En efecto, el fin de la contienda y el retroceso del antisemitismo empujaron a numerosos académicos (sobre todo judíos) a ofrecer de nuevo una gran importancia a los fenicios y los pueblos semitas. Sin embargo, el autor señala cómo el rechazo a estas teorías siguen aún lejos de ser tomadas en cuenta, sobre todo por la propia división interna de los autores que defienden el modelo. Ante esto, la propuesta que surge en Black Athena no es otra que la de intentar conciliar estos puntos de vista y acercar posturas, para lo que cree que hay que acabar con muchas ideas y pensamientos racistas que, a su juicio, permanecen en el mundo académico y en la sociedad.

La llegada de Napoleón a Egipto impulsó en gran medida la Egiptología
La llegada de Napoleón a Egipto impulsó en gran medida la Egiptología

La controversia en que se sumerge esta obra hace que despierte tantos apoyos como críticas y que sea utilizada por determinados grupos para insertarla en debates políticos e ideológicos. No obstante, deberíamos centrarnos en el debate académico, al respecto del cual surgen revisiones críticas como la de Mary Lefkowitz, quien acusa a Bernal de no ser especialmente crítico y riguroso en la selección y tratamiento de las fuentes utilizadas. Para ella, no hay suficientes evidencias arqueológicas, mitológicas o lingüísticas como para sostener la tesis defendida en Black Athena, de manera que considera que, si bien es cierto que hubo un intercambio e influencia cultural con estos grupos, ello no implica que no lo hubiera con muchos otros. En definitiva, Lefkowitz cree que se trata de un estudio bien intencionado, pero demasiado subjetivo y politizado.

Como conclusión, de lo que no cabe ninguna duda es de la trascendencia de la obra y de todo lo que ella aporta al campo de la Historia y la investigación. A pesar de los numerosos debates y de la dificultad para llegar un consenso, Bernal realizó una labor innovadora al adjudicar a la civilización griega un origen africano que tradicionalmente se ha negado y que, pese a no haber podido ser demostrado, puede darnos mucho que pensar al respecto y ayuda a romper las grandes limitaciones ideológicas que han caracterizado a la historiografía más tradicional. Probablemente el origen de Grecia no se encuentre en África, pero si así fuera, ningún condicionante ideológico debería impedirnos reconocerlo.

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Miguel Vega Carrasco

Licenciado en Historia y Máster en Historia del Mundo. Profesor de Geografía e Historia en Educación Secundaria.

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