Corría el 11 de febrero de 1929 cuando el Estado Vaticano recuperaba su autonomía como estado independiente, después de que el Reino de Italia reconociera la soberanía del primero en los Pactos de Letrán.
Este acuerdo, llevado a cabo por el cardenal Pietro Gasparri (en representación del pontífice Pío XI) y el Primer Ministro Mussolini (que hablaría en nombre del monarca Víctor Manuel III) acabaría con el dominio que desde el Risorgimento o «proceso de unificación» había ejercido Italia sobre los territorios del Papa, que pasarían ahora constituirse como un Estado soberano y sujeto a las reglas del Derecho internacional.
Este acuerdo supondría el autogobierno del Estado Pontificio, pero también conllevaría una serie concesiones en ambas direcciones, de manera que se establece una relación de colaboración entre los dos Estados. Por un lado, se crea oficialmente el Estado de la Ciudad del Vaticano, al que se compensa económicamente por las pérdidas sufridas durante su anexión por parte de Italia en la centuria anterior, mientras que, por otra parte, se garantiza que los obispos jurasen lealtad al Estado de Italia y que mantuviesen al margen de los asuntos políticos. Además, el gobierno de Mussolini llevaría a cabo una serie de medidas políticas y legislativas acordes a las doctrinas católicas en asuntos como el divorcio y matrimonio, junto con una mayor implicación de la Iglesia en materia educativa.
El vigor de estos Pactos llegaría hasta 1984, cuando se reconoce la igualdad legal con el resto de confesiones religiosas, poniendo fin al periodo de oficialidad de la Iglesia Católica como religión del Estado italiano, si bien la independencia y autonomía del Vaticano llega, como sabemos, hasta nuestros días.
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