Fue un día como hoy, allá por 1940, cuando tuviera lugar la famosa entrevista de Hendaya, celebrada en dicha localidad francesa para reunir a Franco y Hitler y sus respectivos ministros de Asuntos Exteriores y concretar una serie de cuestiones relativas a la participación de España en la II Guerra Mundial, como ocurriría en la entrevista de Bordighera entre Hitler y Mussolini unos meses más tarde. Sin embargo, la primera tendría un menor interés para el dictador alemán y el partido Nazi por la menor aportación bélica que España con que España podría contribuir, dados los estragos y pérdidas a nivel material y humano que la Guerra Civil habían causado al país. En cualquier caso, a Hitler le convenía buscar todos los apoyos posibles en su proyecto de expansión, y con este objetivo se organizaría el encuentro entre ambos mandatarios.
Para ello, antes se habían ido esbozando las principales pretensiones de uno y otro y las aspiraciones de sus respectivas naciones de cara a una posible alianza basada en la participación de España en la contienda. De este modo, mientras que Hitler aspiraba a hacerse con el control de las Islas Canaria y otros enclaves estratégicos del Mediterráneo como Mogador o Agadir, a fin de establecer en ellas una base naval; Franco buscaría la recuperación de Gibraltar, así como una serie de posesiones coloniales francesas como Orán, Marruecos o Guinea, antaño parte del Imperio Español que el dictador soñaba con restaurar, y otros territorios en manos francesas como el Rosellón y la Cerdaña.
Las exigencias de este último fueron consideradas excesivas por el Führer, ya que de hacerse realidad podrían haberle brindado un gran descontento por parte de Petain, al perder Francia algunas de sus más importantes colonias; y Mussolini, que podría sentirse amenazado ante una España tan favorecida por Alemania y con tanto poder en el ámbito Mediterráneo. Como resultado de todo ello, las negociaciones no llegaron a buen puerto para ninguno de los dos países, o al menos no lo hicieron en los términos en que ellos habían predispuesto.
No obstante, ello no significa que no se llegara a un cierto acuerdo, ya que la presión de Hitler hacia Franco para la entrada de España en un conflicto que, a sus ojos, se estaba decantando inevitablemente del lado alemán y en el que no había más remedio que posicionarse, llevaría a este último a conceder, no sin ciertas reticencias, una promesa de entrada de España en la guerra. Una entrada que, por otra parte, no se definió claramente y que, en última instancia, nunca se llegó a cumplir. Quién sabe si una mayor insistencia del líder alemán hubiera conseguido este objetivo, aunque el caso es que prefirió optar por centrar sus esfuerzos en el frente de Europa del Este y aparcar el proyecto del Mediterráneo.
Pese a todo, tan sólo un año después el ministro español de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Súñer, creó una división de voluntarios con los que apoyar militarmente la invasión alemana de territorio ruso. Este cuerpo, conocido como la División Azul y cuyo carácter voluntario ha sido cuestionado en más de una ocasión, sería equipado por Alemania para su participación en frentes como el de Leningrado. Aunque a nivel oficial no implicaría una participación directa de España en la guerra, sí que suponía una muestra de apoyo del gobierno de Franco hacia el Eje, que es todo cuanto pudo conseguir Alemania al respecto.

En cualquier caso, nos gustaría terminar este artículo con una nota curiosa al respecto del famoso encuentro de Hendaya. Y es que hace pocos años fueron revelados los negativos de las fotografías tomadas en aquellos momentos, lo que destapó una serie de manipulaciones hasta entonces desconocidas. Por ejemplo, que el rostro de Franco aparecía con los ojos abiertos o que portaba la Medalla Militar española en lugar de la Cruz del Águila, además de haber sido recortadas y «pegada las figuras de ambos mandatarios sobre el escenario del vagón de tren para que pareciera que tuvieran la misma altura.
Ya se sabe, aquello de que la imagen es importante no es nada nuevo ni mucho menos, sobre todo cuando se trata de dictadores y figuras políticas en las que el culto a la personalidad y la movilización de masas juega un papel tan importante en su legitimación del poder.